domingo, 15 de diciembre de 2013

TESTIMONIO

EL NACIONAL - LUNES 9 DE AGOSTO DE 1999 / OPINION
Yo no comparto el crimen
Germán Carrera Damas

Cuando volví, después de diez años de exilio, en mayo de 1958, ya había tomado la decisión de alejarme, y mantenerme alejado, de toda militancia partidista. Había vivido una experiencia que me hizo perfeccionar esa decisión, largo tiempo madurada. Topé con la para mi inaceptable pretensión de que debía "dar a leer" mis incipientes trabajos históricos a una comisión calificadora, para su aprobación.
Por si esto fuera poco, no disimulaba mi desacuerdo con el dogma historiográfico por cuya pureza velaba la tal comisión. Fundamentales en ese dogma eran tres ruedas de molino con las que yo debía comulgar para contar con el beneplácito de los guardianes del dogma. La primera estaba representada por el José Tomás Boves repartidor agrario, de clara inspiración agrarista mexicana. La segunda estaba conformada por el Ezequiel Zamora revolucionario avanzado, si no socialista, sin base documental confiable y como contrapeso a la figura de Antonio Guzmán Blanco. La tercera era nada menos que la del Simón Bolívar demócrata ejemplar. En esto último la ortodoxia seudo marxista se daba la mano con el bolivarianismo ultramontano, de tan triste ejecutoria.
No podía tragar la rueda de molino representada por el agrarismo de Boves, reivindicado con motivo del debate sobre la ley de reforma agraria. Me lo impedía un estudio, entonces no del todo sumario, de la cuestión, si bien admitía la existencia de "la cuestión agraria". Un estudio historiográfico crítico, recogido en mi obra Boves: aspectos socioeconómicos de la independencia, me llevó a descartar por completo el pretendido agrarismo de Boves.
La segunda rueda de molino, representada por la pretendida condición revolucionaria y aun socialista de Ezequiel Zamora, invocada como precursor de la ahora procurada revolución socialista, me llevó a hacer un estudio histórico-historiográfico crítico de la Guerra Federal y su significación socio política e ideológica. El resultado, recogido en mis obras Venezuela: proyecto nacional y poder social y Formulación definitiva del proyecto nacional, 1870-1900, es que no ha sido presentada la base documental imprescindible para sostener semejante interpretación, pese a que hay pruebas documentales de que en ese momento era conocido en Venezuela el debate europeo sobre socialismo y comunismo.
La tercera rueda de molino planteaba especiales dificultades. La proposición de Simón Bolívar como símbolo de la lucha por la democracia y aun por el socio-fidelismo, me parecía, de entrada, un exabrupto. Este choque intelectual intensificó una preocupación nacida de la incongruencia que advertía entre lo bien que se habían servido las dictaduras venezolanas de la figura y el pensamiento de Simón Bolívar, y la propensión que mostraban los sectores democráticos a "rescatar" esos valores.
Mi preocupación llegó al punto de temer por el destino de la naciente democracia institucionalizada, si tomaba el camino ideológico de las dictaduras de Antonio Guzmán Blanco, Juan Vicente Gómez Chacón, Eleazar López Contreras y Marcos Pérez Jiménez. Veía en la invocación bolivariana acrítica un peligro para la consolidación del poder civil en la incipiente democracia venezolana. Mis primeras inquietudes a este respecto las publiqué en mayo de 1960, bajo el título "Los ingenuos patricios del 19 de Abril y el testimonio de Bolívar".
El considerable escándalo que suscitó el mencionado artículo me estimuló para emprender un estudio sistemático de la cuestión. El resultado fue mi obra El culto a Bolívar, que también ha suscitado cierta controversia. La tesis fundamental de la obra es que el fenómeno psicosocial iniciado espontáneamente como un culto del pueblo, fue convertido por la clase dominante en un culto para el pueblo. Es decir que pasó de ser expresión de admiración y agradecimiento a ser un instrumento de manipulación ideológica del pueblo, al servicio de las causas dictatoriales, despóticas o de dudosa calidad democrática. Mi recordado amigo Luis Castro Leiva me hizo el honor de tomar el tema, y de llevarlo a un nivel de análisis que desarrolló el alcanzado en mi estudio histórico-historiográfico crítico.
En los tres casos comentados, pero sobre todo en el concerniente a la infundada proyección democrática de Simón Bolívar, quise contribuir a fortalecer la institucionalización de la democracia venezolana. Mi ingenuidad quedó al descubierto cuando observé al Presidente de la República, como parte de la conmemoración del Bicentenario del nacimiento Simón Bolívar, aguardando a la puerta de la iglesia de San Francisco la desmirriada comitiva que, con fondo de autobuses, recorrió la avenida Sucre simbolizando la entrada victoriosa de El Libertador en 1813.
Me quedé corto en mi asombro. Todo indica que el jueves 5 del presente habremos presenciado un remedo del Congreso instalado en Angostura el 15 de febrero de 1819.
Desde el fondo de mi conciencia democrática, consecuente en el ejercicio responsable de mi oficio de historiador, y reivindicando la serena admiración, fundada en el conocimiento histórico crítico, que siento y he expresado, por Simón Bolívar, estoy obligado a exclamar, siguiendo a Pablo Neruda: "Yo no comparto el crimen".
gcarrera@cantv.net


Reproducción: Portada. Revista de las Fuerzas Armadas, Caracas,  12/1946, nr. 06.

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