sábado, 11 de septiembre de 2010

de los muros invisibles


EL NACIONAL - Sábado 11 de Septiembre de 2010 Papel Literario
Los restos invisibles del muro
El Consejo de Estudiantes de Estudios Liberales de la Unimet llevó a cabo el Primer Concurso Anual de Ensayos, cuyo tema giró en torno al XX aniversario de la caída del Muro de Berlin. Se le solicitó a los aspirantes la redacción de un texto crítico cuyo abordaje uniera las cuatro disciplinas de estudio de la carrera.
El ensayo ganador que aquí presentamos fue escogido por decisión unánime del jurado
FERNANDO PASTRÁN

Somos nosotros, los hombres, los únicos con historia; porque somos nosotros, los hombres, los únicos seres capaces de trascender una realidad dada. Es esta capacidad, la libertad, nuestra más preciada cualidad. No es una libertad como aquélla concebida por Hobbes, esto es: "un hombre libre es aquél que, en aquellas cosas que puede hacer en virtud de su propia fuerza o ingenio, no se ve impedido en la realización de lo que tiene voluntad para llevar a cabo". Tampoco como dijo Bertrand Rusell alguna vez: "[es] la ausencia de todo obstáculo a la realización de nuestros deseos". Ya Isaiah Berlin criticó esta manera de pensar al afirmar que, según este tipo de nociones de libertad, terminaríamos buscando ser más libres, en una "retirada [voluntaria u obligada] a la ciudadela interna" de cada uno de nosotros. A pesar de que la definición de libertad ha sido fuente de muchos debates y no es nuestra meta responder aquí a la siempre difícil cuestión tí esti (qué es), nuestras objeciones son diferentes a las de Berlin y proponemos prestar atención a esa idea de libertad como algo propiamente humano: el hombre es libre porque posee la capacidad de negar una realidad impuesta, de cambiarla, de rebelarse. Así, el hombre es el único con historia.

La historia son acontecimientos, ésta es una idea corriente y sencilla de historia: sucesión de hechos, de sucesos humanos, algo que cambió. Indagamos en nuestra historia y encontramos sucesos relevantes, unos más que otros. Marx le da importancia a hechos históricos determinados: los cambios en los modos de producción. De la misma manera, un musicólogo podría dividir la historia en antes de Bach y después de Bach. Así pues, la historia nos permite indagar y analizar hechos desde infinitas perspectivas. (¿Existirá realmente una "historia de la humanidad"?). Quisiera expresar, por otra parte, que no comparto la falsa y peligrosa tesis de darle un sentido a la historia. Un error de Marx fue darle un sentido objetivo a la historia. Si la historia tiene algún sentido o significado, es el que le damos nosotros mismos. Aprendemos del pasado para proporcionarle a nuestra realidad un análisis mejor, más crítico.

"Lo que nos pasa al presente lo comprendemos mejor en el espejo de la historia", expresó Jaspers en alguna oportunidad. Como dijimos antes, necesitamos seleccionar en la historia, ¿y qué nos puede transmitir la caída del Muro de Berlín que nos resulte tan vivo en vista de nuestra propia época? Fue en el verano de 1961 cuando la República Democrática Alemana (RDA) puso en acto la construcción de un muro para dividir a Berlín. Fue un suceso sin previo aviso. Sólo un día o un par de días antes se tenía la noticia de que la RDA tomaría ciertas medidas de seguridad para un mejor control en la frontera. Lo que sucedió horas después fue que los berlineses quedaron divididos por un muro en construcción, alambrados de púas y miles de soldados que tomaron los espacios fronterizos para evitar el paso entre Berlín Oriental y la Alemania Federal. Quedaron divididas familias, amigos, compañeros de trabajo; quedaron divididos los ciudadanos de Berlín. Impresiona ver las escenas de personas (y entre ellas ancianos) arrojando sus pertenencias y saltando de un segundo o tercer piso porque las entradas y las ventanas de los primeros pisos de algunos edificios fueron selladas.

La lona que usaban las autoridades de Berlín Oeste no era, en algunas ocasiones, suficiente para amortiguar la caída, especialmente a los más ancianos. Eran residencias ubicadas en la frontera y eran catalogadas como una prolongación del muro. Eran escenas de tristeza y dolor... Pasaron casi treinta años para que el paso entre Berlín Oriental y Berlín Occidental fuese permitido sin ningún tipo de autorización especial. La noche en que cayó el Muro de Berlín fue uno de los días más felices para Alemania. Personas desconocidas se abrazaban, festejaban y lloraban de alegría al ver que pasaban al otro lado; los guardias de frontera, de uno y otro sector, se daban la mano y reconocían mutuamente. El derrumbe del Schandmauer ("muro de la vergüenza") era ya una realidad.

