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domingo, 11 de junio de 2017

MEDIO SIGLO

EL PAÍS, Madrid, 12 de junio de 2017
 TRIBUNA
50 años de ocupación israelí
Ha pasado medio siglo y el final del conflicto entre dos naciones convencidas de que tienen derecho a reclamar el mismo pedazo de tierra parece más alejado que nunca. Europa, sobre todo Alemania, debe actuar en favor de los palestinos
Daniel Barenboim

La política internacional actual está dominada por cuestiones como el futuro del euro y la crisis de los refugiados, la amenaza de que la presidencia de Trump provoque el aislamiento de Estados Unidos, la guerra de Siria y la lucha contra el extremismo islámico. No obstante, hay otro tema casi omnipresente desde la primera década del nuevo milenio pero que cada vez aparece menos en las noticias y, por tanto, cada vez está menos presente en la conciencia colectiva: el conflicto en Oriente Próximo. Durante decenios, el enfrentamiento entre israelíes y palestinos fue una preocupación constante para Estados Unidos y Europa, y la resolución del conflicto, una de sus grandes prioridades políticas. Sin embargo, después de numerosos y fracasados intentos de poner fin a esta situación, da la impresión de que el statu quose ha consolidado. El mundo sigue pensando —con malestar, con impotencia y con cierta desilusión— que este conflicto es irresoluble.

La situación es más trágica aún en la medida en que los frentes se han ido reforzando y la situación de los palestinos ha empeorado sin cesar, y ni el más optimista puede atreverse a suponer que el Gobierno actual de Estados Unidos vaya a abordar el problema con una actitud prudente y sensata. Y la tragedia se va a hacer notar especialmente este año y el próximo, porque vamos a vivir dos aniversarios llenos de tristeza, en particular para los palestinos: en 2018 se conmemorará el 70º aniversario de lo que los palestinos llaman al Nakba, “la catástrofe”, que supuso la expulsión de más de 700.000 personas del antiguo territorio incluido en el mandato británico, como consecuencia directa del plan de la ONU para la partición de Palestina y la creación del Estado de Israel, el 14 de mayo de 1948. Al Nakba sigue vigente, puesto que más de cinco millones de descendientes directos de aquellos palestinos desplazados continúan hoy viviendo en un exilio forzoso.

Y este año, el 10 de junio se han cumplido 50 años de ocupación continuada de las tierras palestinas por parte de Israel, una situación moral y físicamente intolerable. Incluso los que piensan que la Guerra de los Seis Días —que terminó el 10 de junio de 1967— fue necesaria porque Israel tenía que defenderse deben reconocer que la ocupación y todo lo que ha sucedido con posterioridad constituyen un desastre absoluto. No solo para los palestinos sino también para los israelíes, desde el punto de vista estratégico y desde el punto de vista ético.

La ocupación actual es inaceptable, tanto desde el punto de vista estratégico como moral

Ha pasado medio siglo desde entonces, y el final del conflicto parece más alejado que nunca. Nadie se hace hoy ilusiones de poder ver a un joven palestino o a un joven israelí tendiendo la mano al otro. Y es un problema que, a pesar de que haya dejado de ser “popular”, como decía antes, sigue siendo importante, incluso crucial. Para los habitantes de Palestina e Israel, para todo Oriente Próximo y para el mundo entero.

De ahí que, coincidiendo con el 50º aniversario de la ocupación, me atreva a pedir a Alemania y a Europa que vuelvan a dar prioridad a la resolución del conflicto. No estamos hablando de un enfrentamiento político, sino de un enfrentamiento entre dos naciones que están completamente convencidas de que tienen derecho a reclamar el mismo, y pequeño, pedazo de tierra. Europa, que hace declaraciones sobre la obligación de ser más fuerte y más independiente, debe ser consciente de que esa nueva fortaleza y esa nueva independencia implican exigir de manera inequívoca que Israel ponga fin a la ocupación y reconozca el Estado palestino.

El hecho de ser un judío y vivir en Berlín desde hace más de 25 años me permite tener una perspectiva especial sobre la responsabilidad histórica de Alemania en este conflicto. Si tengo la posibilidad de vivir libre y felizmente en este país es solo gracias a que los alemanes han afrontado y digerido su pasado. No cabe duda de que, incluso en la Alemania actual, existen tendencias extremistas y preocupantes contra las que todos debemos luchar. Pero, en general, la sociedad alemana es hoy una sociedad libre y tolerante, consciente de su responsabilidad humanitaria.

Hay que encontrar una solución justa para la crisis de los refugiados y el retorno de los palestinos

Alemania e Israel, por supuesto, siempre han tenido una relación especialmente estable; la primera siempre se ha sentido, y con razón, en deuda con el segundo. Pero no tengo más remedio que ir un poco más allá: Alemania tiene también una deuda especial con los palestinos. Sin el Holocausto, nunca se habría llevado a cabo la partición de Palestina, ni se habrían producido al Nakba, la guerra de 1967 y la ocupación. Ahora bien, no son solo los alemanes los que tienen una responsabilidad hacia los palestinos, sino todos los europeos, porque el antisemitismo fue un fenómeno que se dio en toda Europa, y los palestinos siguen sufriendo sus consecuencias directas, a pesar de no tener ninguna culpa de aquello.

Es absolutamente necesario que Alemania y Europa asuman esa responsabilidad respecto al pueblo palestino. Eso no significa que haya que tomar medidas contra Israel, sino en favor de los palestinos. La ocupación actual es inaceptable, tanto desde el punto de vista estratégico como desde el punto de vista moral, y debe terminar. Hasta ahora, el mundo no ha hecho nada verdaderamente importante para lograrlo, y Alemania y Europa deben exigir el fin de la ocupación y el respeto de las fronteras anteriores a 1967. Hay que fomentar una solución con dos Estados, pero, para eso, es necesario que se reconozca a Palestina como Estado independiente. Hay que encontrar una solución justa para la crisis de los refugiados. Hay que reconocer el derecho de retorno de los palestinos y ponerlo en práctica en colaboración con Israel. Hay que garantizar una distribución equitativa de los recursos y el respeto a los derechos civiles y humanos de los palestinos. Y todo esto es tarea de Europa, sobre todo ahora que vemos cómo está cambiando el orden mundial.

