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miércoles, 8 de abril de 2020

LA PRÉDICA DE ENTONCES


EL UNIVERSAL, Caracas, 03/08/1953.
André Siegfried, Francia, Régimen parlamentario, Asamblea Nacional,  Patología institucional.

miércoles, 2 de mayo de 2018

PARADOJA

"Ahora estamos en otra configuración"
No hay 'Mayo francés' con Macron: la izquierda no consigue movilizar a las masas
Luis Rivas

En las únicas declaraciones hechas hasta el momento sobre Mayo del 68, el Presidente francés, que nació más de nueve años después de ese mes declara a La Nouvelle Revue Française que “Mayo del 68 fue un momento de confrontación con el poder. Ello correspondía a un instante histórico que tenía, entonces, sus razones. Fue un instante preciso y pasó. Ahora estamos en otra configuración”.
Nada que ver, pues, según Macron, con el presente. Imposible, según él, hacer hoy un paralelismo con la situación de hace medio siglo. Las huelgas de los ferroviarios, las ocupaciones de universidades, las manifestaciones sindicales o las ruidosas protestas de la extrema izquierda nada tienen que ver con los motivos que prendieron la revuelta estudiantil y, después obrera, del 68, según el mandatario.
El presidente francés está decidido a ganar este pulso, para dar ejemplo. Los trabajadores del sector ferroviario saben que si lo pierden, peligra la llamada "mochila social" de la que disfrutan
Así pues, si Macron no cambia de opinión y hace caso a sus amigos “sesentayochistas”, como Cohn-Bendit o Romain Goupil, otro de los líderes históricos del movimiento del 68, no podrá participar en el eterno debate sobre el significado real del Mayo del 68, especialmente sobre sus consecuencias en la sociedad francesa. Es el mismo debate que se reproduce en Francia cada décimo aniversario, pero que este año registra una gran novedad. Por primera vez desde 1968, el país cuenta con un presidente que ha sacudido los viejos esquemas de la política tradicional y ha arrasado en las urnas; que aplica la política que prometió y que no cede ante las protestas callejeras o las presiones sindicales.
Es una “aberración”, como él mismo se define, desde el punto de vista del sistema político tradicional. Y ahí comienza el debate que divide a los intelectuales franceses en estos días. ¿Es Macron un puro producto del Mayo del 68? ¿Es el propotipo del “joven lobo modernista fascinado por Estados Unidos y el liberalismo” como escribió el filósofo Régis Debray de los herederos del M68?
Mayo del 68 está en el origen del mundo globalizado, individualista y consumista que define a la época actual, según algunos. ¿Es Macron un ejemplo de la “democratización del narcisismo” del que también habla Debray para juzgar las consecuencias del fenómeno 68? Hay que recordar que Régis Debray no estaba ese año en París, sino en las cárceles bolivianas, purgando su coqueteo con la lucha armada (había sido capturado el año anterior, tras ser dado de baja forzosa de la guerrilla del Ché Guevara), lo que le da una óptica diferente a los “abuelos” que vivieron in situ, veinteañeros, el histórico mes sagrado de las protestas.

Autoridad y poder vertical

Una de las fechas que marcan el inicio del M68 es la celebración de las “Jornadas antiimperialistas” en la facultad de Nanterre. Trotskistas, maoístas y anarcos llevaban la voz cantante en unas protestas que querían, entre decenas de otros fines, acabar con un cuerpo pedagógico anquilosado en sus convicciones y autoritario en sus prácticas.
Las protestas universitarias que han marcado las últimas semanas en Francia se iniciaron por oposición a la ley que permitirá una cierta selectividad a la hora de acceder a la facultad demandada por cada estudiante. Hoy, los instigadores de los bloqueos de aulas son una minoría sin diferenciación ideológica clara, apoyados por ultraizquierdistas ajenos a la universidad. No se enfrentan 'maos' contra 'trotskos', ni estos últimos juntos contra comunistas oficialistas. Nadie sueña con traer la dictadura del proletariado, como hace cinco décadas. Se han autodesprestigiado por la pretensión de exigir la abolición de los exámenes y la atribución a todos los estudiantes de la máxima nota.
De Gaulle no se atrevió a enviar a los antidisturbios a poner orden en la universidad. En Francia es un tabú histórico. Macron no ha dudado en ordenar a los CRS (los nietos de los antiguos CRS=SS del 68) que pongan fin a los bloqueos y se deje estudiar y examinarse a la mayoría que lo exigía. Huelga general, como sus abuelos, ni en sueños.
Macron no conmemora de momento con un discurso la efeméride más mediática de su país. Pero deja retazos de su pensamiento al respecto. Mayo del 68 fue una revuelta contra la Autoridad, con mayúscula, y contra la jerarquía. El inquilino del Elíseo subraya cada vez que puede que él es partidario de la autoridad y del “poder vertical”. Para que no haya dudas. Macron ha desarticulado, sin complejos, el discurso de una izquierda postsesentayochista para quien autoridad y jerarquía siguen siendo elementos inherentes del “facha”.
Así lo ha concretado en la aprobación de la nueva Ley de Trabajo y en otras reformas que su mayoría legislativa le permite, saltándose cuando le conviene el debate parlamentario para aprobar “por ordenanzas” las leyes que están agitando a los sindicatos franceses. La reforma de los ferrocarriles es más que un símbolo. Los ferroviarios representan el ejemplo emblemático del modelo social francés; el totem de una época que nace tras la liberación, por el acuerdo de intereses entre el presidente De Gaulle y el Partido Comunista. Macron no conoce tabúes sociales y dice que no renunciará a la reforma de la Renfe local, la SNCF, a pesar de las dos días de huelga que los sindicatos llevan a cabo cada tres días de trabajo.

