lunes, 16 de diciembre de 2013

REPÚBLICA DE PDVSA

Bolívar, socialismo (y una coletilla)
Luis Barragán


Excedido Bolívar, tiene hoy  infinito usos discursivos, añadida  la dimensión mágico-religiosa. Sirve para las consignas  y los menesteres políticamente más onerosos, convertido – por si faltara poco – en un precursor del mero artefacto verbal construido alrededor del llamado socialismo del siglo XXI.
La lógica ha sido heroica y deificante, asumiendo que fue “todo cuanto se propuso ser, e incluso también aquello que ni siquiera sospechó ser”, como lo ha sentenciado Germán Carrera Damas para introducirnos al sentido realista de quien – además, para despecho de los cultivadoras de la antipolítica – fue, sencillamente, un político (“El culto a Bolívar”, Grijalbo, Caracas, 1989: 73 ss.).
Por lo menos, Chávez Frías pasó por la Escuela Militar y supo del gran caraqueño según la versión que muy bien sintetiza Jacinto Pérez Arcay. Sin embargo, el sucesor, por más que el ahora anciano general lo asesore,  nunca leería “Venezuela heroica” de Eduardo Blanco del bachillerato, contentándose con los estribillos populistas que convierten al héroe en otro prisionero, tal como José Martí lo ha sido de los Castro.
SOCIALISMO (CON) REAL
Distintas circunstancias que no viene al caso citar, impidieron nuestra intervención al considerarse el denominado Plan de la Patria en la Asamblea Nacional. Nos sentimos identificados con lo dicho por Omar González y Vestalia Sampedro, pero quedó el cuestionamiento fundamental que quisimos hacer desde la propia perspectiva que el régimen nominalmente reclama.
Por mucha tinta que invierta el ministro Giordani en los talleres de Vadell Hermanos, antes que en los informes oficiales, memorias y otras cuentas pendientes, el modelo cada vez más se asemeja al cubano que, por cierto, muy poco o nada ha aportado al marxismo. Excepto, la retórica guevarista como saldo de un imaginario social insularmente ya insostenible.
Por lo pronto, reparemos en un circunstancia decisiva, pues, quien dice socialismo, dice lucha de clases. Y al respecto, pudiéramos  constatar cuán infieles son a las enseñanzas de la dupla Marx-Engels, añadidas todas las contribuciones de Lenin en adelante, las cuales – por lo demás -  pasaron por el examen casi irrefutable de François Furet. Éste – glosando la compilación hecha por Lucien Calvié -  parte de la dialéctica de lo real y lo imaginario, la contradicción entre el hecho y su representación (“Marx y la revolución francesa”, 1986), ejemplificando concretamente los aportes realizados en “Pensar la revolución francesa” (1978).
En el terreno de las presunciones, respondiendo directa e inexorablemente a la realidad rentista venezolana, olvidada la convencional alianza obrero-campesina, la yunta cívico-militar constituye la mejor expresión de una lucha de los sectores burocráticos y clientelares por confiscar y administrar los ingresos petroleros. La República de PDVSA, la que realmente somos,, experimenta un conflicto que es propio del reparto, donde el visado obviamente lo concede la subordinación político-partidista de la que se haga gala.
Puede aseverarse, acudiendo a otras escuelas sociológicas,  distintas – pero complementarias – a Marx, que, por una parte, la lucha de clases no se verifica, como le escuchamos a un parlamentario guayanés en la cámara, por el burdo asesinato de un dirigente sindical al sur del país, sino por las recurrentes y silenciosas rebatiñas que los privilegios, recursos y servicios del Estado, suscita. Bastará con punzar el bisturí en las devaluaciones recientes, adentrándolo en CADIVI, para identificar a los actores – nombres y procedencias – de un conflicto cuidadosamente enmascarado, acaso por la crudeza de los delitos ordinarios que acarreó; o en los registros y notarías que muy difícilmente abrirían sus archivos para actualizar un clásico como “La oligarquía del dinero” de Domingo Alberto Rangel (1972), dándonos otra pista: el oficialismo  está anclado en los viejos estudios de las clases sociales en Venezuela, reacio a dar una versión renovada del fenómeno que  explicar su proyecto histórico:  diferente al programa electoral de Chávez Frías que acentúa una perspectiva  de la doctrina de seguridad y defensa, más que el desarrollo de otro modo, fuerzas y relaciones de producción.
