EL NACIONAL, Caracas, 16 de febrero de 2018
La razón y sus enemigos
Eduardo Vásquez
En Occidente, la tradición filosófica era la filosofía racionalista que culminó con Kant y Hegel, quien reflexionó sobre el hombre y su destino en la sociedad, muy influido por la Revolución francesa, que repudió la unción divina de los monarcas y condenó con la pena de muerte al monarca francés.
La universalidad es el principio fundamental del racionalismo. Se legisla para todos los hombres. Se establece la igualdad de todos y derechos iguales para todos. La ruptura con ese principio puede conducir al fascismo y el racismo, que no acepta esa universalidad y establece diferencias e instituye normas y características no-esenciales: la etnia, el color de la piel, el idioma. Son diferentes los arios de los no-arios, los negros de los blancos. La abolición de la universalidad y el establecimiento de normas distintas para cada etnia dieron lugar a fuertes luchas entre grupos sociales, entre razas y entre las religiones.
La Revolución francesa fue racionalista. Declaró la razón como divinidad –“Todos los hombres son iguales”– y condujo a la abolición de la esclavitud: si todos los hombres son iguales, todos tienen los mismos derechos. El Estado debe edificarse sobre ese principio y debe regir la relación entre los hombres. El fascismo no admite esa universalidad. No son iguales los que pertenecen a una etnia ni los que practican religiones distintas. Los nazis les arrebataron los derechos humanos a los judíos. En Estados Unidos hubo un atroz genocidio contra los nativos y la discriminación contra los negros no ha desaparecido totalmente. No es fácil liberarse de un prejuicio. Nos armamos con todos los recursos para protegerlos de la crítica. Primero se libera la cabeza y luego el corazón. Se ha hecho popular un dicho de Einstein: “Es más fácil dividir un átomo que destruir un prejuicio”.
En el mundo filosófico alemán la tradición fue la filosofía racionalista. Descartes influyó profundamente en Kant y Hegel, pero los cambios sociales en Alemania alteraron esa tradición. Max Stirner elaboró fuertes críticas contra la razón. Una de ellas lo resume todo: “Si triunfa la razón perece el individuo”. Por tanto, hay que abolir la razón para recuperar el yo individual engullido por lo universal, lo universal devora lo singular. Da origen a una filosofía que indaga en el individuo, que postula como verdadero lo singular. Los problemas universales desaparecen o se achican ante los problemas de lo singular.
N. Hartmann calificó a Søren Kierkegaard como el mayor atormentador de sí mismo que haya conocido la historia. Heidegger retomó a Kierkegaard. Si tu ser es un ser para la muerte, despreocúpate de cualquier otro problema. Heidegger convierte a los hombres en gladiadores modernos: “Los que van a morir te saludan”. La filosofía de Heidegger (el ser para la muerte) incita a los jóvenes a estar dispuestos a morir por el führer, por el líder.
Heidegger estaba inscrito en el partido nazi. Nunca dejó de pagar su contribución. Después de la Segunda Guerra Mundial los aliados les quitaron a los colaboradores del nazismo, entre ellos a Heidegger, la facultad de dar clases y de publicar. Pero amigos franceses de Heidegger, conocedores de su pensamiento, en especial Jean Beaufret, intervinieron contra su exclusión.
Las interpretaciones de la filosofía de Hegel que Heidegger publicó con el nombre de La filosofía del espíritu de Hegel (Alianza Editorial, Madrid 1992) son de una pobreza y de una arbitrariedad extrema. Es un filósofo y un intérprete indigente. Sin embargo, la sombra de Heidegger arropó el mundo en una época. En Suramérica produjo grandes daños. Es posible que ese amor por la muerte, tan arraigada en los filósofos alemanes, haya desaparecido. No la destruyó la crítica. Se autodestruyó. Pobreza e indigencia propia de una época, expresada en una filosofía, desapareció con ella. El nazismo y su filósofo fueron sepultados juntos.
La razón, aunque débil termina imponiéndose. Es débil, pero astuta. Su astucia obró para destruirla. Aún subsisten heideggerianos rezagados que se aferran a una filosofía propia de una época. Como asentó Hegel, la filosofía es la época expresada en pensamiento, y ella, al sucumbir la época, arrastra consigo su expresión.
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