Cuando han pasado 50 años desde aquel 10 de junio, quizá estamos muy lejos de poder resolver el conflicto israelo-palestino. Solo si Alemania y Europa empiezan ya a asumir su responsabilidad histórica y a tomar medidas que ayuden a los palestinos será tal vez posible evitar que, cuando llegue el 100º aniversario de la ocupación israelí de las tierras palestinas, la situación siga igual
(*) Daniel Barenboim es pianista y director de orquesta.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Fuente:
http://elpais.com/elpais/2017/06/08/opinion/1496923335_488907.html
Ilustración: Eulogia Merle

sábado, 16 de agosto de 2014

UNA VERSIÓN POPULAR

Cuando una mosca cae en la taza del café

1. El italiano tira la taza al suelo, grita a todos y se va lleno de rabia a tomarse un café en otra parte.
2. El francés saca la mosca con dos dedos y se toma el café.
3. El chino se come la mosca y tira el café.
4. El ruso se toma el café con mosca y todo, siempre que no cobren por la mosca.
5. El israelí le vende el café al francés, la mosca al chino, se compra una nueva taza de café y con el saldo que le queda inventa y desarrolla un aparato para evitar que las moscas caigan en los cafés.
6. El palestino mira su taza, le echa la culpa al judío por la mosca en su café, protesta ante las Naciones Unidas por el acto de agresión israelí, toma un préstamo de la Unión Europea para comprarse otro café, usa ese dinero para comprar explosivos y revienta la cafetería.
Mientras, el italiano, el francés, el chino y el ruso tratan de convencer al israelí de que él tiene la obligación moral de darle su nueva taza de café al palestino.

Fuente: Google.

miércoles, 13 de agosto de 2014

DE LA TREGUA CRÓNICA

EL PAÍS, Madrid, 12 de agosto de 2014
LA CUARTA PÁGINA
Gaza, un conflicto enquistado
Es muy difícil que las negociaciones e
ntre israelíes y palestinos conduzcan a una paz duradera en la región, sobre todo porque ninguno es capaz de abandonar los raíles que condujeron a seis guerras y dos Intifadas
Jesús A. Núñez 

También esta vez habrá tregua, por supuesto. Pero para evitar desengaños posteriores, conviene tener claro ya desde ahora que, sean cuales sean sus condiciones, no servirá para asentar la paz en Palestina. Peor aún, será el germen del siguiente brote de violencia al que solo falta ponerle fecha. A esta pesimista conclusión se llega no por aplicación de ningún tipo de determinismo que condene a palestinos e israelíes a vivir en eterna confrontación, sino por simple destilación de unas pautas de comportamiento que han vuelto a ponerse de manifiesto con ocasión de la actual tragedia de Gaza y que se resumen en falta de voluntad (para unos) y de capacidad (para otros) para salirse de los raíles que explican las seis guerras y las dos Intifadas registradas desde hace 67 años. En esencia se trata de que:
—Hamás es para Israel únicamente una piedra en el zapato. Molesta, pero no pone en peligro la supervivencia del Estado. Visto así —y sin olvidar que en su arranque fue favorecido por Tel Aviv como un instrumento que acentuaba la deseada fragmentación palestina—, el Movimiento de Resistencia Islámica le sirve como espantajo ante la opinión pública mundial, tratando de convencernos de que es estrictamente un grupo terrorista y de que, por extensión, todos los palestinos son terroristas.
—En todo caso, como resultado de un notabilísimo fracaso de inteligencia —que se traduce en la incapacidad para prevenir el continuo rearme de su principal milicia, las Brigadas Ezzedine al Qasam—, Israel se ve abocado a la periódica necesidad de “cortar las uñas al pequeño monstruo”. Con la directa implicación de Irán y la financiación de poderosos regímenes del Golfo, Hamás ha ido aumentando tanto el número como el alcance de su arsenal de cohetes, utilizando la vía terrestre que arranca en Sudán y pasa por el Sinaí y la naval que termina en las orillas de la Franja. Desde los artesanales Qasam ha pasado a los iraníes Fajr-5 y a los sirios M-302, que ya tienen bajo su radio de acción a prácticamente cualquier localidad israelí (incluyendo el complejo nuclear de Dimona). Para contrarrestar esa amenaza, Israel ha ido también ampliando su capacidad antimisilística (con la sustancial ayuda económica y tecnológica de Washington), sumando la Cúpula de Hierro a las baterías de Patriot y con la vista puesta ya en la Honda de David, que debe completar un sistema antimisiles diseñado para neutralizar la práctica totalidad de los lanzamientos palestinos (el 85-90% de los lanzados en estas semanas han sido eficazmente interceptados).
Hamás ha aumentado tanto el número como el alcance de su arsenal de cohetes.
—Aún así, ese despliegue antimisil no basta por sí solo para mantener un siempre precario equilibrio que impida a los grupos armados palestinos (incluyendo a la Brigada Al Qods, brazo armado de la Yihad Islámica, y al grupo Tanzim y a la Brigada de los Mártires de Al Aqsa, ligados a Al Fatah) perturbar seriamente la vida nacional israelí. En consecuencia, en el momento en el que Israel detecta que el equilibrio puede romperse en su contra, recurre a una excusa puntual —que su maquinaria mediática disfraza inmediatamente de respuesta a un previo acto de agresión palestino— para lanzar una operación de castigo. En este caso, ha sido la acusación (no demostrada) de que Hamás había matado a tres jóvenes israelíes —cuando lo que realmente pretende es impedir la consolidación de un Gobierno palestino de unidad— lo que le ha permitido poner en marcha la Operación Margen Protector. Y tras comprobar que los bombardeos aéreos, navales y artilleros (como en Pilar de Defensa, 2012) no bastaban para cortar las uñas hasta el punto deseado —dado que sus oponentes han mejorado en resiliencia y operatividad—, ha decidido pasar a la incursión terrestre (como en Plomo Fundido, 2008-2009) con el pretexto ocasional de destruir unos túneles cuya existencia conocía desde hace tiempo.
—Sumergidos en una operación de esta naturaleza, Israel sabe que tiene que actuar rápida y contundentemente (lo que significa un absoluto desprecio por la vida de civiles). Es muy consciente de que la eliminación de la capacidad militar de sus enemigos en la Franja solo sería factible reocupando total y permanentemente sus escasos 400 kilómetros cuadrados. Y sabe igualmente que llegar a ese punto supondría asumir unos costes insoportables —no tanto por las siempre débiles críticas internacionales, como, sobre todo, por el alto coste en bajas propias que eso le reportaría, junto con el insoportable riesgo de que alguno de sus soldados sea capturado (que no secuestrado)—. Más aún, si no se plantea esa tarea es sencillamente porque no lo necesita, dado que la entidad de la amenaza es estratégicamente manejable.
—Por tanto, le basta con golpear brutalmente de vez en cuando, confiado en que puede sobrepasar cualquier límite legal o moral mientras Estados Unidos le cubra las espaldas, neutralizando cualquier tímida reacción internacional durante el tiempo necesario para reducir el nivel de la amenaza hasta un nivel soportable.
—Por su parte, los grupos palestinos que optan por la violencia constatan cómo a pesar de ir aumentando su capacidad para resistir al ocupante, no logran en ningún caso modificar su estrategia de hechos consumados que busca el dominio efectivo de la totalidad de Palestina. Por muy encendido que sea su discurso son conscientes de su debilidad frente a la maquinaria militar israelí y de que, en gran medida, dependen de actores externos que apenas los consideran algo más que meros instrumentos al servicio de agendas que no pueden controlar. De nada le sirven a Hamás sus credenciales políticas (como ganador de las elecciones de 2006), ni su alto nivel de cumplimiento de lo acordado con Israel (a la actual explosión violenta se llega con el incumplimiento israelí en la liberación de unos 300 prisioneros).
El Gobierno de Netanyahu ha ampliado su capacidad antimisilística con la Cúpula de Hierro
—Hamás volverá a cantar victoria cuando callen nuevamente las armas —con el simple argumento de que ha logrado resistir la enésima embestida—, pero debe saber internamente que ninguna de sus opciones actuales —dotarse de más cohetes (soñando con hacerse algún día con misiles) más precisos que los actuales y abrir túneles hasta territorio israelí para complicar sus operaciones terrestres y para capturar a soldados con los que poder negociar algo a cambio— le depara un mejor futuro. Asumiendo que mantendrá su apuesta contra el ocupante, solo cabe prever que insistirá en esas mismas vías, con el posible añadido de un regreso a los atentados en suelo israelí, aunque eso se traduzca en más condenas que apoyos externos.
—Aferrados a unas estrategias militares que los devuelven recurrentemente a la casilla de partida —mientras se sigue sumando destrucción y muerte de civiles convertidos en meros números de una macabra contabilidad que ya solo altera las conciencias de una minoría—, no es posible hoy entrever ninguna salida del pozo.
Llegados a este punto no es posible encontrar una sola lección positiva aprendida, mientras se siguen acumulando las negativas. Así, vuelve a quedar de manifiesto que expresiones como “masacre”, “totalmente inaceptable” o “ultraje moral y acto criminal” —cuando se hace referencia al asesinato de civiles gazatíes, incluyendo los refugiados en instalaciones de UNRWA— no son más que palabras vacías. También vuelve a quedar constancia de la inaudible voz de la Liga Árabe, en un ejemplo más de la falsedad del mantra del apoyo a la causa palestina. Lo mismo cabe decir del inquietante desplazamiento hacia posiciones de extrema derecha del electorado israelí, que no parece percibir el abismo moral en el que lo se están hundiendo sus gobernantes. Por si todavía era necesario confirmarlo, tanto la Unión Europea como el presidente palestino quedan nuevamente retratados como invitados de piedra a un drama que no tiene visos de cesar. ¿Un panorama muy pesimista? No, lo pesimista (a falta de un concepto aún más sombrío) es lo que viven quienes están sometidos desde hace décadas a la barbarie de los que creen que con las armas lograrán imponer su dictado.
(*) Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Ilustración: Eduardo Estrada.

