EL UNIVERSAL, Caracas, 1914. 19 de Abril, Independencia, 1914, Actos oficiales.
19 de abril de 1810: conquista de la autonomía
Ángel R. Lombardi
El 19 de abril de 1810 representa el inicio formal de la
Independencia de Venezuela, o en todo caso, el primer paso autonomista.
En esa histórica jornada un grupo de venezolanos del sector
blanco criollo y algunos españoles alrededor del Cabildo en la ciudad de
Caracas, se aliaron para organizar un movimiento conspirador cívico/militar que
depuso a las autoridades realistas que estaban al frente de la Capitanía
General de Venezuela. Esta conspiración, que devino en un “Golpe de Estado”,
según el punto de vista de algunos historiadores españoles que han estudiado el proceso, ha sido un
acontecimiento emblemático dentro de la historiografía de Venezuela. Venezuela
en esa jornada dio su primer paso como república y nación independiente; por
ello es obvio que esa jornada haya sido convertida en casi un mito fundacional
más que un acontecimiento histórico percibido dentro de un proceso de larga
duración que entronca directamente con el período colonial y el pasado
indígena, y lo que hemos sido posteriormente desde que accedimos a la vida
republicana.
Desde el punto de vista de los contemporáneos partidarios
del realismo, el 19 de abril de 1810 inauguró una era de horror y males sobre
todas las provincias de Venezuela. Hecatombe política que puso en cuestión la
legitimidad de la unidad imperial entre España y sus colonias. Las antiguas
previsiones y alertas de Abalos, Aranda y otros funcionarios reales que
conocían y habían mostrado preocupación sobre el futuro y permanencia de España
en América venían a cumplirse. El sentimiento autonomista criollo imbuido de
una identidad americanista propia, encontró en la usurpación napoleónica el
pretexto adecuado para manifestarse de una manera decidida.
Las autoridades realistas más importantes en ese entonces,
con el capitán general en ejercicio, don Vicente Emparan, a la cabeza, fueron
expatriadas hacia distintos destinos, entre ellos los Estados Unidos y las
otras posesiones españolas vecinas a Venezuela.
El movimiento secesionista fue llevado a cabo por algunos de
los antiguos conspiradores del fallido intento de crear una Junta en el año
1808. Fue un golpe bien orquestado, que contó con la colaboración de civiles y
militares que ante las noticias negativas que se recibieron sobre el curso de
la guerra en la Metrópoli, decidieron actuar para asumir el control del
Gobierno por sus propias manos y en representación del mismo rey Fernando VII.
No hubo ni derramamiento de sangre ni la necesidad de militarizar a la sociedad
caraqueña. La mayoría de los líderes criollos invocaron razones y principios
jurídicos para hacer recaer la legítima autoridad del Gobierno en una Junta
bajo los auspicios del Cabildo caraqueño como genuino representante de la
soberanía popular ante la ausencia del Rey.
La disolución de la Junta Central debido a la invasión de la
región de Andalucía en España por parte de los franceses en los primeros meses
del año 1810, trajo como consecuencia el nacimiento de la Regencia, órgano facultativo, integrado por cinco
personas, encargado de mantener el funcionamiento del gobierno español dentro
de una nación prácticamente ocupada por fuerzas extranjeras y de unas
posesiones ultramarinas completamente incomunicadas. Precisamente, el principal
argumento de los juntistas caraqueños para hacerse con el control del Gobierno
colonial, fue el de considerar a la Regencia y las distintas corporaciones que
le precedieron en España como ilegítimas en garantizar la representación
popular y americana.
Ni los criollos ni los españoles que se sumaron a la acción
del 19 de abril sospecharon las desastrosas consecuencias que traería para el
país semejante paso. La mayoría pensó y creyó que lo que se estaba haciendo era
lo correcto ante las delicadas circunstancias que atravesaba la Madre Patria.
Se temía que los franceses luego de ocupar España se trasladasen a las Américas
y reclamaran para sí estos territorios; tampoco se quería que los ingleses
sustituyeran a la antigua Metrópoli ni que el orden social interno quedase
alterado. El movimiento autonomista caraqueño pretendió hacer un cambio de
administración y de gobierno a través de los cauces más pacíficos y sin
sobresaltos. El orden tenía que mantenerse inalterable resguardando la paz y la
seguridad. Los bandos y proclamas emitidos por la Junta caraqueña estuvieron
orientados en ese sentido en los días posteriores al suceso. Los españoles de nacimiento no fueron percibidos
como enemigos ni rivales, sino por el contrario, se les pidió su más ferviente
colaboración ante la nueva situación; de
igual manera se hicieron rápidos llamamientos a los cabildos de las otras
provincias que integraban la Capitanía General de Venezuela para que
reconocieran las nuevas autoridades caraqueñas y evitar, con ello, las
disensiones internas que pudiesen alterar la paz.
