EL PAÍS, Madrid, 12 de septiembre de 2018
TRIBUNA
Los presuntos guardianes de Suecia
Antony Beevor
Poco antes de las elecciones del domingo y el extraordinario avance del partido de extrema derecha Demócratas Suecos, la comunidad internacional descubrió una realidad incómoda: ni siquiera una sociedad tan progresista como la de Suecia es inmune al odio y a la intolerancia. Tal vez algún politólogo dé con una fórmula para conocer la relación entre los niveles de inmigración y el ascenso del populismo nacionalista. Suecia, desde luego, tiene el mayor número de inmigrantes por habitante de toda Europa. Pero es bien sabido que algunos países, en particular los del grupo de Visegrado, en Europa del Este, están apoyando lo que el líder húngaro Viktor Orbán llama “democracia iliberal” sin haber convivido nunca con la inmigración.
Demócratas Suecos, dirigido por un elocuente diseñador de páginas web llamado Jimmie Åkesson, obtuvo sus primeros escaños parlamentarios en 2010, tras librarse de sus elementos más descaradamente neonazis. Le ayudó la existencia de grupos todavía más extremistas: Alternativa por Suecia, Movimiento Nórdico de Resistencia y Soldados de Odín, que se consideran justicieros antiinmigración. En comparación, ellos son un partido convencional, y eso les ha permitido alcanzar el 17,6% de los votos y convertirse en la tercera fuerza, por detrás de los socialdemócratas y el centro-derecha de los moderados.
Lo único razonablemente seguro en el empate actual entre el centroizquierda y el centroderecha es que formar un gobierno sin la participación de Demócratas Suecos va a ser enormemente difícil. Por suerte, Suecia es una democracia muy asentada y, como sucedió recientemente en Holanda con un Gobierno interino, sobrevivirá a un limbo político que, en otros lugares, podría ser catastrófico. El verdadero peligro puede aparecer a largo plazo. En una era de cambios radicales, defender el statu quo es una tarea nada envidiable. En toda Europa existen ya partidos nacionalistas extremistas que explotan las contradicciones de unos Gobiernos que aspiran en vano a la integración y, al mismo tiempo, permiten una política de multiculturalismo.
El éxito de esos partidos en Europa y otros continentes ha roto tabúes políticos y culturales y ha trastocado cosas que se daban por supuestas. Defender los intereses de la población nativa, tanto frente a los inmigrantes económicos como frente a los que buscan asilo, ha dejado de ser una vergüenza. Ha quedado claro que la idea de que las ideas humanitarias y progresistas tienen que acabar venciendo es de un optimismo imposible. A la gente le resulta más fácil fingir que es tolerante cuando no se siente amenazada por la velocidad de los cambios sociales, políticos y demográficos. Puede que la xenofobia de otros tiempos haya dejado de ser socialmente aceptable, pero no ha desaparecido. En Reino Unido, la avalancha de comentarios racistas tras el referéndum del Brexit escandalizó a muchos. Pero la verdad es que, a pesar de que muchos, por ejemplo en las escuelas de magisterio, creen que con la educación será posible que la próxima generación esté libre de prejuicios, el avance de las actitudes progresistas en los últimos 20 años no se ha consolidado.
Alexis de Tocqueville señaló en una famosa frase que “el momento más peligroso para un mal gobierno es cuando empieza a reformarse”. Hoy, después de tres generaciones de “buen gobierno” en Europa desde la posguerra, está sucediendo todo lo contrario. Las democracias occidentales se han vuelto cada vez más vulnerables a todos los grupos de presión imaginables. Y una sociedad cuya tolerancia no está asegurada se queda, por definición, a merced de los provocadores intolerantes y premeditados.
Los manifestantes de extrema derecha pueden ser racistas declarados o simplemente personas asustadas e indignadas por la desconcertante velocidad de los cambios. A eso se une una revuelta contra el multiculturalismo y la corrección política, que se convierte en un deseo de utilizar el lenguaje de odio para crear conmoción e incluso cuestionar los tabúes contra el antisemitismo y el racismo. Nada es comparable a la provocación que representan la esvástica y el saludo hitleriano, como demostraron a finales de agosto los sucesos de Chemnitz, en el este de Alemania.
¿Es posible que proclamen su patriotismo y hagan todo lo posible para debilitar a Suecia frente a una agresión rusa?
¿Qué ocurrirá con la inmigración en el futuro? La sorprendente subida de las temperaturas de este año debería ser una señal de alarma, sobre todo —espero— para Demócratas Suecos que niega el cambio climático. Curiosamente, después de un verano abrasador en Suecia, los grandes perdedores han sido los Verdes. La llegada de refugiados a través del Mediterráneo ha descendido por ahora, pero entre las consecuencias del calentamiento podrían darse la destrucción de las reservas de alimentos y una mayor escasez de agua en toda África, lo cual provocaría nuevas olas de migración hacia el norte, hacia el salvavidas europeo. Hace casi 30 años, escribí un libro sobre el Ejército británico en el que acababa preguntándome qué papel podrían tener las fuerzas de defensa en un mundo futuro de guerras por el agua y desastres ecológicos. ¿Tendrían que garantizar la seguridad de las fronteras nacionales contra las migraciones masivas procedentes del sur? Me horrorizaría tener razón.
De hecho, la defensa es otro enigma planteado en estas elecciones. Demócratas Suecos, como casi toda la extrema derecha europea, parece ser admirador de Vladímir Putin, que ha exprimido todo lo que ha podido la baza de la islamofobia y contra la inmigración. A su vez, esos partidos reciben el apoyo del canal de televisión Russia Today y otros medios del Kremlin. Su posición de poder llega en un instante delicado. Durante las próximas semanas, las Fuerzas Armadas rusas celebrarán sus juegos de guerra en Vostok, con el despliegue de hasta 300.000 soldados. Son las mayores maniobras desde la Guerra Fría, y se extenderán desde el Lejano Oriente, con la participación de tropas chinas, hasta Kaliningrado y el Báltico.
Por su parte, la OTAN también llevará a cabo sus ejercicios de otoño, Trident Juncture, con la intervención de 40.000 soldados, incluidos los de dos países que no pertenecen a la Alianza: Suecia y Finlandia. Estas maniobras pueden enojar a los rusos, sobre todo porque la base de los ejercicios es una “hipótesis de Artículo 5”, el rechazo a una invasión de Noruega por parte de unas fuerzas orientales que recuerdan bastante al Ejército Rojo. Con todo esto, hay una pregunta que los amigos extranjeros de Suecia, sin duda, van a empezar a hacerse: ¿será posible que Demócratas Suecos, mientras proclama a voces su peculiar patriotismo, haga todo lo que pueda para debilitar la voluntad de su país de hacer frente a una agresión rusa en el norte de Europa?
