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domingo, 17 de mayo de 2020

LA ECONOMÍA INFORMAL EN CENIZAS

Fumar a las costillas de la pandemia, por ejemplo
Luis Barragán

Quienes todavía somos fumadores, esperando dejar por siempre el ya  pernicioso oficio, la  situación ha sido  muy apretada durante la cuarentena. Además de la escalada de los precios,  sin que sea fácil hallar un local que los expenda, por el reducido margen de ganancias que la oferta legal supone,  cada vez es más difícil el desempeño del humo en casa. No obstante, el asunto nos lleva por el momento a un detalle de la llamada economía informal.

En efecto, atrás quedaron los extraordinarios oferentes que fueron los buhoneros a los que sólo les faltó disponer de los locales adecuados para desenvolverse, compitiendo por ocupar los pequeños o grandes espacios físicos de una calle fundamentalmente hecha para transitar.  La propia noción de economía informal estuvo cuestionada,  porque – yendo más allá de un esfuerzo de supervivencia – contaron con extraordinarios recursos, incluso, crediticios, aventajados por la exención de los impuestos so pretexto de la pobreza alegada.

Por ahora, no conocemos de un estudio de las actividades del sector que estuvo asociado a los esplendores de la renta petrolera y sólo conjeturamos que corrió con un suerte parecida a la de los propietarios o avances de las unidades urbanas de transporte, afectados por la llamada incongruencia de estatus.  Quizá representativos, realmente fueron labores de real y diaria  supervivencia la del limpiabotas, el pregonero de la periódicos o el lavador callejero de los carros.

Definitivamente, apagada a promesa petrolera, surgieron los mototaxistas dependientes de la masiva importación de los vehículos chinos en el último lustro que los hizo artificialmente emprendedores junto a los quiosqueros de “oficina fija”  para pasar de la venta de magazines a la de lotería o detergentes. E, igualmente, los que alquilaban las llamadas telefónicas, temerosos de pasar de la analogía a la digitalización, por presión de la delincuencia, pero - ya en las vecindades de la pandemia – el asfalto tenía por dueño al vendedor de café colado o de cigarrillos al detal, dejando a los de caramelos para el transporte público.

Al tabaquero de ocasión,  le es casi imposible  sortear los espacios públicos durante la cuarentena, arriesgando la mercadería por las autoridades uniformadas capaces de expropiarla o de pedir algo a cambio por el uso de sus dominios, incapaces hasta de opinar por el contrabando: más de medio siglo atrás tuvimos numerosas marcas cigarrilleras legales, ahora debe haber un stock inmenso de una ilícita variedad, contrariada por el general Covid 19. ¿Y qué decir del humilde y móvil vendedor de café colado?

Reproducción: Publicidad. El Nacional, Caracas, 1954.
18/05/2020:
http://guayoyoenletras.net/2020/05/18/fumar-las-costillas-la-pandemia-ejemplo/

