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jueves, 14 de mayo de 2020

PODER Y DERECHO

La tentación autoritaria bajo la pandemia
Juan Cianciardo /  El Mundo

En un Estado constitucional no hay ninguna razón que justifique la violación o anulación de un derecho humano. Ni siquiera la preservación de otro derecho humano. En ese «carácter absoluto» de los derechos humanos radica su atractivo central. Su contenido es limitado, pero no es limitable. Dicho con otras palabras, los derechos son «fines en sí mismos», no medios que puedan sacrificarse en aras de otro fin, cualquiera sea la importancia que se le atribuya. Resisten incluso la voluntad de las mayorías que quieran negarlos o derrumbarlos: son, según una feliz expresión de Ronald Dworkin, «cartas de triunfos políticos en manos de las minorías».
La especificación del contenido limitado pero ilimitable de cada derecho no se encuentra realizada en la Constitución -allí no hay más (ni menos) que fórmulas que sirven como punto de partida-, sino que surge como fruto de una tarea colectiva, de un diálogo que tiene lugar, sobre todo, aunque no únicamente, en los parlamentos y en los tribunales. Es allí donde se discute el alcance de cada derecho, su esfera de funcionamiento razonable, ese núcleo que constituye su esencia. Se trata de un diálogo que remite a la Constitución, a un «modo de ser» particular, el del ser humano, y a las circunstancias históricas, que influyen estirando o acortando ese contenido.
¿Funciona este modo de entender la relación entre poder y derecho (el derecho como límite del poder) cuando nos enfrentamos a una emergencia como la que se abate ahora sobre el mundo? Hay quienes responden con una negativa: la emergencia no nos dejaría otro camino que optar por unos u otros derechos. Pretender lo contrario no sería más que una ingenuidad. La respuesta del Estado constitucional es diferente: un sí rotundo. Desde esta última perspectiva, la emergencia es parte de la Constitución, y por eso encontramos en ella límites que conducen a conjurarla garantizando el respeto de los derechos humanos. Hay límites de tipo formal: son mecanismos tendientes a simplificar el proceso de toma de decisiones, sobre la base de que las emergencias requieren respuestas urgentes, con debates acotados. Y hay límites sustanciales: los derechos humanos se pueden restringir de un modo más intenso que en períodos de normalidad, pero en ningún caso se justifica su violación. Esas restricciones de carácter excepcional son aceptables solo si se relacionan directamente con el logro de un fin relevante (la superación de la pandemia, por ejemplo), si no existe otro medio eficaz para alcanzar ese fin, y si la importancia del fin justifica el costo que supone.
El respeto del principio de proporcionalidad (con sus subprincipios de adecuación, necesidad y proporcionalidad en sentido estricto) es, pues, condición necesaria para que restricciones de derechos como las que estamos padeciendo no violen el Estado constitucional de derecho. Esta es, creo, una de las claves de lectura del debate que tuvo lugar en el Congreso el pasado 5 de mayo: según parece, para un sector del arco político hay hoy, ya en el inicio de la desescalada, medios para combatir el Covid-19 menos restrictivos de los derechos que los empleados hasta aquí y, por lo tanto, la prolongación del estado de alarma es innecesaria (y por lo tanto no respetuosa del subprincipio de necesidad). De ahí que esta cuarta prórroga en la que nos encontramos, que se prolongará hasta el próximo 24 de mayo, haya sido la que menor respaldo suscitó entre los diputados (178 votos sobre 350 escaños, frente a los 269 de la prórroga anterior). Esto explica, también, que se haya abierto como posibilidad tangible que medidas concretas adoptadas al amparo de esta prórroga sean declaradas inconstitucionales, o que el pedido de la quinta prórroga no alcance la mayoría indispensable para prosperar.
Más allá de que se comparta o no la posición política de quienes votaron a favor, en contra o se abstuvieron en esta última ocasión (no es sencillo para el ciudadano medio conocer datos relevantes indispensables para opinar de modo fundado en un sentido u otro), lo que resulta sin ninguna duda importante es que estemos en alerta. Gobiernos y ciudadanía somos víctimas de una peligrosa tentación autoritaria, consistente en justificar el sacrificio de algunos derechos (por ejemplo, la libertad de tránsito, el derecho a la intimidad, el derecho a la privacidad, la libertad de expresión) para preservar otro (por ejemplo, el derecho a la salud). Gobernantes cansados, incompetentes o incluso perversos acaban justificando lo injustificable. Y reciben el apoyo de una parte de la ciudadanía, que, presa del temor, asiente mansamente a la pérdida de porciones importantes de libertad.
(*) Juan Cianciardo, director del Máster en Derechos Humanos de la Universidad de Navarra.