(*) Antony Beevor es historiador. Su último libro es La batalla por los puentes (Crítica).
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Fotografía inicial: http://itongadol.com.ar/noticias/val/86687/antisemitismo-miembros-de-grupos-neonazis-irrumpieron-en-una-conferencia-de-un-sobreviviente-del-holocausto-en-suecia.html
Fuente:
https://elpais.com/elpais/2018/09/11/opinion/1536675725_421219.html
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miércoles, 12 de septiembre de 2018
viernes, 13 de enero de 2017
LA PERSISTENCIA DEL MAL
EL MUNDO, Barcelona, 10 de enero de 2017
CANELA FINA
Alarma nazi en Alemania
Luis María Ansón
Como todos los años, me he reunido durante las navidades con compañeros extranjeros en almuerzos amables y dilatadas sobremesas. Me ha preocupado la alarma de algunos profesionales alemanes sobre el reverdecimiento nazi entre la juventud germana. Hace ya años que me hice eco de lo que me decían mis colegas al denunciar la crecida de la atracción nazi entre las nuevas generaciones. No se equivocaban. El auge de varias agrupaciones racistas de extrema derecha se ha convertido en una cuestión de hecho.
A través de incontables canales de televisión, Hitler está presente en la vida de Alemania. Es cierto que se le presenta de forma crítica en las diversas series sobre la Guerra Mundial o sobre su vida. Es cierto que se le fustiga en los reportajes históricos. Pero ahí está, presente y seductor sobre todo en algunos pasajes como cuando humilló a Francia en Versalles en el mismo vagón donde Alemania firmó su rendición en 1918. Las imágenes reproducidas de Leni Riefenstahl, la decisión para algunos heroica del suicidio en el búnker cercado por las tropas soviéticas, los desfiles tumultuosos, las apabullantes concentraciones y los discursos que electrizaron a varias generaciones se reproducen hasta la saciedad en la pequeña pantalla. Las nuevas generaciones que no conocieron la realidad de la guerra y la feroz privación de la libertad corren el riesgo de impregnarse de la ideología que lo arruinó todo y no consiguió nada. Merkel manda ahora en Europa más que Adolf Hitler y su Wehrmacht apabullante. La nación que perdió la II Guerra Mundial es hoy la primera potencia de Europa, nada en la abundancia, impone sus criterios económicos y lidera el futuro europeo para que el viejo continente pueda competir con Estados Unidos y con las naciones emergentes como China o India.
Hace unos años tenía yo mis dudas sobre la alarma con que me hablaban periodistas alemanes de reconocida solvencia. Ahora no. El apogeo de los partidos de extrema derecha, todavía minoritarios, exigen el análisis y la reflexión. Una cosa es la Alemania democrática rigiendo Europa y otra muy distinta una Alemania de extrema derecha o neonazi alzándose con ese papel.
Y en medio de tantas preocupaciones, la guinda ha venido a rubricar la situación. Después de 70 años en las cavernas, se ha permitido en Alemania reeditar Mein Kampf, Mi lucha, el libro que Adolf Hitler escribió en 1925 en la cárcel de Landsbergen, antisemita y racista hasta la náusea. Se ha vendido como rosquillas. Ha ocupado el número uno entre los bestsellers del año. Algunos analistas creen que, ante los atentados terroristas del yihadismo, Mein Kampf da respuesta racista que cala de nuevo en muchos alemanes hostiles al exceso de inmigración y a las atrocidades cometidas por algunos refugiados.
Y no se trata solo de Alemania. Naciones tan democráticas como Francia o Austria asisten a la galopada de la extrema derecha. Como explicó muy bien Arnold J. Toynbee en su Estudio de la Historia, solo España y Portugal supieron crear en la época colonialista un mestizaje real. Francia, Inglaterra, Bélgica y Holanda mantuvieron una posición racista. Y ahí están los lodos engendrados por aquella política tórpida y excluyente.
(*) Luis María Anson, de la Real Academia Española
Fuente:
http://www.elmundo.es/opinion/2017/01/10/5873d01ee2704ed5668b45bf.html
Ilustración: Arthur Szyk.
CANELA FINA
Alarma nazi en Alemania
Luis María Ansón
Como todos los años, me he reunido durante las navidades con compañeros extranjeros en almuerzos amables y dilatadas sobremesas. Me ha preocupado la alarma de algunos profesionales alemanes sobre el reverdecimiento nazi entre la juventud germana. Hace ya años que me hice eco de lo que me decían mis colegas al denunciar la crecida de la atracción nazi entre las nuevas generaciones. No se equivocaban. El auge de varias agrupaciones racistas de extrema derecha se ha convertido en una cuestión de hecho.
A través de incontables canales de televisión, Hitler está presente en la vida de Alemania. Es cierto que se le presenta de forma crítica en las diversas series sobre la Guerra Mundial o sobre su vida. Es cierto que se le fustiga en los reportajes históricos. Pero ahí está, presente y seductor sobre todo en algunos pasajes como cuando humilló a Francia en Versalles en el mismo vagón donde Alemania firmó su rendición en 1918. Las imágenes reproducidas de Leni Riefenstahl, la decisión para algunos heroica del suicidio en el búnker cercado por las tropas soviéticas, los desfiles tumultuosos, las apabullantes concentraciones y los discursos que electrizaron a varias generaciones se reproducen hasta la saciedad en la pequeña pantalla. Las nuevas generaciones que no conocieron la realidad de la guerra y la feroz privación de la libertad corren el riesgo de impregnarse de la ideología que lo arruinó todo y no consiguió nada. Merkel manda ahora en Europa más que Adolf Hitler y su Wehrmacht apabullante. La nación que perdió la II Guerra Mundial es hoy la primera potencia de Europa, nada en la abundancia, impone sus criterios económicos y lidera el futuro europeo para que el viejo continente pueda competir con Estados Unidos y con las naciones emergentes como China o India.
Hace unos años tenía yo mis dudas sobre la alarma con que me hablaban periodistas alemanes de reconocida solvencia. Ahora no. El apogeo de los partidos de extrema derecha, todavía minoritarios, exigen el análisis y la reflexión. Una cosa es la Alemania democrática rigiendo Europa y otra muy distinta una Alemania de extrema derecha o neonazi alzándose con ese papel.
