domingo, 12 de septiembre de 2010

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EL NACIONAL - Domingo 05 de Septiembre de 2010 Opinión/9
ATres Manos
Miradas múltiples para el diálogo
La enfermedad anticomunista

"El rasgo más conspicuo de la política contemporánea, le dijo Cornelius Castoriadis a Daniel Mermet, es su insignificancia" Sygmunt Bauman: En busca de la política, p. 11

RIGOBERTO LANZ

El síndrome mental más parecido al anticomunismo es el racismo: no se trata de una ideología, sino de una mentalización; el asunto no es una contraposición de ideas, sino de un automatismo de la subjetividad que se ha alimentado sistemáticamente a lo largo de toda la vida. ¿Cómo supera una persona una mentalidad racista? En principio, diríamos que es casi imposible deslastrarse de una enfermedad del espíritu de esta contundencia. Algo parecido ocurre con la enfermedad anticomunista. Con un agravante: el comunismo que tienen en la cabeza estas personas es un mezclote de prejuicios, de estereotipos, de leyendas construidas para reforzar el dogma. Los más fanáticos anticomunistas suelen ser los más ignorantes en materia de teoría política o cosas parecidas.

Un intelectual enemigo del marxismo, del socialismo, de la izquierda (como Karl Popper, por ejemplo) no es necesariamente un anticomunista primario que razona con la bilis.

La mentalidad anticomunista funciona en otro plano, no es el resultado de alguna reflexión o de algún entrenamiento teórico. Proviene de la misma fuente psico-cognitiva del racismo: un dispositivo incrustado en la subjetividad de las personas que se alimenta de odios y cargas negativas de todo género. Durante décadas los aparatos de Estado (sobre manera, la escuela y los dispositivos massmediáticos) han operado con el substrato anticomunista como denominador común. El aparataje de la iglesia católica ha funcionado siempre como escenario de la satanización de la palabra "comunismo". Los efectos de este síndrome, en la socialización de la población, son muy variados. Pero en todos los casos es fácil derivar el impacto originario que experimentan las personas que han sido moldeadas en el síndrome anticomunista. Como en la experiencia de la mentalidad racista, aquí es poco lo que puede hacerse racionalmente.

Este trasfondo de mentalidad aparece una y otra vez en los intentos de discusión teórica sobre el marxismo, sobre el socialismo, sobre la revolución.

Que un intelectual de derecha tenga una mentalidad racista es una vergüenza. Nadie con un mínimo de coherencia y dignidad está dispuesto a cargar con esta desgracia. Que ese mismo intelectual sea un anticomunista visceral se entendería, pues estamos en presencia del mismo síndrome psicosocial. Pero es muy raro conseguir a un intelectual respetable del status quo que se declare racista o anticomunista pasional. Intelectuales, enemigos de la revolución (cualquiera sea su perfil ideológico), abundan desde siempre. Pero conservan una prudente distancia de estas escatologías que pertenecen más bien a las miserias de la razón.

Cuando el conservadurismo reinante apela al espantapájaros del anticomunismo es porque está en un límite político muy severo. No es un síntoma de fortaleza sino de extrema debilidad. Con este expediente es muy difícil establecer un diálogo o propiciar convergencias. Menester sería limpiar este basurero y restablecer las condiciones de un debate decente sobre cualquiera de los tópicos calientes que tanto polarizan a la opinión pública. Todos ellos son perfectamente discutibles, independientemente de las pasiones que despiertan y de los sensibles intereses que están por detrás.

El amigo Emeterio Gómez anda buscando contrincantes para su peculiar interpretación del comunismo y temas concomitantes. El desafío mayor casi imposible es que los interlocutores se deslastren de las miserias de un anticomunismo primario administrado por la CIA y sus variadas franquicias en todas partes del mundo. Podemos dar fe de que el amigo Emeterio no forma parte de algún síndrome racista. De las procedencias de su anticomunismo estoy menos seguro. Allí convergen torrentes que es muy difícil controlar. Un debate con resabios de una mentalidad anticomunista es bastante inútil. Por ello el desbrozamiento se impone como una condición mínima para entrar en materia.

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