Fuente:

jueves, 12 de marzo de 2020

EXIGENCIA DE SOBRIEDAD

Guillermo Tell Aveledo: Democracia y liberalismo son conceptos en tensión
El politólogo diferencia democracia y liberalismo, términos que, pese a ser contrarios, están entrelazados desde el siglo XVIII, cuando emerge el concepto de democracia liberal. Clímax presenta «Democracia en crisis», una serie de entrevistas de opinión sobre el papel de la representación política en el siglo XXI
Jesús Piñero
 
La democracia liberal pareciera hacer aguas en todo el mundo. Desde los últimos 30 años, la armonía entre democracia y liberalismo empezó a tensarse, tal vez por su origen contrario, antagónico: mientras que una idea apela al pueblo, la otra se refiere al individuo. Su vínculo procede del siglo XIX, como resultado de las grandes revoluciones políticas de occidente ocurridas durante las centurias XVII y XVIII. En la actualidad, el politólogo Guillermo Tell Aveledo hace sus diferencias entre ambos conceptos.

Pero dentro de la democracia liberal se encuentra la semilla de su propia destrucción, que la somete a una crisis perenne, porque al estar sujeta a la coexistencia de opiniones contrarias, al disenso, requiere de instituciones sólidas, de pesos y contrapesos para mantenerse: “Si entre nosotros hubiese quienes desean disolver esta Unión, o cambiar su forma republicana dejémosles tranquilos, como monumentos a la confianza con que puede tolerarse un error de opinión cuando la razón se halla en la disposición de combatirlo”, escribió Thomas Jefferson al empezar el siglo XIX. Ideas opuestas a las de Jean Jacques Rousseau, quien, para el historiador israelí Jacob Talmon, sentó las bases de la “democracia totalitaria”, o el gran consenso en el que no existen contradicciones.

Guillermo Tell Aveledo define a la democracia liberal como un sistema en el que la soberanía recae entre los habitantes de un territorio y sus gobernantes tienen limitantes, es decir, una serie de instituciones legitimadas desde la soberanía popular, regular y razonable (el dêmos) “(…) para la selección de los miembros del poder público mediante elecciones regulares, plurales y competitivas”. Un régimen en el que si bien la mayoría decide, la minoría no pierde sus derechos, tal como lo refirió Jefferson, uno de sus protagonistas estelares, en su primer discurso de toma de posesión: “(…) todos considerarán el sagrado principio de que aun cuando la voluntad de la mayoría es la que prevalece en todos los casos, esa voluntad, para ser justa, debe ser razonable; que la minoría goza de los mismos derechos, los cuales se ven protegidos por las mismas leyes, y que violar esos derechos sería una forma de opresión”.

El profesor de historia del pensamiento político en la Universidad Central de Venezuela (UCV) y de la Universidad Metropolitana (Unimet) explica que la tensión entre democracia y liberalismo cada vez es mayor en la actualidad, pese haber convivido de forma armoniosa durante la posguerra y la segunda mitad del siglo XX. “La democracia liberal, al fin y al cabo, es una amalgama tensa y contradictoria entre la idea de controlar el poder político, especialmente el poder político del Estado, de la monarquía absoluta, y la pulsión por la soberanía popular. La soberanía popular, si es realmente soberana, va a querer más poder. Entonces, también, en la democracia liberal se impone el elemento democrático más avasallante, más mayoritario de esa ecuación”.

—Y la democracia liberal pareciera hacer aguas con el auge del nacionalismo y una tendencia antiglobalizante. ¿Los autoritarismos de las distopías son el futuro?