Una celebración a golpe de porra

El Mayo obrero del 68 desembocó en un aumento generalizado de un 10% de los salarios y en un impulso de un 35 por ciento del sueldo mínimo. Los trabajadores desbordaron para ello a la burocracia sindical de la época. Hoy Macron lo tiene menos difícil. Los sindicatos mantienen cierta capacidad de bloqueo, pero se desangran de afiliados y se encuentran más divididos que nunca. La CGT del 68 disfrutaba de un poder al que no era ajeno su ligazón con el PCF. Hoy la Confederación General de los Trabajadores de Philippe Martínez no es la correa de trasmisión de un PCF casi desaparecido, se ve desbordada por la reformista CDFT, y pelea en competencia brutal con otras dos centrales más combativas, SUD y Force Ouvrière (FO), que acaba de sustituir a su líder por otro más radical.
Emmanuel Macron no ha mirado tampoco el calendario de efemérides para lanzar a los CRS contra los centenares de personas que bloqueaban desde hace años la zona donde se iba a construir el nuevo aeropuerto de Nantes. El Gobierno echó abajo el proyecto, pero en el lugar se instalaron ecologistas sinceros, viejos jipis y “perrogaitas” (están al borde de Bretaña) que se negaban a levantar los campamentos improvisados en los que viven y querían seguir “okupando” para “resistir a la urbanización y desarrollar una agricultura alternativa, con la ayuda, no pedida, de decenas de profesionales del enfrentamiento con la policía. Miles de granadas lacrimógenas y bastantes golpes ofrecieron al país y al resto del mundo unas imágenes que a gobiernos anteriores les habrían acomplejado. A Macron no.
Por eso, François Ruffin, el diputado más a la izquierda de la izquierda parlamentaria, dice que sí, que “Macron celebra Mayo del 68 todos los días, a porrazos”. El miembro de la Francia Insumisa ha convocado para este sábado una “jornada anti-Macrón”. Este experiodista, conocido por sus declaraciones y acciones extemporáneas en la Asamblea, no se considera un hijo del 68, y dice inspirarse en la Revolución Francesa y en el Frente Popular. Ruffin quiere conseguir lo que ni oposición de izquierda ni sindicatos ni estudiantes han obtenido, la tan cacareada “convergencia de luchas”, o la “coagulación de cabreos”. Pero la iniciativa del joven diputado vuelve a echar tierra sobre las llamas del fuego social. Para Martínez, líder de la CGT, convocar una manifestación cuatro días después de la Fiesta del Trabajo no es una buena idea: “Multiplicar las fechas genera división y no es eficaz”.
Este 1 de mayo del 50 aniversario del Mayo del 68 ha sido un reflejo de la triste realidad sindical de hoy: desunión y poca participación popular. Apenas 400.000 manifestantes en toda francia, y más de un millón, según los sindicatos. En París, solo unas decenas de miles. Bastantes menos, en cualquier caso, que en años anteriores. Solo los “casseurs”, los grupos que acuden a destrozar mobiliario urbano y a enfrentarse violentamente a los antidisturbios -y que este año han sido unas 1.200 personas-, obtienen la atención prioritaria de fotógrafos y camarógrafos.
¿Macron y el Mayo del 68? Para qué entrar en discusiones y participar en un debate de cincuenta años en el que, por cierto, marxistas, neorreaccionarios y expresidentes como Sarkozy coinciden. Fue Nicolas Sarkozy el primer Jefe de Estado que lanzó una descarga contra la herencia del M68: “Mayo del 68 preparó el terreno al capitalismo sin escrúpulos y sin ética; a los patronos delincuentes”. Uno de sus ministros, el filósofo Luc Ferry, abundaba en el argumento: “Bajo los adoquines no estaba la playa, sino las exigencias de la economía liberal”.

La izquierda en la calle, Macron en Australia

La extrema izquierda francesa no puede renegar de un M68 que le permitió sentar las bases de una hegemonía cultural que a través de medios de comunicación y Universidad han mantenido hasta hace poco. Pero sí quiere recuperar el germen de la contestación de la época para adaptarlo al presente y considerar a Emmanuel Macron como ese producto del liberalismo que dicen combatir. El último eslogan de los insumisos es llamar al Presidente “Margaret Macron”, en referencia a la “premier” británica Thatcher. Una variante del ya obsoleto “presidente de los ricos”.

Hace cincuenta años, el general y presidente De Gaulle, deprimido, acudía a Baden-Baden a consultar con el General Massu, entonces comandante de las tropas francesas en Alemania Federal, si había llegado el momento de utilizar al ejército para aplacar la rebelión en Francia. Massu le convenció de que no era necesario y que sus contactos soviéticos le habían asegurado que el Kremlin no tenía intención alguna de apoyar una revolución en Francia.

Emmanuel Macron, por su parte, ha decidido vivir esta semana de movilización social, que cierta izquierda quiere convertir en el inicio de la lucha final, en las antípodas, concretamente en Australia, Nueva Zelanda y Nueva Caledonia. Como dicen sus voceros, “atento pero imperturbable”. En Sidney ha sido claro: “No he escapado de las protestas, sigo trabajando. No me voy a quedar en París viendo la televisión y comentando la actualidad”.
Macron esperará hasta el último día de este mes para hacer una referencia al M68. Pocos creen que pueda resistir la tentación de ignorar el acontecimiento. Pero esta semana lo que el presidente francés celebra es su primer año en la presidencia. Un año más tarde y con un tren de reformas cargado como nunca para cambiar la esencia de la vieja Francia. Nuevas elecciones le otorgarían todavía más apoyo popular, según los sondeos. Más de un 60 por ciento de los franceses encuestados quieren que Macron no ceda y vaya hasta el final en la reforma de la SNCF, el emblema de la resistencia social.
Con la opinión pública a su lado, entrar en las disquisiciones sobre Mayo del 68 no le aportaría nada positivo. Conmemorar la fecha, aún menos. Eso sí, continuará recibiendo a Daniel Cohn-Bendit en el Elíseo, para comentar junto a la figura icónica del M68 las decenas de reportajes que sobre ese acontecimiento emiten estos días las televisiones francesas.

Fuente:
https://www.elconfidencial.com/mundo/2018-05-02/aniversario-mayo-68-macron-protestas-francia_1557927/
Cfr.
Luis Rivas y la huelga de los trenes en Francia: https://www.elconfidencial.com/mundo/2018-04-05/huelga-trenes-francia-batalla-final-sindicatos_1545159/
Daniel Arjona: Rabiosos vs. renegados:https://www.elconfidencial.com/cultura/2018-04-29/mayo-68-aniversario-paris-francia_1555453/
Ramón González Férris: Mayo francés y origen del libralismo: https://blogs.elconfidencial.com/cultura/el-erizo-y-el-zorro/2018-05-01/mayo1968-especial-opinion-gran-paradoja_1555407/
Fotografías:
Inicial: Tomada de la red.
Manifestantes se enfrentan a la policía durante una marcha por el Día de los Trabajadores, el 1 de mayo de 2018. (EFE)
Los antidisturbios desalojan a un centenar de personas que habían ocupado la Universidad Tolbiac en París, el pasado 20 de abril de 2018. (Reuters).

martes, 12 de diciembre de 2017

¿SOMBRAS NADA MÁS?

EL NACIONAL, Caracas, 11 de diciembre de 2017
El nuevo fantasma europeo
Atanasio Alegre
 
Cuando la recepcionista termina de dar la información sobre las condiciones de alojamiento en el hotel, añade, como si se tratara del eslogan de un político en campaña: Francia no es solo París.