El muro de Berlín dividía dos maneras de pensar, dos ideologías, dos formas de ver el mundo, de ver la vida. Era el sistema capitalista, el "orden extenso", el liberalismo político; y del otro lado, el socialismo real, la planificación centralizada, el sistema totalitario. La Unión Soviética fracasa porque así como el hombre es capaz y ha sido capaz de aprender por vía de la imitación aquellos comportamientos que considera más eficaces para su vida, el comunismo soviético tuvo obligatoriamente, para "subsistir", que adaptarse a un comportamiento que percibía de su vecina tribu de Occidente como más eficaz para su sobrevivencia. Tras el fin de la Guerra Fría, el conocidísimo libro del filósofo Francis Fukuyama titulado El fin de la historia y el último hombre propone la tesis de que finalmente el liberalismo económico y político se ha impuesto en el mundo, que no existen alternativas ideológicas al liberalismo y, por ende, se trata del fin de la historia . Por supuesto, el autor se refiere no a la historia como simples acontecimientos tal como nos referimos antes, sino al concepto de historia en términos hegelianos; esto es, como una historia que avanza en tesis, antítesis y síntesis. A pesar de que unos siete años después de la publicación del libro Fukuyama corrigió algunas (o muchas) de sus posturas, sigue actualmente defendiendo la tesis de que no existen alternativas reales al liberalismo. Pero lo que queremos resaltar es que ya hace 20 años (tres años antes de su famoso libro), Fukuyama escribió un artículo para la revista The National Interest donde afirmó lo siguiente: "Claramente, la enorme mayoría del Tercer Mundo perma nece atrapada en la historia, y será área de conflicto por muchos años más". La realidad de esta afirmación nos duele considerablemente ahora más que nunca.

Existe un muro invisible entre nosotros, hemos sido divididos. Familiares, amigos y compañeros de trabajo han sido divididos. En el pasar de la última década se ha ido gestando en nuestro país una ideología que creíamos ya superada, se trata de una ideología peligrosa, incontradecible, que va con la verdad porque dice haberla finalmente encontrado. Ella es en sí misma conflictiva, ambiciona volvernos una sociedad binaria, nos divide. El porqué de tal atavismo exige una respuesta para otra ocasión, lo cierto es que existe. Dos pensamientos se enfrentan hoy de la misma manera en que Berlín estaba enfrentado.


Pareciera que para algunos la caída del Muro de Berlín, el fracaso del socialismo real, la superación del totalitarismo soviético no son hechos verifi cables


De repente comenzamos a oír términos como "burguesía", "hombre nuevo", "lucha de clases", "socialismo", entre otros; y estas palabras son aceptadas con gran afecto por muchas personas. La palabra "socialismo" sufre hoy en día de una simpatía increíble. Nos promete el cielo en la tierra, ¿y qué mejor que eso? El socialismo es, parafraseando al economista Friedrich Hayek, esa añoranza instintiva que se halla en cada uno de nosotros de regresar a la seguridad de la sociedad tribal.

Inquieta saber que un gobierno que totaliza su ideología y utiliza al Estado para difundirla sea aceptado y hasta justificado por muchos. Querer "unirnos" en la defensa de una doctrina comprehensiva, sabemos, contradice el principio de pluralidad. Sí, es verdad, estamos divididos: unos creen en la democracia y otros no. Pareciera que para algunos la caída del Muro de Berlín, el fracaso del socialismo real, la superación del totalitarismo soviético no son hechos verificables. Todavía quedan restos del muro entre nosotros.

Creo ahora conveniente referirnos a aquella idea humana de libertad con la cual comenzamos nuestro escrito, aquella libertad para crear algo nuevo, para rebelarse contra una realidad, para examinarla, para proponer soluciones. Hannah Arendt denominó a esta libertad "la raison d’être de la política", es decir, su precondición de existencia; y es la libre expresión y el libre debate de todas las ideas un aspecto importante para evidenciar la fortaleza política en una democracia. En una sociedad democrática existe una complejidad casi infinita de fines e ideas particulares de personas reconocidas como iguales; y la grandeza de una idea no se establece como deducción de algún hombre o grupos de hombres que, sintiéndose iluminados o beneficiados de ciertas características, se piensen poseedores de la verdad, sino que la grandeza de una o varias ideas es fruto del libre debate, de la experiencia y de la crítica intersubjetiva para llegar a un acuerdo. Son los autócratas los únicos que quieren hacer la historia. La democracia humaniza la historia.