—No es tanto así, hay que verlo con cierta sobriedad. Hay una tensión entre el componente democrático, que no siempre es pro apertura, pro limitación del poder, pro tolerancia y derechos humanos; y el elemento liberal que no siempre está dado hacia la voluntad de la provisión. Esos sistemas dependen de ser eficientes en lo económico, porque la aspiración de la población es estar mejor, es estar más próspera. Por eso durante la segunda mitad del siglo pasado se discutía si era mejor tener una dictadura o una democracia para ser desarrollado. Pero desde los años noventa, con el auge del neoliberalismo y las reformas de apertura, los cambios en China, etcétera, ¿qué es lo que ha pasado? Tienes una reversión del Estado hacia más austeridad, hacia menos gasto público, y hasta cierto punto eliminar una de las presiones democráticas de redistribución del ingreso de las décadas previas. Y eso genera en el mundo una frustración que parecía en el crecimiento económico de la década de los noventa de la década pasada, que significaba una mejora de la calidad de vida –somos más eficientes, somos más productivos y demás– pero eso no se refleja en nuestra vida real en las últimas dos décadas, no se siente que todos mejoramos al mismo ritmo. Entonces, las gallinas cantan como gallos, como diría la famosa frase. Estamos en esa revulsión, desde Chile al Líbano. De Beirut a París, y de París hasta Hong Kong.

—O sea, que Latinoamérica también se enmarca en esta etapa.

—Sí, pero es un malestar que no sólo es latinoamericano. Aquí está ocurriendo un reclamo durante una década de mayor democratización, y en los últimos años tuvimos una suerte de reversión de esa dinámica. Y esa reversión fue hacia estas democracias mayoritarias, esa “marea rosa” de la década de los 2000, que dictó pauta en América Latina hacia una mayor retribución del ingreso, pero también derivó en más autoritarismo, siendo además ineficiente económicamente por los resultados de la política redistributiva.

—¿Y cómo entramos en ese escenario que describe?

—Hay una gran decepción con la democracia: las reformas de la ‘Tercera Ola’ y esa apertura no parecieron dar un genuino poder al pueblo. También hay un gran descontento con las democracias de izquierda de la década pasada, por su incapacidad administrativa. Luego, se suma a esas dos corrientes revulsiva la desesperanza aprendida del latinoamericano: “aquí todo va a estar peor”. Nuestro marco de referencia es uno de mucho cinismo. Latinoamérica es uno de los continentes de mayor cinismo político, lo vemos en Latinobarómetro, en la desafección con los partidos políticos, en el modo en que esos partidos políticos suben y bajan de una elección a otra. No hay partidos estables en América Latina, salvo el peronismo, el peronismo es eterno. Lo que se ve aquí es un gran descontento en el cual, no es que Venezuela haya sido pionera, sino que es parte de ese ritmo. Nosotros nos democratizamos antes y el descontento llegó antes. Pero ahí va llegando esa ola al resto del continente.

—De hecho, las protestas se parecen mucho a las de hace 30 años en Venezuela. ¿Somos el futuro del continente?

—A veces parece que venimos del futuro y eso por supuesto que da un panorama sumamente sombrío. Pero vamos a estar claros, por una parte, hasta ahora, no parece haber en estas protestas una reacción que indique una dirección autocrática, autoritaria de las mismas. Esa es una posibilidad, que Venezuela sea como un ejemplo, no de liberación de los pueblos, sino de autocratización, que puede ser de izquierda o de derecha, en respuesta al caos, a la sensación de inoperatividad del sistema político, como pasó aquí en los años noventa. ¿Pero qué diferencias o similitudes hay? Tanto en el caso de Pérez, como en el caso de todas estas protestas de América Latina casi todas se dan en un contexto de sistemas democráticos, de modo que las respuestas son peor vistas, porque toda represión en un sistema democrático es peor vista que en un sistema autoritario. En un sistema autoritario se supone que se va a reprimir; esto es normal, ordinario. Por eso los sistemas democráticos son tan exigentes, porque requieren un consenso que minimice represión, lo cual puede llegar a ser muy difícil. El costo de la represión en sistemas políticos autoritarios sólo es tal si estos se avergüenzan o son inefectivos. Lo que pasó en la Alemania oriental hace 30 años no pasó en Nicaragua ni en Venezuela hace dos años. Aquí había una represión desvergonzada. ¿Qué decían el Estado nicaragüense y el venezolano? No importa la condena internacional, yo me las juego.