sábado, 26 de julio de 2014

FAUCE

EL PAÍS, Madrid, 24 de julio de 2014
TRIBUNA
La nueva guerra de los treinta años
No se puede aspirar a resolver la situación de Oriente Próximo, sino a gestionarla
Richard N. Haass 

Es una región atormentada por una lucha religiosa entre tradiciones que se disputan su credo, pero el conflicto enfrenta también a militantes y moderados, impulsado por gobernantes vecinos que intentan defender sus intereses y aumentar su influencia. Los conflictos se producen entre Estados y dentro de ellos; resulta imposible distinguir las guerras civiles y las guerras por delegación. Con frecuencia los Gobiernos pierden el control a favor de grupos pequeños –milicias y similares– que actúan dentro de los límites fronterizos o traspasándolos. Las pérdidas de vidas son devastadoras y millones de personas pierden sus hogares.
Esa podría ser una descripción del Oriente Próximo actual. En realidad, describe la Europa de la primera mitad del siglo XVII.
En el norte de África de 2011, el cambio llegó después de que un humillado vendedor tunecino de fruta se prendiera fuego para protestar; al cabo de unas semanas, la región estaba en llamas. En la Europa del siglo XVII, un levantamiento religioso local por parte de protestantes bohemios contra Fernando II, el emperador católico de Habsburgo, desencadenó la conflagración de aquella época. Tanto los protestantes como los católicos acudieron en apoyo de sus correligionarios, dentro de los territorios que más adelante llegarían a constituir Alemania. Muchas de las mayores potencias de aquella época, incluidas España, Francia, Suecia y Austria, quedaron involucradas. El resultado fue la guerra de los Treinta Años, el episodio más violento y destructivo de la historia de Europa hasta las dos contiendas mundiales del siglo XX.
Hay diferencias evidentes entre los acontecimientos del periodo 1618-1648 en Europa y los citados de 2011-2014, pero las similitudes son muchas y dan mucho que pensar. Tres años y medio después del amanecer de la primavera árabe, existe la posibilidad real de que estemos presenciando la primera fase de una lucha mortífera, costosa y prolongada; dada la gravedad de la situación, podría muy bien empeorar.
Tres años después del inicio de  la 'primavera árabe', la situación podría empeorar
La región está madura para los disturbios. La mayoría de su población es políticamente impotente y pobre, tanto en riqueza como en perspectivas. El islam nunca experimentó algo parecido a la Reforma en Europa; las líneas divisorias entre lo sagrado y lo secular no son claras y están discutidas.
Además, las identidades nacionales compiten con frecuencia con las derivadas de la religión, la secta y la tribu, y cada vez se encuentran más rebasadas por ellas. La sociedad civil es débil. En algunos países, la presencia del petróleo y del gas disuade la aparición de una economía diversificada y, con ella, de una clase media. La enseñanza insiste en el aprendizaje memorístico, en lugar del pensamiento crítico. En muchos casos, los gobernantes autoritarios carecen de legitimidad.
Los participantes exteriores, con lo que han hecho y lo que han dejado de hacer, han avivado aún más el fuego. La guerra de 2003 en Irak fue muy relevante, pues exacerbó las tensiones entre suníes y chiíes en uno de los países más importantes de esa región y, a consecuencia de ello, en muchas de las demás sociedades divididas de esa zona. El cambio de régimen en Libia ha creado un Estado que falla. El tibio apoyo al cambio de régimen en Siria ha preparado el terreno para una prolongada guerra civil.
La trayectoria de la región es preocupante: Estados débiles que no pueden vigilar su territorio; pocos Estados relativamente fuertes y que compiten por la supremacía; milicias y grupos terroristas van obteniendo una mayor influencia y unas fronteras que se desdibujan. La tradición política local confunde la democracia con el abuso de la mayoría de los votos, pues se utilizan las elecciones como medios de consolidar el poder, no de compartirlo.
Aparte del enorme sufrimiento humano y las pérdidas de vidas, la consecuencia más inmediata de la agitación es la posibilidad de un terrorismo más frecuente y duro, tanto el localizado en Oriente Próximo como el que emana de él. Y también existe la posibilidad de una alteración de la producción y del transporte de energía.
Se debe perseguir un alto el fuego específico entre Israel y Hamás
Hay límites a lo que las instancias exteriores pueden hacer. A veces, las autoridades deben centrarse en impedir que la situación empeore, en lugar de en programas ambiciosos para mejorar; este es uno de esos momentos. Lo que esa situación requiere, por encima de todo, es prevenir la proliferación nuclear (comenzando por Irak), ya sea mediante la diplomacia y las sanciones o, de ser necesario, mediante ataques militares o de sabotaje. La otra posibilidad —un Oriente Próximo en el que varios Gobiernos y, por mediación de ellos, milicias y grupos terroristas tengan acceso a las armas y materiales nucleares— es demasiado espantosa para plantearla.
También tienen el mayor sentido las medidas que reduzcan la dependencia mundial de los suministros energéticos de esa región, incluidos el desarrollo de fuentes substitutivas y las mejoras en la eficiencia de los combustibles. La asistencia económica debe ir dirigida simultáneamente a Jordania y al Líbano para ayudarlos a afrontar la avalancha de refugiados. El fomento de la democracia en Turquía y Egipto debe centrarse en el fortalecimiento de la sociedad civil y la creación de Constituciones sólidas que difuminen el poder.
El contraterrorismo contra grupos como, por ejemplo, el Estado Islámico de Irak y de Siria (que ahora se llama simplemente Estado Islámico) debe llegar a ser una característica fundamental de esa política, ya sea mediante aviones no tripulados, pequeñas incursiones o la capacitación y entrega de armas a los copartícipes locales. Ya es hora de reconocer la inevitabilidad del desmembramiento de Irak (ahora el país es más un medio para la influencia de Irán que un baluarte contra ella) y fortalecer un Kurdistán independiente dentro de las antiguas fronteras de Irak.
No hay margen para las falsas ilusiones. El cambio de régimen no es una panacea; puede ser difícil de lograr y casi imposible consolidarlo. Las negociaciones no pueden resolver todos los conflictos, ni siquiera la mayoría de ellos.
Eso es sin lugar a dudas cierto, de momento, respecto de la disputa palestino-israelí. Aun cuando cambie, un acuerdo amplio ayudaría a las poblaciones locales, pero no afectaría a la dinámica de los países o conflictos vecinos. Ahora bien, se debe perseguir la consecución de un alto el fuego específico entre Israel y Hamás.
Asimismo, la diplomacia puede dar resultado en Siria solo si acepta la realidad existente en el terreno (incluida la supervivencia del régimen de Assad en el futuro previsible), en lugar de intentar transformarla. No se debe buscar la solución en el trazado de nuevos mapas, aunque, una vez que las poblaciones hayan cambiado y se haya restablecido la estabilidad política, el reconocimiento de nuevas fronteras podría ser deseable y viable.
Las autoridades deben reconocer sus límites. De momento y en el futuro previsible —hasta que surja un nuevo orden local o se generalice la extenuación— Oriente Próximo no será tanto un problema que resolver cuanto una situación que gestionar.
(*) Richard N. Haass es presidente de la organización Consejo de Relaciones Exteriores.
Traducido por Carlos Manzano.