domingo, 29 de diciembre de 2019

TRATADO ELEMENTAL DE LA ESTUPIDEZ

Del hábito de fumar
Nicomedes Febres

* Cuando uno está adolescente quiere crecer rápido para ejercer su libre albedrío, y para aparentar ser mayor muchos jóvenes de mi generación empezamos a fumar, lo cual es una soberana estupidez. Así adquirí la costumbre de fumar y lo hice hasta los 31 años cuando el 4 de abril de 1977 al salir del pabellón donde estaba operando, como salí antes que terminara mi amigo Thelmo Kolster la suya en el pabellón contiguo, donde estaba extirpando parte de un pulmón enfermo por el cigarrillo y era negro noche por la acumulación del alquitrán. Esto me alarmó y al salir del área quirúrgica, en vez de prender un cigarrillo simplemente tiré la cajetilla a la basura y nunca más volví a prender uno y soportando un síndrome de abstinencia muy difícil por varios días y considero ese uno de mis grandes logros en la vida. Puede que prender un cigarrillo después de comer y junto al café sea delicioso, pero como placer es ínfimo al lado del cigarrillo prendido después que uno hace una larga cirugía. Con la abstinencia, si bien uno anda irritable un tiempo, comienza uno a recuperar el sabor de la comida, desaparece la tos matutina, el sabor metálico del paladar, se recupera la capacidad pulmonar y subir escaleras deja de ser una tortura; regresa el olfato y además el olor de los ceniceros de la noche anterior llenos de colillas provocan náuseas.
 Así como creo que fumar cigarrillos es grato, no fumar hace la vida infinitamente más agradable. Pero quería hablar del hábito de fumar durante comienzos del siglo XX en Venezuela cuando se universalizó esa costumbre en nuestro país y se hizo cuando las grandes trasnacionales del tabaco tomaron el control del mercado mundial y fueron los primeros contribuyentes de la industria publicitaria en el mundo. Antes de eso en Venezuela había muchísimas marcas casi artesanales y sorprendentes por sus nombres, además el consumo se dividía en segmentos: los que liaban su propio cigarrillo y compraban picadura, los que mascaban como chimó la hoja de tabaco, los que fumaban tabacos y los fumadores de cigarrillos negros, que eran los que se fumaban aquí hasta que llegaron los cigarrillos con tabaco rubio que procedían de Egipto y de allí a Cuba, que era el gran productor de tabaco negro. Cuando el tabaco rubio se impuso en Luisiana, Cuba y Venezuela empezaron a consumir tabaco rubio mucho más suave y de mejor aroma. Fue entonces cuando se impuso como hábito elegante la mujer que fumaba con boquilla los cigarrillos rubios hacia finales de la segunda década del siglo.
* En este año que finaliza conseguí por casualidad una colección de cajetillas de cigarrillos venezolanos y es asombrosamente larga la lista de fabricantes, algunos promocionaban en la publicidad a cigarrillos como La Hidalguía, Fama de Cuba, Marturet o El Cojo, del dueño del Cojo Ilustrado, de las cuales tengo publicidad de la época, o Capadares que era usado por las lavanderas del Anauco que fumaban con el tizón prendido hacia adentro, pero del cual no tengo evidencias físicas o publicitarias. De la marca Alas tengo un dibujo original del padre del diseño gráfico en Venezuela hacia 1915 llamado José María Lares y quien aprovechando el fin del Cojo Ilustrado comenzó a diseñar publicidad y fue el diseñador original de las revistas Actualidades, Elite y otras y se especializó en diseño de marcas de gasolinas, carros y cigarrillos. Lares es poco conocido, pero es que los modernistas que vinieron después creen todavía que la Historia comenzó con ellos, pero esa es otra historia.

Fuente:

sábado, 30 de junio de 2018

AVISOS

1.- EL INDEPENDIENTE, Caracas, 1883: No sabíamos de una calle Lindo, cerca de la del Comercio. Pero, !en fin!, ardor con brillo vale para quien ahora no tenga gas, ni electricidad en casa. Goleta de La Guaira, con escala en Puerto Cabello, luce como una buena alternativa a falta de avión y de bus. Y hay que ocurrir al sitio para enterarse bien de una venta en la esquina de Mira-Cielos, así como se lee. Habrá que indagar sobre el motivo toponímico.

2.- EL NACIONAL, Caracas, 1953: ¿Para qué insistir en la actual situación? Para todo hay solución. En el centro histórico de Caracas, se encuentra una librería capaz de poner al día a los cursantes de la carrera médica. Además, muy gentil, se permite felicitar a una nueva promoción de galenos.
Cerca de la sede universitaria, la presumimos una librería pujante, capaz de actualizarse a diario. Todavía no sabemos de precios, pero el catálogo debe ser extenso y proclive a abaratar la oferta.

3.- BILLIKEN, Caracas, 1921: Convengamos, corren días muy difíciles para el fumador. Moralmente autorizado cualquier aumento de impuestos y, por supuesto de precios, parece que la hiperinflación ha llegado para una limpieza de los pulmones, aunque nunca con la fuerza que emplea para limpiar los bolsillos, agujereándolo con extrema facilidad. Pocos o nadie se queja públicamente del asunto. Ni siquira los vendedoes al detal, antes con una mejor promesa de la jornada callejera,  pueden colocar con facilidad un cigarrillo que exige dinero en efectivo (ya los kiosqueros y locales con puntos de venta, se empinan para vender la unidad). Quizá por primera vez en décadas, el margen de rentabilidad es considerable, por cajetilla. Empero, la idea no es elogiar o ejercer una defensa del cigarrillo y de sus víctimas, añadido el que esto escribre.

 No deja de sorprender la vieja importación de tabaco, a juzgar por la vieja prensa. Y faltando poco, tres circunstancias: por un lado, que se ofrezca hasta 30 tipos de cigarrillos de una misma marca, sin que logremos imaginar toda esa variedad; 2) la amplitud del mercado local, así fuese modesto el número de los pobladores; y 3) la misma falsificación del producto que de tan lejos llegaba, en desafío al sr. Rohl, su distribuidor exclusivo.

