viernes, 24 de septiembre de 2010

petrolidad


EL NACIONAL - Sábado 15 de Agosto de 2009 Papel Literario/6
Incredulidad
OSCAR RODRÍGUEZ ORTIZ

Ante todo, el enigma de un título y, desde luego, el cauce al que somete la expectativa del lector. No se resuelve tampoco en los capítulos finales. ¿En qué no cree, en qué ha dejado de creer? Mejor todavía: ¿en qué no quiere creer el autor, puesto que se trata de su obra más personal? Ya en las primeras páginas se percibe que no es un título cualquiera, indistinto o comercial, para llamar la atención o vender. Incredulidad ante los consensos personales y sociales como los que en Venezuela se dice aportan la educación y la universidad al individuo y la colectividad. Miguel Ángel Campos los refuta furioso y desesperanzado. Ya tenemos aquí dos propiedades de la obra. En la primera porción del libro su escritura se turba seguramente llevada por el asunto que discute. Sus varios años de docencia lo han conducido a la terrible conclusión de que el esfuerzo mayor de los estudiantes y de la institución superior es cumplir a cabalidad con las tramitaciones burocráticas semestrales en lugar del propósito de aprender y enseñar. Verifica también que la vida en sociedad de los venezolanos está dominada cada vez más por la tramitación ante el Estado, cuya máxima entidad es la obtención y renovación de la cédula de identidad. Se vive para el cumplimiento del trámite. Con eso basta.

Lógicamente, la incredulidad se espesa al recorrer los lenguajes y razonamientos políticos de la actualidad venezolana, de todas las tendencias, y las visiones y conclusiones que ambas sacan de la realidad.

No es una postura ni-ni, sino una angustiada verificación de los hechos que impiden su racionalización acerca de lo que ocurre en el país y de lo que la nacionalidad puede alcanzar. Al respecto el libro contiene el trémulo testimonio de la experiencia emocional de tratar de entender, sin los clichés de las consignas políticas, los sucesos del 10 al 13 de abril de 2002. Da voz a muchos aunque no es la voz de los muchos. Incredulidad entonces, también, respecto a los resultados cognoscitivos de las Ciencias Sociales que a la larga pasan nuevamente por la tramitación. Campos es sociólogo de formación, de la que felizmente ha desertado por la literatura y el ensayo socio-histórico sobre el país, particularmente la nación del siglo XX presente en todos sus libros y artículos. Incredulidad sería pues mucho más que desconfianza y algo más cercano al escepticismo o si se quiere al agnosticismo respecto a cualquier idea en tanto convenida. Recordaría aquella distinción que hacía Ortega y Gasset entre ideas y creencias. Campos la emprende contra las recurrentes creencias venezolanas. Pero no se crea que su libro es un catálogo de desmañados combates quijotescos irracionales contra la mitología nacional.

En el primer tercio del libro Miguel Ángel Campos asoma su historia personal, acaso como entonación de la historia social y literaria de la que está tratando. Como en los cuadros del Renacimiento, el autor se pinta en un costado y es parte de la escena.

Lo que se medita lo ha vivido en carne propia. El ensayo adquiere pues un tono personal y biográfico indisolublemente unido a la materia sobre la que reflexiona. Esto es dirimir la naturaleza del género ensayo y el gran tema o contenido que ha tenido el autor como objeto de su vida intelectual. Forma y contenido --decía Bujarin-- son una unidad, pero una unidad de contradicciones. Se esboza así la historia de una familia trujillana que en busca de un futuro viaja al Zulia. Y no es una historia de los legendarios años veinte, sino que ocurre en los cincuenta y en los años sesenta del siglo XX.

Miguel Ángel es llevado de niño a la porción limítrofe de Trujillo con el Zulia e instalado en un sitio llamado Concesión Siete, que ni siquiera es un pueblo. Su madre es la fundadora del servicio de enfermería. Entre el tránsito y la instalación en el otro lugar está el símbolo de un árbol, en este caso un caujaro, la imagen de la pobreza y el desamparo del lugar de la adolescencia. Hubo la pérdida de un arraigo y el proceso de instalación o arraigo en otro sitio. ¿De lo grato a lo inhóspito? Vida dura. De manera que el interés de Miguel Ángel Campos por el tema del petróleo y su relación con la literatura no es un asunto meramente académico. Las novedades del petróleo (1994) y Desagravio del mal (2005) son apenas avances que rastrean el enigma de por qué este gran acontecimiento venezolano tiene tan escasa representación en su literatura.

