Quien se atreve a condenar, no habla en nombre de Dios
Marcos Rodríguez
Introducción
La principal característica de las tres lecturas de hoy es que nos invitan a mirar hacia adelante. Isaías desde la opresión del destierro, promete algo nuevo para su pueblo. Pablo quiere olvidarse de lo que queda atrás y sigue corriendo hacia la meta. Jesús abre a la adúltera un horizonte de futuro que los fariseos estaban dispuesto a cercenar.
El encuentro con el verdadero Dios nos empuja siempre hacia lo nuevo. En nombre de Dios nunca podemos mirar hacia atrás. A Dios no le interesa para nada nuestro pasado. A mí debería interesarme, solo en cuanto me permite descubrir mis verdaderas actitudes del presente y ver lo que tengo que rectificar. En este tiempo de cuaresma, que es camino hacia la Pascua (plenitud), es interesante que recordemos esto.
Contexto
El texto que acabamos de leer, está en un contexto artificial. No se encuentra en ningún otro evangelista y, seguramente ha sido añadido al evangelio de Juan. No aparece en los textos griegos más antiguos y ninguno de los Santos Padres lo comenta.
Está más de acuerdo con la manera de redactar de Lucas; incluso aparece incorporado a este evangelio en algunos códices. Está garantizado que es un relato muy antiguo y su mensaje está muy de acuerdo con todos los evangelios, incluido el de Juan.
Puede ser que la supresión y los cambios se deban a su increíble mensaje de tolerancia y perdón, que se podía interpretar como lasitud o permisividad, en un tema tan sensible como el sexual.
Explicación
En el relato, se destaca de manera clara el “fariseísmo” de los letrados y fariseos, acusando a la mujer y creyéndose ellos puros. Si con toda certeza saben que es culpable, ¿por qué no la ejecutan ellos? No aceptan las enseñanzas de Jesús, pero con ironía le llaman “Maestro”.
El texto nos dice expresamente que le estaban tendiendo una trampa. En efecto, si Jesús consentía en apedrearla, no sólo perdería su fama de bondad y misericordia, sino que iría contra el poder civil, que desde el año treinta había retirado al Sanedrín la facultad de ejecutar a nadie. Si decía que no, se declaraba abiertamente en contra de la Ley, que lo prescribía expresamente. Como tantas veces, en el evangelio, los jefes religiosos están buscando la manera de justificar la condena de Jesús.
También queda patente el absoluto menosprecio por la mujer. Si los pescaron “in fraganti”, ¿dónde estaba el hombre? (La Ley mandaba apedrear a ambos).
Hay que tener en cuenta que se consideraba adulterio la relación sexual de un casado con una mujer casada, no la relación de un casado con una soltera. ¿Por qué? Muy sencillo: la mujer se consideraba propiedad del marido, con el adulterio se perjudicaba al marido, por apropiarse de algo que era de él (la mujer). Cuando el marido engañaba a su mujer con una soltera, su mujer no tenía ningún derecho a sentirse ofendida.
¡Cómo iba a estar de acuerdo Jesús con esta aberración! ¡Como iba a considerar venida de Dios, una Ley que estaba de acuerdo con esta desigualdad humillante! ¡Qué poco han cambiado las cosas en dos mil años! Hoy seguimos midiendo con distinto rasero la infidelidad del hombre y de la mujer.
Aparentemente, Jesús está dispuesto a que se cumpla la Ley, pero pone una simple condición: que tire la primera piedra el que no tenga pecado. El tirar la primera piedra era obligación o “privilegio” del testigo. De ese modo se quería implicar de una manera rotunda en la ejecución y evitar que se acusara a la ligera a personas inocentes. Tirar la primera piedra era responsabilizarse de la ejecución.
Nos está diciendo que aquellos hombres todos acusaban, pero nadie quería hacerse responsable de la muerte de la mujer. En una ocasión, Jesús tuvo que advertir que no vino a abolir la Ley sino a darle plenitud; porque buscando la auténtica justicia algunos le acusaban de falta de legalidad, por ir más allá de la Ley.
En contra de lo que nos repetirán hasta la saciedad durante estos días, Jesús perdona a la mujer, antes de que se lo pida; no exige ninguna condición. No es el arrepentimiento ni la penitencia lo que consigue el perdón, sino que es el descubrimiento del amor incondicional lo que debe llevar a la adúltera al cambio de vida.
Tenemos aquí otro gran margen para la reflexión. El perdón por parte de Dios es lo primero. Cambiar de perspectiva será la consecuencia de haber tomado conciencia de que Dios es Amor y está en mí.
Aplicación
Es incomprensible e inaceptable que después de veinte siglos, siga habiendo cristianos que se identifiquen con la postura de los fariseos. Sigue habiendo “buenos cristianos” que ponen el cumplimiento de la “Ley” por encima de las personas. La base y fundamento del mensaje de Jesús es precisamente que, para el Dios de Jesús, el valor primero es la persona de carne y hueso, no la institución ni la “Ley”.
El PADRE estará siempre con los brazos abiertos para el hermano menor y para el mayor. La cercanía que manifestó Jesús hacia los pecadores, no podía ser comprendida por los jefes religiosos de su tiempo porque se habían hecho un Dios justiciero.