Francia, en la ruta hacia Normandía, es, efectivamente, esa alfombra verde de una campiña festoneada por los más variados cultivos: con mucho agua, con muchos puentes sobre el Sena –algunos de una belleza soberbia, como el que une la ciudad de Le Havre y la población de Honfleur–. La Francia interior son los viñedos con los pámpanos desmelenados al viento. Es el vino, la industria del motor y la del perfume, como el que usa esta moza morena que atiende la recepción en este hotel de Le Havre.

Pero Francia no solo es el paisaje sino el paisanaje, sus pobladores. ¿Qué quienes pueblan ahora esta Francia del siglo XXI? Pues, si uno quisiera reseñarlos atendiendo a los que suben y bajan de los autobuses, los que toman el tren en las estaciones, los que andan a pie tendría que contar también, entre ellos, a quienes vinieron de esas regiones del África donde el sol es tan peligrosamente amigo del hombre. Y son tantos que uno de los políticos más pintorescamente malévolos, como el tal Le Pen, ha anunciado que se va a vivir a la campiña porque prefiere ver las vacas a tanto árabe en las calles de París. Es el tinte moreno que cubre hoy la Francia, reflejado en alguna de esas novelas aparecidas en estos años últimos entre las que no faltan títulos de autores que se ocupan de esta derivación de la ciudadanía actual.

Que así vaya el tema es cosa que merece una explicación, cosa que ha hecho Michel Houellebecq, uno de los escritores más connotados por haberse hecho acreedor hace al Premio Goncourt en 2011. Houellebecq tiene la parroquia divida, ya que no todo aquel que ha comprado alguno de los 400.000 ejemplares vendidos de su novela El mapa y el territorio lo ha hecho en son de amigo, sino por tener a mano, como la niña fea, un espejo en el que mirarse. La tarea de este autor tiene el propósito de tomar el pulso de la Francia morena de hoy.

La revista alemana Der Spiegel llamó a Houellebecq el poeta francés de la alienación. Pero lo cierto es que la crítica encuentra una estrecha vinculación entre El mapa y el territorio con la manera como Balzac notarió la sociedad de su tiempo. Su estilo es lineal, fluido, con personajes a lo Dostojewski, con guiños al paisaje y con una originalidad que ningún novelista en la larga historia del género había acometido, a saber, convertir en tema de una novela el asesinato de su autor. A Houellebecq lo asesinan –en la novela– para robarle el cuadro que un pintor, el protagonista de la obra, había hecho como gratificación por haber escrito el texto del catálogo de una de sus exposiciones.

Sucede, por otro camino, que desde hace ya algún tiempo circula un libro anónimo, en forma de panfleto, que lleva por título La insurrección que viene, escrito por un comité invisible en el que se cuenta el trance por el que pasan las sociedades europeas. Se sabe que la obra salió de una comuna que solía reunirse en la localidad de Tarnac, en Francia, de la que formaban parte algunos de los editores de la revista Tiquun en la que, con solo dos números, aparecieron trabajos de los filósofos de izquierda de mayor rango en ese momento en Francia. De todas maneras Julien Coupat, identificado como uno de los autores entre los nueve, fue acusado de sabotaje a las catenarias del tren de alta velocidad o TGV.

Desde cualquier ángulo que se mire –se lee en el panfleto– la llamada sociedad europea no tiene salida. Hay un acuerdo generalizado de que todo lo que hoy está tan mal va a seguir peor. La cosa es tan grave que estamos dispuestos a fingir ante el hecho de que, teniendo un cadáver sobre la mesa, pasamos por delante sin enterarnos. ¿Cómo salir de esta situación? Mediante la implantación de la anarquía, sin escatimar ni en violencia ni en terrorismo. Y es aquí donde la autoridad ha comenzado a tomar cartas en el asunto.

El panfleto tiene un innegable gancho literario. En la primera edición de la traducción alemana se vendieron 25.000 ejemplares y se dice que el toque literario maestro se debe a la pluma de Houellebecq.

Animados por el éxito de la obrita, más tarde aparecería ya con aspiraciones filosóficas que emulaban las de El capital de Marx, bajo la autoría del mismo grupo, la obra A nuestros amigos, donde se plantea la tesis de que ya no es el capital, como sucedía en Marx, el que domina el mundo, sino el poder cibernético, como lo hacen en las redes Google y Facebook. En resumidas cuentas, se trata del El poder cibernético que viene a ser el último de los títulos de este grupo publicado en el 2016.

Claro, que viniendo de Francia y conociendo por quién votaron los franceses en las últimas elecciones, a pesar de la fementida popularidad de que goza la izquierda (Emmanuel Macron, por cierto, hizo y bien, la carrera de filosofía, sin ser de izquierda) habrá que tener en cuenta otras condiciones sobre las que se desarrolla la vida del francés. El francés –dice Umberto Eco en su novela El cementerio de Praga– no sabe bien lo que quiere, lo único que sabe es que no le gusta lo que tiene. Está orgulloso de tener un Estado que dice poderoso, pero se pasa el tiempo intentado que caiga. Ils grognent toujours. Pues bien, podría ser que esto de la revolución que amenaza a la Europa de los 27 se reduzca a otro gruñido más bajo forma fantasmal, como el que acaba de producir en España el separatismo catalán, cuyos protagonistas dan la impresión de haber hecho suyos algunos de los lineamientos del panfleto de marras: La revolución que viene.

Fuente:

sábado, 2 de septiembre de 2017

EL REEMPLAZO DEL PROLETARIADO

EL NACIONAL, Caracas, 02 de septiembre de 2017
El concubinato de la izquierda francesa y el islam radical
Edgar Cherubini

En la esfera política francesa, una liga de intelectuales y políticos que utiliza en forma difusa las banderas del multiculturalismo, el tercermundismo y el antiimperialismo, así como el de un humanismo mal entendido, nada en esa turbia marea antidemocrática y antioccidental orquestada por movimientos fundamentalistas islámicos. Algunos promotores del tercermundismo llegan a traicionar sus propios valores al aliarse con todo aquello que atente contra Occidente y hasta contra su propio país.

Francia, que en los últimos años ha sido el blanco de cruentos atentados yihadistas, es también el escenario de una temeraria relación de la extrema izquierda con el islamismo. En el ala radical de la izquierda, organizaciones entre las que destacan: la France Insoumise, Lutte Ouvrière, Attac, EELV, La Fédération Anarchiste, Action Antifasciste y el Nuevo Partido Anticapitalista, a las que se suman ONG como el Collectif Contre l'Islamophobie en France, Lallab, entre muchas otras, son vehementes defensoras del islam en Francia. Dichos movimientos proclaman luchar contra la “islamofobia”, pero se sospecha que son utilizados como “cabezas de playa” para la penetración del islamismo radical o para excusar a los musulmanes no radicales por su falta de cooperación contra este flagelo, al tolerar a los que propagan la yihad en sus comunidades o asisten a sus mezquitas.