viernes, 6 de septiembre de 2013

NOTICIERO RETROSPECTIVO

- Anselmo Reyes. "Tady Kurowski, Janus y Madonowski rganizaban fugas de prisioneros en campos de concentración nazi". El Nacional, Caracas, 21/09/1972.
- Ludovico Silva. "Tempestad en el arte italiano". Qué Pasa en Venezuela, Caracas, 01/02/64.
- Manuel Mantero. "La poesía como programa". El Universal, Caracas, 20/08/63.
- José Vicente Ragel. "Ni pro-árabes ni anti-judíos: con los derechos del pueblo paestino". El Diario de Caracas, 26/07/79.
- José Virtuoso. "Volver a la política". SIC, Caracas, nr. 624 de 05/00.

Fotografía: Celebración nazi en Estados Unidos. Élite, Caracas, 29/03/1963.

domingo, 17 de febrero de 2013

MARIO, VICENTE Y UGO

EL PAÍS, Madrid, 10 de Febrero de 2013
EL NACIONAL - Domingo 17 de Febrero de 2013     Siete Días/6
Ganar batallas, perder la guerra
La ocupación de los territorios palestinos, la política de extender los asentamientos y la pura fuerza militar han fracasado y preludian, a la corta o a la larga, un desastre para Israel
MARIO VARGAS LLOSA