Y en medio de tantas preocupaciones, la guinda ha venido a rubricar la situación. Después de 70 años en las cavernas, se ha permitido en Alemania reeditar Mein Kampf, Mi lucha, el libro que Adolf Hitler escribió en 1925 en la cárcel de Landsbergen, antisemita y racista hasta la náusea. Se ha vendido como rosquillas. Ha ocupado el número uno entre los bestsellers del año. Algunos analistas creen que, ante los atentados terroristas del yihadismo, Mein Kampf da respuesta racista que cala de nuevo en muchos alemanes hostiles al exceso de inmigración y a las atrocidades cometidas por algunos refugiados.
Y no se trata solo de Alemania. Naciones tan democráticas como Francia o Austria asisten a la galopada de la extrema derecha. Como explicó muy bien Arnold J. Toynbee en su Estudio de la Historia, solo España y Portugal supieron crear en la época colonialista un mestizaje real. Francia, Inglaterra, Bélgica y Holanda mantuvieron una posición racista. Y ahí están los lodos engendrados por aquella política tórpida y excluyente.
(*) Luis María Anson, de la Real Academia Española
Fuente:
http://www.elmundo.es/opinion/2017/01/10/5873d01ee2704ed5668b45bf.html
Ilustración: Arthur Szyk.
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jueves, 1 de mayo de 2014
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EL PAIS, Madrid, 29 de abril de 2014
TRIBUNA
La ultraderecha que viene
El verdadero peligro procede de formaciones de centro y de esa izquierda desorientada que asumen parte de esos discursos que llevaron a Europa al totalitarismo y a la guerra
Xavier Rius Sant
El 30 de marzo fue el Frente Nacional de Marine Le Pen, el partido de ultraderecha, el que tuvo unos excelentres resultados en las elecciones municipales francesas. El 6 de abril fue en Hungría, donde el neonazi Jobbik consiguió el 21% de los votos en las legislativas. El Jobbik, a diferencia del Frente Nacional, no maquilla su discurso, es claramente antisemita y antigitano y reivindica episodios e ideas del régimen nazi de la Cruz Flechada, responsable del exterminio de cientos de miles de judíos.
El ascenso electoral de los partidos xenófobos contamina en muchos países al resto de fuerzas políticas. Es el caso de Francia donde, antes Nicolas Sarkozy y ahora los mismos socialistas, han asumido implícitamente algunos elementos del discurso de la ultraderecha, proponiendo medidas condenadas al fracaso como la expulsión de gitanos rumanos o búlgaros. En Hungría el partido gobernante, el conservador Fidesz, de Viktor Orbán, no sólo recorta las libertades y comparte con Jobbik algunas propuestas, sino que en nombre de una supuesta necesidad de renacer de la nación húngara y de recuperar su lugar en Europa, dio derecho al voto estas elecciones a las minorías húngaras de Serbia, Eslovaquia o Rumanía. Medida que recuerda las ideas expansionistas de Hitler en Polonia o Checoslovaquia en defensa de un espacio vital.
El ascenso de estos dos partidos de ultraderecha es una confirmación de que, tal como anuncian las encuestas, la ultraderecha puede duplicar o triplicar sus escaños en las próximas elecciones europeas con un discurso contrario a la inmigración, reivindicando la recuperación del control de las fronteras nacionales, y proponiendo la salida del euro y la Unión Europea. Una Unión que se ideó tras la barbarie nazi, precisamente, para evitar nuevas guerras. Así en 1951 se creó la Comunidad Económica del Carbón y del Acero que daría paso al Mercado Común, y más tarde a la Unión Europea. Una Unión en la que los estados cedían parte de su soberanía económica, monetaria y de fronteras, con unos ciudadanos amparados por la Carta de Derechos Fundamentales de la UE. Y tanto el Frente Nacional francés como el Jobbik húngaro, no sólo cuestionan las libertades fundamentales que reconoce la Carta y desean recuperar el poder de gestión de la economía cedido a la UE, sino proponen la salida de la misma, la recuperación del las fronteras y convierten en enemigos a los inmigrantes, sobre todo los musulmanes, y a los gitanos, señalándolos como una amenaza para Europa.
Marine Le Pen ha querido dar una imagen de moderación distinta que la ofreció su padre
Ciertamente no todos los grupos de ultraderecha son iguales. Tres son las tendencias o familias de la ultraderecha europea. Unos, como el Jobbik húngaro o Amanecer Dorado de Grecia, no maquillan su discurso neonazi. Otros, como el Partido por la Libertad del holandés Geert Wilders o la misma Marine Le Pen, enfocan sus críticas a la pérdida de soberanía a causa de la integración europea y piden la salida de buena parte de la inmigración, rechazando con más énfasis la islámica. Por último, otros como el UKIP británico, enfatizan más las tesis eurófobas. Afortunadamente España será una excepción y parece que no habrá ninguna candidatura ultra que consiga escaño en Estrasburgo.
Plataforma X Catalunya, que obtuvo 67 concejales en 2011, no piensa presentarse y afronta una serie de avatares judiciales en relación a la reciente expulsión de su líder, Josep Anglada. Y las cinco candidaturas o coaliciones que se han presentado, La España en Marcha, Democracia Nacional, Falange de las JONS, Movimiento Social Republicano e Impulso Social, no ocultan una ideología franquista, ultracatólica o nacional-revolucionaria, con la que difícilmente conseguirán calar en el electorado. Y por más que en la lista de VOX haya candidatos de pasado ultra —como es el caso de Pablo Barranco, que fue secretario general de Plataforma per Catalunya—, dicha candidatura no puede equipararse a la ultraderecha europea, dado que no hace propuestas xenófobas ni eurófobas.
Es evidente que el Frente Nacional actual, no es igual que el Jobbik húngaro o Amanecer Dorado, y Marine Le Pen ha querido dar una imagen de moderación distinta que la ofreció su padre. Pero hasta hace un año el número tres del Frente Nacional, el eurodiputado Bruno Gollnisch, era presidente de la Alianza Europea de Movimientos Nacionales, de la que forma parte el Jobbik húngaro. Y sigue formando parte del Frente Nacional su fundador, Jean Marie Le Pen, que fue condenado en 2008 por minimizar el nazismo, en 1998 por negar la igualdad de las razas humanas y en 1989 por cuestionar la existencia de las cámaras de gas. Y gracias al liderazgo fuerte de su hija ha conseguido aglutinar a personas de ideas antisemitas con islamófobos que consideran Israel el baluarte de Occidente.
