miércoles, 4 de diciembre de 2013

DESTAPE

EL NACIONAL - Domingo 01 de Diciembre de 2013     Siete Días/7
El ministro de la franela rosada
TULIO HERNÁNDEZ

Aún la nación no había terminado de recuperarse de las imágenes fatídicas del fallido golpe militar del 4 de febrero, cuando el 27 de noviembre de1992 otro grupo de militares, violando igual el juramento constitucional, intentó un nuevo golpe, aún más fallido, sangriento, ridículo y cobarde que el anterior.
Si el 4 de febrero nos había dejado boquiabiertos a quienes creíamos que esas operaciones brutales de militares matando gente para hacerse del poder político eran asunto del pasado, el 27 de noviembre, luego de la imagen bufa de los pilotos golpistas lanzando bombas que no daban en el blanco ni estallaban y oficiales cobardes bombardeando la escuela donde se habían formado, entendimos como una revelación maligna las premoniciones de Ramón J. Velásquez.
Pocos días después del sofocado golpe de febrero, ya lo he citado varias veces, Velásquez nos había dicho: "Alguien abrió la tapa del infierno donde varias generaciones de venezolanos, al costo de vidas, exilios, torturas y prisiones, habíamos encerrado los demonios del militarismo. Ahora los demonios andan sueltos y yo no sé cuántas décadas les llevará a ustedes volverlos a encerrar".
El hombre que hablaba era senador de la República y tenía entonces 77 años de edad.
Quienes le escuchábamos, estábamos en promedio todavía en la treintena. Escribo esta nota hoy miércoles 27 de noviembre de 2013. El historiador tachirense cumplirá mañana 98 años. Los "muchachos" que íbamos a escucharlo a su oficina del Palacio Federal hace rato que cruzamos el umbral de los cincuenta. El jefe militar que lideró el golpe de febrero y planificó el retorno del militarismo está muerto. Pero, dos décadas y un año después de su entrada en escena, escupiendo balas y segando vidas, el militarismo tiene cada vez más poder en un país convertido en una suerte de perezjimenismo del siglo XXI.
Si el 4 de febrero fue el día del nacimiento de una estrella pop de la política latinoamericana ­mitad Che Guevara, mitad don Francisco, mezcla de Evita Perón con Laura de América­; el símbolo más acabado del 27 de febrero fue "el gordito de la franela rosada". Así bautizo José Ignacio Cabrujas al hombre que apareció en la televisión como una especie de guardaespalda del "teniente de bigotillos" que, luego del asesinato a mansalva de dos de los porteros, entró a los estudios de Venezolana de Televisión para ofrecer un confuso mensaje insurreccional.
Cabrujas caracterizó muy bien al telón de fondo: "Inexpresivo... triponazo, desaliñado, de franela mal metida en la pretina... mondonguero esencial y ubicado a la izquierda del televisor como una cariátide de Borneo celebrando el día de la tocineta". Pero se equivocó. Cabrujas concluyó que la presencia del gordo, su terrible aspecto, generaría un rechazo contra los insurrectos, una derechización automática del país, y ya sabemos que a la larga no fue así.
"¡Ahí viene el gordo de la franela rosada!" suponía nuestro autor que gritaría "una nación estupefacta que por momentos vio en ese coco el comienzo de una era signada por el chicharrón suicida, un tenebroso período de onoto fundamental y latica guardada de bombillo de 25 y radiecito Philco.
Algo siniestramente yuquero como el mismísimo demonio que azota nuestras conciencias mientras imaginamos, no sin cierta esperanza, el progreso nacional desde 1947 hasta nuestros días".
En cambió, acertó cuando escribió: "La imagen de Pérez derrocado a bombazos me resulta no sólo repugnante, sino inútil, entre otras razones porque un gobierno surgido de semejante violencia, un gobierno de coplillas `revolucionarias’, el régimen de la franela grosera, sería el regreso a lo que el mundo contemporáneo ha abandonado por oscuro, inútil y sobre todo irracional".
Cabrujas murió tres años después. No pudo enterarse de que el gordo de la franela rosada iría a Miraflores. Que el chicharrón suicida no era el coco sino la nueva y triunfante ética gubernamental.

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