Pese a que en 2014 los Emiratos Árabes Unidos designaron a la Union des Organisations Islamiques de France como una organización terrorista emanada de los Hermanos Musulmanes (matriz de Al-Qaeda), esta sigue operando normalmente en el país, teniendo bajo su administración las mezquitas en suelo francés.

En relación con la ONG Lallab, esta fue fundada en 2016, en los últimos meses del gobierno socialista; fue subvencionada por las agencias del Estado y se le permitió el acceso a los liceos, lo que motivó a la ex diputada Celine Pina a formular una seria denuncia: “Lallab es un laboratorio de islamismo cuyas ideas son incompatibles con la República francesa, pues forma parte de esas asociaciones que aparentan ser fachadas respetables cuando en realidad sirven para la propagación de su ideología oscurantista y mortífera, muy próximas a los Hermanos Musulmanes. (…) Todo esto nos hace cuestionar la penetración de los enemigos de nuestra República en el más alto nivel de influencia y nos da derecho a responsabilizar a nuestros políticos, como también a señalar que algunos idiotas útiles se están transformando cada vez más en traidores activos”. (Celine Pina, “L'État doit dénoncer clairement l'association Lallab, laboratoire de l'islamisme”, Le Figaro, 23 de agosto de 2017).

Los que no piensen como los extremistas de izquierda son unos “fascistas”, “ultraderechistas”, “racistas”, “islamofóbicos”. Son los mismos que se rasgaron las vestiduras contra la prohibición del velo integral en Francia, pero son incapaces de pronunciarse contra el reclutamiento y la utilización de “niños bombas” por Hezbollah o de civiles como escudos humanos por Hamas en Gaza mientras lanzan misiles sobre Israel, amén de guardar un silencio cómplice ante los ataques terroristas en su propio país.

Pierre Vermeren, historiador de la descolonización de Argelia, escribe sobre la política del avestruz de los dirigentes franceses: “El caso francés, después de los atentados de Mehra en marzo de 2012, ilustra la exitosa estrategia de los terroristas: islamización y conversión, radicalización religiosa previa al paso a la acción, banalización del crimen y del horror, frivolidad de la élites mediáticas y de los notables, compasión y cultura de la excusa de parte de sociólogos mediatizados, cobardía de la élites políticas” (“Face au terrorisme, il faut arrêter la politique de l'autruche”, Le Figaro, 20 de agosto de 2017).

Aun después de los atentados de Mohamed Mehra en Toulouse (joven francés de la tercera generación de musulmanes de origen argelino que mató a dos militares, para después penetrar en un kinder judío y asesinar a tiros en la cabeza a uno por uno de los niños durante el recreo mientras exclamaba Allāh-akbar), el presidente Hollande no habló de “terrorismo islámico”, para no herir la sensibilidad de los votantes musulmanes que en su gran mayoría apoyan al Partido Socialista francés.

Por otra parte, ha sido notable el debilitamiento de las leyes durante el reciente quinquenio socialista, modificando u obviando las que penalizaban con expulsión del país a aquellos extranjeros que cometieran delitos. Como ejemplo de este despropósito está el perpetrador del ataque terrorista en Niza el año pasado, que mató a 85 personas e hirió a 303, de nombre Mohamed Bouhiel, un emigrante tunecino portador de un permiso temporal de residencia en Francia, reseñado por la policía y juzgado por haber cometido delitos violentos en los años anteriores al atentado.

Otro caso patético de la debilidad jurídica contra el islamismo radical es el del yihadista de 19 años de edad Adel Kermiche, procesado en Francia por el “delito de asociación terrorista” a su regreso de un intento por integrarse al ISIS en Siria. El juez lo dejó en libertad condicional en su residencia con un horario restringido de 8:30 am a 12:30 pm, controlado con una pulsera electrónica. Una mañana salió de su casa, se dirigió a la iglesia de Saint-Etienne-du-Rouvray, degolló al sacerdote en plena misa y tomó como rehén a una mujer que asistía al oficio.

Esa actitud venial ha sido siempre el reflejo del masoquismo político en relación con el tercer mundo, como bien lo define Pascal Bruckner: “Un tercer mundo espontáneo, sentimental, inocente y justo; un Occidente rapaz, materialista y cruel; sobre esa antítesis primaria y ambivalente la izquierda europea ha construido una corriente de pensamiento que se ha convertido en una ortopedia de la conciencia. Viven y proyectan una culpabilidad que hace de sus seguidores unos militantes de la expiación” (Le Sanglot de l’homme blanc. Tiers-Monde, culpabilité, haine de soi, 2002).

Después de la caída del Muro de Berlín y el alejamiento del proletariado obrero de las causas socialistas en el mundo, la izquierda ha visto en el islam la religión de los pobres, los marginados, los explotados. Los islamistas son los “nuevos condenados de la Tierra”, con quienes expiarán su pesada carga de culpa colonialista.

Para Bruckner, “un pensamiento de izquierda, huérfano de ideales, ha encontrado en el islam un sustituto a la idea del ‘proletariado’ y un ‘modelo revolucionario’. Pero además, el carácter antioccidental del islam les procura el aura de una religión del tercer mundo” (Un racisme imaginaire, 2017).

El odio a Israel y el apoyo a la causa palestina dirigida por los terroristas de Hamas se han convertido en símbolo de la nueva “lucha de liberación”.

Si los dirigentes franceses continúan con su política del avestruz, mientras proliferan los idiotas útiles transformados en colaboracionistas, el odio, la violencia y la exclusión del islamismo radical se impondrán en la cuna de la igualdad, de la libertad y de la fraternidad.

Fuente:
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/concubinato-izquierda-francesa-islam-radical_201469
Gráficas:
http://www.grasset.fr/un-racisme-imaginaire-9782246857570
http://larealiteenface.overblog.com/2017/08/islamisme-quand-l-islamiste-avance-masque.celine-pina-l-etat-doit-denoncer-clairement-l-association-lallab-laboratoire-de-l-islamism

domingo, 7 de mayo de 2017

DE LA OTRA FRANCIA

Biliken, Caracas, nrs. 83-84 del 09-16/07/1921.