Por cierto, ¿qué se fumaba más por la época? El cigarrillo era infaltable en la mejor fotografía, pero - obvio - resulta difícil distinguir la marca del cilindro y, por lo general, no aparecen las cajetillas cerca del fotografiado.  Quien hoy no pueda comprar los cigarrillos de siempre, tiene en Dimitrino una opción válida.

sábado, 23 de junio de 2018

PICA-DURA


Cigarrillos para no fumar

Siul Nagarrab

“ … Sólo el humo del tabaco
simula algunas sombras en su frente”
Antonio Machado
(“Del pasado efímero”)

El cigarro, puro o habano, nos remite a un tabaco de extraordinaria calidad en su cultivo y manufacturación - artesanal o industrial -  que, además de afectar la salud, reporta una placentera aspiración o inhalación que también perfuma el ambiente y, con un buen licor, invoca algún inolvidable instante gastronómico. Socialmente, la costosa afición está asociada al poder antes económico que político, aunque éste definitivamente masificó el estereotipo gracias a las mandíbulas de Winston Churchill, Fidel Castro o, entre nosotros, Lorenzo Fernández con la larga campaña electoral que culminó en diciembre de 1973. No obstante, la mayor y mejor identidad popular se la concede un oficio: la del brujo lector del tabaco y despojador de los malos espíritus que impregna de humo barato a su esperanzado cliente.

Valga la curiosidad, con el cigarro pasó algo semejante a las mejores sinfonías, suites, sonatas o poemas sinfónicos, al crecer exponencialmente la industria discográfica. Caros y de un consumo prolongado y tedioso, según el gusto, prosperaron versiones cada vez más reducidas y baratas, ágiles y portátiles y del pausado consumo de un Partagás o un Grown Ashton Virgin Sun, por citar al azar dos marcas, pasamos al cigarrillo, un diminutivo inadvertido, tal como nos ahorramos los cuarenta y tantos minutos o más de una  pieza de varios movimientos de Beethoven o Shostakovich, gracias al allegro o scherzo que inspira y convierte una canción de tres o cinco minutos en todo un hito demoledoramente popular.

La vieja prensa venezolana, sobre todo de finales del siglo XIX y principios del XX, antes de que pusieran orden en las aduanas, nos trae infinidades de marcas de cigarrillos que, muy luego, por el tratamiento del filtro y sus innovadores componentes, diseños de presentación e ingeniosa publicidad, hicieron que cinco de ellas controlasen el mercado e, incluso, resistieran la importación y la competencia de otros productos de envoltura exótica, con la primera bonanza petrolera que nos obsequiaron los países árabes con su embargo. Y, así como hubo una generación adedadora de un cigarrillo Bandera Roja o Negro Primero, igualmente la hubo de un Fortuna, Lido o Belmont que, ahora, conoce de otros cilindros más infames de los comerciantes de la supervivencia que los ofrecen en las calles y a las puertas de los bares que no permiten echarse un palo y fumar a la vez en sus interioridades.

Por cierto, valga la digresión, algún día se sabrá de los orígenes de la antipolítica por una conspiración del cigarrillo y del licor. Luego que el entonces presidente Herrera Campíns prohibiera su promoción, los anunciantes de radio y televisión – voluntariamente o no – agotaron sus mejores esfuerzos por pasarle la factura a la democracia de entonces, víctimas después de los facturadores que creyeron manipular.

Un amigo, al hurgar entre las cosas de su finado padre, recientemente descubrió - en el maletero - numerosas y viejas cajas de cigarrillos, obsequiándonos una muestra importante. No tienen siquiera la consabida advertencia sobre el mal que ocasiona su consumo y, con la pátina correspondiente, se alzan como el testimonio de una época remota en la que encender y empuñar un cigarrillo antes las cámaras, podía visarnos en una sociedad falocéntrica; empero, suponemos que el contenido está destruido por los componentes químicos del cigarrillo, la tinta de la marca sobre un papel tan delicado, el pegamento del envoltorio, la picadura hecha aserrín, o el microscópico insecto que los tiene por una obscura y amplísima residencia palaciega.

Deseándola como una crónica de los nuevos hábitos, cedemos a la tentación, pues, por una parte, el cigarrillo todavía llega hasta el rincón más apartado que está vedado al Estado Nacional. Y, con la catástrofe humanitaria, tenemos la convicción de un repunte de las compras – digamos – terapéuticas para afrontar  las angustias de un presente que parece interminable.

