miércoles, 27 de marzo de 2019

LEER ES JUGAR

Literatura y goce
Alirio Pérez Lo Presti 

Mario Vargas Llosa hubiese ganado la presidencia de Perú, hubiésemos tenido una pérdida irreparable.

Su papel protagónico como hombre de ideas y genio creativo, estaría malogrado por la sombre que acompaña a quien incursiona en la lucha por el poder. Platón, genio de genios, fracasa en sus intentos de hacer carrera política, hasta el punto de que casi le cuesta la vida. Esa tendencia por parte del hombre de pensamiento de coquetear con el poder no es nueva, pero es una diada extremadamente peligrosa que tienta a quienes son aventajados intelectualmente.

Por haber perdido las elecciones para la presidencia de Perú, Vargas Llosa sigue escribiendo y contribuyendo al quehacer intelectual de occidente. Es el más conspicuo representante del hombre de inventiva y constituye una suerte de inteligencia, de carácter total, que inusualmente aparece y que particularmente en el siglo XXI se hace cada vez más escaso. Pero Vargas Llosa tiene un elemento que muy de vez en cuando se conjuga en un mismo genio y es:La risa. Este Suramericano invita a la carcajada y al placer por leer.

La relación entre lectores y escritores es inusualmente particular. Tengo un amigo lingüista y suele sufrir cada vez que lee. Obsesionado por la posibilidad de que exista un texto tan bien escrito que alcance la perfección estilística, padece con la lectura. Contrario a lo que podría pensarse, a mi amigo no le gusta lo que lee porque casi todo y últimamente “todo” lo considera mal escrito. Para él lo literario dejó de ser la travesura propia de quien se divierte al acercarse a los libros para transformarse en una especie de castigo. –“¡Alirio!” -Me dice sobresaltado: -“Todo está mal, no saben colocar la coma en los textos y el dequeísmo es una peste. Los conectores se encuentran en los espacios más inadecuados y existe un abuso generalizado de adjetivos. La literatura ha muerto para mí.” Mi amigo ve con ojos torcidos a Mario Vargas Llosa y sufre cuando lo lee.

Fiel a la consigna de quienes creemos en las maravillas de los mundos de las palabras, trato de explicarle que él pertenece a una clase particular de lectores; es un lector “sufriente” porque ya no lee por goce sino para ver lo mal escrito que están los textos de los demás. Incluso le sugerí que cultive otra afición, como la música de cámara o la caligrafía japonesa, que necesariamente se apegan al ideal de perfección, mas él insiste en que quiere seguir leyendo, a pesar de que le cae mal la lectura. Mi amigo sufre cuando lee a Mario Vargas Llosa. Doblemente fiel a la consigna le sigo la corriente y le digo que siento pesar por su condición de “lector sufriente”.

El asunto de los temas sobre los cuales se escribe suele ser tan diverso como posibilidades tiene el universo de que se combinen sus elementos conocidos. De ahí deriva la tradicional y clásica relación que se establece entre el escritor y el lector que más que ubicarlo en el contexto de la pureza estilística es en realidad un asunto de doble complicidad. Por una parte, la complicidad del lector que se siente identificado con lo que lee y por otro con la complicidad del escritor que trata de escribir para que lo lean. Se lee lo escrito por alguien. Se escribe para ser leído por alguien. Parece obvio si no fuese por el lazo que se establece entre dos para que estalle el cuasi milagro que ocurre cuando lector y escritor terminan desarrollando un vínculo que va desde lo afectivo hasta la animadversión. 

El otro grupo de lectores que mencionaré en este escrito es aquel en el cual el goce estético, deleite por la palabra escrita y placer por la lectura se impone como la razón de ser del acto de vincularse con los textos. Son los verdaderos lectores en el sentido amable del término, sin los cuales la literatura hubiese desaparecido hace ya un montón de tiempo. Es el lector que goza y se embriaga por el placer de leer porque consigue en los libros desde la resolución de enigmas hasta la posibilidad de soltar una espléndida carcajada. En el lector gozoso, la literatura vive y sobrevive. Es el punto desde el cual se traza la posibilidad de trascendencia de una obra porque el amor hacia la palabra está por encima de la posibilidad de desvincularse de ella. Para escritores gozosos, entre los cuales me encuentro, la existencia de Mario Vargas Llosa en el siglo XXI nos da sosiego.

El arte de la literatura despierta apasionamientos, pues es arte al fin. Más disfruto de aquellos que defienden hasta rasgarse las vestiduras a un autor que a mí me parece que por más que trate de escribir, siempre escribe mal, pero que a fin de cuentas tiene quien lo ampare como si leer fuese lo que en realidad es: “Leer es jugar”. Es divertirse, reírse, burlarse, llorar y ponerse serio para terminar soñando con aquello que nos gustaría vivir pero no se nos permite y la literatura le da vida.

El lector gozoso es el niño agradecido que ha consentido que la palabra escrita en su forma artística siga existiendo.

27/03/2019:
http://www.opinionynoticias.com/opinioncultura/34607-literatura-y-goce
Fotografía:
https://www.vanitatis.elconfidencial.com/famosos/2019-03-26/vargas-llosa-fiesta-reyes-macri-argentina_1903894/

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