CLARIDAD CASI SUICIDA

EL PAÍS, Madrid, 7 de mayo de 2017
 PIEDRA DE TOQUE
Macron
El nacionalismo y el populismo han acercado a Francia al abismo en los últimos años, pero hoy con la derrota del Frente Nacional puede comenzar la recuperación
Mario Vargas Llosa

Este artículo aparecerá el mismo día 7 de mayo en que los franceses estarán votando en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Quiero creer, como dicen las encuestas, que Emmanuel Macron derrotará a Marine Le Pen y salvará a Francia de lo que hubiera sido una de las peores catástrofes de su historia. Porque la victoria del Frente Nacional no sólo significaría la subida al poder en un gran país europeo de un movimiento de origen inequívocamente fascista, sino la salida de Francia del euro, la muerte a corto plazo de la Unión Europea, el resurgimiento de los nacionalismos destructivos y, en última instancia, la supremacía en el viejo continente de la renacida Rusia imperial bajo el mando de Vladimir Putin, el nuevo zar.

Pese a lo que han pronosticado las encuestas, el triunfo de Emmanuel Macron, o, mejor dicho, de todo lo que él representa, es una especie de milagro en la Francia de nuestros días. Porque, no nos engañemos, la corriente universalista y libertaria, la de Voltaire, la de Tocqueville, la de parte de la Revolución Francesa, la de los Derechos del Hombre, la de Raymond Aron, estaba tremendamente debilitada por la resurrección de la otra, la tradicionalista y reaccionaria, la nacionalista y conservadora —de la que fue genuina representante el gobierno de Vichy y de la que es emblema y portaestandarte el Frente Nacional—, que abomina de la globalización, de los mercados mundiales, de la sociedad abierta y sin fronteras, de la gran revolución empresarial y tecnológica de nuestro tiempo, y que quisiera retroceder la cronología y volver a la poderosa e inmarcesible Francia de la grandeur, una ilusión a la que la contagiosa voluntad y la seductora retórica del general De Gaulle dieron fugaz vida.

La verdad es que Francia no se ha modernizado y que el Estado sigue siendo una aplastante rémora para el progreso, con su intervencionismo paralizante en la vida económica, su burocracia anquilosada, su tributación asfixiante y el empobrecimiento de unos servicios sociales en teoría extraordinariamente generosos pero, en la práctica, cada vez menos eficientes por la imposibilidad creciente en que se encuentra el país de financiarlos. Francia ha recibido una inmigración enorme, en buena medida procedente de su desaparecido imperio colonial, pero no ha sabido ni querido integrarla, y esa es ahora la fuente del descontento y la violencia de los barrios marginales en la que los reclutadores del terrorismo islamista encuentran tantos prosélitos. Y el enorme descontento obrero que producen las industrias obsoletas que se cierran, sin que vengan a reemplazarlas otras nuevas, ha hecho que el antiguo cinturón rojo de París, donde el Partido Comunista se enseñoreaba hace todavía diez años, sea ahora una ciudadela del Frente Nacional.

Todo esto es lo que Emmanuel Macron quiere cambiar y lo ha dicho con una claridad casi suicida a lo largo de toda su campaña, sin haber cedido en momento alguno a hacer concesiones populistas, porque sabe muy bien que, si las hace, el día de mañana, en el poder, le será imposible llevar a cabo las reformas que saquen a Francia de su inercia histórica y la transformen en un país moderno, en una democracia operativa y, como ya lo es Alemania, en la otra locomotora de la Unión Europea.

Macron es consciente de que la construcción de una Europa unida, democrática y liberal, es no sólo indispensable para que los viejos países de Occidente, cuna de la libertad y de la cultura democrática, sigan jugando un papel primordial en el mundo de mañana, sino porque, sin ella, aquellos quedarían cada vez más marginados y empobrecidos, en un planeta en que Estados Unidos, China y Rusia, los nuevos gigantes, se disputarían la hegemonía mundial, retrocediendo a la Europa “des anciens parapets” de Rimbaud a una condición tercermundista. ¡Y Dios o el diablo nos libren de un planeta en el que todo el poder quedaría repartido en manos de Vladimir Putin, Xi Jinping y Donald Trump!

El europeísmo de Macron es una de sus mejores credenciales. La Unión Europea es el más ambicioso y admirable proyecto político de nuestra época y ha traído ya enormes beneficios para los 28 países que la integran. A Bruselas se le pueden hacer muchas críticas a fin de contribuir a las reformas y adaptaciones necesarias a las nuevas circunstancias, pero, aun así, gracias a esa unión los países miembros han disfrutado por primera vez en su historia de una coexistencia pacífica tan larga y todos ellos estarían peor, económicamente hablando, si no fuera por los beneficios que les ha traído la integración. Y no creo que pasen muchos años sin que lo descubra Reino Unido cuando las consecuencias del insensato Brexit se hagan sentir.

Ser un liberal, y proclamarlo, como ha hecho Macron en su campaña, es ser un genuino revolucionario en la Francia de nuestros días. Es devolver a la empresa privada su función de herramienta principal de la creación de empleo y motor del desarrollo, es reconocer al empresario, por encima de las caricaturas ideológicas que lo ridiculizan y envilecen, su condición de pionero de la modernidad, y facilitarle la tarea adelgazando el Estado y concentrándolo en lo que de veras le concierne —la administración de la justicia, la seguridad y el orden públicos—, permitiendo que la sociedad civil compita y actúe en la conquista del bienestar y la solución de los desafíos económicos y sociales. Esta tarea ya no está en manos de países aislados y encapsulados como quisieran los nacionalistas; en el mundo globalizado de nuestros días la apertura y la colaboración son indispensables, y eso lo entendieron los países europeos dando el paso feliz de la integración.

Francia es un país riquísimo, al que las malas políticas estatistas, de las que han sido responsables tanto la izquierda como la derecha, han mantenido empobrecido, cada vez más en el atraso, en tanto que Asia y América del Norte, más conscientes de las oportunidades que la globalización iba creando para los países que abrían sus fronteras y se insertaban en los mercados mundiales, lo iban dejando cada vez más rezagado. Con Macron se abre por primera vez en mucho tiempo la posibilidad de que Francia recobre el tiempo perdido e inicie las reformas audaces –y costosas, por supuesto– que adelgacen ese Estado adiposo que, como una hidra, frena y regula hasta la extenuación su vida productiva, y muestre a sus jóvenes más brillantes que no es la burocracia administrativa el mundo más propicio para ejercitar su talento y creatividad, sino el otro vastísimo al que cada día añaden nuevas oportunidades la fantástica revolución científica y tecnológica que estamos viviendo. A lo largo de muchos siglos Francia fue uno de los países que, gracias a la inteligencia y audacia de sus élites intelectuales y científicas, encabezó el avance del progreso no sólo en el mundo del pensamiento y de las artes, sino también en el de las ciencias y las técnicas, y por eso hizo avanzar la cultura de la libertad a pasos de gigante. Esa libertad fue fecunda no sólo en los campos de la filosofía, la literatura, las artes, sino también en el de la política, con la declaración de los Derechos del Hombre, frontera decisiva entre la civilización y la barbarie y uno de los legados más fecundos de la Revolución Francesa. Durmiéndose sobre sus laureles, viviendo en la nostalgia del viejo esplendor, el estatismo y la complacencia mercantilista, Francia se ha ido acercando todos estos años a un inquietante abismo al que el nacionalismo y el populismo han estado a punto de precipitarla. Con Macron, podría comenzar la recuperación, dejando sólo para la literatura la peligrosa costumbre de mirar con obstinación y nostalgia el irrecuperable pasado.

