domingo, 27 de diciembre de 2015

NECESARIA CONTEXTUALIZACIÓN



La familia de Nazaret y nuestra vida en familia
Marcos Rodríguez

Hoy podría resultar interesante un contexto histórico, por eso vamos a hacer un pequeño análisis de lo que era la familia en tiempo de Jesús. Solo así estaremos en condiciones de comprender lo que nos dice el evangelio.
En aquel tiempo no existía la familia nuclear, formada por el padre la madre y los hijos. En su lugar los estudios sociológicos se encuentran con el clan familiar, o la familia patriarcal. El control absoluto pertenecía al varón más anciano. Todos los demás miembros: hijos, hermanos, tíos, primos, esclavos, etc. formaban una unidad sociológica. Este modelo ha persistido en toda el área mediterránea durante miles de años. En algunas regiones aún se conserva.
Cuando un miembro varón se casaba, la esposa entraba a formar parte de la nueva familia, olvidándose de la suya propia. La ceremonia principal de la boda consistía en conducir a la novia de casa de su padre a la casa del novio (aquí “casa” tiene el significado de clan). Cuando se casaba una mujer, se despedía de su casa y se integraba en la del marido.
Todos los miembros de la familia, formaban una unidad de producción y de consumo. Pero la riqueza básica del clan era el honor. Sus miembros estaban obligados a mantenerlo por encima de todo. La vergüenza de un miembro era la vergüenza de toda la familia. Por eso el deber primero de todos y de cada uno, era mantener el estatus social limpio de toda sospecha.
No era sólo una cuestión social, sino también económica. Las relaciones económicas eran inconcebibles al margen de la honorabilidad y el prestigio familiar. Era vital para el clan que ningún miembro se desmandara y malograra el bienestar de toda la familia. Esto no quiere decir que no tuvieran los esposos relaciones especiales entre ellos y con los hijos. Incluso podían tener su casa propia, pero nunca gozaban de independencia.
Esta perspectiva nos permite comprender mejor algunos episodios de los evangelios. El que acabamos de leer es un ejemplo. Desde la idea de una familia formada por José, María y Jesús, es incomprensible que se volvieran de Jerusalén sin darse cuenta de que faltaba Jesús. Si todo el clan (de treinta a cincuenta personas) sube a Jerusalén, como familia, los varones estarían juntos, las mujeres lo mismo y los jóvenes andarían por su lado, sin preocuparse demasiado los unos de los otros, porque la seguridad la daba el grupo.
Otros pasajes también se explican mejor desde esta perspectiva:
“Al enterarse ‘los suyos’ se pusieron en comino para echarle mano, pues decían que había perdido el juicio”. (Mc 3, 20-21)
Lo que pretendía su familia era impedir que siguiera por el camino que había emprendido. Trataban de evitar una catástrofe, para él y para todo el clan.
El tiempo les dio la razón. Un poco más adelante…
“Una mujer dice a Jesús: tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan. Jesús contestó: Y ¿quiénes son mi madre y mis hermanos?
(Mc 3, 31-34)
Este episodio lo recogen también Mt 12, 46-50 y Lc 8,19-21.
De una manera clara se nos está diciendo que para llevar a cabo su obra, Jesús tuvo que romper con su clan, lo cual no supone para nada que rompiera con sus padres.
En Juan sus hermanos le piden que suba a Jerusalén y se manifieste al mundo. Dice el evangelio:
“Sus hermanos hablaban así, porque ni siquiera ellos creían en él”.
(Jn 7,2-8)
Hay otro aspecto que también se explica mejor desde este contexto. La costumbre de casarse muy jóvenes (las mujeres a los 12 -13 años y los hombres a los 13-14). Era vital adelantar la boda, porque la esperanza de vida era de unos treinta y tantos años y a los cuarenta eran ya ancianos. En el ambiente que tenían que vivir, no era tan grave la inexperiencia de los recién casados, porque seguían bajo la tutela del clan. También la responsabilidad de criar y educar a los hijos era tarea colectiva, sobre todo de las mujeres.
Jesús no se sometió a ese control porque le hubiera impedido desarrollar su misión. Fijaros el ridículo que hacemos cuando en nombre de Jesús, predicamos una obediencia ciega, es decir, irracional, a personas o instituciones. Cuando creemos que el signo de una gran  espiritualidad, es someter la voluntad a otra persona, dejamos de ser nosotros mismos. La explicación que acabo de dar, pretende armonizar la responsabilidad de Jesús con su misión y el cariño entrañable que tuvo que sentir, sobre todo por su madre.
El relato evangélico que acabamos de leer, está escrito ochenta años después de los hechos; por lo tanto no tiene garantías de historicidad. Sin embargo, es muy rico en enseñanzas teológicas. No hay nada de sobrenatural ni de extraordinario, en lo narrado. Se trata de un episodio que revela un Jesús que empieza a tomar contacto con la realidad desde su propia perspectiva. Justo a los doce años empezaban a ser personas, a tomar sus propias decisiones y a ser responsables de sus propios actos.
Sentado en medio de los doctores. Los doctores no tienen ningún inconveniente en admitirle en el “foro de debate”. Tiene ya su propio criterio y lo manifiesta. Se sitúa al mismo nivel que ellos como maestro de lo que de verdad le va a interesar en su vida: su Padre.