—Latinoamérica tiene una historia en común: independencias, caudillismo, dictaduras, gobiernos democráticos, tendencias liberales y el auge de la izquierda en los 2000. Ahora, las protestas y el descontento hacia el poder…

—Los que están protestando en Bolivia no están protestando con las mismas banderas que lo que están protestando en Chile o los que están protestando en Haití. Son reclamos distintos. ¿Qué tienen en común? La sensación de desigualdad frente a los poderosos. La sensación de desafección hacia la democracia y hacia los partidos políticos, que es sumamente peligrosa, pero también hacia los canales ordinarios de participación y manifestación de quejas y agravios. Eso es muy serio, y aquí parece que nuestro caso es más avanzado en su decaimiento que en las naciones europeas. Ahora, en el 2012 teníamos unas revueltas terribles en Londres, unos pocos años después en París, y no hablamos de la epidemia europea. El fatalismo latinoamericano nos domina y nos hace ver las cosas completamente negras. Veamos las cosas con un poco de perspectiva y quizá nos hagan ser más sobrios en nuestra aspiración y análisis. Hay en general un descontento hacia la democracia y hacia los partidos políticos. O sea, América Latina sufre de la misma decepción europea occidental con las necesidades del tercer mundo, del mundo en desarrollo, lo que genera una combinación pavorosa, pero no inusual.

Transición y alternancia

Las dictaduras militares de mediados del siglo XX vieron su ocaso a finales de los años cincuenta y después de algunos destellos democráticos, muchas volvieron al poder. Lo que hizo que, en palabras del profesor Aveledo, se generaran transiciones incompletas y demandas por una democracia más amplia. “Le pones a eso la crisis por deuda en los años ochenta, las medidas de los noventa y te da ese descontento que da lugar a demandas socializantes que canalizan estas mareas rosas de los 2000. Y esto pasó de forma democrática, no por golpes de Estado. Sólo en algunos casos particulares fue una reversión autoritaria de forma completa: el caso de Venezuela, el caso de Nicaragua, pero no así en el caso de Ecuador, en el caso de Bolivia, donde fue abortado. Tampoco el caso de Brasil ni el de Argentina. Y no estoy negando ni la corrupción ni los abusos de poder de esos gobiernos, pero no eran todos gobiernos definitivamente autoritarios”.

La alternancia el poder es otro factor que el profesor Guillermo Tell Aveledo considera a la hora de diagnosticar la crisis política que atraviesa América Latina. “El temor que uno de los dos sectores se quede para siempre. La izquierda colombiana teme que el uribismo sea gobierno para siempre, lo cual no parece que esté pasando. La izquierda brasileña teme que Jair Bolsonaro haya cambiado definitivamente el sistema político, y eso no parece que está ocurriendo, hay visiones que dejan ver que es un tipo más razonable de lo que parece. La nueva oposición argentina y la oposición mexicana temen que se queden allí para siempre los Fernández y el peronismo, y Andrés Manuel López Obrador y Morena, y esto es aún prematuro afirmarlo”.

—Todo parece resumirse en debate entre izquierda y derecha.

—Aquí hay algo que se manifiesta en todo el mundo: el retorno de esas etiquetas políticas, el retorno optimista o el retorno pesimista de esas etiquetas políticas. En el caso latinoamericano siempre está la evocación a la Revolución cubana y, por supuesto, a estos paradigmas de la izquierda continental, pero también la idea de que el Estado es neutral, de que el Estado no tiene ideología, sino que es puramente técnico, que es la vieja etiqueta de los sesenta y setenta, a veces estatista, a veces libremercadista, no era verdad, porque al fin y al cabo tú estás haciendo una escogencia que se basa en mayor libertad o mayor igualdad. La aspiración en realidad, aunque es contradictoria, es simultánea; tú debes procurar la una y la otra, y por eso durante el tiempo más estable de las democracias de América Latina eso funcionaba como el consenso social democrático. Pero eso tiene muchos costos, mucha ineficiencia, y siempre habrá que escoger. De repente lo resolvemos con mayor autoritarismo o con mayor redistribución, pero al cabo de poco tiempo el cuero vuelve a saltar. Eso ha sido así, forma parte de la vida política y de la vida humana. Pretender solucionarlo de manera definitiva acarrea enormes peligros.

