domingo, 14 de junio de 2020

ESTANTERÍA

Del ministro perfecto
Luis Barragán

Centenares o, mejor, miles de ministros y viceministros, trillaron el siglo XXI venezolano.  La usurpación agigantó de tal manera el poder central, que las reuniones de gabinete se hacen impensables, como ocurre con la sola realidad idea de la reunión personal de quien ahora se dice el jefe de gobierno con sus ejecutivos para lo que antes se concebía como la obligada evacuación de los llamados puntos de cuenta.

La alta rotación aún en despachos tenidos como técnicos, no negará jamás la existencia de sendas roscas políticas y comerciales en pugna permanente, con figuras más o menos constantes en las altas nóminas. Acá, algún día, más allá de los nombramientos estampados en la Gaceta Oficial, habrá que hacer una suerte de sociología de la nomenclatura gobernante por dos décadas, quizá como pacientemente, en España, lo hizo Amando de Miguel y los ministros de Franco, incluso, descubriendo varios periodos de contraste, por sus orientaciones y condiciones de acuerdo a las circunstancias.

No sabemos cuán lejos llegará la propaganda de autovictimización, cuando superemos el presente régimen, pero será difícil que el hecho de haber ejercido un (vice) ministerio con Chávez y Maduro, sea motivo de distinción, como sucedió con los que fueron de Allende, pues, además de la corresponsabilidad ineludible en el desastre,  esta «nobleza» política en ciernes, parece imposible al tratarse de una infinidad de funcionarios que incluye a muchos desertores, oportunistas y agazapados. Entonces, el ministro perfecto, supuesta, política y moralmente autorizado para dar testimonio de la revolución halagada, no se verá en el futuro, sino en el real ejercicio del presente, mientras que sobreviva a las naturales rencillas internas del poder.

Lo es, porque nadie lo controla, mandando a sus anchas, mientras no toque los intereses de los pares que representen a las otras mafias concursantes de la usurpación. No tiene que ir al parlamento para alguna interpelación, tampoco responder a las preguntas de la prensa;  maneja el presupuesto (si es que lo hay), a su antojo y si hay diferencias qué dirimir, contraloría adentro, se hacen los ajustes técnicos del caso; faltando poco, no responde por sus áreas de trabajo, ya que – salvo a los contratistas con los que está bien concertado – un problema de salud pública, electricidad, finanzas, orden público, o cualesquiera políticos, se convierte en un asunto existencial del régimen que lo releva hasta de dar la cara a los medios, garantizándole el anonimato.

El ministro perfecto es el que no responde por sus actos a nadie, con la obvia salvedad de hacerlo ante quien recomendó y afianzó su nombramiento, permitiéndose planificar su futuro ascenso a una cartera acaso más decisiva, o retirarse a tiempo para huir por las buenas o por las malas a disfrutar de los «ahorros», por supuesto, en el exterior. Son tantos los funcionarios de alto nivel que los parlamentarios, como nunca antes ocurrió, no sabemos a ciencia cierta quiénes son y la duración exacta en los cargos, ya que jamás declaran y, más que periodistas que le ayuden en una faena prescindible, cuentan con relacionistas públicos que les facilitan una labor absolutamente fatua: la de cordializar con los posibles competidores en
casa.

02/06/2020:
http://www.ventevenezuela.org/2020/06/02/del-ministro-perfecto-por-luis-barragan/

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