En el plano internacional los caraqueños se apresuraron a
buscar el reconocimiento diplomático y para ello enviaron embajadores a los
Estados Unidos e Inglaterra. La actividad económica/comercial se liberalizó y
se orientó hacia los “Amigos y Neutrales”.
Los “revolucionarios” caraqueños hicieron todos los esfuerzos posibles
para disimular cualquier actitud sospechosa de radicalismo tanto en lo interno,
con relación a la población civil, como en la arena internacional. Pero las
agujas del reloj de la Historia se activaron y de manera irreversible. El acto
autonomista llevó a los criollos de Venezuela a asumir un protagonismo siempre
aspirado, pero pospuesto y desalentado por las autoridades realistas de
procedencia peninsular. El ingreso a la modernidad política tuvo para los
criollos un costo terrible en ese momento insospechado.
Venezuela, dentro del ámbito colonial, para los momentos en
que ocurre el movimiento juntista, era un espacio económicamente próspero y
relativamente tranquilo de paz social; y
esto, en vez de contribuir a la inhibición de los criollos en asumir algún tipo
de protagonismo político, lo que hizo fue generar un efecto contrario. Los criollos,
blancos en su mayoría, dueños de las más importantes fortunas del país y
herederos de los primeros conquistadores del siglo XVI, llegaron a interiorizar
un sentimiento de identidad y orgullo alrededor del propio terruño. España cada
vez se volvía algo remoto y difuso; sus pesados controles burocráticos, las
largas distancias y las lentas comunicaciones, la arbitrariedad y el despotismo
de sus funcionarios, las trabas al comercio, la inmoralidad en el
comportamiento de muchos sacerdotes y, sobre todo, el relajamiento en las
costumbres y la disciplina social por el abandono de la Metrópoli, hicieron
creer a los criollos que había llegado el momento histórico para actuar. Aunque
hay que reconocer que en un primer momento la ruptura con la Madre Patria se
aspiró a que fuese algo pactado y sin traumas.
Ya desde España los movimientos juntistas se habían
desarrollado con una vitalidad impresionante desde el mismo año 1808,
constituyéndose en los principales focos de la resistencia contra el invasor
francés. La Junta Central Gubernativa del Reino instalada el 25 de septiembre
en Aranjuez, hizo esfuerzos por reunirlas a todas bajo una única dirección,
intentando con ello establecer la unidad en el esfuerzo de la guerra. Entre lo
más destacable hay que señalar que orientó sus principales proclamas y
manifiestos en reconocer el protagonismo popular ante la ausencia del Monarca.
Igualmente anunció en abril del año 1809 el llamado a la elección de diputados,
tanto en la península como en América, para las Cortes Nacionales que se
abrirían en 1810. Los españoles, impulsados por las circunstancias, estaban
llevando a cabo una auténtica revolución política, aunque sin plantearse aún
sus dirigentes una radical ruptura con las principales instituciones del
Antiguo Régimen; estos cambios no pasaron desapercibidos entre los súbditos
americanos de ultramar.
En los primeros meses del año 1810 la situación política y
militar en España fue de completa confusión. La Junta Central se había disuelto
en enero dando paso a una Regencia de cinco miembros y la guerra se consideró perdida. Las
noticias que los americanos pudieron recibir desde el año 1808 fueron
completamente fragmentadas e irregulares; se impuso un filtro que distorsionó
la preciada información sobre asuntos tan vitales como la misma supervivencia
de la Metrópoli. Y a pesar del aislamiento, los americanos se mantuvieron
pendientes, preocupados y atentos sobre el destino final de España. Fue
precisamente en esos dos años cuando más se discutió sobre la conveniencia de
los criollos por asumir un mayor protagonismo dentro de la sociedad colonial.
Entre esas escasas noticias hubo una que causó especial impacto sobre los
criollos, y no fue otra que la proclama de la Junta Central que consideró a los
“Dominios Americanos como partes integrantes y esenciales de la Monarquía
Española”.