Es una realidad que el espacio ciudadano y económico europeo no es actualmente como se soñó. Pero las propuestas de la ultraderecha eurófoba son inviables y acarrearían grandes costes económicos y comerciales a corto y medio plazo. Es posible que la Unión Europea se precipitara al pactar el ingreso de Rumanía y Bulgaria sin plantear previamente unas políticas de integración de sus comunidades gitanas que, tras la caída de comunismo, se convirtieron en el chivo expiatorio de sus incipientes democracias, retornando dichos ciudadanos a formas de vida endogámicas y a un nomadismo que, gracias a la libertad de circulación europea, multiplicó por diez la distancia geográfica en la que se movían sus antepasados. Pero una cosa es reconocer la problemática derivada del asentamiento de miles de gitanos rumanos en Francia, Italia o España, y otra hacer de ello bandera electoral, sin más propuestas que presionarlos para que se marchen de una ciudad y se instalen en otra a cuatro horas de autopista.
Manuel Valls destacó como ministro del Interior por las expulsiones de gitanos rumanos o kosovares
De la misma manera, una cosa rechazar es el papel de ciertos imanes salafistas, y discrepar de interpretaciones del islam contrarias a la interculturalidad y la laicidad, y, otra, la islamofobia étnica que criminaliza a millones de personas por su origen y les empuja a encerrarse en el gueto como reacción a una sociedad que los estigmatiza o los criminaliza.
La cuestión que debe preocupar no es únicamente que en Francia el Frente Nacional haya ganado en 11 ciudades, sino que la derecha o la misma izquierda asuman parte de sus tesis. Manuel Valls ahora primer ministro, destacó como ministro del Interior por las expulsiones de gitanos rumanos o kosovares, generando tormentas mediáticas que legitimaron su discurso de dureza, por más que dichas medidas sean poco o nada eficaces sino van acompañadas de un pacto europeo para afrontar la situación de marginalidad de dichos colectivos.
El peligro de la Europa que se unió para evitar nuevas guerras y nuevos fascismos no vendrá únicamente de 35 o 50 eurodiputados ultras. El peligro es ese centro y esa izquierda desorientada que, dudosa de las herramientas y estrategias para dar un giro a las políticas económicas, asume parte de discurso de quienes añoran o proponen ideas o valores de quienes llevaron a Europa al totalitarismo y la guerra. Y asumiendo en parte dichas propuestas, hacen de ciertos colectivos el chivo expiatorio de problemáticas complejas.
(*) Xavier Rius es periodista y autor de diferentes libros y estudios sobre ultraderecha.
TRIBUNA
La ultraderecha que viene
El verdadero peligro procede de formaciones de centro y de esa izquierda desorientada que asumen parte de esos discursos que llevaron a Europa al totalitarismo y a la guerra
Xavier Rius Sant
El 30 de marzo fue el Frente Nacional de Marine Le Pen, el partido de ultraderecha, el que tuvo unos excelentres resultados en las elecciones municipales francesas. El 6 de abril fue en Hungría, donde el neonazi Jobbik consiguió el 21% de los votos en las legislativas. El Jobbik, a diferencia del Frente Nacional, no maquilla su discurso, es claramente antisemita y antigitano y reivindica episodios e ideas del régimen nazi de la Cruz Flechada, responsable del exterminio de cientos de miles de judíos.
El ascenso electoral de los partidos xenófobos contamina en muchos países al resto de fuerzas políticas. Es el caso de Francia donde, antes Nicolas Sarkozy y ahora los mismos socialistas, han asumido implícitamente algunos elementos del discurso de la ultraderecha, proponiendo medidas condenadas al fracaso como la expulsión de gitanos rumanos o búlgaros. En Hungría el partido gobernante, el conservador Fidesz, de Viktor Orbán, no sólo recorta las libertades y comparte con Jobbik algunas propuestas, sino que en nombre de una supuesta necesidad de renacer de la nación húngara y de recuperar su lugar en Europa, dio derecho al voto estas elecciones a las minorías húngaras de Serbia, Eslovaquia o Rumanía. Medida que recuerda las ideas expansionistas de Hitler en Polonia o Checoslovaquia en defensa de un espacio vital.
El ascenso de estos dos partidos de ultraderecha es una confirmación de que, tal como anuncian las encuestas, la ultraderecha puede duplicar o triplicar sus escaños en las próximas elecciones europeas con un discurso contrario a la inmigración, reivindicando la recuperación del control de las fronteras nacionales, y proponiendo la salida del euro y la Unión Europea. Una Unión que se ideó tras la barbarie nazi, precisamente, para evitar nuevas guerras. Así en 1951 se creó la Comunidad Económica del Carbón y del Acero que daría paso al Mercado Común, y más tarde a la Unión Europea. Una Unión en la que los estados cedían parte de su soberanía económica, monetaria y de fronteras, con unos ciudadanos amparados por la Carta de Derechos Fundamentales de la UE. Y tanto el Frente Nacional francés como el Jobbik húngaro, no sólo cuestionan las libertades fundamentales que reconoce la Carta y desean recuperar el poder de gestión de la economía cedido a la UE, sino proponen la salida de la misma, la recuperación del las fronteras y convierten en enemigos a los inmigrantes, sobre todo los musulmanes, y a los gitanos, señalándolos como una amenaza para Europa.
Marine Le Pen ha querido dar una imagen de moderación distinta que la ofreció su padre
Ciertamente no todos los grupos de ultraderecha son iguales. Tres son las tendencias o familias de la ultraderecha europea. Unos, como el Jobbik húngaro o Amanecer Dorado de Grecia, no maquillan su discurso neonazi. Otros, como el Partido por la Libertad del holandés Geert Wilders o la misma Marine Le Pen, enfocan sus críticas a la pérdida de soberanía a causa de la integración europea y piden la salida de buena parte de la inmigración, rechazando con más énfasis la islámica. Por último, otros como el UKIP británico, enfatizan más las tesis eurófobas. Afortunadamente España será una excepción y parece que no habrá ninguna candidatura ultra que consiga escaño en Estrasburgo.
Plataforma X Catalunya, que obtuvo 67 concejales en 2011, no piensa presentarse y afronta una serie de avatares judiciales en relación a la reciente expulsión de su líder, Josep Anglada. Y las cinco candidaturas o coaliciones que se han presentado, La España en Marcha, Democracia Nacional, Falange de las JONS, Movimiento Social Republicano e Impulso Social, no ocultan una ideología franquista, ultracatólica o nacional-revolucionaria, con la que difícilmente conseguirán calar en el electorado. Y por más que en la lista de VOX haya candidatos de pasado ultra —como es el caso de Pablo Barranco, que fue secretario general de Plataforma per Catalunya—, dicha candidatura no puede equipararse a la ultraderecha europea, dado que no hace propuestas xenófobas ni eurófobas.