Pero en nuestros días un muro invisible nos impide la verdadera política para resolver los conflictos. Me refiero, para empezar, a esa especie de apriorismo político al momento de debatir ideas. Así como un marxista puede atribuir la crítica de un individuo a un prejuicio de clase, o también, decir que todo aquél que disienta de la teoría del calentamiento global causado por el hombre está sólo respondiendo a los intereses de las compañías petroleras, al igual que en estos casos, hoy en día toda crítica al gobierno no es más que una simple defensa a los intereses de la "burguesía lacaya del imperio". La refutación deviene en confirmación.

El endiosamiento del líder (quizás debido a aquella instintiva añoranza tribal) constituye un grave peligro para el debate. El filósofo Karl Popper imputa al "influjo de Platón" de una seria confusión en la teoría política: la pregunta ¿quién debe gobernar? Esta es una vieja pregunta que es necesario superar. La verdadera pregunta sería, según él: ¿qué podemos hacer para configurar nuestras instituciones políticas de modo que los malos e incapaces gobernantes ocasionen los menores daños posibles? Es a través de las instituciones democráticas la manera como se limita el poder de una o varias personas, es la forma de controlar a los incompetentes o a los sedientos de poder que, sin duda, siempre existirán. Este endiosamiento paraliza cualquier diálogo. La caída del Muro de Berlín demostró la frustración que se siente en una sociedad cuando un gobierno absolutiza su poder para extinguir la crítica, esto provoca que la libertad no encuentre senderos para su realización. Sin embargo, hoy en día el gobernante ha desplazado a las instituciones para colocarse él como autoridad ilimitada, y esto con la aprobación de muchas personas. Estamos divididos: son los defensores de la arcaica "sociedad cerrada" y los otros, sus enemigos.

Vuelven otra vez aquellos términos anacrónicos que, después de recordar las atrocidades históricas ocurridas en sus nombres, creíamos ya superados. ¡La historia nos parece tan viva! Me refiero a palabras como "hombre nuevo" y "lucha de clases". Estos fraudes retóricos son lamentablemente percibidos por muchos como la última y más audaz invención del líder. En realidad, con esta jerga se imposibilita el contraste entre el éxito o el fracaso de las decisiones del gobernante; en efecto, le quita todo tipo de responsabilidad.

Todo aquél que disienta lo hace porque todavía no es apto, porque aún no ha sido moldeado para entender la nueva sociedad socialista, y si el disentimiento continúa debe ser quizás porque el individuo está "disociado".

Con relación al segundo término, ¿qué más fácil decir que ustedes son pobres porque ellos son ricos? Y sumado a todo esto, se percibe (muchas veces oculto) en el discurso del líder el más vulgar y peligroso historicismo. Esta vieja filosofía que aligera a individuos de sus responsabilidades como sujetos capaces de una elección moral, definitivamente extermina la posibilidad del disenso y del diálogo.

Como hemos tratado de exponer, este muro invisible entre nosotros nace de una grave frustración por la imposibilidad de lograr una verdadera discusión política racional. Y cuando digo "racional" me refiero a esa razón crítica (socrática) que sabe sus límites y está consciente de la necesidad del debate para acercarse a una verdad. Lamentablemente, esta especie de décadence o, como dicen algunos, esta "miseria de un histórico salto atrás" ha podido corromper las más fundamentales instituciones democráticas.

Los acusan de reaccionarios, pero son aquéllos quienes no terminan de derrumbar el muro, los que con su conservadurismo ignoran lo rancio de sus propuestas.

Derribemos este muro invisible que nos divide para retomar la verdadera política.

Al decir de Popper, "quizá yo no tengo razón, y quizá tú la tienes. Pero también podemos estar equivocados los dos". Sin esta condición democrática seguiremos viviendo entre los restos invisibles del muro.

(*) Fernando Pastrán Di Lorenzo cursa Estudios Liberales en la Universidad Metropolitana. Caraqueño, de 22 años, es intérprete de piano y un apasionado de la Filosofía y las ideas que se debaten en el quehacer político mundial.

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