Vigilia
Pascual y Domingo de Resurrección
Marcos
Rodríguez
El
centro de esta vigilia no es un cuerpo, ni muerto ni vivo, sino el fuego y el
agua. Ya tenemos la primera clave para entender lo que estamos celebrando en la
liturgia más importante de todo el año. Son los dos elementos indispensables
para la vida. Del fuego surgen dos cualidades sin las cuales no puede haber
vida: luz y calor. El agua es el elemento fundamental para formar un ser vivo.
El 80% de cualquier ser vivo, incluido el hombre, es agua.
Recordar
nuestro bautismo es la clave para descubrir de qué Vida estamos hablando. Hoy,
fuego y agua simbolizan a Jesús porque le recordamos VIVO.
En
el prólogo del evangelio de Juan dice: “En la Palabra había vida, y la vida era
la luz de los hombres”.
La
vida que esta noche nos interesa, no es la física, ni la síquica, sino la
espiritual y trascendente. Por no tener en cuenta la diferencia entre estas
vidas, nos hemos armado un buen lío con la resurrección de Jesús.
La
vida biológica no tiene ninguna importancia en lo que estamos tratando. “El que
cree en mí aunque haya muerto vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá
para siempre”.
La
síquica tiene importancia, porque es la que nos capacita para alcanzar la
espiritual. Sólo el hombre que es capaz de conocer y de amar, puede acceder a
la Vida divina. Nuestra conciencia individual tiene importancia sólo como
instrumento, como vehículo para alcanzar la Vida definitiva. Una vez que se
llega a la meta, el vehículo es abandonado por inútil.
Lo
que estamos celebrando esta noche, es la llegada de Jesús a esa meta. Jesús,
como hombre, alcanzó la plenitud de Vida. Posee la Vida definitiva que es la
Vida de Dios. Esa vida ya no puede perderse porque es eterna.
Podemos
seguir empleando el término “resurrección”, pero creo que no es hoy el más
adecuado para expresar esa realidad divina. Inconscientemente lo aplicamos a la
vida biológica y sicológica, porque es lo que nosotros podemos sentir, es
decir, descubrir por los sentidos.
Pero
lo que hay de Dios en Jesús no se puede descubrir mirando, oyendo o palpando.
Ni vivo ni muerto ni resucitado, puede nadie descubrir su divinidad. Tampoco
puede ser el resultado de alguna demostración lógica. Lo divino no cae dentro
del objeto de nuestra razón.
A
la convicción de que Jesús está vivo, no se puede llegar por razonamientos. Lo
divino que hay en Jesús, y por lo tanto su resurrección, sólo puede ser objeto
de fe. Para los apóstoles como para nosotros se trata de una experiencia
interior. A través del convencimiento de que Jesús les está dando VIDA,
descubren que tiene que estar él VIVO. Sólo a través de la vivencia personal
podemos aceptar la resurrección.
Creer
en la resurrección exige haber pasado de la muerte a la Vida. Por eso tiene en
esta vigilia tanta importancia el recuerdo de nuestro bautismo. Cristiano es el
que está constantemente muriendo y resucitando. Muriendo a lo terreno y
caduco, al egoísmo, y naciendo a la verdadera Vida, la divina.
Tenemos
del bautismo una concepción estática que nos impide vivirlo. Creemos que hemos
sido bautizados un día a una hora determinada y que allí se realizó un milagro
que permanece por sí mismo. Para descubrir el error, hay que tomar conciencia
de lo que es un sacramento.
Todos
los sacramentos están constituidos por dos realidades: un signo y una realidad
significada. El signo es lo que podemos ver oír, tocar. La realidad significada
ni se ve ni se oye ni se palpa, pero está ahí siempre porque depende de Dios
que está fuera del tiempo.
En
el bautismo, la realidad significada es esa Vida divina que significamos para
hacerla presente y vivirla. En tal día a tal hora, han hecho el signo sobre mí,
pero el alcanzar y vivir lo significado es tarea de toda la vida. Todos los
días tengo que estar haciendo mía esa Vida. Y el único camino para hacer mía la
Vida de Dios que es AMOR, es superando el ego-ísmo, es decir amando.
DOMINGO
1º DE PASCUA
La
realidad pascual es, tal vez, la más difícil de reflejar en conceptos mentales.
La palabra Pascua (paso) tiene unas connotaciones bíblicas que pueden llenarla
de significado, pero también nos pueden despistar y enredarnos en un nivel
puramente terreno que nada nos dice de lo que estamos celebrando.
Lo
mismo pasa con la palabra resurrección, también ésta nos constriñe en una
connotación de vida y muerte biológicas, que nada tiene que ver con lo que pasó
en Jesús y con lo que tiene que pasar en cada uno de nosotros.
La
exégesis lleva muchos años aportándonos elementos de juicio que pueden
ayudarnos a interpretar lo que quieren decir los textos. Reconozco que su
principal tarea es negativa, es decir, nos indica los errores que hemos
cometido al interpretar los relatos, por no tener en cuenta la manera de hablar
de la época. Pero aún así, sus aportaciones son valiosísimas, porque nos
obligan a intentar nuevas maneras de entender los textos, que pueden acercarnos
al verdadero sentido de lo que nos quiere decir el Nuevo Testamento.