Es evidente que el Frente Nacional actual, no es igual que el Jobbik húngaro o Amanecer Dorado, y Marine Le Pen ha querido dar una imagen de moderación distinta que la ofreció su padre. Pero hasta hace un año el número tres del Frente Nacional, el eurodiputado Bruno Gollnisch, era presidente de la Alianza Europea de Movimientos Nacionales, de la que forma parte el Jobbik húngaro. Y sigue formando parte del Frente Nacional su fundador, Jean Marie Le Pen, que fue condenado en 2008 por minimizar el nazismo, en 1998 por negar la igualdad de las razas humanas y en 1989 por cuestionar la existencia de las cámaras de gas. Y gracias al liderazgo fuerte de su hija ha conseguido aglutinar a personas de ideas antisemitas con islamófobos que consideran Israel el baluarte de Occidente.
Es una realidad que el espacio ciudadano y económico europeo no es actualmente como se soñó. Pero las propuestas de la ultraderecha eurófoba son inviables y acarrearían grandes costes económicos y comerciales a corto y medio plazo. Es posible que la Unión Europea se precipitara al pactar el ingreso de Rumanía y Bulgaria sin plantear previamente unas políticas de integración de sus comunidades gitanas que, tras la caída de comunismo, se convirtieron en el chivo expiatorio de sus incipientes democracias, retornando dichos ciudadanos a formas de vida endogámicas y a un nomadismo que, gracias a la libertad de circulación europea, multiplicó por diez la distancia geográfica en la que se movían sus antepasados. Pero una cosa es reconocer la problemática derivada del asentamiento de miles de gitanos rumanos en Francia, Italia o España, y otra hacer de ello bandera electoral, sin más propuestas que presionarlos para que se marchen de una ciudad y se instalen en otra a cuatro horas de autopista.
Manuel Valls destacó como ministro del Interior por las expulsiones de gitanos rumanos o kosovares
De la misma manera, una cosa rechazar es el papel de ciertos imanes salafistas, y discrepar de interpretaciones del islam contrarias a la interculturalidad y la laicidad, y, otra, la islamofobia étnica que criminaliza a millones de personas por su origen y les empuja a encerrarse en el gueto como reacción a una sociedad que los estigmatiza o los criminaliza.
La cuestión que debe preocupar no es únicamente que en Francia el Frente Nacional haya ganado en 11 ciudades, sino que la derecha o la misma izquierda asuman parte de sus tesis. Manuel Valls ahora primer ministro, destacó como ministro del Interior por las expulsiones de gitanos rumanos o kosovares, generando tormentas mediáticas que legitimaron su discurso de dureza, por más que dichas medidas sean poco o nada eficaces sino van acompañadas de un pacto europeo para afrontar la situación de marginalidad de dichos colectivos.
El peligro de la Europa que se unió para evitar nuevas guerras y nuevos fascismos no vendrá únicamente de 35 o 50 eurodiputados ultras. El peligro es ese centro y esa izquierda desorientada que, dudosa de las herramientas y estrategias para dar un giro a las políticas económicas, asume parte de discurso de quienes añoran o proponen ideas o valores de quienes llevaron a Europa al totalitarismo y la guerra. Y asumiendo en parte dichas propuestas, hacen de ciertos colectivos el chivo expiatorio de problemáticas complejas.
(*) Xavier Rius es periodista y autor de diferentes libros y estudios sobre ultraderecha.
viernes, 6 de septiembre de 2013
NOTICIERO RETROSPECTIVO

- Ludovico Silva. "Tempestad en el arte italiano". Qué Pasa en Venezuela, Caracas, 01/02/64.
- Manuel Mantero. "La poesía como programa". El Universal, Caracas, 20/08/63.
- José Vicente Ragel. "Ni pro-árabes ni anti-judíos: con los derechos del pueblo paestino". El Diario de Caracas, 26/07/79.
- José Virtuoso. "Volver a la política". SIC, Caracas, nr. 624 de 05/00.
Fotografía: Celebración nazi en Estados Unidos. Élite, Caracas, 29/03/1963.
sábado, 11 de mayo de 2013
NOTAS SOBRE EL FASCISMO (3)
EL NACIONAL - DOMINGO 31 DE OCTUBRE DE 1999 / DEPORTES
Fascismo en las gradas
Juan Carlos Santaella
Cuando muchos ya habían olvidado las atrocidades y los crímenes cometidos por las huestes hitlerianas con su macabro saldo de millones de muertos en toda Europa, pareciera que dicho fenómeno vuelve a resurgir, encubierto ahora bajo diversos ropajes ideológicos. El visible ascenso del fascismo, ocupa buena parte de la atención pública en muchos lugares del mundo y sus efectos devastadores alcanzan verdaderos niveles de repugnancia, al tiempo que las autoridades parecen estar indefensas ante el renacimiento de lo que se denomina la escalada "neo nazista".
La aparición de las bandas neo nazis en Europa y también en América, se remonta a unos cuantos años atrás. Cada vez con mayor empuje, su violenta presencia en ámbitos como la política, la música rock, el esoterismo de la "nueva era" y otros ámbitos de la cultura de masas, expresa elevados grados de aceptación principalmente circunscritos en los medios juveniles.
Este revitalizado fantasma que recorre al mundo, haciendo profundos alardes de destrucción, segregacionismo, racismo, xenofobia y un gran odio hacia lo "extranjero", apela hoy a todos los símbolos, a todo el arsenal ideológico y a toda la iconografía que, en su tiempo, desplegó, con las consecuencias ya probadas, el nacional socialismo alemán, junto a las muecas grotescas del fascismo italiano y, por supuesto, la estupidización al que fue sometido el pueblo español bajo el estandarte obsceno del falangismo franquista. La ideología fascista no ha muerto. Ella continúa activa y es culpable, en los actuales momentos, de desaforadas y criminales conductas, de cuyo macabro esquema los partes policiales reportan asesinatos, golpizas, violaciones y ofensas a la dignidad humana.
Nuevos tiempos oscuros se aproximan con el surgimiento de facciones políticas y sociedades secretas, amparadas sobre la base de criterios ideológicos que huelen a sangre y al más puro desprecio racial. Sólo en Europa, la organización "S.O.S. racismo" reporta, anualmente, miles de casos en los cuales se han violado los derechos humanos. En Estados Unidos y en América Latina, la explosión de estos grupos neo nazis tiene una presencia y una capacidad de respuesta ideológica similar a la de sus pares alemanes, franceses y españoles. De modo, pues, que estamos en presencia de un fenómeno casi indetenible y de efectos desconocidos en el espíritu de las actuales sociedades.