Y cuando la tiene es ofrecido casi siempre como una maldición, como un daño, como el mal necesitado del exorcismo. Ocurrió a muchos y no sólo a Campos, por eso, seguramente, se recurre a símiles de la literatura venezolana que el escritor Miguel Ángel Campos recuerda y ha hecho suyos: la parada fantasmal que en la costa del lago de Maracaibo hace el camionero de la novela de Salvador Garmendia; las migraciones de parentelas que ocurren en la literatura de Armas Alfonso; el delta soñado por José Balza en contraste con la ciudad; el sueño pesadillesco con una ave o reptil como en los cuentos de Díaz Solís.

Se está tratando de crear un espacio, de habitar un lugar de la imaginación. Es el esfuerzo constante de la literatura venezolana por crear un espacio, un espacio literario.

Sitio habitable por las palabras. Instalado en Maracaibo desde 1969 Miguel Ángel ha hecho suya la ciudad y la propone como mito en su libro La ciudad velada (2001), antecedente directo del presente Incredulidad. Mito, por una parte opuesto al imperio del mito centralista metropolitano de Caracas y por otro, mito particular de la sustancia de una ciudad misma que pretende entender por la vía tanto del mito urbano como de sus personajes pintorescos: el fraude de la idea de la cultura urbana en Venezuela, la ilusión del marquesado de Perijá, los dogmas de la refinada educación jesuítica. Desacraliza las creencias maracuchas xenófobas tanto como las creencias venezolanas actuales y del pasado reciente. De ahí, acaso, la incredulidad. Pero hay dolor en descreer y el libro, además de sus diversos temas coincidente, es la historia del doloroso proceso de tratar de entender y no confiarse en las apariencias.

Las tres cuartas partes restantes del libro están dedicadas a trabajos literarios que en general van a disentir también de las creencias literarias del país. En la apuesta sobre quién inicia la modernidad novelística en el país, contra la opinión generalizada y el culto, señala a Mariño Palacio y no a Guillermo Meneses. A ambos dedica sendos trabajos. Acepta la índole profética de los ensayos literarios, pictóricos y nacionalistas de Úslar Pietri respecto a quien la academia más versada guarda distancia de la creencia de la opinión popular que lo canoniza como el escritor. Recorre la mitología de Felipe Pirela, el espejismo que creó el público y el espejismo literario creado por la novela de José Napoleón Oropeza. Entra en la obra de José Balza contra los prejuicios que lo aíslan, rescata a Miguel Toro Ramírez porque rompe el maniqueísmo idílico nacional frente al decadente extranjero. Aborda a Julio Garmendia y al mitológico Ramos Sucre. Enfrenta la desestimación general de Argenis Rodríguez, por quien siente simpatía en sus negaciones. Julio Miranda y Moreno Villamediana se le presentan más refrescantes.

Y hay que decir que en esta reducida porción del libro el autor está más contento y confiado, menos incrédulo.

Leer a Miguel Ángel Campos es exigente: lo escrito parece una piedra esculpida con mandarria. Duro y fuerte, con una expresión vigorosa que niega y afirma a la vez.

De pronto el razonamiento se resuelve en metáforas (pulsión de lo irrevocable, manantial colapsado, enigmas venturosos). O las acciones se indican en gerundio (una lápida aplastando al estilista, el petróleo agotándose, sangre fundiéndose) que quieren presentar un argumento en contra del lenguaje escrito en línea recta. Lenguaje que entre la retórica y la exaltación evoca mucho más el propósito de crear una lengua experimental, inventada, apta para la urgencia de pensar.

Lucha con la expresión, confrontada permanente con lo que se está exponiendo. Dice un sentir, una incertidumbre que no puede ser razonada por completo así como tampoco expresada por medios convencionales. Si cabe otra comparación, hace pensar en lo que Briceño Guerrero llamaba el "discurso salvaje" con todas sus consecuencias ideológicas. Esta nomenclatura diferente no fue encontrada hace poco por Campos, pues emerge ya en su primer libro La imaginación atrofiada que se impuso limpiamente entre la avalancha de libros con seudónimo llegada al premio de ensayo de la Bienal Picón-Salas de 1991.

En este espacio de tiempo Campos se ha convertido en una solidificada voz a la que la historia del ensayo venezolano contemporáneo tiene que escuchar como fuente segura de autoridad literaria.

Fotografía: El Nacional, Caracas, 22/09/10

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