Fuente:
http://elpais.com/elpais/2017/05/04/opinion/1493896853_149460.html
Ilustración: Fernando Vicente.

JUEGO DE DADOS

EL MUNDO, Barcelona, 4 de mayo de 2017
 TRIBUNA
'Outsiders' y populismos en Francia
Marta Rebolledo de La Calle

De 'outsiders', populismos y movimientos. De esto va la campaña electoral francesa, campaña singular donde las haya también por su contexto debido a una confluencia de factores. Por un lado, es la primera vez en el país galo en que un presidente no se presenta a la reelección. Seguramente, el 4% de nivel de aprobación de François Hollande por parte de la ciudadanía francesa influyó en esta decisión. Por otro lado, el 30% de indecisos es un porcentaje aún más elevado respecto a anteriores citas electorales -hay que tener en cuenta que hay 3,3 millones de jóvenes con derecho a voto por primera vez; el 7,4% del cuerpo electoral-. Sin embargo, este alto número de indecisos no significa que esta campaña no suscite interés. Según una encuesta elaborada por el centro de investigación CEVIPOP de Sciences Po, un 82% de los franceses estarían interesados en estas elecciones presidenciales, de entre los cuales, el 57% se mostrarían incluso muy interesados. Los datos relativos al número de indecisos, electores primerizos e interés por este acontecimiento refuerzan la importancia y necesidad de las campañas en cuanto a captación del voto por parte de las opciones políticas.

Pero estas elecciones serán recordadas especialmente por el protagonismo de candidatos 'outsiders', el reforzamiento de los populismos y el vuelo de movimientos políticos frente a las estructuras de los partidos.

Varios candidatos se han presentado como outsiders; dos de ellos, los candidatos que se enfrentan en ballotage. Emmanuel Macron ha hecho carrera profesional fuera de la política y, si bien ocupó la cartera de Economía en el Gobierno Hollande, permaneció sólo dos años para después salirse, preparar el asalto al Elíseo y alejarse de todo lo que tuviera que ver con la gestión del actual Ejecutivo, un tanto denostada. En este sentido, el líder centrista achaca a la candidata por el Frente Nacional que no es una outsider en tanto que su partido y sus ideas le han venido dadas por su padre y fundador del partido, Jean-Marie Le Pen. A su vez, Marine Le Pen se desmarca de todo aquello considerado como perteneciente al establishment. Desde luego, su principal éxito ha sido suavizar y normalizar la imagen del Frente Nacional, alejándolo de ese aire de empresa familiar que tuvo durante años, así como consolidar un núcleo de votantes fieles.

El populismo se ha consolidado. Las presidenciales francesas siguen la línea de otros países europeos donde partidos considerados populistas han protagonizado las últimas campañas. Que Le Pen no sea elegida presidenta en la segunda vuelta del domingo no significa la caída del populismo. Si miramos la distribución del voto en la primera vuelta, el voto populista ascendió casi a un 50%, representado éste principalmente por el Frente Nacional de Le Pen y el movimiento La France Insoumise de Mélenchon, que se quedó a cuatro puntos de Macron. El posible escenario entre dos populismos en segunda vuelta, uno de izquierda y otro de derecha, no era descabellado. Contrasta todo ello con el declive de los partidos tradicionales: el Partido Socialista y los Republicanos han pasado de casi un 60% de voto conjunto en el 2012 a un 26% en estas elecciones.

Una de las causas del desinfle es precisamente la emergencia de nuevos movimientos políticos: En Marche!, liderado por Macron, y La France Insoumise, por Mélenchon. Si bien, según cómo se mire, el éxito de estas plataformas puede entenderse a su vez fruto del hastío de los franceses por su clase política. Llama la atención de estos movimientos el espectro político que aglutinan. El primero representa el centro y se ha beneficiado del voto de una gran parte de votantes que en su día votaron por Hollande, además del de antiguos votantes del centrista Bayrou y algunos flujos de los Republicanos. En cuanto al segundo, se sitúa a la izquierda de los socialistas, y ha sabido recoger el voto también de una parte del socialismo decepcionado por la gestión del actual gobierno. Lo curioso de cara a la segunda vuelta es que probablemente el voto de La France Insoumise sea capitalizado tanto por Macron como por Le Pen; esta última aspira a hacerse con ese espectro del electorado mediante sus promesas relativas al proteccionismo económico para crear empleo y proteger el Estado de bienestar, así como por sus propuestas ecológicas. Esto es un indicio más de cómo el eje ideológico clásico izquierda-derecha pierde vigor y las divisiones ideológicas, tal y como se entendían hasta ahora, se difuminan.

En esta segunda vuelta, los candidatos finales juegan sus últimas cartas intensificando los ejes de su estrategia. En los últimos actos de campaña, Macron sigue defendiendo su posición europeísta y avisa de las negativas consecuencias que supondría para el país la salida de la Unión Europea. En cuanto a la candidata de la ultraderecha, su mensaje se asienta en la defensa de los intereses de los franceses y hace de la inmigración y la seguridad sus consignas de campaña. Desde el punto de vista de la comunicación, Le Pen es una alumna aventajada y sabe cómo orquestar golpes de efecto. Ejemplo de ello es la visita que hizo a los trabajadores de una empresa en apuros en Amiens, mientras su rival se reunía a puerta cerrada con representantes sindicales. Dicha visita le ha servido para escenificar que es "la candidata del pueblo" y repuntar en las encuestas, si bien el margen entre uno y otro sigue siendo importante -algún suceso muy grave e inesperado tendría que ocurrir, como un atentado terrorista, para que se produjera un vuelco electoral-. La escenografía en sus actos refleja su importancia como candidata junto con el país de Francia: no es de extrañar que las siglas del partido queden relegadas a un segundo plano y su vestimenta se limite a los colores de la bandera nacional.