Y es que, por otra, con el peso de los impuestos, vender cigarrillos no fue el jugoso negocio que se suponía para los expendedores al detal, si no lo vinculaban a alguna jornada etílica, amatoria, digestiva y, valga la paradoja, deportiva por lo que respecta al cómodo espectador de la alejada tribuna. Es tan cara la cajetilla actual que, desde hace dos o tres años, con o sin el alquiler de un móvil celular, lo ofrecen detallado con un significativo margen de ganancia que nunca los industriales previeron para la cadena básica de comercialización.

Son muchos los que, forzosamente, lo abandonan porque la debacle económica tocó el fondo del único vicio que ostentaban, quizá a la espera de otros que digan romper con el tedio. Y, pocos, los que, en señal de arrepentimiento y prueba hercúlea de resistencia, relegan las cajetillas a una repisa de la casa que jamás entenderían los protagonistas de la jocosa película “Thank You for Smoking” de Jason Reitman (2005), ya que – simplemente – tampoco lo harían con  ese oxímoron de nuestros tormentos: la quiebra de un país petrolero.

Así como hay coleccionistas de botellas de cerveza, cajas de fósforos, jabones de hotel,  llaveros o cualesquiera otras cosas que recuerden nuestros ya remotos esplendores, añadida la nostalgia celebracional del día de la secretaria, surgirán los de una cajetilla que tiene, por innegable valor agregado, un testimonio heroico: por demandada que fuese, no fue vendida; por vicioso que luciera el dueño, no se la fumó, pues, nadie debe saber que se conservó en una suerte de bóveda residencial, por olvido.

Fotografías: LB (CCS, 06/2018).
24/06/2018:
http://www.opinionynoticias.com/opinionnacional/32938-nagarrab-s 

lunes, 6 de junio de 2011

AROMA-TERAPIA SUPERADA


Ex – fumadores en ciernes
Luis Barragán


El cigarrillo insurgió como una pieza inofensiva que, al distraer, transmitió un poco el porte y garbo de una escena hollywoodense. Picadura de fácil y rápido empleo, se extendió rápidamente, galopadas las nuevas importaciones, como ocurrió con el bolígrafo sustitutivo de la pluma fuente, la audición de una breve y pegajosa melodía que hacía tediosa la larga y espléndida sinfonía, ahorrando el costo o la complicación de un cigarro o una pipa.

Una historia social del cigarrillo en Venezuela que también fuerza a la de su publicidad, puede detenerse en el sello de adultez que dijo imprimirle al liceísta, dejando luego el atrevimiento a la marihuana, o en los autobuses y aviones que lo permitían, cuyos pasajeros no se sentían sofocados. Lejos de la intrusión, se le aceptaba con normalidad, y, así como las nuevas generaciones ríen del casette, creyendo de siempre la telefonía celular, lo hacen al ver la fotografía de un deportista famoso despidiendo humo, por no condenar inmediatamente al dirigente político ocupado por su fotogénica ceniza.

El multifuerza y el complejo vitamínico para el frecuente trotador que, a lo sumo, se permite unas rondas de licor, ocupan ahora el sitial en el imaginario colectivo de la salud, forjado igualmente sobre las denuncias del cancerígeno y maloliente que filtro alguno reivindica. Dictan cátedra sobre el vicio condenado, ocultando otros de mayor desproporción, pero la resolución ministerial que no leen todavía, los ha autorizado – he acá lo interesante - a concursar en esa suerte de persecución universal que promete el cadalzo, además, para el fumador desprevenido. No obstante, siéndolo, el suscrito agradece inmensamente el asedio por sus problemas de respiración y hasta de paladar, mas no esa suerte de neurosis social que busca desesperadamente a los culpables de todos males del país que les concedan la unidad que sus frustraciones políticas impiden.

Acotemos que, por prohibir la publicidad radiotelevisiva del cigarrillo y del licor, comenzó el prolongado veto a Luis Herrera Campins. Extralimitados, el veto sirvió de ensayo para cruzar las fronteras de la antipolítica.

Nadie lo pregunta, pero comencé temprano a deleitarme con la pipa, artefacto de vejez para un muchacho veinteañero, detestada por amigos y compañeros que toleraban el cigarrillo en reuniones de aula, políticas, familiares, laborales y recreativas. Y, a la postre, fue un consumo más expedito que, no bastando el reproche de los pulmones, debemos abandonar prontamente para descubrir el íntimo sabor de los platos que los más salubres festejan.

Satisfechas las demandas, los ex – fumadores en ciernes exigimos algo más que un discurso tan afín a los aromo-terapeutas en boga. Digamos, por una parte, comprometerse convencida y firmemente en la discusión y construcción de una economía social y ecológica de mercado; por otra, comprender aquella vieja costumbre de la picadura pública, como lo hallamos en una fotografía en la que el entonces presidente Betancourt comparte su pipa con el cigarrillo de las encopetadas damas de la mesa, en un agasajo de Pro-Venezuela (1960). Valga la coletilla, esperamos catar de nuevo con Abraham Quintero, aquella excelente picadura que, por los rigores del control de cambio, es de la que no volverá al país.

Fuente: http://www.analitica.com/va/sociedad/articulos/5213032.asp
Fotografía: Presidente Betancourt en el agasajo de Pro-Venezuela a las agrupaciones y colonias extranjeras, junto a Mercedes Navarro de Rivas y Maritza de Machado. Elite, Caracas, nr. 1807 del 14/05/60). Presumimos que en la gráfica también se encuentra Isa Dobles.

NUBOSIDADES


EL NACIONAL - Sábado 28 de Mayo de 2011 Papel Literario/3
El último cigarrillo
FERNANDO SAVATER

En alguno de sus siempre sagaces aforismos señala Lichtenberg que "nunca sabremos cuántos versos afortunados de Shakespeare se deben a una copa de v ino tomada a tiempo". Y de antaño sabemos que Christopher Marlowe, que fue amigo y rival de Shakespeare, buscó la inspiración para sus versos no sólo en el vino --como cualquier persona bien nacida-- sino también el tabaco. Incluso llegó a escribir desafiantemente, porque era un talento pendenciero y a causa de ello murió, que quien no ama a los muchachos y al tabaco no merece vivir. Sin ir tan lejos, nosotros podríamos decir --parafraseando a Lichtenberg-- que nunca podremos saber cuántas de las mejores páginas de la literatura moderna y contemporánea se deben a un cigarro o a una pipa fumados cuando se debía. Nunca sabremos cuántas ni cuáles son, pero podemos estar seguros de que no son pocas...

Ahora que tantos filisteos, con severas razones médicas o simplemente con el resentido afán de fastidiar los deleites ajenos, nos detallan los atroces daños causados por el tabaco a la salud de quien fuma y de quien le ve fumar de cerca, es oportuno recordar que también a ese delicado veneno le debemos, tanto los fumadores como los no fumadores, bastantes cosas buenas: porque es posible que fumar acorte la vida, como muchas otras incidencias, pero es seguro también que amplía y estimula el arte, cuyo alcance es más largo y ancho que la vida misma. El espíritu inspirador sopla donde quiere, desde luego, o quizá donde puede, pero evidentemente a menudo ha llegado y sigue llegando envuelto en el humo peligroso que produce la combustión de esa planta americana.

Algunos escritores del siglo XX son inimaginables sin el cigarrillo en ristre: apenas recuerdo alguna fotografía de Albert Camus que no lo exhiba. Y a su adversario Jean-Paul Sartre tuvieron que borrárselo en la imagen de portada del catálogo de la exposición que le dedicó el centro Pompidou: por lo visto no había fotografía mejor ni más reveladora del filósofo existencialista, pero en esa precisamente, ay, estaba fumando... como hacía constantemente. También a Leonardo Sciascia solemos verle siempre con su pitillo liado a mano, a Ortega y Gasset con su boquilla de distinguido señorito madrileño, por no hablar de la pipa analítica y pacifista que exhibe en tantos de sus retratos Bertrand Russell. Es inútil regañar a los muertos por no ser higiénicamente correctos al gusto actual, sobre todo cuando sus logros mientras fumaban fueron bastante más indiscutibles que los de quienes pueden criticarles hoy lamiendo un chupa-chups.