Cada vez que me gana el pesimismo sobre Israel y pienso que la derechización de su sociedad y sus gobiernos son irreversibles y seguirán empujando el país hacia una catástrofe que abrasará todo el Medio Oriente y acaso el mundo entero, algo ocurre que me devuelve la esperanza. Esta vez han sido una conferencia de David Grossman, en el Hay Festival de Cartagena, y el estreno, en Nueva York, en el cinema del Lincoln Plaza ­un sótano que por su programación, su público y hasta por su olor me recuerda los queridos cinemas de arte parisinos de la rue Champollion­ del documental The Gatekeepers (Los guardianes), de Dror Moreh.
Ambos testimonios prueban que todavía hay un margen de lucidez y sensatez en la opinión pública de Israel que no se deja arrollar por la marea extremista que encabezan los colonos, los partidos religiosos y Benjamin Netanyahu.
David Grossman no es sólo un excelente novelista y ensayista; también una figura pública que defiende la negociación entre Israel y Palestina, la cree todavía posible y está convencido de que en el futuro ambos Estados pueden no sólo coexistir, sino colaborar en pos del progreso y la paz del Medio Oriente. Habla despacio, con suavidad, y sus argumentos son rigurosos, sustentados en convicciones profundamente democráticas. Fue uno de los seguidores más activos del movimiento Paz Ahora, y ni siquiera su tragedia familiar recientemente padecida ­la pérdida de un hijo militar, en la última guerra en la frontera del Líbano­ ha alterado su vocación y su militancia pacifistas. Sus primeros libros incluían muchas entrevistas y relatos de sus conversaciones con los palestinos que a mí me sirvieron de brújula para entender en toda su complejidad las tensiones que recorren a la sociedad israelí desde el nacimiento de Israel. Su conmovedora intervención, durante el Hay Festival, en Cartagena, fue escuchada con unción religiosa por los centenares de personas que abarrotaban el teatro.
El documental del cineasta israelí Dror Moreh es fascinante y no me extraña que haya sido seleccionado entre los candidatos al Oscar en su género. Consiste en entrevistas a los seis ex directores del Shin Bet, el servicio de inteligencia de Israel, es decir, los guardianes de su seguridad interna y externa, quienes, desde la fundación del país, en 1948, han combatido el terrorismo dentro y fuera del territorio israelí, decapitado múltiples conspiraciones de sus enemigos, liquidado a buen número de ellos en atentados espectaculares, y sometido a la población árabe de los territorios ocupados a un escrutinio sistemático y a menudo implacable.
Parece inconcebible que estas seis personas, tan íntimamente compenetradas con los secretos militares más delicados del Estado israelí, hablen con la franqueza y la falta de miramientos con que lo hacen ante las cámaras de Dror Moreh.
Una prueba relevante de que la libertad de opinión y de crítica existe en Israel. (El director de la película ha explicado que, al pasar ésta por la seguridad del Estado, ya que aludía a cuestiones militares, sólo recibió dos ínfimas sugerencias, a las que accedió).
El Shin Bet ha sido muy eficaz impidiendo atentados contra los gobernantes israelíes tramados por terroristas islámicos, pero no pudo atajar el asesinato del primer ministro Yitzhak Rabin, el gestor de los Acuerdos de Paz de Oslo, por un fanático israelí. Eso sí, consiguió evitar el complot de un grupo terrorista de judíos ultrarreligiosos que se proponía dinamitar la Explanada de las Mezquitas o Monte del Templo, lo que sin duda hubiera provocado en todo el mundo musulmán una reacción de incalculables consecuencias.
"Para combatir el terror hay que olvidarse de la moral", dice Avraham Shalom, quien debió renunciar al Shin Bet en 1986 por haber ordenado asesinar a dos palestinos que secuestraron un autobús. Anciano y enfermo, Shalom es uno de los más fríos y destemplados de los seis entrevistados a la hora de describir al Israel de nuestros días. "Nos hemos vuelto crueles", afirma. Y, también, que se ha perdido el idealismo y el optimismo que caracterizaba a los antiguos sionistas.
Los gobiernos de ahora, según él, evitan tomar decisiones de largo aliento. "Ya no hay estrategia, sólo tácticas".
Por su parte, Ami Ayalon, que dirigió el Shin Bet entre 1996 y 2000, lamenta que sus compatriotas no quieran ver ni oír lo que ocurre a su alrededor. "Cuando las cosas se ponen feas ­dice­, lo más fácil es cerrar los oídos y los ojos".
La frase que más me impresionó en todo el documental la dice él mismo: "Ganamos todas las batallas, pero perdemos la guerra". Yo creo que no hay mejor definición de lo que puede ser el futuro de Israel si sus gobiernos no enmiendan la política de intransigencia y de fuerza que ha sido la suya desde el fracaso de las negociaciones con los palestinos de Camp David y Taba.
Contrariamente a lo que se esperaría de estos hombres duros, que han tomado decisiones dificilísimas, a veces sangrientas y feroces, en defensa de su país, ninguno de ellos defiende las posiciones de esa línea fanática y sectaria que encarna el movimiento de los colonos, empeñados en rehacer el Israel bíblico, o el partido del ex ministro de Relaciones Exteriores de Netanyahu, Avigdor Lieberman.
Aunque con matices, los seis, de manera muy explícita, consideran que la ocupación de los territorios palestinos, la política de extender los asentamientos y la pura fuerza militar han fracasado y preludian, a la corta o a la larga, un desastre para Israel. Y que, por ello, este país necesita un gobierno con genuino liderazgo, capaz de retirarse de los territorios ocupados, como Ariel Sharon retiró las colonias de la Franja de Gaza en 2005. Los seis son partidarios de reabrir las negociaciones con los palestinos.
Avraham Shalom, preguntado por Dror Moreh si ese diálogo debería incluir a Hamás, responde: "También". Y apostilla, aunque sin ironía: "Trabajar en el Shin Bet nos vuelve un poco izquierdistas, ya lo ve".
Escuché al director de The Gatekeepers la noche del estreno de su película en Nueva York y las cosas sensatas y valientes que decía se parecían como dos gotas de agua a las que le había oído, unos días antes, en Cartagena, a David Grossman. "¿Qué se puede hacer para que esa opinión pública que no quiere ver ni oír lo que ocurre, se vea obligada a hacerlo?", le preguntó una espectadora. La respuesta de Dror Moreh fue: "El presidente Obama debe actuar".

Su razonamiento es simple y exacto. Estados Unidos es el único país en el planeta que tiene todavía influencia sobre Israel. No sólo por la importante ayuda económica y militar que le presta, sino porque, enfrentándose a veces al mundo entero, sigue apoyándolo en los organismos internacionales, vetando en el Consejo de Seguridad todas las resoluciones que lo afectan, y porque en la sociedad estadounidense las políticas más extremistas del Gobierno israelí cuentan con poderosos partidarios. Conscientes del desprestigio internacional que sus gobiernos le han ganado, de las amonestaciones y condenas frecuentes que recibe de las Naciones Unidas y de organizaciones de derechos humanos debido a la expansión de los asentamientos y su reticencia a abrir negociaciones serias con el Gobierno palestino, Israel se ha ido aislando cada vez más de la comunidad internacional y encerrándose en la paranoia ­"El mundo nos odia, el antisemitismo triunfa por doquier"­ y en un numantismo peligroso. Sólo Estados Unidos puede convencer a Netanyahu de que reabra las negociaciones y acelere la constitución de un Estado palestino y de acuerdos que garanticen la seguridad y el futuro de Israel. David Grossman y Dror Moreh lo creen así y con constancia y valentía, en sus campos respectivos, obran para que ello se haga realidad.
Ojalá ellos y los israelíes que piensan todavía como ellos consigan su designio de diálogo y de paz. Yo tengo algunas dudas porque también en Estados Unidos hay muchísima gente que, cuando se trata de Israel, prefiere taparse las orejas y los ojos en vez de encarar la realidad.

EL PAÍS, Madrid, 10 de Enero de 2013
EL NACIONAL - Domingo 20 de Enero de 2013     Siete Días/6
Apogeo y decadencia de Occidente
Niall Ferguson sostiene que la promoción del pañuelo y el velo islámicos no es una moda más, sino forma parte de una agenda cuyo objetivo último es limitar los derechos de la mujer
MARIO VARGAS LLOSA

