jueves, 28 de marzo de 2019

UNA MIRADA DESACOSTUMBRADA

Arquitectura de prisión
Siul Nagarrab


Obligados, los venezolanos nos habituamos a vivir enrejados en casas y apartamentos. La más humilde ventana, añadida la sala de  baño, requiere de una máscara de hierro para evitar el escalamiento insólito de un decidido hampón, como ocurre también con la terraza que la supuso la más elemental previsión del ocupante al tratarse de un piso alto del edificio.

Décadas atrás, prosperó el negocio de las rejas en sus más variados formatos, por momentos competidas por  las puertas de seguridad y las múltiples barras secretas de un costo  enorme. Cualesquiera motivos y ornamentos, adquirida la pieza sin consultar al condominio, el enrejado derivó en un rompecabezas del gusto arbitrario en las comunidades residenciales que no pocos conflictos produjeron en calles cerradas, tratándose de las casas, o en elevados inmuebles de ocupantes que todavía se juran propietarios verticales y no horizontales.

Frecuentemente, como refiere el venezolanismo, el más avispado picaba adelante e imponía al resto un estilo que no tardaba en conseguir otras rivalidades al pasear la vista por la vereda, los balcones y pasillos. Después, pudiendo apreciarse desde que culminó el salvaje derribamiento de los portones con la masiva represión de 2017,  cualquier cosa que pueda soldarse es útil para la defensa de un hábitat de difícil mantenimiento, incluyendo la madera de antigua reputación, aunque algunos tuvieron tiempo de contratar sendas láminas de acero, como – bueno mencionarlo – los kiosqueros.

Testimonios, como el de una amiga cercana, muestra el riesgo de la más elemental reparación de los accesos al lugar donde – al menos – se duerme, pues, obra la presunción de un adineramiento imprevisto para ensayar algún hurto, asalto a mano armada o secuestro.  Atorada y rota la puerta metálica del garaje de una casa nada llamativa, heredada de padres laboriosos, incurrió en el error de ordenar una soldadura y tres manos de pintura a pagar poco a poco, pero estuvo asediada por quienes de un modo u otro, ajenos al sitio, tomaron nota de la novedad y procedieron para celebrar tan peculiar negocio que, por fortuna, frustró el convencimiento de unas cuentas bancarias raquíticas de la médico que ya ni automóvil propio tiene.

Por muy serializada que sea la Caracas de pequeñas, medianas o grandes torres, hay muestras de inmuebles de una grata y, a veces, muy elaborada arquitectura que las rejas, muros altos, alambradas eléctricas, ocultan. Muy pocos, se ofrecen tales como vinieron al mundo para asombrarnos por ángulos, espacios y materiales que tienen la  osadía de esculpir al viento.

Disculpándonos por una nueva alusión personal, tras varias décadas de visitar el estado Táchira, nunca se nos ocurrió aprovechar la oportunidad de visitar la otrora rumbosa, insegura y también horripilante ciudad colombiana de Cúcuta.  Lo hicimos hacia el 2013 para almorzar en un restaurante de extraordinaria cocina y nos sorprendió que el local tuviese grandes vidrieras y puertas desprovistas de rejas, como el resto de un vecindario con casas y edificios de útiles terrazas para airearse y asolearse despreocupadamente.

Estamos lejos de imaginar a las principales ciudades venezolanas, con inmuebles desprovistos del artefacto de seguridad. Sin dudas, ya condicionados por los muchos años de infortunios, al apreciar un modesto edificio de la vieja capital (El Universal, Caracas, 08/08/1953),  la impresión inicial es que está desnudo, pues, no pertenece al género indeseado de la arquitectura de prisión que significa toda una costumbre de la mirada empobrecida: una estética petrolera que es la del derrumbe, en contraste con otras latitudes orientales en las que el crudo  permite cotizar y muy bien a los más osados arquitectos,

Reproducción: El Universal, Caracas,08/08/1953.
31/03/2019:
http://www.opinionynoticias.com/opinioncultura/34628-nagarrab-s

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