La
Pascua bíblica fue el paso de la esclavitud a la libertad, pero entendidas de
manera material y directa. También la Pascua cristiana debía tener ese efecto,
pero sólo como consecuencia de su verdadero sentido.
En
Jesús, Pascua significa el paso de la MUERTE a la VIDA; las dos con mayúsculas,
porque no se trata ni de la muerte física ni de la vida biológica.
El
evangelio de Juan lo explica muy bien en el diálogo de Jesús con Nicodemo. “Hay
que nacer de nuevo”. Y “de la carne nace carne, del espíritu nace espíritu”.
Sin este paso, es imposible entrar en el Reino de Dios.
Cuando
el grano de trigo cae en tierra, “muriendo”, desarrolla una nueva vida que ya
estaba en él en germen. Cuando ya ha crecido el nuevo tallo, no tiene sentido
preguntarse qué pasó con el grano. La Vida que los discípulos descubrieron en
Jesús, después de su muerte, ya estaba en él antes de morir, pero estaba velada.
Sólo cuando desapareció como viviente biológico, se vieron obligados a
profundizar. Al descubrir que ellos
poseían esa Vida comprendieron que era la misma que Jesús tenía antes y
después de su muerte.
Teniendo
esto en cuenta, podemos intentar comprender el término resurrección, que
empleamos para designar lo que pasó en Jesús después de su muerte. En realidad,
no pasó nada. Con relación a su Vida Espiritual, Divina, Definitiva, no está
sujeta al tiempo ni al espacio, por lo tanto no puede “pasar” nada; simplemente
continúa. Con relación a su vida biológica, como toda vida era contingente,
limitada, finita, y no tenía más remedio que terminar. Como acabamos de decir
del grano de trigo, no tiene ningún sentido preguntarnos qué pasó con su
cuerpo. Un cadáver, no tiene nada que ver con la vida.
Pablo
dice: Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana. Pero pensemos que un
Jesús en cuerpo, saltando de la ceca a la meca, o atravesando paredes y puertas
cerradas, para colocarlo después en el cielo a la derecha de Dios, no nos
serviría de gran cosa.
Yo
diría: Si nosotros no resucitamos, nuestra fe es vana, es decir vacía. Aquí
debemos buscar el meollo de la resurrección. La Vida de Dios, manifestada en
Jesús, tenemos que hacerla nuestra, aquí y ahora. Si nacemos de nuevo, si
nacemos del Espíritu, esa vida es definitiva. No tenemos que temer a la muerte
biológica, porque no la puede afectar para nada. Lo que nace del Espíritu es
Espíritu. ¡Y nosotros empeñados en utilizar el Espíritu, para que permanezca
nuestra carne!
Los
discípulos pudieron experimentar como resurrección la presencia de Jesús
después de su muerte, porque para ellos, efectivamente, había muerto. Y no
hablamos sólo de la muerte física, sino del aniquilamiento de la figura de
Jesús. La muerte en la cruz significaba precisamente esa destrucción total de
una persona. Con ese castigo se intentaba que no quedase nada de ella, ni el
recuerdo. Los que le siguieron entusiasmados durante un tiempo, vieron como se
hacía trizas su persona. Aquel en quien habían puesto todas sus esperanzas,
había terminado aniquilado por completo. Por eso la experiencia de que seguía
vivo, fue para ellos una verdadera resurrección.
Hoy
nosotros tenemos otra perspectiva. Sabemos que la verdadera Vida de Jesús, la
divina no puede ser afectada por la muerte física, y por lo tanto, no cabe en
ella ninguna resurrección. Pero con relación a la muerte biológica, no tiene
sentido la resurrección, porque no añadiría nada al ser de Jesús.
Como
ser humano era mortal, es decir su destino natural es la muerte. Nada ni nadie
puede detener ese proceso, que no es de destrucción sino de maduración. Cuando
vemos la espiga de trigo que está madurando, ¿a quién se le ocurre preguntar
por el grano que la ha producido? El grano está ahí, pero desplegado en todas
sus posibilidades de ser, que antes sólo eran en él, germen.
Meditación-contemplación
Si
no he resucitado, mi fe sigue siendo vana.
Comprender
lo que pasó en Jesús no es el objetivo.
Es
sólo el medio para saber qué tiene que pasar conmigo.
También
yo tengo que morir y resucitar, como Jesús.
………………..
No
se trata de morir físicamente,
ni
de una resurrección corporal.
Como
Jesús tengo que morir al egoísmo
y
nacer al verdadero amor a los demás.
…………
Día
a día tengo que morir a todo lo terreno.
Día
a día tengo que nacer a lo divino.
Ni
muerte ni resurrección terminan mientras viva.
Pero
cuanto más muera, más Vida habré conseguido.
Ilustración: Ivor Pengelly Francis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario