lunes, 30 de abril de 2018

LOS ALEDAÑOS DEL HÚMEDO COHETÓN

Plaza El Venezolano
Siul Nagarrab


Inevitable referirlo, reciente y sorpresivamente amanecieron expropiados por la alcaldía del Municipio Bolivariano Libertador, cuya titular todavía es desconocida por sus habitantes, los propietarios e inquilinos de los distintos y tradicionales locales comerciales de los alrededores de la Plaza El Venezolano, la misma que exhibe una oxidada pieza de metal, flamantemente inaugurada por Chávez Frías, años atrás, alusiva a la revolución, aunque – humoradas aparte – parece un tributo a las divisas que el régimen ha quemado con sus acostumbrados cohetones de celebración en todo el país. Dándoles un plazo de 24 horas para la desocupación efectiva, apenas notificados días antes, los comerciantes debieron diligenciar apresuradamente una mudanza quizá sospechada.

La tentación es la de referirse a las específicas circunstancias jurídicas y consecuencias económicas de una medida tan extrema, pues, sólo después de materializado el decreto, podrán dizque ejercer los recursos pertinentes y, por supuesto, tardarán o nunca serán debidamente indemnizados. A la quiebra generalizada del país, se sumarán otras y numerosas personas al desempleo, multiplicando aún más los esfuerzos de supervivencia. Empero, nos inquietan otras facetas de un mismo problema, como el de la arbitraria, unilateral y caprichosa disposición de una metrópoli, según el gusto y los intereses de quienes la gobiernan o dicen gobernarla.

En definitiva, muy pocos saben qué desean hacer con la ciudad, pues, desde la recuperación que jubilosamente prometieron de El Guaire para los bañistas que lo disfrutarían a sus anchas o la amplísima Plaza de la Revolución que devoró importantes recursos sólo para su proyección, ordenada la exposición de sus planos, por Farruco Sesto, en el Museo de Arquitectura, hasta el presente, es demasiado el trecho. La intervención del casco histórico, con un insigne afán remodelador que ha dejado escasos espacios para la restauración,  bajo presunta asesoría cubana, no ha sido motivo alguno de discusión y de conocimiento público, por lo menos, con el suficiente que garantice la participación de legos y entendidos, propios y extraños, o cualesquiera interesados en la materia.

En tiempos de López Contreras, se supo del Plan Rotival y fueron muchas las voces que lo aplaudieron o rechazaron. Las administraciones siguientes, por cierto, con signos políticamente encontrados, concibieron, planificaron y divulgaron una transformación urbana que, mal que bien, fue ejecutada, aunque el Pérez Jiménez que inauguró la antes prevista Ciudad Universitaria, levantó el complejo comercial y de oficinas del Centro Simón Bolívar, según la prensa de la época, solicitó los estudios para reemplazar los bloques de la urbanización de El Silencio, por los superbloques que la urbanización 2 de Diciembre ya exhibía, retractándose indirectamente por la vocería del Banco Obrero.

Ahora bien, si de recuperación de la vieja Caracas se trata, ella se ha limitado hoy  a una sistemática expropiación, a la muy lenta remodelación de los inmuebles afectados, a la reinvención de una tradición que hará de las piñaterías o restaurantes aledaños de El Venezolano, locales para un consumo costoso de “exquisiteces”, adquisición de “artesanías” o de exposiciones nunca abiertas, como ha ocurrido en otras inmediaciones. Y es que llaman recuperar a la ciudad,   tardar literalmente varios años en una interesada remodelación, como el edificio de la vieja Corte Suprema de Justicia; parapetear y pintar la fachada de la antigua sede del Correo de Carmelitas, inutilizada interiormente; quitarle a la UDO el edificio La Francia para apresurar el envoltorio y darlo a la tal constituyente, demasiado tiempo después que fue “capturado en escena” por el barinés; sustituir el mural del hijo de Sabaneta, parecido más al Conde del Guácharo, por una versión confiable en la Plaza Lina Ron, antes Andrés Eloy Blanco; caricaturizar hasta el extremo el cine Rialto para darle cabida al caro restaurant que ni siquiera pisa la alta burocracia, atraída por el este; abrir librerías que ya no tienen qué vender, ni siquiera gorras y franelas alusivas al antecesor o al sucesor; o, en definitiva, perseverar en el abandono de los espacios públicos, sumergidos en un deterioro implacable.

Suelen expropiar, sin saber qué hacer con los bienes inmuebles afectados a corto, mediano o largo plazo, excepto lo otorguen en concesión a algún relacionado o lo destinen a cuidado del resignado asalariado del Estado que meten en los panfletarios programas de promoción dizque cultural. No hay plan o proyecto alguno para la ciudad, simplemente, porque no está sometido al escrutinio de la opinión pública que, en su momento, discrepó del reemplazo de los bloques por los superbloques y, de un modo u otro, asintiendo Pérez Jiménez, como no lo hacen quienes “gobiernan”  ahora a la capital.

Además, tratándose del restaurant La Atarraya, sobreviviente a demasiadas décadas, ¿qué necesidad había de tocarlo?; ¿acaso, le garantizan un mejor  funcionamiento?; ¿ no era más loable apoyar a sus propietarios o administradores que, conscientes de la tradición que representan, procuraron preservarlo, incluyendo su oferta gastronómica, aunque hoy obligados a vender cachapas o empanadas por culpa de un régimen devastador? Como ocurre en otro lugares del mundo, muy bien el sector privado pudo seguir gestionando su local, bajo las condiciones – nada extrañas – de un Estado celoso de la conservación del lugar, pero ¿por qué estatizarlo, ponerlo quizá como un comedor del PSUV, desconociendo y desfigurando una tradición, la del empresario que no es, precisamente, el fiel  representante de la odiada burguesía pro-imperialista de sus tormentos?

Y es que tampoco existe  concepción estética alguna de la ciudad capital que podamos descubrir en los actuales y harto caprichosos decisores públicos, salvo las postales de La Habana maquillada que tienen por modelo, reducida a los brochazos de vivos colores para la fachada y el barnizamiento de cualquier oropel de hierro forjado. Hablamos de una mirada demasiado circunscrita y, como si fuese un álbum de barajitas, antes que referente arquitectónico y también arquitecturador de sus tradiciones,  la prefieren con sus desnudeces de precariedad, apenas retocada por el antropólogo cultural que la convierte en un boletín de prensa del despacho oficial.

Tomada la plaza por asalto, sin saber qué hacer con ella, la caricaturizarán con groseras imitaciones de lo que entienden fue la capital, según el leal saber y entender de los contratistas que tardarán nuevamente, animando vehementmente a sus contratantes.  Afanes propios del  kitsch madurista, versionándola, nos orientan a la definitiva pérdida de la memoria.

Fotografías de El Venezolano: http://mariafsigillo.blogspot.com/2012/07/un-paseo-por-el-mercado-de-san-jacinto.html
Fotografía del "cohetón": Yrleana Gómez.
Cfr. http://caracasen450.com/2018/01/31/plaza-el-venezolano/
29/04/2018:
http://www.opinionynoticias.com/opinionnacional/32476-nagarrab

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