En su ambicioso libro Civilización: Occidente y el resto, Niall Ferguson expone las razones por las que, a su juicio, la cultura occidental aventajó a todas las otras y durante quinientos años tuvo un papel hegemónico en el mundo y contagió a las demás con parte de sus usos, métodos de producir riqueza, instituciones y costumbres. Y, también, por qué ha ido luego perdiendo brío y liderazgo de manera paulatina al punto de que no se puede descartar que en un futuro previsible sea desplazada por la pujante Asia de nuestros días encabezada por China.
Seis son, según el profesor de Harvard, las razones que instauraron aquel predominio: la competencia que atizó la fragmentación de Europa en tantos países independientes; la revolución científica, pues todos los grandes logros en matemáticas, astronomía, física, química y biología a partir del siglo XVII fueron europeos; el imperio de la ley y el gobierno representativo basado en el derecho de propiedad surgido en el mundo anglosajón; la medicina moderna y su prodigioso avance en Europa y Estados Unidos; la sociedad de consumo y la irresistible demanda de bienes que aceleró de manera vertiginosa el desarrollo industrial, y, sobre todo, la ética del trabajo que, tal como lo describió Max Weber, dio al capitalismo en el ámbito protestante unas normas severas, estables y eficientes que combinaban el tesón, la disciplina y la austeridad con el ahorro, la práctica religiosa y el ejercicio de la libertad.
El libro es erudito y a la vez ameno, aunque no excesivamente imparcial, pues privilegia los aportes anglosajones y, por ejemplo, ningunea los franceses, y acaso sobrevalora los efectos positivos de la Reforma protestante sobre los católicos y los laicos en el progreso económico y cívico del Occidente. Pero tiene muchos aspectos originales, como su tesis según la cual la difusión de la forma de vestir occidental por todo el mundo fue inseparable de la expansión de un modo de vida y de unos valores y modas que han ido homogenizando al planeta y propulsando la globalización. Por eso, con argumentos muy convincentes Niall Ferguson sostiene que la promoción del pañuelo y el velo islámicos no es una moda más, sino forma parte de una agenda cuyo objetivo último es limitar los derechos de la mujer y conquistar una cabecera de playa para la instauración de la sharia.
Así ocurrió en Irán tras la Revolución de 1979 cuando los ayatolás emprendieron la campaña indumentaria contra lo que llamaban la "occidentoxicación" y así comienza a ocurrir ahora en Turquía, aunque de manera más lenta y solapada.
Ferguson defiende la civilización occidental sin complejos ni reticencias pero es muy consciente del legado siniestro que también constituye parte de ella ­la Inquisición, el nazismo, el fascismo, el comunismo y el antisemitismo, por ejemplo­, pero algunas de sus convicciones son difíciles de compartir.
Entre ellas la de que el imperialismo y el colonialismo, haciendo las sumas y las restas, y sin atenuar para nada las matanzas, saqueos, atropellos y destrucción de pueblos primitivos que causaron, fueron más positivos que negativos, pues hicieron retroceder la superstición, prácticas y creencias bárbaras e impulsaron procesos de modernización. Tal vez esto valga para algunas regiones específicas y ciertos tipos de colonización, como los que experimentó la India, pero difícilmente sería válido en el caso de otros países, digamos del Congo, cuya anarquía y disgregación crónicas derivan en gran parte de la ferocidad de la explotación y del genocidio de sus comunidades que impuso el colonialismo belga.
El libro dedica muchas páginas a describir la fascinante transformación de la China colectivista y maoísta del Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural de Mao Tse-tung a la que impulsó Deng Xiaoping, la de un capitalismo a marchas forzadas que abre mercados, estimula las inversiones extranjeras y la competencia industrial, permite el crecimiento de un sector económico no público y de la propiedad privada, pero conserva el autoritarismo político. Al igual que la Inglaterra de la Revolución industrial que estudió Max Weber, el profesor Ferguson destaca el poco conocido papel que ha desempeñado también en China, a la vez que su economía se disparaba y batía todos los récords históricos de progreso estadístico, el desarrollo del cristianismo, en especial el de las iglesias protestantes. Las cifras que muestra en el caso concreto de la ciudad de Wenzhou, provincia de Zhejiang, la más emprendedora de China, son impresionantes. Hace 30 años había una treintena de iglesias protestantes y ahora hay 1.339 aprobadas por el Gobierno (y muchas otras no reconocidas). Llamada "la Jerusalén china", en Wenzhou buen número de empresarios emergentes asumen abiertamente su condición de cristianos reformados y la asocian estrechamente a su trabajo. La entrevista que celebra Ferguson con uno de estos prósperos "jefes cristianos" de Wenzhou, llamado Hanping Zhang, uno de los mayores fabricantes de bolígrafos y estilográficas del mundo, es sumamente instructiva.
Aunque no lo dice explícitamente, todo el contenido de Civilización: Occidente y el resto deja entrever la idea de que el formidable progreso económico de China irá abriendo el camino a la democracia política, pues, sin la diversidad, la libre investigación científica y técnica y la permanente renovación de cuadros y equipos que ella estimula, su crecimiento se estancaría y, como ha ocurrido con todos los grandes imperios no occidentales del pasado ­Ferguson ofrece una apasionante síntesis de esa constante histórica­, se desplomaría. Si eso ocurre, el liderazgo que la civilización occidental ha tenido por cinco siglos habrá terminado y en lo sucesivo serán China y un puñado de países asiáticos los que asumirán el papel de naves insignias de la marcha del mundo del futuro.
Las críticas de Niall Ferguson al mundo occidental de nuestros días son muy válidas. El capitalismo se ha corrompido por la codicia desenfrenada de los banqueros y las élites económicas, cuya voracidad, como demuestra la crisis financiera actual, los ha llevado incluso a operaciones suicidas, que atentaban contra los fundamentos mismos del sistema. Y el hedonismo, hoy día valor incontestado, ha pasado a ser la única religión respetada y practicada, pues las otras, sobre todo el cristianismo, tanto en su variante católica como protestante, se encoge en toda Europa como una piel de zapa y cada vez ejerce menos influencia en la vida pública de sus naciones. Por eso la corrupción cunde como un azogue y se infiltra en todas sus instituciones. El apoliticismo, la frivolidad, el cinismo, reinan por doquier en un mundo en el que la vida espiritual y los valores éticos conciernen sólo a minorías insignificantes.
Todo esto tal vez sea cierto, pero en el libro de Niall Ferguson hay una ausencia que, me parece, contrarrestaría mucho su elegante pesimismo. Me refiero al espíritu crítico, que, en mi opinión, es el rasgo distintivo principal de la cultura occidental, la única que, a lo largo de su historia, ha tenido en su seno acaso tantos detractores e impugnadores como valedores, y entre aquellos, a buen número de sus pensadores y artistas más lúcidos y creativos. Gracias a esta capacidad de despellejarse a sí misma de manera continua e implacable, la cultura occidental ha sido capaz de renovarse sin tregua, de corregirse a sí misma cada vez que los errores y taras crecidos en su seno amenazaban con hundirla.
A diferencia de los persas, los otomanos, los chinos, que, como muestra Ferguson, pese a haber alcanzado altísimas cuotas de progreso y poderío, entraron en decadencia irremediable por su ensimismamiento e impermeabilidad a la crítica, Occidente ­mejor dicho, los espacios de libertad que su cultura permitía­ tuvo siempre en sus filósofos, en sus poetas, en sus científicos y, desde luego, en sus políticos a feroces impugnadores de sus leyes y de sus instituciones, de sus creencias y de sus modas. Y esta contradicción permanente, en vez de debilitarla, ha sido el arma secreta que le permitía ganar batallas que parecían ya perdidas.