En Venezuela la elección del representante a las Cortes
españolas de 1810 estuvo cargada de polémica ya que la elección recayó en el
regente Joaquín de Mosquera, considerado por los criollos como enemigo de su
clase social. Todo nos indica que esta elección no fue algo transparente y que
se hizo fraudulentamente con la complicidad del capitán general en ese
entonces, don Juan de Casas. Los balbuceantes decretos democráticos españoles
tuvieron que enfrentar unas fuertes resistencias de parte de las autoridades
monárquicas en América, renuentes a compartir las prerrogativas tanto del poder
como de la autoridad que emanaba de sus investiduras. Para los criollos estos
agravios se sumaban a muchos otros y les sirvieron para justificar su irrupción
el 19 de abril de 1810.
La jornada del 19 de abril estuvo justificada tanto por los
hechos militares en España, como por toda una argumentación de carácter
histórico como de principios jurídicos, llevados a cabo por los líderes
políticos e intelectuales criollos que decidieron actuar.
Para los caraqueños las noticias que conocieron sobre la
disolución de la Junta Central en Andalucía como efecto de la invasión de esta
región por las tropas napoleónicas, fue el hecho determinante para la toma del
poder. Las autoridades realistas se volvieron de pronto ilegítimas y por lo
tanto su autoridad precaria. El “pueblo”, reunido alrededor del Ayuntamiento,
asumió la soberanía popular como fundamento de la representación política de la
sociedad ante la ausencia del Monarca.
El capitán general don Vicente de Emparan y otros
colaboradores de su entorno habían sido nombrados por Murat, en el momento de
la Capitulación de las autoridades españolas ante las francesas a su entrada en
Madrid en el mes de mayo del año 1808.
Esta acusación hecha por los criollos juntistas no sólo buscó
desacreditar a la principal autoridad de la Provincia, sino que con ello hizo
alarde de patriotismo. No hay que olvidar que el principal argumento de los
criollos caraqueños fue preservar con el nuevo gobierno los derechos
secuestrados del rey don Fernando VII, ante la sospecha de afrancesamiento de
las principales autoridades españolas en Venezuela y la amenaza de invasión por
parte de Napoleón al país
Fuente:
En torno al 19 de abril de 1810
Luis Alberto Buttó
Oprobiosa es la tarea de quien se dedica a ideologizar la
interpretación de los hechos históricos al tergiversar deliberadamente la
lectura
que de ellos debe hacerse con la aviesa intencionalidad de
estructurar una falsa conciencia de la realidad vivida y por vivirse. Oprobiosa
e inútil al mismo tiempo; esto último porque se desperdicia irremediablemente
el intelecto involucrado en tan vergonzosa faena. El erotizado y/o tarifado que
se desliza a la condición de peón del veneno que de este comportamiento se
desprende olvida con torpeza que, por su limitada condición humana, le es
menester imposible negar, ocultar y/o modificar la real esencia de los sucesos
pasados, en tanto y cuanto no hay entre nosotros semidiós alguno con la
suficiente capacidad de alterar el significado y alcances de lo ya acontecido.
Sin embargo, hay quienes no sienten prurito en trascender los linderos de la
verdad y se empeñan en arrogarse el papel de arcángeles de la historia, en aras
de alterar desembozada y siniestramente la exactitud de lo ocurrido. Inexactos
e insinceros; doble acto de maledicencia frente a lo que salta a la vista.
Así las cosas, no extrañan ciertas apreciaciones
radicalmente equivocadas, cuando no palmariamente falseadas, sobre hechos
históricos desencadenados en el período republicano venezolano. Ejemplo
vivamente ilustrativo de lo dicho lo constituye la reiterada alusión que
plumíferos al servicio de poderes despóticos de ayer u hoy hicieron y hacen de
la desafortunada convicción asumida por Simón Bolívar en torno al supuesto
alumbramiento de la patria en el seno de un vivac y acerca de que la Venezuela
de su época debía caracterizarse recurriendo a la simbología de un cuartel. Nada
más desbarrado en el ideario bolivariano, pero, al mismo tiempo, nada tan
recalcado en los intentos de los círculos asociados al espíritu y prácticas
pretorianas por deformar la historia, a través de sus tristes amanuenses, con
el objetivo de justificar, impúdicamente, la extensión ad infinítum y ad
náuseam del opresor proyecto político emprendido por aquellos que desde siempre
y por siempre han representado y representarán la antiestética cara del poder.
