viernes, 24 de julio de 2020

BOLÍVAR

Fernando Falcón: “Los bolivarianos le han hecho mucho daño a la imagen del Libertador”
Cuando se cumplen 237 años del natalicio de Simón Bolívar, el historiador militar y doctor en Ciencias Políticas destaca la importancia de la formación castrense del Libertador, frente al antibolivarianismo que impera en las redes sociales y a la revaloración de los héroes civiles, producto de los avatares políticos del presente. ¿Por qué Bolívar ya no es cool? ¿El madurismo está haciendo a un lado la imagen de Bolívar?
Jesús Piñero
 
El 31 de marzo de 1830 se difundió en Caracas el número 27 de El Fanal, el periódico editado por Tomás Lander y que se perfilaba como uno de los medios opositores a Colombia. Una nota en la última página, firmada por los editores, es suficiente para entender los ánimos del momento: “Bolívar es un déspota, un malvado, un ambicioso que pretendía elevarse sobre la ruina de los pueblos”.

El Libertador no era persona grata en los meses previos a su deceso. La separación fue un hecho y los tiempos tampoco auguraron buenas nuevas para su proyecto. Sin embargo, del difunto no se puede decir lo mismo: en menos de una década, después de la tormenta en su contra, se gestó la religión política más grande del país: el culto a Bolívar.

La historia no se repite, pero rima. A 190 años de aquella publicación, los ánimos parecen volver a ser los mismos, pero con sustanciales diferencias: ya no se escriben notas en libelos ni pasquines, ahora los 280 caracteres de Twitter bastan para descargar la histeria contra el Libertador y todo lo que huela a militares. Pero una cosa es Bolívar y otra muy distinta el bolivarianismo, que, para Fernando Falcón, profesor y director de los doctorados de Ciencias Políticas y de Historia en la Universidad Central de Venezuela (UCV), tiene tres grandes vertientes: adoración, aprovechamiento y revisionismo. Aunque distintas, coinciden en algo: todas, para alabarlo o desprestigiarlo, le hacen daño a la figura del prócer.

Falcón es militar de carrera, politólogo de profesión e historiador de oficio. Después de graduarse de la Academia Militar de Venezuela en 1977, hizo una Maestría en Derecho Internacional Económico, luego una Especialidad en Derecho y Política Internacional y, finalmente, el Doctorado en Ciencias Políticas que oferta la Facultad de Ciencias Políticas y Jurídicas de la UCV, sitio donde cursó toda esta trayectoria académica. Allí también conoció a su maestro Luis Castro Leiva, a quien sirvió como último asistente y tutorado doctoral. Hoy, Falcón, junto a otros académicos, procura mantener el legado de Castro Leiva.

El cadete de los Valles de Aragua, el concepto de política y guerra en Simón Bolívar, fue la investigación con la que obtuvo el grado de doctor en la UCV y con la que continuó la línea de investigación dejada por su tutor. Con ese y otros trabajos, como La campaña libertadora de 1816 y varios artículos y capítulos de libros y diccionarios dentro y fuera de Venezuela, adquirió credenciales no solo para hablar de la actuación y formación militar de Bolívar, sino también de la utilización de su figura como justificación de los gobiernos posteriores. Destaca que tanta parafernalia sobre Bolívar tuvo reacción: ahora se intenta desacreditar su figura por las circunstancias políticas del presente, despreciando su herencia y buscándole sustitutos.

—El bolivarianismo tiene tres grandes vertientes y creo que todas le hacen daño a la figura de Bolívar. En primer lugar, ya Germán Carrera Damas y Castro Leiva lo habían planteado, están los adoradores de Bolívar, que lo ven como “El Cristo Redentor de América”, el hombre que fue capaz de tejer desde la ecología, pasando por las relaciones internacionales hasta el equipo de infantería-tanque de la Segunda Guerra Mundial. Todas esas cosas se han dicho. En segundo lugar, están aquellos que se han aprovechado de Bolívar para propósitos políticos. Ejemplo claro, nuestro régimen actual, que no halla cómo hacer para mezclar marxismo con bolivarianismo, cuando uno conoce tanto el artículo sobre Bolívar de la enciclopedia redactado por Carlos Marx, como las cartas que Marx le mandaba a Federico Engels, donde le hablaba horrores del Libertador. Y los terceros son esa especie de revisionistas de la historia pero que son incapaces de consultar un archivo, gente que quiere 5 minutos de fama hablando de Bolívar como “genocida”, cuando el genocidio como concepto no existía.

—Bolívar ya no es cool. Hay gente, intelectuales incluso, que hablan pestes sobre él, dicen estar cansados del culto, ¿hasta qué punto esa revisión de su figura es válida?

