miércoles, 25 de octubre de 2017

UTÓPICOS Y DISTÓPICOS

EL UNIVERSAL, Caracas, 16 de octubre de 2017
En búsqueda de la utopía venezolana
Alvaro Montenegro Fortique
 
En la obra Utopía de Tomás Moro se observa un buen ejemplo de cómo siempre el hombre ha buscado un mundo ideal y feliz, aún sabiendo que ese lugar no existe. El mismo origen etimológico de la palabra lo revela: Topo, es lugar, U es la negación, el no. O sea que la utopía es un no lugar, un lugar que no existe.

El logo griego niega su existencia por definición, o sea que estamos conscientes de su no existencia. Por eso la utopía siempre representa una promesa, una promesa que no llega, pero no importa si nunca la alcanzamos porque nos llena de esperanza. Allí está la grandeza de la utopía, en que nos hace soñar con un mundo mejor. Con que sí se puede, como afirmaba Barack Obama en su campaña electoral del “Yes we can”.

Sabiendo eso, uno de los mejores publicistas franceses Jacques Séguela, cuando recorre los caminos de la persuasión mediática en las campañas publicitarias que inventa, afirma que “el hombre vive de pan, y de sueños”. Séguela fue el publicista del presidente Francois Miterrand, el mismo asesor que creó para el entonces candidato aquel exitoso eslogan de “La fuerza tranquila”, y más recientemente fue asesor de imagen de Keiko Fujimori en el Perú. Tenemos muchos ejemplos ilustrativos de ese sembrar la esperanza en Venezuela, como aquel del autobús del progreso de Henrique Capriles, que se basaba en la promesa de salir del atraso y entrar por en la modernidad tan aparentemente deseada. “Democracia con energía” fue la promesa que eligió el asesor político de Carlos Andrés Pérez, Joe Napolitan. Otro ejemplo de esperanza nos lo ofrecieron los publicistas brasileños José Dirceu y su equipo, quienes idearon para Chávez “El corazón del pueblo”, que tantos buenos resultados le dio en su campaña electoral.

“Jaime es como tú”, ideado también por Napolitan, prometía que el presidente Lusinchi sería uno más de los nuestros, uno más del pueblo. “Correcto” del candidato Piñerúa Ordaz, apelaba a la utopía de la honestidad política. En fin, la esperanza siempre se puede plasmar en palabras o en eslogans publicitarios en nuestros días, para seguir alimentando el imaginario colectivo de que el mundo ideal sí existe. Esa esperanza es indispensable para el ser humano, porque le permite continuar luchando en esta vida.

Las utopías modernas encuentran su centro, su foco, no en Dios, sino en el hombre. Son utopías antropocéntricas. Ejemplos recientes de ese centro humano son el Mundo Feliz de Aldous Huxley, o la película Matrix. Una mezcla de ambas corrientes, centradas al mismo tiempo en Dios y en los hombres, logra encontrar algunas respuestas más completas a ese devenir permanente de la humanidad que representa la utopía. La promesa judeo-cristiana agregada al logos griego, forman los cimientos de Occidente y permiten a la utopía convivir con la modernidad. Occidente entonces viene dado por una perfecta asociación entre las ideas judeo – cristianas, y el pensamiento griego.

Pero nos interesa saber cómo en Venezuela llegamos, si es que hemos llegado, a esa modernidad. Como la modernidad se basa en utopías, debemos saber cuales son los aportes que hemos hecho a ese debate que parece eterno en el mundo occidental, para desde allí partir a lo que somos hoy como venezolanos. Nuestros mundos de vida, sueños, y esperanzas. El eminente Isaac Pardo reflejó sus ideas en su libro Fuegos bajo el agua: La invención de la utopía. La utopía venezolana parece una mezcla de modernidad mezclada con arraigo. Queremos vivir lo mejor de dos mundos: Por un lado nos encanta disfrutar de las redes sociales, de la música y forma de vestir occidentales, pero por otro lado valoramos muchísimo el afecto y la convivialidad. Por allí camina nuestra utopía.

Fuente:
Fotografía: Google-imagen, tomada de https://www.youtube.com/watch?v=pm9bkSw6RI4

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