¿Ha desaparecido el espíritu crítico en la frívola y desbaratada cultura occidental de nuestros días? Yo terminé de leer el libro de Niall Ferguson el mismo día que fui al cine, aquí en New York, a ver la película Zero Dark Thirty, de Kathryn Bigelow, extraordinaria obra maestra que narra con minuciosa precisión y gran talento artístico la búsqueda, localización y ejecución de Osama bin Laden por la CIA. Todo está allí: las torturas terribles a los terroristas para arrancarles una confesión; las intrigas, las estupideces y la pequeñez mental de muchos funcionarios del Gobierno; y también, claro, la valentía y el idealismo con que otros, pese a los obstáculos burocráticos, llevaron a cabo esa tarea. Al terminar este film genial y atrozmente autocrítico, los centenares de neoyorquinos que repletaban la sala se pusieron de pie y aplaudieron a rabiar; a mi lado, había algunos espectadores que lloraban. Allí mismo pensé que Niall Ferguson se equivocaba, que la cultura occidental tiene todavía fuelle para mucho rato.

EL PAÍS, Madrid, 27 de Enero de 2013
EL NACIONAL - Domingo 03 de Febrero de 2013     Siete Días/8
Alumbramiento en agosto
En los grandes centros de la civilización occidental, como la propia sociedad estadounidense, la religión sirve todavía de refugio a fanáticos e intolerantes
MARIO VARGAS LLOSA

Sólo hay un placer más grande que leer una obra maestra y es releerla. William Faulkner escribió Light in August en seis meses, entre agosto de 1931 y febrero de 1932 y sólo hizo unas pocas enmiendas al corregir las pruebas, algo que maravilla dada la complejidad de la estructura y la perfección de la prosa con que está escrita la novela, sin un solo desfallecimiento de principio a fin. Se tradujo al español como Luz de agosto pero, ahora que acabo de leerla de nuevo, luego de dos o tres décadas, tiendo a dar la razón a quienes piensan que acaso hubiera sido más justo llamarla en nuestro idioma "Alumbramiento en agosto".
Porque el nacimiento del niño de Lena Grove y el borrachín, vago y canallita Lucas Burch, que ocurre en el corazón del verano sureño y que trae al mundo con sus manos el reverendo Hightower, es un hecho central del que arrancan o con el que coinciden hechos capitales de la historia, una de las más deslumbrantes y violentas de la saga de Yoknapatawpha County.
El mundo al que viene a habitar esta desamparada criatura, pese a estar como en los márgenes de la civilización, una tierra pobre, antigua, aislada y salvaje, se parece mucho al de nuestros días, porque está devastado como el de hoy por el fanatismo religioso, los prejuicios raciales, el despotismo y una falta de solidaridad que hace vivir a los seres humanos en el miedo y la soledad y los empuja a menudo a la locura.
No son la política ni la codicia lo que más envenena la vida de las gentes en la sociedad donde el mulato Joe Christmas padece la maldad de los otros e inflige la suya a los demás, sobre todo a las mujeres, sino la religión. Es verdad que Christmas no muere asesinado y castrado por un pastor sino por el ultranacionalista y patriota Percy Grimm, convencido de que "la raza blanca es superior a todas las otras y la de América superior a todas las otras razas blancas", pero igual hubiera podido asesinarlo y castrarlo su propio abuelo, el viejo Doc Hines, que iba a predicar a las iglesias de la gente de color sus convicciones racistas y, en vez de ser linchado por ellas, fue respetado y alimentado por los negros asustadizos y reverentes que lo escuchaban y le creían. La esclavitud ha sido abolida en el condado, pero no la mentalidad que la sostenía y que sigue vigente, en las costumbres, en el lenguaje cotidiano, en el desprecio y la marginación de los blancos ­sobre todo de las blancas­ que socializan con los negros como si fueran seres humanos, y los linchamientos a quienes osan transgredir las invisibles pero estrictas fronteras raciales que regulan la vida.
El padre adoptivo de Joe Christmas, que lo rescata del orfanato donde lo abandonó el abuelo, el fanático Mr. McEachern, le hace aprender el catecismo a latigazos y quiere, además, inculcarle que Dios creó a la mujer ­esa Jezabel­ para tentar al hombre, hacerlo pecar y condenarse al infierno, una idea generalizada entre los pobladores de Jefferson, la capital del condado, de la que participa incluso uno de los personajes menos repelentes del lugar, el reverendo Hightower, quien trata por todos los medios de impedir que el buenazo de Byron Bunch se case con la madre soltera (en otras palabras, pecadora) Lena Grove. El horror a las mujeres del extraordinario Hightower, que, antes de ser expulsado de la parroquia presbiteriana que regentaba, solía mezclar en sus sermones las alegorías bíblicas con una carga de caballería en la que participó su abuelo durante la guerra civil, se acentuó con su matrimonio: estuvo casado con una mujer que escapaba los fines de semana a Menfis para prostituirse y terminó suicidándose.
Al igual que la religión, el sexo es en el mundo puritano de Faulkner algo que atrae y espanta al mismo tiempo, una manera de desfogarse de ciertos humores destructivos que turban la conciencia, de ejercer el dominio y la fuerza contra el más débil, de abandonarse al instinto con la brutalidad ciega de los animales en celo. Nadie goza haciendo el amor, nadie siente el sexo como una manera de enriquecer la relación con su pareja y vivir así una experiencia que exalta el cuerpo y el espíritu. Por el contrario, al igual que Joe Christmas, que hace pagar en la cama a las mujeres que se acuestan con él las humillaciones y vejaciones que ha recibido y el rencor que tiene empozado en el alma, el ayuntamiento sexual es en este mundo de fornicantes reprimidos y tortuosos una manera de vengarse, de hacer sufrir al otro, de inmolarse en la vergüenza y en la culpa. Cuando Percy Grimm lleva a cabo la mutilación del mulato, simbólicamente se automutila, que es lo que, en el fondo sucio de sus corazones, quisieran hacer todos esos puritanos de Yoknapatawpha horrorizados de tener urgencias sexuales y convencidos de que por ellas arderán por la eternidad.
¿Por qué nos hechiza de esta manera un mundo en el que hay tanta gente malvada y estúpida que usa la religión para justificar sus inclinaciones perversas y sus taras y prejuicios? Es verdad que, entre esa muchedumbre de pobres diablos despreciables, aparecen también algunas personas sanas y bien intencionadas, como Byron Bunch o la propia Lena Grove, pero incluso ellas parecen ser buenas gentes más por cándidas o tontas que por generosidad, convicción y principios.
La fugaz aparición del cultivado Gavin Stevens, héroe de tantas aventuras y desventuras de la saga faulkneriana, reconcilia al lector por un momento con esa fauna de seres tan horribles.
¿Por qué el hechizo, pues? Porque el genio de Faulkner, como el de Dostoievski, a quien tanto se parece en sus obsesiones y en la creación de personajes desorbitados, ha sido capaz de construir una historia, en la que se muestra sobre todo la dimensión más siniestra y vil de la condición humana, con tanta astucia, sabiduría y elegancia que, en ella, esta valencia estética, su belleza verbal, la sutileza con que se silencian ciertos datos para infundirles ambigüedad y misterio, la sabia reconstitución del tiempo, el escudriñamiento acerado de los laberintos psicológicos que mueven las conductas, redimen y justifican el horror de lo que se cuenta. Y generan la tensión, el alelamiento, las intensas emociones y el trance psíquico que experimenta el lector. Esas son las magias y milagros de la gran literatura. De ese baño de mugre salimos conmovidos, turbados, sensibilizados y mejor instruidos sobre lo que somos y hacemos. Ahora bien, ¿de veras somos así, esas basuras ambulantes? ¿Es la vida esa cosa tan terrible? No exactamente. Esa es sólo una parte de la verdad humana, que ha servido de materia prima al que cuenta para fantasear una mitología sesgada y soberbia de la vida. Hay otra, felizmente, que no aparece en esa radiografía parcial y mítica concebida con tanto maquiavelismo y destreza por el gran novelista norteamericano.
La literatura no documenta la realidad, la transforma y adultera para completarla añadiéndole aquello que, en la vida vivida, sólo se experimenta gracias al sueño, los deseos y a la fantasía.
Pero el pesimismo de Faulkner nunca se aleja demasiado de lo real. El sur profundo no es hoy lo que era cuando él lo vivió. Hoy mismo, Barack Obama, un presidente negro, juramenta por segunda vez en Washington en el día en que todo Estados Unidos recuerda a Martin Luther King como un héroe nacional indiscutido. Los prejuicios raciales, aunque no hayan desaparecido, tienden a declinar, y, al igual que la discriminación de la mujer, se enmascaran y disimulan porque hay una moral y una legalidad que los rechazan. En este sentido, la sociedad norteamericana ha avanzado más rápido que otras, que progresan a paso de tortuga, o retroceden.