—Entonces, ¿la región estará signada para siempre en ese debate?

—No es que Latinoamérica esté signada a ese debate: lo está toda la humanidad. Y con esto no quiero ponerme fatalista o incluso relativizar el asunto, pero más bien decir con cierto cuidado que no hay soluciones perfectas en política. Nuestra aspiración democrática, que es progresiva, no se detiene, pero no quiere decir que nuestro retroceso y nuestros traspiés sean simplemente, como insiste el fatalismo latinoamericano, que eso sí nos caracteriza siempre. No, hay una aspiración constante: la tenacidad de la población de querer vivir con sus derechos, de vivir con mejoras, es una oportunidad. Así ha sido con Europa, ¿cuántas de las democracias europeas actuales lo fueron hace 30, 40 o 50 años? Hay que verlo con cierta humildad y con realismo.

—¿Y en el caso de Estados Unidos?

—Claro, Estados Unidos tiene eso con una visión política más bien antigua en comparación con los demás, que unos dirían republicana en lugar de democrática. Pero también con grandes desigualdades que no vemos porque son de las dimensiones de esa economía. Si uno va a los guetos de Maryland o a los barrios latinos de Los Ángeles, la situación es casi similar a los países del tercer mundo. O vas a las montañas Apalaches, que son sitios absolutamente cavernarios. Así como el Medio Oriente no es Dubái, el mundo norteamericano no son los rascacielos de Nueva York. Estados Unidos tiene una gran producción, pero también su propio modelo se agota, y eso lo vemos a lo largo del tiempo. Ahí están las revelaciones: ese país también es presa del populismo. Hoy está mandando una derecha, pero ya una izquierda reclama un espacio cada vez más agresivo. Ese consenso o esa moderación dura tanto como te dure el fundamento material.

Fuente:
Fotografía: Dniel Hernández.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

¿ALÓ, PRESIDENTE GÓMEZ, ALÓ?

Del espíritu de La Rotunda
Luis Barragán


Semanas atrás, nos correspondió hablar a un grupo de jóvenes estudiantes que, indignados ante la situación del país, ratificaron una suerte de compromiso generacional. Menos que más informados, significativamente así tildada, la “marcha” de 1928 los llevó a equiparar al régimen de Nicolás Maduro con el de Juan Vicente Gómez.

Por supuesto, hicimos una elemental distinción entre el autoritarismo y el totalitarismo que, al parecer, los satisfizo, aunque les sorprendió que reivindicase – por ejemplo – la definitiva conformación del Estado Nacional con el andino. Por cierto, dos cursantes avanzados del pregrado, justamente, uno en historia y otro en ciencias políticas, lucieron menos avisados que los otros trece o quince muchachos, ya salidos del básico de ingeniería.

Inevitable, surgió la inquietud por los presos políticos que, sin mediar formalidad alguna, los embutió Gómez en La Rotunda por años, como en otros lugares. Nos permitimos comentarles que, al transcurrir el tempo, hubo una consciencia tal del Estado de Derecho, que a los presos de los años sesenta, otro ejemplo, se les procesaba judicialmente y, con la pacificación, recobraban su libertad a través de un indulto o un sobreseimiento de la causa, algo que no ocurrió ni ocurre con Chávez Frías y Maduro Moros con sus prisioneros convertidos en rehenes políticos.

La más joven del grupo, conversó sobre la versión familiar, más que escolar, que – además – tuvo por referente una telenovela hecha “miles de años ya” sobre El Bagre, según la tradición oral en casa. Concluyó que Nicolás regresó al “espíritu de La Rotunda” y es un Juan Vicente que habla por celular y manipula las redes sociales. Empero, nos preocupó también la aseveración de otro joven que es activista de un partido distinto a Vente Venezuela.