—Ellos y los bolivarianos le han hecho mucho daño a la imagen del Libertador, que yo creo que tenemos que dejarla descansar, estudiarla en su justa dimensión. Él fue un político notable, un militar notable y, así me caigan encima, el venezolano más universal que hemos tenido, por encima de Francisco de Miranda. Más universal por la influencia que tuvo y que tiene. Por ejemplo, yo estudié en la École de guerre y allí se estudia la campaña de Boyacá, en textos de teoría política uno se encuentra con Bolívar. Miranda es nuestro hombre de la farándula y Bolívar es el tipo duro, pero como hemos abusado tanto de él, no lo hemos colocado en su justa dimensión: él es El Libertador, el forjador de una nacionalidad, no la venezolana, sino la colombiana, pero otros lo ven como el caudillo separatista de América.

—Ese grupo antibolivariano agarró fuerza en la actualidad, ¿se puede decir que es una reacción ante el uso de Bolívar hecho por los gobiernos chavista y madurista?

—Absolutamente, pero ojo: una de las cosas que a mí me llamó la atención de mi maestro Luis Castro Leiva es que él decía: “Mira, va a llegar un momento en el que alguien se va a tomar esta cosa de Bolívar en serio y va a gobernar en nombre de eso”. Nadie le creía y sucedió. Bolívar para cualquier marramuncia, para cualquier bajeza. Y eso es de lado y lado. Yo no digo que hay que matar a Bolívar. Bolívar está muerto. Pero hay que ubicarlo como lo que fue: El Libertador. Yo no lo llamo ni siquiera “padre de la patria”, porque su patria fue Colombia siempre, esa fue su gran ilusión: un Estado grande, fuerte y poderoso, pero también un Estado improbable desde el principio. Cuando él dejó de ser una figura política, porque él murió políticamente en el año 1829 después de la Convención de Ocaña al asumir la dictadura, en ese momento Colombia desapareció. Es más, Colombia desapareció primero que él y fue hasta allí.

Ahora, ¿qué ha ocurrido? Algunos han querido tratar a Bolívar de genocida, porque, por ejemplo, se mataron a 800 españoles en La Guaira, pero no han revisado el manifiesto que le dice al mundo cada una de las cosas que hicieron Monteverde, Morales y Boves. Las matanzas fueron espantosas. Uno revisa los expedientes y se da cuenta de que fue una masacre. Pero entonces ven un solo lado de la historia para atacar a Bolívar y tener fama. Hubo una orden que dio Bolívar de matar a toda la gente de La Grita, el documento existe, pero hay dos detalles: no está firmado por él y no mataron a nadie. Es muy fácil sacar el documento y decirle a Bolívar sanguinario y no investigar lo que sucedió realmente. Entonces, si nosotros no somos cuidadosos con nuestra propia historia porque estamos pensando en el hoy, estamos pensando en lo que está sucediendo, corremos el riesgo de simple y llanamente perder el rumbo. No se trata de hacer una épica, se trata de ser objetivo.

—La visión de esos revisionistas parece sustituir a esos llamados héroes por otros, por ejemplo: ya no es Bolívar, ni los militares, ahora son Roscio y los civiles. ¿Eso está vinculado con el desprecio a todo lo castrense que impera hoy entre los venezolanos?

—Claro, pero es como te repito: son 15 minutos de fama sin revisar archivo. Hay una carta de Juan Germán Roscio, un hombre absolutamente meritorio, en la que se lamenta que tenga la edad que tiene para poder agarrar un fusil. Francisco Javier Yanes –para mí el pensador político más profundo que tuvimos en la independencia, por encima de Roscio incluso– fue lancero en El Yagual, comandó un escuadrón de caballería con Páez. Fernando Peñalver era intendente del ejército. Entonces, ¿de qué civiles y de qué militares estamos hablando si esa noción no existe en la república? En la república todos eran soldados. Pedro Briceño Méndez, que luego es general, ascendió al grado de coronel de una sola vez y siempre fue civil. Cuando uno revisa a los próceres, uno a uno, se encuentra con que no hay próceres civiles y tampoco militares. Esa es una falsa dicotomía, porque simple y llanamente no revisan, porque no van a las profundidades de la historia, por no entender lo que es el republicanismo clásico.

—En 1819, Roscio fue un profundo bolivariano, de hecho, echó por tierra todo lo que fue el ensayo de la llamada “primera república” de la que él fue artífice y apoyó la idea antifederalista de Bolívar, un aspecto del que se habla muy poco acerca de Roscio.

