domingo, 30 de marzo de 2014

INMANENCIA

EL PAIS, Madrid, 30 de marzo de 2014
La secreta religiosidad de Paz
Enrique Krauze

Hablaba poco de Dios. En materia de religión estaba más cerca de don Ireneo, su abuelo jacobino, que de su madre, la piadosa andaluza Josefina. Estoy cierto de que en las tres religiones monoteístas veía un legado de intolerancia incompatible con su actitud de pluralidad. Le divertía contar la anécdota de un fervoroso musulmán que en el Himalaya, a mediados de los sesenta, le dijo, casi a señas: “Moisés, kaputt; Jesús, kaputt; solo Mahoma vive”. Paz pensaba que también el más reciente profeta estaba kaputt y que la única religión coherente con el misterio de nacer y morir era el budismo. Octavio —nombre latino al fin— era un personaje del mundo clásico: buscaba la sabiduría de Sócrates, no la de Salomón; releía a Lucrecio, no la Biblia ni a san Agustín; no admiraba a Constantino sino a Juliano el Apóstata, restaurador del panteón pagano. Por su curiosidad universal en el arte, el pensamiento y la ciencia, era un hombre del Renacimiento; por su espíritu libre, libre, liberal y hasta secretamente libertino, era un filósofo del siglo XVIII. Por su arrojo creativo y su pasión política y poética, fue un revolucionario del siglo XX. Un humanista pleno.
Y, sin embargo, escribió su libro cumbre sobre una religiosa, sor Juana Inés de la Cruz, figura mayor de la literatura barroca en castellano. Un dominico, el padre Julián, lo invitaba a hablar con Luis Buñuel sobre temas teológicos. Y quiso que en Vuelta rescatáramos un debate de 1942 sobre misticismo en el que habían intervenido, además de él mismo, Vasconcelos, el sabio sacerdote Gallegos Rocafull y el filósofo José Gaos.
Paz interpretó certeramente la obra y la vida de su amigo, el gran escritor revolucionario José Revueltas, como una extraña, apasionada y atea imitación de Cristo. En ese acercamiento a la sacralidad en el destino de Revueltas, he creído ver una clave autobiográfica: la religiosidad es la clave secreta de Paz, no solo porque su poesía termina y comienza con la palabra comunión. Su vida política —como se aprecia claramente en su poema Nocturno de San Ildefonso— estuvo marcada por un tránsito de la fe (marxista) a la crítica de esa fe, vivido con un sentido religioso de culpabilidad por los crímenes que, sin saberlo, tácitamente, sentía haber avalado.
El hombre que luchaba como un león contra el inexorable avance de la muerte, el viejo rey Lear maldiciendo al avaro destino que le escatimaba unos años más, o siquiera unos meses, ¿se abrió a la esperanza de lo trascendente?
Tal vez. Lo cierto es que en aquel último discurso en Coyoacán, había volteado hacia el cielo, como invocándolo, las nubes se disiparon de pronto y apareció el sol: “Allí hay nubes y sol, nubes y sol son palabras hermanas, seamos dignos de las nubes del Valle de México, seamos dignos del sol del Valle de México”.
Años atrás, en una entrevista notable, Carlos Castillo Peraza le preguntó por el significado de las famosas líneas de su poema Hermandad:
“También soy escritura
Y en este mismo instante
Alguien me deletrea”.
Paz declaró su postura agnóstica. No sabía si ese “alguien” era un hombre como él o un ser lejano, más allá de su poema Pasado en claro, en el que aparece una tercera posibilidad, la suya propia:
“Dios sin cuerpo,
Con lenguajes de cuerpo
lo nombraban
Mis sentidos. Quise nombrarlo
Con un nombre solar,
Una palabra sin revés.
Era el Dios inmanente del amor y la poesía”.

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