Por lo visto, Italo Svevo fue un hedonista de rango aún más refinado. No sólo nunca renunció al placer de fumar sino que tampoco quiso renunciar al placer sutil y desesperado de dejar de fumar: lo mismo que algunos rebuscados pretenden alcanzar el orgasmo ahorcándose de mentirijillas (lo cual a veces acaba mal, como le pasó a David Carradine), Italo Svevo quería aumentar el gozo del cigarrillo fingiendo muy seriamente que había decidido que fuese el último. Ningún otro es como ese cigarrillo definitivo y final, que sabe a nada y renunciamiento... Como dice el viejo chascarrillo, para el escritor triestino no había nada más fácil que dejar de fumar: se lo prometía a cualquiera, a cambio de un beso o algún otro favor, y repetía la ceremonia un par de veces al mes. En La conciencia de Zeno dedicó páginas memorables a sus sucesivos últimos cigarrillos, metáfora para él de cómo disfrutar de la vida: como si estuviese a punto de acabarse a cada momento, como si ya hubiéramos renunciado a ella.

A pesar de todos los severos avisos médicos, Italo Svevo vivió hasta los sesenta y siete años y no murió por culpa del tabaco sino a consecuencia de un atropello cuando cruzaba la calle. Lo cual demuestra, si falta hiciere, que son más peligrosos los pasos decebra que los pitillos. Durante su estancia agónica en el hospital, solicitaba a quienes le visitaban un cigarrillo que iba a ser el último, esta vez de verdad: el placer definitivo. Pero desdichadamente no encontró ningún alma compasiva que le diese gusto.

Y es que el último cigarrillo de verdad nunca avisa de que lo es, lo mismo que el último instante de la vida también llega sin previo anuncio y se parece a todos los demás.

La pipa
STEPHANE MALLARMÉ

Ayer he encontrado mi pipa soña ndo una larga velada de trabajo, de hermoso trabajo de invierno.

Arrojados los cigarrillos con todas las alegrías infantiles del verano, en el pasado que iluminan las hojas azules de sol, las muselinas y vuelta a coger mi grave pipa por un hombre serio que quiere fumar largo tiempo sin molestarse, con el fin de trabajar mejor; pero no esperaba la sorpresa que me preparaba esta desdeñada; apenas hube sacado de ella la primera bocanada, olvidé mis grandes libros que están por hacer; maravillado, enternecido, respiré el invierno pasado que volvía.

No había tocado a la fiel amiga desde mi vuelta a Francia, y todo Londres, tal como le viví, por completo para mí, solo, hace un año, se me ha aparecido; primero esas amadas nieblas que arrojan nuestros cerebros, y tienen, allá abajo un olor suyo, cuando penetran bajo la ventana, mi tabaco olía a una habitación oscura, con muebles de cuero espolvoreados por el polvo de carbón, sobre los cuales se desperezaba el flaco gato negro; las grandes chimeneas y la sirviente con los brazos rojos echando carbón y el ruido de esos carbones cayendo del cubo de lata a la canastilla de fierro, por la mañana --cuando el cartero daba el doble aldabonazo solemne que me hacía vivir. He vuelto a ver por la ventana esos árboles enfermos, del square desierto--, he visto la alta mar, tan a menudo atravesada este invierno, tiritando sobre la cubierta del steamer, mojada de br uma y neg ra de humo, con mi pobre muy amada errante, en traje de viajera, una larga falda, gris, color del polvo de los caminos, un abrigo que se pegaba, húmedo, a sus hombros fríos, de esos sombreros de paja sin pluma y casi sin cintas, que las señoras ricas tiran al llegar, tan despedazados están por el aire del mar, y que las pobres muy amadas vuelven a adornar para muchas temporadas aún.

En torno a su cuello se arrollaba el terrible pañuelo que agita uno al decirse adiós para siempre.

Ilustración: Rufino Tamayo, "El fumador".

domingo, 5 de junio de 2011

NOTICIERO RETROSPECTIVO


- Jorge Olavarría entrevista a Carmelo Lauría. Resumen, Caracas, nr. 106 del 16/11/75.
- José Vargas, presidente de la Federación Sindical Unificada del D.F.: Los cigarrillos que importábamos se fabrican ahora en el país. El Nacional, Caracas, 06/08/60.
- Más de 400 trabajadores de la C.A. Venezolana del Tabaco esperan por declarar la huelga. Tribuna Popular, Caracas, 16/08/60.
- Salvador Presel. "Los remitidos". Summa, Caracas, nr. 16 de 10/70.
- Elsa Cardozo. "Regreso al futuro". Economía Hoy, Caracas, 29/02/00.

Ilustración: Elisa Parejo, Isa Dobles y Paul Antillano, en "Vidas privadas" de Guillermo Montilla. Elite, Caracas, nr. 1834 del 01/11/60.