Al fútbol le gusta jugar a los nazis
Los sociólogos y todos aquellos que suelen estudiar el comportamiento humano a partir de los rasgos inmediatos que se producen en cualquier contexto social, no alcanzan a comprender todavía la fuerza ideológica desplegada en los escenarios multitudinarios del espectáculo futbolístico. Si quisiéramos trazar un perfil deportivo amplio y heterogéneo, hallaríamos en el fútbol una extraña excepción con respecto al comportamiento de sus fanáticos, jugadores e hinchas. El fútbol, por encima de cualquier deporte, es la única disciplina que ha logrado ideologizar al máximo sus prácticas en el propio campo de juego. Hablar de fútbol es referirse, por otros medios, a las pasiones políticas, a los odios raciales y a las pugnas fratricidas entre equipos que comparten algo más que el interés por ganar un campeonato.
Lo político y lo ideológico transformaron al fútbol en un verdadero campo de batalla, cuyas manifestaciones pueden ser vistas, durante cada juego, en la conducta atroz que expresan ciertos grupos delirantes y violentos. El fútbol como sutil metáfora de la política, ha ido más allá de lo posible, ha traspasado las fronteras racionales del juego en cuestión, para proponer una tribuna sustentada en diabólicos odios raciales y en inmorales propagandas de corte netamente fascista. En este aspecto, habría que referirse, en estricto sentido, a una especie de transmutación simbólica de dicho deporte, en el cual anidan y prosperan actitudes que tienen un objetivo claro. Un partido de fútbol no es sólo un partido de fútbol. Es la puesta en escena de dramáticas y odiosas posturas ideológicas nacidas al calor de una competencia y al abrigo de un específico club. Detrás de los colores de una camiseta se revelan otros símbolos, se expresan otros lenguajes y convergen conductas deplorables. La iconografía contemporánea del fútbol apela a la cruz gamada y a otros pertrechos célticos; banderines con raras inscripciones haciendo clara alusión a los odios raciales y al desprecio por las minorías, casi todos inmigrantes africanos y "sudacas".
Skinheads, Ultraboys, Ultra Sur, Hoolingans y Tifosi
Los "Skinheads", conocidos popularmente como "cabezas rapadas", configuran la imagen más fidedigna del militante neo nazi. En Europa suelen ocupar el "fondo sur" de los estadios y, desde allí, arremeten contra los hinchas del equipo contrario. Pero su radio de acción no se detiene ahí. Salvajes, groseros y muy violentos, no escatiman en dar fieras palizas a quienes ellos consideran "negros", asiáticos, árabes o latinoamericanos.
El prontuario policial de estas bandas nazis es terrorífico. Después de los partidos de fútbol destrozan todo lo que a su paso se les atraviesa, no quedando ningún ser vivo alrededor. También al lado de los "skinheads" conviven, en el mundillo del fútbol o en sus bajos fondos, las famosas y tristemente célebres "peñas" futbolísticas. En España, concretamente, las "peñas" cumplen un papel aterrador intimidando, con todos los medios, a los seguidores de los equipos contrarios.
Una peña futbolística es el brazo armado del equipo en cuestión. Así ocurre, por ejemplo, con las peñas que pertenecen al Real Madrid, al Barsa, las Brigadas Blanquiazules del Espanyol, las del Real Oviedo, el Atlethic de Bilbao, las Juventudes Verdiblancas del Rácing de Santander, Biris del Sevilla, Peña Catali del Albacete Balompié, Riazor Blues del Deportivo de La Coruña y así sucesivamente.
Según Mariano Sánchez Soler, autor de un importante y reciente libro titulado Descenso a los fascismos, los miembros que integran estas agresivas peñas provienen de barrios marginales, desempleados y toda clase de resentidos sociales. Ellos son, literalmente, unos cazadores. Van en busca del adversario, lo acosan, le destrozan la cara y lo insultan hasta el cansancio. Algunos de sus lemas son: "La caza del seguidor del equipo contrario, del visitante, se practica antes y después del partido" o "es nuestro enemigo todo aquel que no apoya incondicionalmente al Real Madrid, incluso los viejos, a los que insultamos y nos enfrentamos. Llevamos navajas para defendernos de los que nos atacan".
Todos ellos tienen en común el hecho, bien claro, de auspiciar actitudes neonazis y racistas de todo orden, despreciando, con el pretexto deportivo, lo que es distinto a la condición europea. Su odio racial ha quedado documentado en artículos como los que publica la revista Ultras Sur, donde se puede leer lo siguiente: "Es realmente triste cómo este equipo (el Barca) se ha convertido en una auténtica tribu de mandingas, compuesta en su mayoría por jugadores que no han nacido en nuestro país". Agregan luego que "lo que está sucediendo en el fútbol es un reflejo de lo que tarde o temprano sucederá en otros ámbitos de nuestra sociedad, que si no se pone remedio, se verá invadida por una legión de extranjeros, que lo único que conseguirán es que España pierda su identidad y muchos españoles pierdan su puesto de trabajo".
¡Fascistas de todos los partidos: uníos!
De todos los países de Europa, España parece haber desarrollado la mayor conducta neonazista y, en consecuencia, los resultados se observan hoy a la luz de las posturas ideológicas manipuladas a través del fútbol. El odio racial, la xenofobia llevada a sus últimos extremos, la violencia callejera, la desesperación y el fracaso individual estructuran un caldo de cultivo peligroso en el cual se buscan salidas desesperadas a la inconformidad. Un fascismo "revisitado", un culto inaudito a los símbolos que otrora fueron santo y seña de las bandas armadas de Hitler y grupos económicos que apoyan con grandes sumas los desafueros de las cabezas rapadas, nos hace pensar en el advenimiento de tiempos oscuros, radicales e intolerantes.
¿Cuál será el destino del mundo si llegasen a prosperar, otra vez, los implacables fundamentos de la ideología nazi? ¿Por qué el fútbol concentra e irradia todos estos odios? ¿Se convertirá este deporte en una vergonzosa estrategia política, dejando a un lado los principios rectores que animan su espíritu?
Es obvio que el nuevo fascismo difiere del viejo fascismo hitleriano, pues son nuevas las circunstancias históricas que alientan al mismo. Hay, por supuesto, razones políticas, económicas y existenciales que pudieran estar incidiendo en el florecimiento de un fascismo de cara al próximo siglo. Por lo pronto, allí están sus expresiones mejor acabadas: en el fútbol, en la música, en el culto que manejan algunas sectas religiosas y en otros espacios de la vida pública.