—Es que mira, como parte de todo este drama que estamos viviendo han querido hacer catarsis con la historia, y la historia no es para hacer catarsis. ¿Hasta dónde colocamos a Roscio? Hasta su justa dimensión, claro, ¿pero lo colocamos al lado de Bolívar? No, simplemente no. ¿Lo colocamos al lado de Santiago Mariño que fue otro de nuestros jefes de Estado? No. Lamentablemente aquí hubo una guerra de independencia, una guerra larga: duró desde el primer plomazo que fue el 7 de julio de 1811, dos días después de la Declaración de Independencia, hasta el año 1831, cuando se rinde José Dionisio Cisneros. Diez años después de Carabobo todavía había realistas peleando en Venezuela. Esos veinte años de guerra fueron librados por los que tenían las armas, llámenlos civiles o llámenlos militares. ¿Quién eligió a los diputados de Angostura? El ejército, existen las actas y hay trabajos sobre eso, y allí está claramente quiénes eligieron a los diputados. Entonces, ¿hasta dónde es lo civil y hasta dónde es lo militar? Pienso que tenemos que reflexionar sobre ese punto, la historia no es para hacer catarsis. Lo mismo pasa con las heroínas femeninas, que en el siglo XIX fueron mucho más honradas que hoy en día: Luisa Cáceres, Eulalia Chamberlain, Ana María Campos, Juana Ramírez, pero en el siglo XX desaparecieron. En esta época del bicentenario hemos olvidado la tragedia de una guerra de veinte años.

—A pesar de todo este antibolivarianismo exacerbado, paralelamente existe también un esfuerzo por reactualizar el culto a Bolívar: dos películas, una serie para Netflix, en las que también hay omisiones no sólo exigidas por el formato, sino también ideológicas.

—Hay un punto en común a todas las películas históricas y es que no consultan a historiadores ni para el vestuario ni para las actitudes, por eso terminan haciendo una enorme mamarrachada. Lamento que el Bolívar de Edgar Ramírez –para mí la mejor producción y caracterización que se ha hecho– se hiciera con una película tan mala. Las batallas son de una horda desarrapada que contribuye con otro gran mito, el que dice que esto fue una guerra popular. No, este era un ejército organizado, no sólo en 1821, sino también en 1813 y 1814. Hay un famoso mito de lo popular que se expresa en personajes como Pedro Camejo, quien fue un lancero que le cayó en gracia a Páez pero que ni siquiera formaba parte de su Estado Mayor. Hemos estado buscando lobbies modernos en la historia y terminamos deformando las cosas, por eso te digo que tan perjudicial son los adoradores extremos de Bolívar, así como aquellos que se han dado a la tarea de buscar en él cualquier cantidad de defectos, solo porque hubo un gobierno que no nos caía bien y que se denominaba bolivariano. Y digo hubo porque el actual dista muchísimo, y, si revisas bien, Bolívar ya está casi borrado del santuario oficial.

—¿En qué dista el gobierno actual con las ideas de Bolívar?

—Pero es que las ideas de Bolívar sólo fueron aplicables para la sociedad que teníamos en el siglo XIX, no para la modernidad. Ninguna de ellas, tan simple como eso. Las ideas de Bolívar son originales y él no fue un filósofo como muchos han querido verlo. Fue un hombre de acción que buscó lo mejor de la teoría política disponible en el momento para aplicarla a una realidad concreta, pero hoy en día no son aplicables, en lo absoluto. Por eso digo que hay que ubicar a Bolívar en su exacta dimensión, en lo que hizo. No traerlo al presente, que es un anacronismo. Bolívar sirve para todo, sus famosos pensamientos los sacan de contexto y sirven, además, para que tirios y troyanos hagan cualquier trastada y busquen en mil cartas escritas por él cualquier cosa que les acomode. Lo que sí es claro es que, con la muerte de Hugo Chávez, su sucesor ha ido arrinconando a Bolívar, ahora quedó nuevamente para las efemérides patrias y militares. Con Chávez hubo una exacerbación de lo bolivariano, muy traída por los cabellos, pero eso ya ha desaparecido; y hasta el mismo Chávez está desapareciendo.

—¿Por qué arrinconan a Bolívar? ¿Porque Bolívar ya no es cool?

—Es lisa y llanamente incompatible. El himno clásico del pensamiento republicano dice: para el republicanismo lo fundamental es la patria, entendida como el lugar donde se ejerce la libertad y están enterrados los huesos de mis padres, para el marxismo no es la patria sino la clase social, por encima de cualquier cosa está la hermandad de los pueblos del mundo, por ahí va la cosa. Y como el gobierno se ha ido radicalizando cada vez más, también se ha ido alejando de Bolívar. Si se logra atenuar este antibolivarianismo reactivo producto de la ola, yo creo que van a terminar, sin proponérselo, colocando a Bolívar en su dimensión real: como un constructor de naciones, como El Libertador que fue. Esa es su dimensión, su grandeza, su figura histórica, allí es a donde debe ir.

—¿Cómo es eso de que Chávez está desapareciendo en el madurismo?

—El marxismo no se lleva bien con el bolivarianismo. ¿Cómo hacer con un hombre como Chávez que se proclamaba bolivariano? El marxismo bolivariano es un oxímoron, no es posible ser bolivariano y ser marxista a la vez, eso está plenamente comprobado. Frente a un proyecto socialista la mejor solución simplemente es olvidar a Bolívar, ¿y por qué no también a Chávez?

24/07/2020:
Fotografías: Daniel Hernández.

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