Para ellos el cumplimiento de la Ley era el valor supremo. La persona estaba sometida al imperio de la Ley. Por eso no tienen ningún reparo en sacrificarla en nombre de ese Dios inmisericorde. Por el contrario, Jesús nos dice que la persona es el valor supremo y no puede ser utilizada como medio para conseguir nada. Todo tiene que estar al servicio de los individuos.
Ésta es la enseñanza más original de Jesús. Desde el Paleolítico, los seres humanos buscaron verse libres de sus culpas por medio de un “chivo expiatorio”. En todas las culturas y en todas las religiones, podemos encontrar esta exigencia de los dioses. El colmo de esta servidumbre fue el sacrificio de un ser humano como medio de aplacar a los dioses. Una persona “elegida” como instrumento de propiciación y sacrificada, garantizaba la supervivencia y el bienestar del resto del pueblo.
Jesús nos dice que lo más preciado para Dios es precisamente la persona concreta. Que la causa del Dios es la causa de cada ser humano. Lo más contrario a Dios es machacar a un ser humano, sea con el pretexto que sea.
En esta celebración de Semana Santa, es muy importante que seamos capaces de no aplicar a Jesús precisamente lo que vino a desbaratar. Explicar la muerte de Jesús como sacrificio exigido por Dios para poder amarnos, va en contra de la esencia del mensaje del mismo Jesús. La muerte de Jesús es fruto de la estupidez humana, no exigencia de Dios.
Ni siquiera debemos estar mirando a lo negativo que ha habido en nosotros. El pecado es siempre cosa del pasado. No habría pecado ni arrepentimiento si no tuviéramos conciencia de que podemos hacer las cosas mejor de lo que las hemos hecho.
Con demasiada frecuencia la religión nos invita a revolver en nuestra propia mierda, sin hacernos ver la posibilidad de lo nuevo, que seguimos teniendo, a pesar de nuestros fallos. Dios es plenitud y nos está siempre atrayendo hacia Él. Esa plenitud hacia la que tendemos, siempre estará más allá. Será como un anhelo que nos dejará sin aliento por lo no conseguido. Será como el horizonte que se aleja en la medida que queremos alcanzarlo.
En la relación con el Dios de Jesús tampoco tiene cabida el miedo. El miedo es la consecuencia de la inseguridad. Cuando buscamos seguridades, tenemos asegurado el miedo. Miedo a no conseguir lo que deseamos, o miedo a perder lo que tenemos. Una y otra vez Jesús repite en el evangelio: "no tengáis miedo".
El miedo paraliza nuestra vida espiritual, metiéndonos en un callejón sin salida. El acercamiento al verdadero Dios tiene que ser siempre liberador. La mejor prueba de que nos relacionamos con un ídolo, y no con Dios, es que nuestra religiosidad produce miedos.
El evangelio nos descubre la posibilidad que tiene el ser humano de enfocar su vida de una manera distinta a la habitual. La “buena noticia” consiste en que el amor de Dios al hombre es incondicional, es decir no depende de nada ni de nadie. Me ama porque es amor. Su esencia es el amor y no puede dejar de amar sin destruirse a sí mismo.
Pero nosotros seguimos empeñados en mantener la línea divisoria entre el bueno y el malo. Fijaros que Jesús lo que hace es destruir esa línea divisoria. ¿Quién es el bueno y quien es el malo? ¿Puedo yo dar respuesta a esta pregunta? ¿Quién puede sentirse capacitado para acusar a otro hasta la muerte? El fariseísmo sigue arraigado en lo más hondo de nuestro ser.
La parábola del domingo pasado nos puede dar pistas para entender el episodio de hoy, que no es una parábola, sino un suceso concreto. La adúltera ha desplegado su hermano menor y se cree digna de condena. Los fariseos actúan desde su hermano mayor y se creen con derecho a condenar. Jesús está ya identificado con el Padre y unifica los tres.
Tanto el menor como el mayor tienen que ser superados. Una vez más descubrimos que el menor está dispuesto a cambiar con más facilidad que el mayor.
Seguimos empeñados en echar la culpa al otro, y naturalmente es el otro el que tiene que cambiar. Los tres personajes conviven en cada uno de nosotros y, aunque esa sea la meta, nunca nos podremos desembarazar, del todo, de los dos hermanos para llegar a ser el Padre.
Meditación-contemplación
Tampoco yo te condeno.
Jesús nos dice, sin paliativos, que Dios no condena.
Todo aquel que se atreve a condenar, no habla en nombre de Dios.
Mientras esto no lo tenga claro, no daré un paso en la vida espiritual.
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Si uno te ayuda a descubrir tus fallos,
te está ayudando a encontrar el camino de tu plenitud.
Si alguien te convence de que eres una piltrafa,
te está metiendo por un callejón sin salida.
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Dios no es un ser que ama. DIOS ES AMOR y solo amor.
Cuando atribuimos cualidades a Dios, lo ridiculizamos.
Si descubro ese AMOR en lo más hondo de mí,
todo mi ser quedará empapado, trasformado en amor.
Fuente:
http://www.feadulta.com/anterior/Ev-jn-08-01-11_MR-C.htm
Ilustración: Pieter Brueghel.
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