Imagen: Brian Oldham.
Fascismo en las gradas
Juan Carlos Santaella
Cuando muchos ya habían olvidado las atrocidades y los crímenes cometidos por las huestes hitlerianas con su macabro saldo de millones de muertos en toda Europa, pareciera que dicho fenómeno vuelve a resurgir, encubierto ahora bajo diversos ropajes ideológicos. El visible ascenso del fascismo, ocupa buena parte de la atención pública en muchos lugares del mundo y sus efectos devastadores alcanzan verdaderos niveles de repugnancia, al tiempo que las autoridades parecen estar indefensas ante el renacimiento de lo que se denomina la escalada "neo nazista".
La aparición de las bandas neo nazis en Europa y también en América, se remonta a unos cuantos años atrás. Cada vez con mayor empuje, su violenta presencia en ámbitos como la política, la música rock, el esoterismo de la "nueva era" y otros ámbitos de la cultura de masas, expresa elevados grados de aceptación principalmente circunscritos en los medios juveniles.
Este revitalizado fantasma que recorre al mundo, haciendo profundos alardes de destrucción, segregacionismo, racismo, xenofobia y un gran odio hacia lo "extranjero", apela hoy a todos los símbolos, a todo el arsenal ideológico y a toda la iconografía que, en su tiempo, desplegó, con las consecuencias ya probadas, el nacional socialismo alemán, junto a las muecas grotescas del fascismo italiano y, por supuesto, la estupidización al que fue sometido el pueblo español bajo el estandarte obsceno del falangismo franquista. La ideología fascista no ha muerto. Ella continúa activa y es culpable, en los actuales momentos, de desaforadas y criminales conductas, de cuyo macabro esquema los partes policiales reportan asesinatos, golpizas, violaciones y ofensas a la dignidad humana.
Nuevos tiempos oscuros se aproximan con el surgimiento de facciones políticas y sociedades secretas, amparadas sobre la base de criterios ideológicos que huelen a sangre y al más puro desprecio racial. Sólo en Europa, la organización "S.O.S. racismo" reporta, anualmente, miles de casos en los cuales se han violado los derechos humanos. En Estados Unidos y en América Latina, la explosión de estos grupos neo nazis tiene una presencia y una capacidad de respuesta ideológica similar a la de sus pares alemanes, franceses y españoles. De modo, pues, que estamos en presencia de un fenómeno casi indetenible y de efectos desconocidos en el espíritu de las actuales sociedades.
Al fútbol le gusta jugar a los nazis
Los sociólogos y todos aquellos que suelen estudiar el comportamiento humano a partir de los rasgos inmediatos que se producen en cualquier contexto social, no alcanzan a comprender todavía la fuerza ideológica desplegada en los escenarios multitudinarios del espectáculo futbolístico. Si quisiéramos trazar un perfil deportivo amplio y heterogéneo, hallaríamos en el fútbol una extraña excepción con respecto al comportamiento de sus fanáticos, jugadores e hinchas. El fútbol, por encima de cualquier deporte, es la única disciplina que ha logrado ideologizar al máximo sus prácticas en el propio campo de juego. Hablar de fútbol es referirse, por otros medios, a las pasiones políticas, a los odios raciales y a las pugnas fratricidas entre equipos que comparten algo más que el interés por ganar un campeonato.
Lo político y lo ideológico transformaron al fútbol en un verdadero campo de batalla, cuyas manifestaciones pueden ser vistas, durante cada juego, en la conducta atroz que expresan ciertos grupos delirantes y violentos. El fútbol como sutil metáfora de la política, ha ido más allá de lo posible, ha traspasado las fronteras racionales del juego en cuestión, para proponer una tribuna sustentada en diabólicos odios raciales y en inmorales propagandas de corte netamente fascista. En este aspecto, habría que referirse, en estricto sentido, a una especie de transmutación simbólica de dicho deporte, en el cual anidan y prosperan actitudes que tienen un objetivo claro. Un partido de fútbol no es sólo un partido de fútbol. Es la puesta en escena de dramáticas y odiosas posturas ideológicas nacidas al calor de una competencia y al abrigo de un específico club. Detrás de los colores de una camiseta se revelan otros símbolos, se expresan otros lenguajes y convergen conductas deplorables. La iconografía contemporánea del fútbol apela a la cruz gamada y a otros pertrechos célticos; banderines con raras inscripciones haciendo clara alusión a los odios raciales y al desprecio por las minorías, casi todos inmigrantes africanos y "sudacas".
Skinheads, Ultraboys, Ultra Sur, Hoolingans y Tifosi
Los "Skinheads", conocidos popularmente como "cabezas rapadas", configuran la imagen más fidedigna del militante neo nazi. En Europa suelen ocupar el "fondo sur" de los estadios y, desde allí, arremeten contra los hinchas del equipo contrario. Pero su radio de acción no se detiene ahí. Salvajes, groseros y muy violentos, no escatiman en dar fieras palizas a quienes ellos consideran "negros", asiáticos, árabes o latinoamericanos.
El prontuario policial de estas bandas nazis es terrorífico. Después de los partidos de fútbol destrozan todo lo que a su paso se les atraviesa, no quedando ningún ser vivo alrededor. También al lado de los "skinheads" conviven, en el mundillo del fútbol o en sus bajos fondos, las famosas y tristemente célebres "peñas" futbolísticas. En España, concretamente, las "peñas" cumplen un papel aterrador intimidando, con todos los medios, a los seguidores de los equipos contrarios.
Una peña futbolística es el brazo armado del equipo en cuestión. Así ocurre, por ejemplo, con las peñas que pertenecen al Real Madrid, al Barsa, las Brigadas Blanquiazules del Espanyol, las del Real Oviedo, el Atlethic de Bilbao, las Juventudes Verdiblancas del Rácing de Santander, Biris del Sevilla, Peña Catali del Albacete Balompié, Riazor Blues del Deportivo de La Coruña y así sucesivamente.
Según Mariano Sánchez Soler, autor de un importante y reciente libro titulado Descenso a los fascismos, los miembros que integran estas agresivas peñas provienen de barrios marginales, desempleados y toda clase de resentidos sociales. Ellos son, literalmente, unos cazadores. Van en busca del adversario, lo acosan, le destrozan la cara y lo insultan hasta el cansancio. Algunos de sus lemas son: "La caza del seguidor del equipo contrario, del visitante, se practica antes y después del partido" o "es nuestro enemigo todo aquel que no apoya incondicionalmente al Real Madrid, incluso los viejos, a los que insultamos y nos enfrentamos. Llevamos navajas para defendernos de los que nos atacan".
