miércoles, 30 de noviembre de 2011

EQUIPAJE


EL NACIONAL - Lunes 28 de Noviembre de 2011 Opinión/9
Libros: Herta Müller
NELSON RIVERA

Listo algunos autores afines que me permitan vislumbrar el lugar que Herta Müller podría ocupar en nuestros pensamientos: diré que algo de su voz parece devolvernos al mundo de la infancia y la adolescencia bajo el terror, que Danilo Kis desencarnó en su potente trilogía (reunida bajo el nombre de Circo familiar); diré que hay instantes (raptos) que la emparentan con el polaco Andrzej Stasiuk, en particular con la reescritura del paisaje que se despliega en las páginas sorprendentes De camino a Babadag; añadiré que, como el ruso Varlam Shalámov de los Relatos de Kolimá, su reconstrucción del campo de trabajo logra dar cuenta de la dura y despojada materialidad que lo constituye.

Todo lo que tengo lo llevo conmigo (Ediciones Siruela, España, 2010), transcurre en un campo de trabajo ruso. Si la narrativa de Shalámov hace de la escasez una condición metafísica (lo que falta como `presencia’ central de lo cotidiano), Herta Müller construye aquí una figura, `el ángel del hambre’, que es emblemática, no sólo de la lucha por la sobrevivencia (el campo de trabajo como ciudad de los padecimientos), sino también de su condición existencial, es decir, el campo como instalación mental.

"Se puede afirmar que existe un hambre que te hace enfermar de hambre. Que añade más hambre a la que ya padeces. El hambre que siempre renovada que crece insaciable y salta al interior del hambre eternamente vieja, reprimida con esfuerzo. Cómo vas a correr el mundo cuando lo único que sabes decir de ti es que tienes hambre. Cuando no puedes pensar en nada más. El paladar es más grande que la cabeza, una cúpula alta y permeable al ruido que llega hasta el cráneo. Cuando el hambre se te antoja insoportable, sientes tirones en el paladar como si hubieran tensado una piel de conejo fresca para secarla detrás de tu cara".

Lo que Herta Müller alcanza es nada menos que esto: que su prosa actúe como un fino instrumento que sobrepasa la puesta del campo de trabajo como la experiencia del puro padecimiento, para sacar a flote otra dimensión: el campo como psique, el campo como un modo de vida (como hay una vida específica en el hospital o la cárcel) o, más allá, como una calidad perceptiva, como helado molde que modifica el intercambio del hombre con cuanto le rodea. Una aproximación, entre muchas posible, a la psique de la víctima. Esto es: una psique.

La fuerza reveladora de Todo lo que tengo lo llevo conmigo nos plantea una discusión fascinante: que no es un testimonio, sino el hacer paciente de una escritora de ficción (Premio Nobel de Literatura de 2009): trabajo de la lengua y de la imaginación sensible capaz de ver más allá que las víctimas; intuición profunda del sufrimiento de otros; privilegio del que son capaces sólo los grandes autores.

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