Luis Barragán
El régimen disfrutó – varias veces, por cierto, cada vez más lejanas – de una favorable conjunción de los astros, como diría algún facilitador de la nueva era en los acostumbrados programas matutinos de televisión. Gozó de una extraordinaria concentración de poderes, los más elevados ingresos petroleros y el beneplácito de las masas que sedujo tan eficazmente. Sin embargo, hoy exhibe un rumbo tan arrogante, como insostenible, tildando de golpista, en última instancia, al constituyente que legó algunas soluciones para una crisis que, paradójicamente, a la postre, produjo tanto como la propia carta constitucional.
Teniendo como vocero al ministro de la Defensa, con temor hasta de las hojas que aletean al correr el viento, asumen que toda movilización pacífica e institucional en reclamo por el desbarajuste nacional, constituye una terrible y temible conspiración satánica, aún cuando ostentan las armas de la República en una no muy clara competencia con las formidables bandas criminales que no tienen precedentes en nuestro historial. Creándose árboles que no dejan ver el bosque, como los de la versión fantástica que esgrime el vicepresidente de esta misma República, festejan como una circunstancia feliz la de hacer enormes colas para el consumo de los alimentos y medicamentos de una existencia en nada garantizada, sometida la población a una humillación que tratan los servicios de inteligencia y los colectivos armados de administrar para evitar un reventón de indignación.
Ciertamente, el descenso en los precios internacionales del crudo contribuye a la desesperada situación, mas no es el único y determinante factor, pues, padeciéndolo, otros países productores no han sucumbido como nosotros. Indicador curioso, la inversión militar venezolana se incrementó por todos estos años y, además de la tentación de compararla con la de otros países productores de petróleo, está la otra, la de extenderse en una circunstancia trastocada en axioma: hay más balas que alimentos y medicamentos.
El otro exceso es el de una imprudencia que pisa el terreno de la temeridad, con la calificación castrense de las iniciativas adoptadas por una oposición comprobadamente democrática que, valga la redundancia, apela a la Carta de 1999, cuya defensa ha de hacerse por ella misma y por lo que expresa e inequívocamente establece, y no a través de una parcialidad política, como la reclamada por el citado ministro. Raras veces y quizá ninguna, al revisar la vieja prensa, hubo algo semejante en una declaración ministerial de las décadas anteriores, cuando actuaban las fuerzas nada recreativas de la insurrección de izquierda y de derecha, por cierto, con una simultaneidad que sorprendería y descolocaría al más avisado cursante de estado mayor.
No hay escenario posible fuera de la Constitución que, si se quiere, luce como la mejor carta astral. Paradójicamente, quienes la defienden acusando a los demás de hallarse fuera de ella, no están precisamente dentro.
Ilustración: Régulo Pérez, "Fábula del F-16 y el Colibrí" (1984). Colección: Museo Contempráneo "Sofía Ímber", Caracas.
14/03/2016
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