En cuanto a Macron, varios hechos han desconcertado a la opinión pública fruto de varios errores comunicativos debido a su inexperiencia en estos menesteres. Tras conocer los resultados de la primera vuelta, mostró demasiado triunfalismo: celebró su pase a segunda vuelta como si se tratase de la victoria final.

La comparación de esta celebración con la fiesta de Sarkozy tras ganar las presidenciales en 2007 por todo lo alto en un local distinguido de París ha hecho mella en su imagen de candidato serio y preparado con la que pretende convencer, dejando ver a una persona alejada de la realidad. Además, se percibe una excesiva visibilidad de su mujer en esta campaña como quedó de manifiesto esa misma noche, como si ya fuera la Primera Dama de Francia. Este rol protagonista de su cónyuge no hace más que fomentar el interés de medios people por su intimidad y dedicar portadas a su vida personal. Una mala gestión de su privacidad puede pasar factura en su imagen de político a largo plazo.

A pesar de que Emmanuel Macron sea elegido vigésimo quinto presidente de la República Francesa, como indican todas las encuestas de manera clara, esto no significa el final de los problemas y de incertidumbre que acecha al país galo y por extensión Europa. El 7 de mayo simboliza una puerta abierta ante una maraña de problemas e interrogantes a los que la clase política y la sociedad francesa tendrán que hacer frente desde el primer momento para evitar consecuencias duras e irreversibles en un medio largo plazo para el país. Macron tiene ante sí dos grandes retos tras su victoria. El primero será mostrar su valía y credibilidad como político, y esto sólo pasa por ser capaz de configurar su movimiento en una verdadera estructura política de cara a las elecciones legislativas del próximo mes de junio. Macron necesita una mayoría parlamentaria o un buen resultado para poder gobernar con cierto margen. En caso de que no fuera así, se vislumbra una posible cohabitación. El segundo reto tiene que ver con la gestión de expectativas. Si los franceses esperan demasiadas cosas del futuro presidente, pueden sentirse muy defraudados si finalmente no las cumpliera. Esta decepción minaría aún más a la sociedad francesa y dejaría más cancha a los populismos.

El próximo domingo no es el fin de unas elecciones, sino el comienzo de un nuevo período político.

Fuente:
http://www.elmundo.es/opinion/2017/05/04/590a0bf0e2704e51708b469b.html
Ilustración: Javier Olivares.

domingo, 14 de junio de 2015

CAZA DE CITAS

Elección de consejeros o concejales, "desligado de entendimientos o pactos con el P.C., armado sólo de su programa y de su fe, con sus propios hombres y con sus propias consignas, el Partido Socialista fué a la justa electoral. Y triunfó en ella". Tal como en Inglaterra, la izquierda francesa "no ligada a gobiernos extranjeros" fue apoyada por la confianza del electorado. Y "... con optimismo vemos cómo las más sanas corrientes del movimiento revolucionario internacional están siendo respaldadas por la fe inobornable de los pueblos"

Rómulo Betancourt

("Acotación al triunfo socialista en Francia", El País, Caracas, nr. 618 del 28/09/1945)

Reproducción:  Bajza/Leo Matíz para un reportaje sobre Rómulo Betancourt. Élite, Caracas, 15/02/1958. No distinguimos de cuál de los fotógrafos citados es la pieza.

lunes, 4 de mayo de 2015

ACÁ, IMPOSIBLE

EL PAÍS, Madrid, 3 de mayo de 2015
Punto de observación
¿Se imaginan un debate así en el Parlamento?
El Gobierno francés deberá presentar cada año un informe sobre el efecto de sus políticas en la desigualdad, salarios y bienestar social
Soledad Gallego-Díaz 

El Parlamento francés (Asamblea y Senado) aprobó en abril una ley que obligará al Gobierno de turno a presentar, el primer martes de octubre de cada año, un informe en el que se analicen una serie de indicadores sobre desigualdad, calidad de vida y desarrollo sostenible, y que permita evaluar el impacto de las reformas aprobadas el año anterior, o en curso, en esos tres apartados. La ley, producto de la iniciativa de una diputada verde, Eva Sas, necesitó muchos meses de debate antes de que el Ejecutivo de Manuel Valls, y la oposición, la aceptaran.
Es muy posible que la nueva norma no sea capaz de modificar la realidad francesa, pero, aun así, ayudará a conocerla mucho mejor, con un paso fundamental: obligar al Parlamento a discutir (casi al mismo tiempo que sobre los Presupuestos) sobre una serie de indicadores que reflejen la vida cotidiana de los ciudadanos y no solamente las previsiones de crecimiento del PIB y del empleo. Se diría que el debate sobre la desigualdad empieza a instalarse con fuerza en la política europea.
En España sería insólito que una ley propuesta por un grupo minoritario saliera adelante, sin que el gran partido en el Gobierno la rechazara de plano, por principio. O quizás hubiera sido mucho pedir hasta ahora. Quizás en el próximo Parlamento, con el escenario político más fragmentado, sea posible presenciar algo parecido. Habría que dar la bienvenida a ese cambio con entusiasmo, porque de él depende, en parte, la calidad de la vida parlamentaria.
La idea detrás de la ley de Sas es simple: hasta ahora, los Gobiernos presentan ante el Parlamento una serie de macroindicadores que miden el crecimiento que experimentó, y que va a experimentar, la economía, según sus cálculos. Pero esos indicadores no miden la calidad de ese crecimiento ni si está reflejando las aspiraciones de los ciudadanos. Un ejemplo: desde 2009 el PIB de Estados Unidos creció un 12%, pero los ingresos medios de los ciudadanos bajaron un 3%. Como escribió, con ironía, el economista Eloi Laurent, profesor en Sciences-Po de París y en la Universidad de Stanford, “centrarse en el PIB empieza a ser la mejor manera de perder unas elecciones”.
¿Se imaginan un debate en el Congreso de los Diputados en el que se discuta obligatoriamente sobre los niveles de desigualdad, ingresos reales de los ciudadanos, situación, comparada por comunidades autónomas, de la sanidad y de la educación pública o preservación del medio ambiente, con datos proporcionados por un organismo independiente, aceptado por unos y otros? ¿Se imaginan un debate parlamentario que parta de la evaluación del impacto que ha tenido una ley aprobada en el curso anterior?
Ya se sabe que las leyes se presentan al Parlamento con un estudio de impacto presupuestario y medioambiental elaborado por el ministerio implicado, pero esto es otra cosa. Se trata de analizar y comprender qué efecto ha tenido su aplicación respecto a los objetivos que pretendía y a otros parámetros, relacionados todos ellos con objetivos de igualdad y bienestar. En España supondría casi una revolución porque hasta ahora ha sido absolutamente imposible evaluar el efecto real, detallado y desglosado de las reformas que se han puesto en marcha con motivo de la crisis y que se han llegado a amontonar unas sobre otras (como sucede con las reformas laborales o las del Código Penal) sin que nadie tuviera una idea clara de qué efectos estaba teniendo la norma anterior.
La exitosa propuesta de Eva Sas nace de un movimiento internacional que lleva ya algunos años en marcha y que respaldan importantes economistas de todo el mundo. Leyes parecidas se han aprobado ya en Nueva Zelanda, Australia, Escocia, Bélgica o Alemania. Poco a poco se va instalando la idea de que no es posible medir el éxito de un Gobierno por el crecimiento que haya experimentado el PIB durante su gestión (aunque ese sea un indicador muy necesario), sino por otro tipo de indicadores que reflejen hasta qué punto esa gestión satisface las necesidades de la mayoría de la población.