Pero el mundo de nuestros días sigue siendo faulkneriano en lo que concierne a la religión.
En los grandes centros de la civilización occidental, como la propia sociedad estadounidense, la religión sirve todavía de refugio a fanáticos e intolerantes que quisieran detener la historia y hacerla regresar al oscurantismo aboliendo a Darwin y reemplazando la teoría de la evolución por el "diseño inteligente divino", y no se diga en otras regiones del mundo, como Israel o los países musulmanes, donde, en nombre de un Dios justiciero e implacable, como el que truena a través de las bocas de los pastores en las iglesias de Jefferson, se justifican los despojos territoriales, la discriminación de la mujer y de las minorías sexuales y hasta los asesinatos y torturas de los adversarios. En The New York Times de hace pocos días leí la historia, en Afganistán, de una jovencita de 16 años que, por rehusar casarse con el viejo que la negoció con su padre, luce la cara desfigurada a cuchillazos por su hermano mayor, que de esta manera lavó el honor de la familia. La nota añade que en los últimos meses varias decenas de jóvenes afganas han sido asesinadas o mutiladas por sus propios padres o hermanos por razones parecidas.
Ochenta años después de publicada Light in August, buena parte del mundo se empeña todavía en parecerse a la pequeña sociedad apocalíptica de verdugos, víctimas y desquiciados mentales que Faulkner fantaseó en esta formidable novela.


Ilustraciones: Fernando Vicente (EP) y Ugo (EN).

viernes, 23 de septiembre de 2011

PENDIENTE


EL NACIONAL - VIERNES 23 DE SEPTIEMBRE DE 2011 MUNDO/9
DIPLOMACIA 66º Asamblea General de las Naciones Unidas
A Palestina le faltan votos en el Consejo de Seguridad
EE UU podría no necesitar aplicar su derecho de veto sobre la solicitud de ingreso de la ANP
NACIONES UNIDAS

Las matemáticas se han puesto difíciles para las autoridades palestinas. La labor diplomática de sumar los nueve votos requeridos para que el Consejo de Seguridad apruebe el ingreso de Palestina como el estado número 194 de la ONU se ha hecho árida y sus frutos esquivos.

Aunque el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, ha reiterado hasta la fatiga que hoy presentará ante la ONU su solicitud de ingreso, hasta ayer no contaban con los apoyos necesarios.

La cuenta parecía haberse congelado en 7 votos, entre los que se incluyen los de China y Rusia, 2 de los 5 miembros permanentes del Consejo de Seguridad, junto a 5 de los 10 miembros no permanentes: Brasil, India, Suráfrica, Líbano y Gabón.

Han quedado en el aire los votos de Nigeria y Bosnia Herzegovina. La prensa de Israel informaba ayer que el ministro de Defensa, Ehud Barak, había logrado convencer al presidente de Nigeria, Goodluck Jonathan, de abstenerse en la eventual votación sobre el ingreso de Palestina, con lo que habría logrado sustraer un voto clave a la iniciativa.

Si el balance permanece así, Estados Unidos podrá prescindir ­como ha anunciado- de su derecho de veto en contra de la iniciativa palestina y verá reducido el impacto negativo sobre su imagen que este voto habría causado en el mundo árabe musulmán.

Para evitar verse forzado al veto, el gobierno de Estados Unidos ha hecho grandes e infructuosos esfuerzos durante los últimos meses para sentar en la mesa de negociaciones a las autoridades palestinas. Su postura quedó clara el pasado miércoles, cuando Barack Obama expresó que la paz no se alcanzaría gracias a una resolución de la ONU, sino por un acuerdo entre las partes.

Esta posición favorable al retorno a las negociaciones es compartida por Francia y Reino Unido, miembros permanentes del Consejo de Seguridad; así como por Alemania, Portugal y Colombia.

En duda también estaba el voto de Bosnia Herzegovina, país mayoritariamente musulmán, pero que tiene aspiraciones de ingresar en la Unión Europea, por lo que es muy probable que tienda a alinearse con sus futuros socios. La posición de la UE fue expresada ayer por su presidente, Herman van Rompuy, quien ante la Asamblea General afirmó que la máxima prioridad es el regreso a las negociaciones de israelíes y palestinos.

Conscientes de las dificultades para alcanzar los nueve votos en el Consejo de Seguridad, los diplomáticos palestinos ya no tienen prisa en que la instancia se pronuncie sobre su petición, lo que explica las declaraciones de Nabil Shaath, asesor de Abbas, que anunció que darán tiempo a ese órgano para que estudie con detenimiento su solicitud, antes de pedir una votación en la Asamblea General.

La idea original de los palestinos era llevar su propuesta al Consejo de Seguridad para que fuera aprobada o, en su defecto, para que fuera vetada por Estados Unidos y, en ese caso, pedir una votación en la Asamblea General que no le permitiría ingresar como miembro pleno de la ONU, pero que fortalecería su posición política.

Fotografía: Una niña belga-palestina participa en Bruselas en una manifestación a favor de la admisión de Palestina en la ONU REUTERS.