Palabras más, palabras menos, dijo: con todo respeto diputado, sé que también Gómez tuvo su Asamblea Nacional y era tan calladita y tan sumisa como la actual. Pareciéndonos injusta la comparación que intentamos argumentar, la aceptamos como un punto a discutir en el venidero foro o circulo de estudios (“conversatorio” es un término que no nos gusta), aunque la percepción se las trae, sin duda alguna.

Reproducción: Élite, Caracas, nr 46 del 31/07/1926.

domingo, 20 de noviembre de 2016

¿ALÓ, PRESIDENTE, ALÓ?

Del espíritu de La Rotunda
Luis Barragán


Semanas atrás, nos correspondió hablar a un grupo de jóvenes estudiantes que, indignados ante la situación del país, ratificaron una suerte de compromiso generacional. Menos que más informados, significativamente así tildada, la “marcha” de 1928 los llevó a equiparar al régimen de Nicolás Maduro con el de Juan Vicente Gómez.

Por supuesto, hicimos una elemental distinción entre el autoritarismo y el totalitarismo que, al parecer, los satisfizo, aunque les sorprendió que reivindicase – por ejemplo – la definitiva conformación del Estado Nacional con el andino. Por cierto, dos cursantes avanzados del pregrado, justamente, uno en historia y otro en ciencias políticas, lucieron menos avisados que los otros trece o quince muchachos, ya salidos del básico de ingeniería.

Inevitable, surgió la inquietud por los presos políticos que, sin mediar formalidad alguna,  los embutió Gómez en La Rotunda por años, como en otros lugares. Nos permitimos comentarles que, al transcurrir el tempo, hubo una consciencia tal del Estado de Derecho, que a los presos de los años sesenta, otro ejemplo, se les procesaba judicialmente y, con la pacificación, recobraban su libertad a través de un indulto o un sobreseimiento de la causa, algo que no ocurrió ni ocurre con Chávez Frías y Maduro Moros con sus prisioneros convertidos en rehenes políticos.

La más joven del grupo, conversó sobre la versión familiar, más que escolar, que – además – tuvo por referente una telenovela hecha “miles de años ya” sobre El Bagre, según la tradición oral en casa. Concluyó que Nicolás regresó al “espíritu de La Rotunda” y es un Juan Vicente que habla por celular y manipula las redes sociales. Empero, nos preocupó también la aseveración de otro joven que es activista de un partido distinto a Vente Venezuela.

Palabras más, palabras menos, dijo: con todo respeto diputado, sé que también Gómez tuvo su Asamblea Nacional y era tan calladita y tan sumisa como la actual. Pareciéndonos injusta la comparación que intentamos argumentar,  la aceptamos como un punto a discutir en el venidero foro o circulo de estudios (“conversatorio” es un término que no nos gusta), aunque la percepción se las trae, sin duda alguna.

Reproducción: Élite, Caracas, nr 46 del 31/07/1926.
Breve nota postdatada LB: No sabemos cuán difundida estuvo o está la imagen de Juan Vicente Gómez. Quizá pueda tildarse de inédita, pues, traspapelada con los años, pocos la apreciaron al publicarse por vez primera frente a los miles de veezolanos que, posteriormente, tienen una delimitada iconografía del dictador, por muchísimas redes sociales en boga. Por lo demás, habrá quienes asegurarán que, extraterrestre o no, el hijo de La Mulera hablaba en la década de los veinte del XX por un móvil celular.
21/11/2016:
http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/28239-luis-barragan
http://www.entornointeligente.com/articulo/9280390/VENEZUELA-Del-espiritu-de-La-Rotunda-2111201

sábado, 3 de septiembre de 2016

CAZA DE CITAS


"En realidad, Kelsen debería lógicamente considerar la autocracia como una forma superior a la democracia, porque el carácter coativo del Derecho se realiza mejor aún en el régimen autoritario"

Edgar Bodenheimer

("Teoría del derecho",  FCE, México, 1976: 332)

lunes, 12 de octubre de 2015

CAZA DE CITAS


"La dinámica que se da entre el Presidente de la República y sus seguidores trata ahora de replicarse para el resto de la sociedad venezolana"