Todos ellos tienen en común el hecho, bien claro, de auspiciar actitudes neonazis y racistas de todo orden, despreciando, con el pretexto deportivo, lo que es distinto a la condición europea. Su odio racial ha quedado documentado en artículos como los que publica la revista Ultras Sur, donde se puede leer lo siguiente: "Es realmente triste cómo este equipo (el Barca) se ha convertido en una auténtica tribu de mandingas, compuesta en su mayoría por jugadores que no han nacido en nuestro país". Agregan luego que "lo que está sucediendo en el fútbol es un reflejo de lo que tarde o temprano sucederá en otros ámbitos de nuestra sociedad, que si no se pone remedio, se verá invadida por una legión de extranjeros, que lo único que conseguirán es que España pierda su identidad y muchos españoles pierdan su puesto de trabajo".
¡Fascistas de todos los partidos: uníos!
De todos los países de Europa, España parece haber desarrollado la mayor conducta neonazista y, en consecuencia, los resultados se observan hoy a la luz de las posturas ideológicas manipuladas a través del fútbol. El odio racial, la xenofobia llevada a sus últimos extremos, la violencia callejera, la desesperación y el fracaso individual estructuran un caldo de cultivo peligroso en el cual se buscan salidas desesperadas a la inconformidad. Un fascismo "revisitado", un culto inaudito a los símbolos que otrora fueron santo y seña de las bandas armadas de Hitler y grupos económicos que apoyan con grandes sumas los desafueros de las cabezas rapadas, nos hace pensar en el advenimiento de tiempos oscuros, radicales e intolerantes.
¿Cuál será el destino del mundo si llegasen a prosperar, otra vez, los implacables fundamentos de la ideología nazi? ¿Por qué el fútbol concentra e irradia todos estos odios? ¿Se convertirá este deporte en una vergonzosa estrategia política, dejando a un lado los principios rectores que animan su espíritu?
Es obvio que el nuevo fascismo difiere del viejo fascismo hitleriano, pues son nuevas las circunstancias históricas que alientan al mismo. Hay, por supuesto, razones políticas, económicas y existenciales que pudieran estar incidiendo en el florecimiento de un fascismo de cara al próximo siglo. Por lo pronto, allí están sus expresiones mejor acabadas: en el fútbol, en la música, en el culto que manejan algunas sectas religiosas y en otros espacios de la vida pública.
Imagen: Brian Oldham.
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miércoles, 16 de marzo de 2011
¿QUIÉN DEFINE LA COSA?

EL ESPECTADOR, Bogotá, 13 de Marzo de 2011
Certificado de negro
Héctor Abad Faciolince
Hoy en día los políticos alemanes de extrema derecha sienten que la antigua identidad germánica se ve amenazada por la invasión de turcos, árabes, africanos, asiáticos y suramericanos, extranjeros de distintos orígenes que en algunas partes son más del 15% de la población.
Vamos a suponer que alguno de estos políticos de extrema derecha propusiera la expedición de un “Certificado de Ariodescendiente”, para asegurar el acceso a la universidad (o a algún puesto público, o para comprar tierra) de la población blanca más vulnerable. No para todos los arios, sólo para los que estén en una posición social de desventaja. ¿No pondríamos todos el grito en el cielo? ¿No diríamos que el viejo racismo alemán está resurgiendo de sus cenizas nazis?.
Pues bien, en Colombia, de la mano de activistas políticos bien intencionados, de gente comprometida con la promoción de los derechos civiles de la población discriminada, defensores de la “acción afirmativa” que fue en cierto sentido auspiciada por nuestra Constitución, defienden que se expidan (por parte de organizaciones sociales definidas por no sé cuál autoridad competente) “Certificados de Afrodescendencia” o “Certificados de pertenencia a la comunidad indígena”, sin que esto sea visto como una política racista. No lo es, dicen ellos, porque es posible que alguien de apariencia blanca o mulata solicite un “Certificado de Afrodescendiente” si se ha destacado por su trabajo en pro de la comunidad afro del país. ¿Disminuiría la gravedad del hipotético “Certificado de Blanco” de los alemanes si éstos dijeran que la cosa no es racial porque el hijo adoptado chino de ciudadanos arios puede tener también acceso al “Certificado de Ariodescendiente”?
¿Cómo se define, en una población mayoritariamente mezclada como la colombiana (el “falso mito del mestizaje”, llaman a esto los defensores de la “identidad” de las razas negra o india), cómo se define quién es blanco, negro, indio o mezclado en distintas dosis? ¿Se hace un test con marcadores específicos de ADN? ¿Se mide la cantidad de melanina en la piel? ¿Se apela a otras características somáticas como forma del cráneo, tipo de pelo (liso, ensortijado, churrusco), color de los ojos, anchura del anca, longitud de las piernas, ausencia o presencia de prepucio? ¿Se le pregunta a cada uno, tal como ha resuelto el gobierno ecuatoriano?
Se dice que Obama, hijo de un africano y una wasp, se define a sí mismo como “negro” a pesar de haber crecido entre su madre y sus abuelos blancos. ¿Qué sería Piedad Córdoba, hija de rubia y negro? ¿Blanca para unas cosas y negra para otras? ¿Qué sería yo, al saber que entre mis antepasados hay blancos, indios, árabes, españoles, judíos, negros y vascos? ¿Un bastardo sin identidad alguna? Pues sí, eso es lo que siempre he querido ser racialmente, y lo que defiendo con orgullo: un bastardo, una chanda, un gozque, un criollo sin raza definida, o mejor, de todas las razas, y afrodescendiente como absolutamente todos los seres humanos que hay en el planeta. ¿Habrá alguien dispuesto a darme un Certificado de Bastardía? Eso sí, un certificado que no sirva para ningún privilegio. Eso deberíamos expedir en Colombia: Certificados de Nada. Certificados de que no nos importa saber la raza a la cual pertenecemos, porque sabemos que nadie debe ser juzgado por su raza, ni discriminado (a favor o en contra) por el origen étnico que tenga.
Ya sé que esta posición será la más despreciada por los progresistas iluminados de la acción afirmativa, y por los racistas auténticos del “hispanismo”, el “arianismo”, el “judaísmo”, las “negritudes” o el “indigenismo”. Ya he sido definido como tibio en política. Ahora quiero ser bautizado también como bastardo. Mientras tanto, como existe un tráfico de estos certificados raciales (como antes lo hubo para obtener los de “limpieza de sangre”), y se pueden comprar baratos, yo voy a procurarme uno de afrodescendiente y otro de indígena. Nunca se sabe.
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