Fotografía: Nora Bracho (http://www.noticias24.com/venezuela/noticia/165748/en-fotos-asi-fue-la-trifulca-hoy-en-la-asamblea-nacional/).

martes, 17 de febrero de 2015

OBJETIVO MORAL

EL PAÍS, Madrid, 17 de febrero de 2015
Guetos escolares
El ascensor social se detiene cuando se desatienden las diferencias sociales que entorpecen el progreso educativo
Victoria Camps 
   
Después de los atentados islamistas, el Gobierno francés se ha propuesto iniciar una ofensiva en las escuelas con el propósito de reforzar los “valores republicanos”. Un objetivo etéreo que se materializa en la puesta en marcha de algunas enseñanzas poco canónicas: las virtudes cívicas, la utilización responsable de los medios de comunicación, el sentido de la laicidad. Todas ellas convergen en la necesidad de “enseñar a vivir juntos”, pues lo de convivir es una práctica que nunca hay que dar por supuesta, sino que debe ser explícitamente enseñada. No sólo eso, los mandatarios franceses saben muy bien que la infraestructura también educa y que, más allá de cualquier enseñanza programada, lo perentorio es salir del “apartheid escolar”.
Los alumnos procedentes de la inmigración se acumulan en las escuelas de las temidas banlieues. Existe una segregación étnica y social que es resultado de la segregación residencial. Se crean escuelas-guetos que acumulan peligros de todo tipo: drogas, embarazos precoces, incivismo, intolerancia hacia el extranjero. La excelente película La Classe, de Laurent Cantet, es un exponente perfecto de los fallos del modelo de integración republicana, que no ha podido evitar ni el fracaso escolar ni la exclusión social.
No es un fenómeno exclusivo de Francia. Ocurre también aquí. Las escuelas catalanas del cinturón metropolitano concentran el mayor número de alumnos procedentes de la inmigración. Por no hablar de localidades como Salt o Vic. Precisamente en Vic se ideó, hace años, cuando la inmigración era incipiente, una iniciativa municipal destinada a equiparse con las medidas necesarias para hacer frente a los problemas que podía plantear el flujo creciente de inmigrantes. El experimento tuvo éxito hasta el punto de que se conocía en toda España como “el modelo de Vic”. Hace unos días, la consejera de Enseñanza ha anunciado el propósito de dotar a las escuelas que lo requieran de aulas de acogida que presten una atención especial a los alumnos inmigrantes. Los informes PISA y los controles autóctonos realizados por la Administración catalana reflejan reiteradamente que el fracaso escolar es proporcional al bajo nivel cultural, económico y social de las familias. El ascensor social que debiera ser la educación se detiene cuando se desatienden las diferencias económicas y culturales que entorpecen el progreso educativo.
El ascensor social es necesario porque las familias son desiguales. Tal es la convicción que llevó a instaurar la escuela pública como garantía de un acceso a la educación igualitario. Pero el ideal de una misma escuela para todos está lejos de ser una realidad salvo en algunos países, véase Finlandia, donde, como explicaba muy bien en estas páginas Judit Carrera, los padres no necesitan elegir la escuela de sus hijos porque todas son iguales en excelencia, con maestros formados y socialmente reconocidos, diseños cuidados y ambientes cálidos. Si la educación en Finlandia es pionera en Europa, y casi en el mundo, es porque es realmente una prioridad de los gobiernos y de la sociedad en su conjunto. Ese es el primer paso que hay que dar para enseñar la compleja asignatura de enseñar a vivir juntos.
Si la educación en Finlandia es pionera en Europa es porque es una prioridad de los gobiernos y de la sociedad en su conjunto
Nuestro sistema escolar no es malo. La escuela pública ha perdido las connotaciones despreciativas que tuvo en el franquismo, pero su revalorización aún deja bastante que desear. No es paralela a la que se ha producido en el sistema sanitario donde lo público goza de una aceptación total y sin reservas. En el caso de la educación no es así. Tenemos una escuela pública de verdad, y otra medio pública —concertada— que marca diferencias. No por lo que se refiere al profesorado que, cuando puede, opta por trabajar en la escuela pública, sino por la desigualdad que introduce en el acceso del alumnado. Aunque sólo sea porque las escuelas concertadas escasean en los barrios más desfavorecidos.
El objetivo de aprender a vivir juntos es un objetivo moral. No puede ser sólo teórico, tiene que ser práctico. La ética, decía Aristóteles, no se enseña como la geometría o la matemática, se enseña practicándola. Es el ejemplo de los que tienen que servir de referentes, la imitación, lo que lleva a crear costumbres, maneras de ser, eso que los griegos llamaron ethos, de donde procede el término “ética”. Si el ethos no refleja lo que la teoría pretende inculcar, esta se desvanece en un instante. Si el ethos no elimina las desigualdades injustas, aquellas en las que uno se encuentra sin haberlo querido ni buscado, es inoperante teorizar sobre el respeto y la igual dignidad.
Estamos a las puertas de una serie de convocatorias electorales que se anuncian convulsas y propiciadoras de cambios radicales. Estos, para ser radicales de verdad, no pueden ser sólo cuantitativos, sino cualitativos. En el caso de la educación, lo que necesitamos no son más escuelas, sino un sistema educativo de calidad. Ahí se ha estrellado la izquierda. Supo universalizar la educación, pero no darle la calidad necesaria. Tampoco veo en los discursos de Podemos que la educación sea un tema prioritario, ni siquiera en un partido cuyos dirigentes son todos ellos universitarios. Pero es que, según los últimos sondeos del CEO de la Generalitat, ni la educación ni la cultura son prioritarios en las preocupaciones de los catalanes. Está todo dicho.
(*) Victoria Camps es profesora emérita de la UAB