jueves, 27 de julio de 2017

MURCIÉLAGUIZACIÖN DEL ESTADO



Del pistoresco bloqueo del TSJ

Luis Barragán

Aportante de una variedad de posibles acontecimientos y escenarios, mecida entre la utopía y la distopía, por lo menos, las viejas novelas de política-ficción tendían a acentuar la importancia de las instituciones en el marco y desarrollo de las crisis que ideaba. Sobre todo la literatura relacionada con Estados Unidos, el presidente seguía siéndolo, así estuviese en un bunker subterráneo o fuera de la Casa Blanca, surcando los cielos o cumpliendo una ruta submarina, al igual que los senadores, representantes, magistrados, jefes policiales o bomberiles que perdiesen las oficinas en las que ordinariamente despachaban.

Desde los tiempos de juventud, nos llamaba la atención esa concepción subyacente y compartida del poder constitucional que no dependía de la efectiva ocupación de una sede física, por muy simbólico que fuese el inmueble. Y, por supuesto, el contraste con la América Latina que convierte el control de todo palacio de gobierno, ni siquiera de la capital,  en suficiente demostración del ejercicio efectivo del poder, aunque se resista el resto del país.

El asunto viene al caso, pues, la inicial y abusiva medida que ha tomado la dictadura venezolana es la de bloquear literalmente la sede del Tribunal Supremo de Justicia,  afectando obviamente el normal desenvolvimiento de sus vecinos, para evitar que los nuevos y legítimos magistrados, designados y juramentados por la Asamblea Nacional, lo accedan. Además, ni siquiera se decidió el reemplazo de todos los integrantes de la máxima instancia judicial, sino el de los que fueron nombrados en abierto fraude a la Constitución a finales de 2015.

Persecución aparte, el solo aislamiento e impedimento para que los noveles magistrados o cualesquiera otros entren al edificio, desde antes amurallado como nunca lo concibieron sus arquitectos, incluyendo al litigante común, obedece a esa anacrónica concepción del poder aferrado a un determinado espacio físico.  Digamos, los médicos son tales al atender a sus pacientes en un lugar distinto a los centros hospitalarios que, en sí mismos, nada son por mucho que rondemos los terrenos del fetichismo.

 Candidateados, examinados, calificados, nombrados y juramentados con un estricto apego a la Constitución y a las leyes, los magistrados que sustituyen a los que resultaron del fraude gubernamental, lo son así les impidan ocupar la sede natural. Y es que, difundidas las gráficas con un TSJ harto custodiado, trenzado por los llamados murciélagos de la Guardia Nacional Bolivariana, remitiéndonos a una ridícula estampa del peor tercermundismo, en el fondo se trata de un terrible testimonio: el de la brutal y también estrafalaria relación de fuerza que pretende eternizarse, y el de la relación constitucional que pronto inauguraremos.
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