Se equivocó de plano Bolívar en la infeliz afirmación traída
a colación porque, en verdad, la patria venezolana fue engendrada en el alma,
corazón y mente de lo más granado de la elite civil políticamente activa a
principios del siglo XIX. La rebeldía manifestada el 19 de abril de 1810, la
posterior declaración de independencia de julio de 1811 y la consecuente
creación de la república única e indivisible que ha prevalecido hasta la
contemporaneidad en el territorio sito al norte del subcontinente sudamericano,
fue, sin lugar a dudas posibles, un proceso netamente civil. No hay de otra. En
consecuencia, es cuestionable y repudiable que a estas alturas del estado del
arte se pretenda presentar cualesquiera interpretaciones contrarias a esta
característica definitoria de los hechos fundacionales de nuestra nación.
Para puntualizarlo en la única dimensión posible: amén de la
expuesta, no cabe ninguna otra interpretación sobre el origen, esencia y
significado de la autodeterminación asumida en abril de 1810 y concretada con
todas las de la ley en julio de 1811. Los auténticos padres de la patria fueron
mayoritariamente civiles y, como tal, el proyecto que echaron a andar nació
siendo civil por los cuatro puntos cardinales y desde cualquier punto de vista.
Ése fue su signo distintivo. Esa cualidad está esculpida de manera indeleble en
el ADN del proceso republicano.
Fenómeno histórico completamente distinto es la
circunstancia de que la independencia haya tenido que sostenerse y/o defenderse
con la acción de hombres a caballo y lanza en ristre. Por supuesto que ayuda a
definir un hecho el derrotero que éste sigue una vez iniciado, pero eso, bajo
ningún concepto, se traduce en que irresponsablemente se pueda trabucar el
contenido intrínseco que condujo a su gestación. Como ante a cualquier evento
histórico, la guerra de liberación venezolana sólo puede ser estudiada y
comprendida de manera integral al ubicarla en el contexto exacto en que se
produjo; es decir, evitando incurrir en anacronismo, el más vergonzoso de los
errores cometidos por «historiadores» que desvirtúan el legado de su formación,
o por aprendices de brujo que se lanzan al ruedo autoproclamándose pomposamente
cultores de la ciencia histórica. La ignorancia, al igual que la mentira, es
por definición atrevida.
Hay que dejarlo en claro y repetirlo hasta la saciedad
cuantas veces sea necesario: la masa crítica que con su ánimo, ideas y esfuerzo
soñó, impulsó y definió la colocación de la piedra liminar de la
autodeterminación venezolana se gestó en el politizado sector civil de
principios del siglo XIX. Argumentar en contrario y pontificar que los
iniciales y decisivos pasos de nuestra caminata emancipadora los guiaron
hombres de uniforme es no entender y/o trabucar el legado histórico concreto de
esos días definitorios. La Venezuela que hoy conocemos es el resultado de la
audacia, voluntad y decisión de próceres auténticos (por civiles), inexplicable
y tendenciosamente marginados de la historiografía oficial u oficiosa. Gústele
a quien le guste y disgústele a quien le disguste, la patria que siempre hemos
tenido fue procreada por civiles y para entender y explicar de manera cabal
aquel alumbramiento es absolutamente inapropiado recurrir al eufemismo-falacia
«movimiento cívico-militar». Quien así procede es porque posee mentalidad
subalterna pretoriana, manifiesta o subyacente.
Su condenable objetivo es avalar en los días que corren, como lo
hicieron otrora, la inconveniente y abusiva intervención militar en política,
secular y desafortunada constante histórica presente en estos lares.
El 19 de abril de 1810 el Capitán General de la época
contaba con los armas, pero los ideólogos de la libertad, inteligentemente, se
apuntalaron en la gente para vencer la resistencia del representante del orden
establecido de ir a Cabildo; inevitable era que la ecuación se resolviese en
contra de la legitimidad perdida. Es harto conveniente no olvidar esa magistral
lección de cómo se gestó y concretó aquel gigantesco salto hacia lo que terminó
siendo la definitiva independencia político-territorial de esta tierra, en especial
porque pasadas dos centurias todavía hay quienes persisten, de manera absurda e
infantil, en invocar héroes de chistera que, valga la aclaratoria, nunca han
existido. Ya debería haberse aprendido que los proyectos corporativos no
desembocan en proyectos nacionales. Cuando amanece, el cielo es azul, no de
otro color.
En su especificidad, los hechos históricos no se repiten,
pero, ¡vaya que enseñan!
Fuente:
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