EL NACIONAL - VIERNES 3 DE DICIEMBRE DE 1999 OPINION
Juego de palabras
Jesús Sanoja Hernández
Ahora es Chávez quien presagia guerra civil si el "no" se impone el 15 de diciembre. Antes había pronosticado historiador de fama y agudo analista, que si Chávez triunfaba eso abría las puertas a la guerra civil, cuyo ciclo parecía cerrado con la batalla de Ciudad Bolívar en 1903. Ni ahora ni entonces, ni a comienzos de los sesenta cuando Caldera y Pompeyo Márquez debatieron sobre el punto, he creído en la posibilidad de una contienda intestina. La lucha armada de los tiempos de Leoni y Betancourt ("la guerrita", como algunos la llamaban) resultó experimento fracasado y si tuvo algún logro fue todo lo contrario del que se proponía consolidar al naciente bipartidismo. Aquello que esgrimía García Ponce en Pueblo y Revolución, apropiándose de terrible frase bolivariana (que la guerra sería a muerte), no pasó de ser una invocación talmúdica y sin futuro.
Ahora es Chávez, desde sus latigazos simbólicos en Apure hasta sus discursos rompecronómetros, quien afirma que acabará con la corrupción. Pero antes fue Betancourt, en nombre de la "democracia revolucionaria" que AD adelantaba con militares como Pérez Jiménez, quien sostuvo que Venezuela entraba en el período de "la moralización administrativa" y creó por decreto, de paso, el Jurado de Responsabilidad Civil y Administrativa, en cuya lista de condenados estuvieron Medina Angarita, López Contreras, Uslar Pietri, ex ministros y familiares de los gobernantes "prerrevolucionarios". Apeló Betancourt entonces y luego, durante su mandato constitucional, para darle piso a sus gestiones de "manos limpias", a citas del Libertador que igualmente han servido a los del atentado contra Antonio Ríos, a Piñerúa y a los neobolivarianos del MVR.
Ahora es Chávez quien lapida a los partidos (a los de la dupleta tradicional), pero antes fueron los octubristas con su condena al PDV medinista y los ideólogos gomecistas con su ofensiva contra cualquier partido en momentos en que no existía ninguno. Como escribí en una oportunidad: "La prédica de Arcaya, Vallenilla Lanz, Gil Fortoul, Andara y tantos otros próceres civiles del gomecismo fue tenaz contra la democracia y los partidos políticos. Sirvió para inocular el veneno de la dictadura, del gendarme necesario y del jefe único". Y otro Vallenilla (Planchart por apellido materno, aunque usó el Lanz heráldico), con el seudónimo de RH y en el diario oficial El Heraldo, predicó que con el Nuevo Ideal Nacional los partidos tenían un destino común, el basurero.
Estos juegos de palabras, cartas intercambiables que sirven al mismo tiempo a "patriotas y realistas", los traigo a colación con motivo del 15 de diciembre, cuando seguramente, tras mucha meditación, votaré de una manera singular, atípica y minoritaria, en el entendido que las decisiones de los venezolanos quedarán divididas entre el "sí" y el "no". En vez de abstenerse, votaré nulo, marcando "sí" y "no". Al voto nulo lo combatí a lo largo del proceso de 1973, cuando parte de la izquierda armada, y desarmada, defendió esa opción como la única posible para un "revolucionario digno". Creí entonces que frente a AD y Copei había alternativas, representadas en la alianza MAS-MIR y en la Nueva Fuerza, lamentablemente separadas cuando debieron concurrir unidas. Adicionalmente, y el punto no es de segundo orden, en 1973 se escogía Presidente de la República y Congreso, proceso quinquenal donde las ubicaciones tendían a ser ideológicas y partidistas, y en 1999 lo que se busca es darle el voto afirmativo o negativo a una constitución. Se trata de un referéndum y no de una elección, y tal referéndum convoca no a una materia en particular sino a la totalidad del texto constitucional. El que vote "sí" votará por una carta magna que consagra importantes derechos, pero que a la vez incluye artículos que, para mí, son reprobables: la reelección inmediata por períodos sexenales, la acentuación del poder presidencial con el vicepresidente escogido a dedo y la Asamblea Nacional unicameral, y la posibilidad de una creciente militarización.
Eso me producirá, creo que inevitablemente, a no marcar el "sí". Por el lado contrario, marcar el "no" significaría retroceder, más que a la constitución de 1961, al uso y abuso que de ella hicieron los privilegiados de la cuarentena y, por lo mismo, los culpables del desastre. Nunca me cansaré de repetir que Chávez, con el 4F, les dio la oportunidad que cobardemente rechazaron. La reforma constitucional de 1992, que contaba con un anteproyecto muy valioso, se quedó entonces a mitad de camino. Allí se contemplaban casi todas las reformas (y tal vez mejor elaboradas) contempladas por la Constituyente de un septenio después.
Mi voto nulo, repito, no es abstención. Representa una particular fórmula de rechazo al presidencialismo autoritario y al pasado que se niega a reconocer sus culpas.
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