Nada fortuita es la coincidencia entre el liderazgo político y el militar, sustentados por los ejecutivos de la determinante empresa petrolera que ha pagado el altísimo costo de su endeudamiento y desindustrialización, como tampoco es fruto del azar la importancia protagónica que prácticamente convierten en un triunvirato a quienes encabezan los tres sectores. Y, completando nuestra hipótesis, establecen diversos vínculos con una (boli) burguesía emergente que, superados los antiguos capitanes invocados por Rangel, lo autoriza; y reduce lentamente las 18 clases sociales, propias de las remotas bonanzas petroleras, que Roberto Briceño-León identificó (“Venezuela: clases sociales e individuos, 1992),  expuestas – en distintos grados y matices – a la pérdida de calidad de vida, la inseguridad personal, el desempleo o el desabastecimiento, entre otros de los problemas capaces de simplificarlas y concederles una identidad todavía pendiente, aunque propensas a convertirse en populacho.
Monopolizador de las divisas, el Estado sufre enormes lesiones que, por obra del hiperestatismo, paradójicamente lo desestatizan. Única y exteriormente es fuerte en el ejercicio de la violencia, resistida su dirección a controles así fuesen de naturaleza parlamentaria, debilitándose interiormente para responder a las expectativas y demandas de la población. 
Visto lo anterior, nada casual es la intención de transferir los problemas esenciales a las comunidades, mediante la creación, delegación y sostenimiento de las junta comunales afectas que librarán sus propios conflictos para solventar asuntos de una envergadura y gravedad que los supera, sin que resuenen directamente en las altas camarillas del poder. Y, privatizándolo, la creciente multiplicación de las fundaciones que ejecutan las inevitables políticas públicas que, por un lado, disponen de importantes recursos del Estado; y, por otro, las dispensan cada vez más del control fiscal y de las relaciones jurídico-administrativas que otras  identidades de pleno derecho público comportan, generando así otros sectores sociales medios, junto a los más modestos y afortunados contratistas y proveedores del Estado literalmente hecho divisa.
En esta otra etapa de la Venezuela Saudita, el billón y tanto de dólares acumulados por más de catorce años, ha logrado una confidencial transformación de la sociedad, clases, sectores y relaciones, que el liderazgo estatal está muy lejos de reconocer, siendo su principal beneficiario. Así, entendemos que imagine y represente la oferta socialista lo más amable y abstractamente posible, reducida a un combate entre los revolucionarios y la extrema derecha, entre los soberanistas y los apátridas, entre los sensibles benefactores y los vulgares especuladores, y – en definitiva - entre el chavismo y la burguesía amarilla, evadiendo las realidades de una clase obrera que no representan, porque la liquidaron, y de un socialismo rentista agobiado por la lucha de sus camarillas.
Por si  fuese poco, presumiéndolo casi de cuño manchesteriano, todos los fracasos, yerros y equívocos, lo imputan al capitalismo y, en la Asamblea Nacional, a sus portavoces, empleados, becados y – los más – cachifos o sirvientes. Y, siendo el caso, el lenguaje soez escamotea una lucha que no es de clases, sino una constante y degenerada reyerta de quienes temen perder los privilegios, recursos y servicios que facilita la renta internacional.
Puede concluirse, la “clase” más elaborada hasta lo momento, surge de los impensables hornos carcelarios. Nunca antes, ni siquiera en las filas del populacho que amasó el fascismo europeo, había surgido el “pran”,  esbozando el soporte de las mafias nacidas en década y media, seguramente parecidas a las rusas de ahora.
La retórica del tal Plan de la Patria, esconde los procesos reales. Precisamente, el de un socialismo que se hace con real petrolero.
COLETILLA
Desde su inauguración, el Metro de Caracas cuidó de una simbología que no se identificase con partido alguno, ni siquiera con aquellos que eran gobierno al inaugurarse e innovarse. Desde el logotipo hasta el uniforme de los trabajadores, procuró darle una identidad propia o característica a la muy profesionalizada actividad comercial.
A finales del presente año,  los directivos de la empresa decidieron olvidar el  tradicional color del uniforme para el subterráneo y los buses, enrojeciéndolos.  Quizá una determinación del más alto nivel que suponemos ocupado en otros menesteres más trascendentes,  la mejor apuesta es la de señalar a los ejecutivos del transporte, pues, en esa competencia por ser más papistas que el Papa, apenas es una locura menor frente a otras vistas a lo largo y ancho de la administración pública.
Estribillo: aunque lo comprendemos, luce injustificable que los candidatos ganadores tomen  tan inmediata posesión de sus cargos,  temerosos de un sabotaje.  Parece obvio, algo muy distinto es la campaña a la delicada formación de gobierno.

http://www.analitica.com/va/sociedad/articulos/8212530.asp
Reproducción: Fantonches, Caracas, 18/12/1937.
Brevísima nota LB: Nótese el ciertos sesgo positivista de entonces, por muy progresista que fuesen los que hacían "Fantonches".

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