1 de diciembre de 2013. 1º domingo de Adviento (A). San Mateo 24, 37-44
Con los ojos abiertos
José Antonio Pagola
Las primeras comunidades cristianas vivieron años muy difíciles.
Perdidos en el vasto Imperio de Roma, en medio de conflictos y
persecuciones, aquellos cristianos buscaban fuerza y aliento esperando
la pronta venida de Jesús y recordando sus palabras: Vigilad. Vivid
despiertos. Tened los ojos abiertos. Estad alerta.
¿Significan todavía algo para nosotros las llamadas de Jesús a vivir
despiertos? ¿Qué es hoy para los cristianos poner nuestra esperanza en
Dios viviendo con los ojos abiertos? ¿Dejaremos que se agote
definitivamente en nuestro mundo secular la esperanza en una última
justicia de Dios para esa inmensa mayoría de víctimas inocentes que
sufren sin culpa alguna?
Precisamente, la manera más fácil de
falsear la esperanza cristiana es esperar de Dios nuestra salvación
eterna, mientras damos la espalda al sufrimiento que hay ahora mismo en
el mundo. Un día tendremos que reconocer nuestra ceguera ante Cristo
Juez: ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento, extranjero o desnudo,
enfermo o en la cárcel, y no te asistimos? Este será nuestro dialogo
final con él si vivimos con los ojos cerrados.
Hemos de despertar y
abrir bien los ojos. Vivir vigilantes para mirar más allá de nuestros
pequeños intereses y preocupaciones. La esperanza del cristiano no es
una actitud ciega, pues no olvida nunca a los que sufren. La
espiritualidad cristiana no consiste solo en una mirada hacia el
interior, pues su corazón está atento a quienes viven abandonados a su
suerte.
En las comunidades cristianas hemos de cuidar cada vez más
que nuestro modo de vivir la esperanza no nos lleve a la indiferencia o
el olvido de los pobres. No podemos aislarnos en la religión para no oír
el clamor de los que mueren diariamente de hambre. No nos está
permitido alimentar nuestra ilusión de inocencia para defender nuestra
tranquilidad.
Una esperanza en Dios, que se olvida de los que viven
en esta tierra sin poder esperar nada, ¿no puede ser considerada como
una versión religiosa de cierto optimismo a toda costa, vivido sin
lucidez ni responsabilidad? Una búsqueda de la propia salvación eterna
de espaldas a los que sufren, ¿no puede ser acusada de ser un sutil
“egoísmo alargado hacia el más allá”?
Probablemente, la poca
sensibilidad al sufrimiento inmenso que hay en el mundo es uno de los
síntomas más graves del envejecimiento del cristianismo actual. Cuando
el Papa Francisco reclama “una Iglesia más pobre y de los pobres”, nos
está gritando su mensaje más importante a los cristianos de los países
del bienestar."
creereenti.blogspot.com/2013/11/comentario-evangelio-del-domingo-1-de.html
Ilustración: Fabienne Rivory.
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