EL NACIONAL - Jueves 10 de Noviembre de 2011 Opinión/9
Vuelta a lo básico
COLETTE CAPRILES
No sé si llamarla así, pero hay una suerte de política arquetipal que ha hecho de este régimen un aparato excepcional para producir acumulación de lo superfluo y escasez de lo básico. Digo esto porque en la cultura pública nuestra ha habido, desde siempre, un desequilibrio enorme entre lo elemental (e incluyo aquí el sentido común y la decencia) y lo monumental (sueños de grandeza y espíritu épico). Nadie pierde su tiempo con los fundamentos de las cosas, modestos, silenciosos y apenas visibles; la atención se dispara hacia las cumbres, la heroicidad, lo excepcional, lo espectacular. La vida tiene una trama sencilla que cuesta mucho esfuerzo y tesón mantener junta; preferimos desgarrarla con la exaltación de lo extraordinario e improbable y luego lamentarnos de los agujeros. Nadie se ocupa de enseñar a leer y escribir sino de adiestrar para conseguir un título; nos interesa la cosecha de medallas y no el deporte modesto para todos; sedientos de héroes olvidamos la sed de nuestros derechos; lo que fracasa en pequeño se nos promete en grande; los relatos de reivindicación, desde las telenovelas hasta los concursos de belleza, nos ocultan los relatos de lo cotidiano, que queda intacto en su silencio.
Y como digo, en el libro de la política de estos años se lee la exacerbación y regurgitación ideologizada de todo esto. Ya en sus páginas finales sólo se lee una plana: "Acostúmbrate y calla". Y lo que queda es silencio, porque en la realidad está pasando otra cosa.
En definitiva, el espíritu unitario que se ha venido construyendo se ha emancipado de la antigua y primitiva polarización para, cambiando de plano, alojarse en la diferencia, y ésta se ubica precisamente en ese retorno a lo básico: a la vida normal. A la reivindicación de una cotidianidad sin miedo y sin incertidumbres. La unidad electoral y la unidad política tienen un sustrato moral, por así decirlo: una oferta de reconstrucción de la vida ordinaria, o del orden de la vida. Un retorno a una racionalidad primordial y compartida, en contraste con la gruesa, ruda y grotesca arbitrariedad del sultán y sus visires.
Esa promesa básica se alcanza por caminos diversos, y he allí la otra virtud del proceso de reconstrucción política que está aconteciendo en el país bajo los ojos atónitos e impotentes de los cortesanos del régimen: sobre un mismo lenguaje moral se edifica con distinto talante y con las diferencias ideológicas necesarias.
En las candidaturas promovidas hay carisma, hay maquinaria, hay propuestas ideológicas densas, hay simpatías y antipatías, hay trompadas estatutarias, hay acuerdos y desacuerdos. La manera en que el país ha recibido las diferencias es alentadora. Revela que el mediocre espíritu totalitario ha quedado confinado a la cúpula gobernante y, sobre todo, muestra que hay hambre de diversidad. Se va perfilando la ecología política del futuro: la socialdemocracia y la democracia cristiana, el liberalismo y una izquierda que tendrá que purgarse del secuestro infame que unos militares con discapacidad moral le aplicaron.
La unidad de propósito, la unidad del fundamento moral que sostiene a la alternativa democrática (ese volver a la decencia de una convivencia respetuosa y al poder constitucional) genera a la vez las condiciones para la diversidad política, el diálogo táctico y, espero, la discrepancia ideológica. Hay una felicidad de la diferencia que estamos volviendo a degustar.
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