miércoles, 30 de noviembre de 2011
LANZA-DOS (2)
EL NACIONAL - Sábado 26 de Noviembre de 2011 Papel Literario/2
80 años de Las lanzas coloradas
Las lanzas coloradas desde la oscuridad
Una novela que musita en los oídos palabras de emoción, que estremece las pieles con sus caricias de símbolos y metáforas, que sacude las mentes por sus hondas refl exiones
PILAR ROMERO
La oscuridad de la ceguera es extrañamente una forma de alcanzar la luminosidad intelectual.
Prueba de ello son Borges y José Saramago quienes escribieron obras prodigiosas desde la noche que habitaron, y el clásico John Milton quien en 1652 quedó ciego por un glaucoma, cosa que no le impidió publicar El paraíso perdido en 1667. La falta de visión suele potenciar las capacidades reflexivas.
Quienes no tenemos vista moramos en el pensamiento y, antes que disminuirnos, eso nos facilita espacios para la creación que de otra forma no exploraríamos.
Cuando la Universidad Metropolitana me propuso el hermoso proyecto de convertir Las lanzas coloradas del maestro Arturo Uslar Pietri en un audio libro, comprendí la importancia de la iniciativa. Yo que me valí de mis ojos durante casi toda mi vida, y ahora debía prescindir de ellos, entendí la maravillosa oportunidad que tenía para hacer vivir esa poderosa novela entre los que nunca han visto. De mis estudios en el Instituto Pedagógico, guiada por profesores inolvidables como Oscar Sambrano Urdaneta, Manuel Bermúdez o Alexis Márquez Rodríguez, recordaba vibrantes escenas como aquel inicio de la novela, narración dentro de la narración, donde un esclavo cuenta una historia antes de que el propio narrador eleve la voz. Supe al momento que era una empresa histórica. El momento se hizo más propicio al ser este 2011 la conmemoración de los 80 años de su publicación.
Uslar construye una obra de aristas poéticas memorables.
El manejo genial de la adjetivación con el que hace del color una fuente inagotable de estados anímicos. Los olores que describe antecediendo a todo lo que sensorialmente intentará la literatura hispanoamericana años después. Cómo no sentir en la propia nariz el hedor del repartimiento de los esclavos que revuelve a Presentación Campos, la gran fuerza telúrica de la obra. Cómo no experimentar el olor a pólvora, a metal, a sangre que el débil Fernando Fonta padece en la Batalla de la Victoria, justo antes de ser atravesado por las filosas armas realistas. Cómo no sentir el acre del sudor de los caballos en aquella carga interminable mientras se pelea un país. Cómo no sentir la tibieza macabra de la sangre corriendo entre la madera que enarbola las lanzas, que empapa las manos tensas, los dedos erizados, los nervios prestos a matar. Uslar Pietri compone una obra para todos los sentidos. No sólo para la complacencia de los ojos que se extasían en las letras amorochadas. Una novela que musita en los oídos palabras de emoción, que estremece las pieles con sus caricias de símbolos y metáforas, que sacude las mentes por sus hondas reflexiones.
De los años en que mis ojos leían queda la memoria de ese verbo presuroso, cargado de angustia, de ansiedad, de suspenso por una patria en labor de parto. Ahora lo que retumba es su canto de coral en misa de difuntos, la risa descompuesta de un cínico Boves sobre su caballo negro, el tambor militar prologando la llegada de un Bolívar invisible y en realidad ahí, junto a los mártires y los sacrificados. La romántica voz del capitán David aceptando su destino de fusilamiento con un británico y peripatético: --Gracias.
Las lanzas coloradas es un ejercicio de entendimiento de lo que somos. Todavía estamos en La Victoria, con los bisoños seminaristas aprendiendo a usar los rifles; cayendo en las calles polvorientas que se apelmazan con la bilis y la linfa de los que mueren. Nada ha cambiado desde aquel grotesco paisaje de Las lanzas coloradas hasta estos tiempos del siglo XXI. Siguen todavía los caudillos azuzando el odio como en la novela de Uslar. Sigue el mismo monstruo cabalgando y blandiendo su lanza colorada. Sigue la envidia jugando su ruleta demoníaca en toda la nación. Seguimos todos los pobladores aterrados y encerrándonos en las iglesias, esperando que entre la bestia y nos obligue a danzar el baile que a él le provoque, para fusilar al que se pare, o cortarle la cabeza al que tenga miedo. Boves, Presentación Campos, Zambrano son personalidades que surgen años tras año. Las lanzas coloradas es una novela que misteriosamente no finaliza en su alucinado capítulo final, cuando el mayordomo moribundo es vuelto a encerrar en el mismo repartimiento de esclavos de donde ha salido. Todavía la carga brutal se perpetúa en cada recodo de un barrio. En cada madrugada en la morgue de Bello Monte. Y entonces agradezco a José Ignacio Cabrujas, Salvador Garmendia y Fausto Verdial que me enseñaron, en el mundo de la televisión, a reconocer y despreciar el odio como ideología. A José Antonio Abreu y Alejandro Armas que me enseñaron, en el mundo gerencial de la cultura, que sólo el arte vence la miseria. A Carlos Giménez y José Simón Escalona que me enseñaron a transformar la perversidad del hombre desde el escenario del teatro que tanto amo. Por eso hacer que Las lanzas coloradas se tradujera en sonido, audio, voz, diálogos, música para los que no tenían ojos, era un proyecto necesario y vital para este país que aún padece una guerra. Gracias a tantos talentos que me acompañaron en esta empresa y comprendieron lo mismo que yo: que para entender este mundo que sufrimos no hace falta tener ojos. Basta poseer corazón. El mismo que habita entre las páginas universales de Las lanzas coloradas.
Fotografía: Tom Grillo
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