Sus padres no entienden nada. Se está fraguando la ruptura que después manifiestan todos los evangelistas. Lucas está preparando lo que va a significar toda la vida pública, adelantando una postura que no es de niño, sino de persona responsable y autónoma.
No es difícil imaginar que sus padres no lo comprendieran. La verdad es que fue, para casi todos los que le conocieron incomprensible la calidad humana del que se llamaría a sí mismo hijo de hombre.
Sigue el texto diciendo: siguió bajo su autoridad, pero ya ha dejado claro que su misión va más allá de los intereses de su clan.
La última referencia es también un aldabonazo a nuestro empeño en hacerle Dios antes de tiempo. Dice el texto que Jesús crecía en estatura en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres
Debemos buscar la ejemplaridad de la familia de Nazaret donde realmente está, huyendo de toda idealización que lo único que consigue es meternos en un ambiente irreal que no conduce a ninguna parte.
Sus relaciones, aunque se hayan desarrollado en un marco familiar distinto del nuestro, pueden servirnos como ejemplo a nosotros, en nuestro propio modelo de familia. Lo importante no es la clase de institución familiar en que vivimos, sino los valores humanos que desarrollamos, cualquiera que sea el modelo donde tenemos que vivirlos.
Jesús predicó lo que vivió. Si predicó el amor, es decir, la entrega, el servicio, la solicitud por el otro, quiere decir que primero lo vivió él. El marco familiar es el primer campo de entrenamiento para todo ser humano. Todo ser humano nace como proyecto que tiene que ir desarrollándose a lo largo de toda la vida con la ayuda de los demás.
Debemos tener mucho cuidado de no sacralizar ninguna institución. Las instituciones son instrumentos que tienen que estar siempre al servicio de la persona humana. Ella es el valor supremo.
Las instituciones ni son santas ni sagradas. Con demasiada frecuencia se abusa de las instituciones para conseguir fines ajenos al bien del hombre. Entonces tenemos la obligación de defendernos de ellas. Claro que no son las instituciones las que tienen la culpa. Son algunos seres humanos que se aprovechan de ellas para conseguir sus propios intereses a costa de los demás.
No se trata de echar por la borda una institución por el hecho de que me exija esfuerzo. Todo lo que me ayude a crecer en mi verdadero ser, me exigirá esfuerzo. Pero nunca puedo permitir que la institución me exija nada que me deteriore como ser humano; ni siquiera cuando me reporte ventajas o seguridades egoístas.
La familia sigue siendo hoy el marco privilegiado para el desarrollo de la persona humana, pero no sólo durante los años de la niñez o juventud, sino durante todas las etapas de nuestra vida. El ser humano sólo puede crecer en humanidad a través de sus relaciones con los demás. La familia es el marco insustituible para esas relaciones profundamente humanas.
Sea como hijo, como hermano, como pareja, como padre o madre, como abuelo. En cada una de esas situaciones, la calidad de la relación nos irá acercando a la plenitud humana si todo encuentro con el otro lo aprovechamos para desplegar nuestra capacidad de amar.
Los lazos de sangre o de amor natural debían ser puntos de apoyo para aprender a salir de nosotros mismos e ir a los demás con nuestra capacidad de entrega y servicio. Las relaciones familiares tenían que enseñarnos a dejar nuestro individualismo y egoísmo. Si en la familia superamos la tentación del egoísmo amplificado, aprenderemos a tratar a todos con la misma humanidad.
En ninguna parte del Nuevo Testamento se propone un modelo de familia, sencillamente porque no se cuestiona el modelo de familia existente en aquel tiempo. Debemos tener esto muy en cuenta cuando en nombre del evangelio queremos imponer un modelo determinado de familia.
La predicación de Jesús no va encaminada nunca a defender las instituciones, sino a las personas que la forman. En cualquier modelo de familia lo importante es el amor, que Jesús predicó y que debemos desarrollar en cualquier circunstancia que la vida nos plantee.
Meditación-contemplación
No sería mala idea hacer hoy la meditación todos juntos en familia.
Piensa: ¿Qué sería yo sin los demás?
Nada, absolutamente nada. Ni siquiera mi existencia sería posible.
Si los que te rodean han hecho posibles que tú seas,
¿es mucho pedir, que tú ayudes a los demás a ser?
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¿Cómo podría la araña tejer su tela
si no tuviera puntos de apoyo para fijar su trama?
Tu vida depende de esos puntos de apoyo.
Deja que otros se apoyen en ti para tejer su propia vida.
Es la única manera de vivir tú a tope.
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La familia es el primer campo de entrenamient
para alcanzar humanidad.
No dejes de entrenarte cada día.
Pero la verdadera batalla hay que ganarla en la relación con los de fuera.

Fuente:
Cfr.
Ilustración: Lucas Cranachthe Elder.

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