Rafael Quiñones

(en: "Hegemonía y control comunicacional", Alfa-UCAB, Caracas, 2009: 201)

sábado, 31 de mayo de 2014

ALGO MÁS QUE UNA PUNZADA

EL PAÍS, Madrid, 01 de junio de 2014
LA CUARTA PÁGINA
Decadencia de Occidente
Tras las elecciones europeas, irrumpen torrencialmente los enemigos populistas del euro y de la UE; mientras tanto, Estados Unidos se está retirando discretamente del liderazgo democrático y liberal
Mario Vargas Llosa

Aunque en apariencia los partidos tradicionales —populares y socialistas— han ganado las elecciones al Parlamento Europeo, la verdad es que ambos han perdido muchos millones de votos y que el hecho central de esta elección es la irrupción torrencial en casi toda Europa de partidos ultraderechistas o ultraizquierdistas, enemigos del euro y de la Unión Europea, a los que quieren destruir, para resucitar las viejas naciones, cerrar las fronteras a la inmigración y proclamar sin rubor su xenofobia, su nacionalismo, su filiación antidemocrática y su racismo. Que haya matices y diferencias entre ellos no disimula la tendencia general de una corriente política que hasta ahora parecía minoritaria y marginal y que, en esta justa electoral, ha demostrado un crecimiento espectacular.
Los casos más emblemáticos son los de Francia y Gran Bretaña. El Front National de Marine Le Pen, que, hasta hace pocos años era un grupúsculo excéntrico, es ahora el primer partido político francés —de no tener un solo diputado europeo tiene ahora 24— y el UKIP, Partido de la Independencia de Reino Unido, luego de derrotar a conservadores y laboristas, se convierte en la formación política más votada y popular de la cuna de la democracia. Ambas organizaciones son enemigas declaradas de la construcción europea y quieren enterrarla a la vez que acabar con la moneda común y levantar barreras inexpugnables contra una inmigración a la que hacen responsable del empobrecimiento, el paro y la subida de la delincuencia en toda Europa occidental. La extrema derecha triunfa también en Dinamarca, en Austria los eurófobos del FPÖ alcanzan el 20%, y en Grecia el ultraizquierdista antieuropeo Syriza gana las elecciones y el partido neonazi Amanecer Dorado (10% de los votos) envía tres diputados al Parlamento Europeo. Catástrofes parecidas, aunque en porcentajes algo menores, ocurren en Hungría, Finlandia, Polonia y demás países europeos donde el populismo y el nacionalismo aumentan también su fuerza electoral.
Los movimientos antisistema pueden enterrar, a la corta o a la larga, la Unión Europea
Algunos comentaristas se consuelan afirmando que estos resultados denotan un voto de rabia, una protesta momentánea, más que una transformación ideológica del viejo continente. Pero como es seguro que la crisis de la que han resultado los altos niveles de desempleo y la caída del nivel de vida tardará todavía algunos años en quedar atrás, todo indica que el vuelco político que muestran estas elecciones en vez de ser pasajero, probablemente durará y acaso se agravará. ¿Con qué consecuencias? La más obvia es que la integración europea, si no se frena del todo, será mucho más lenta de lo previsto, con la casi seguridad de que habrá desenganches entre los países miembros, empezando por el británico, que parece ya casi irreversible. Y, acosada por unos movimientos antisistema cada vez más robustos y operando en su seno como una quinta columna, la Unión Europea estará cada vez más desunida y conmovida por crisis, políticas fallidas y una contestación permanente que, a la corta o a la larga, podrían enterrarla. De este modo, el más ambicioso proyecto democrático internacional se iría a pique y la Europa de las naciones encrespadas regresaría curiosamente a los extremismos y paroxismos de los que resultaron las matanzas vertiginosas de la II Guerra Mundial. Pero, incluso si no se llega al cataclismo de una guerra, su decadencia económica y política seguiría siendo inevitable, a la sombra vigilante del nuevo (y viejo) imperio ruso.
Al mismo tiempo que me enteraba de los resultados de las elecciones europeas yo leía, en el último número de The American Interest, la revista que dirige Francis Fukuyama (May/June 2014), una fascinante encuesta titulada America self-contained? (que podría traducirse como ¿América ensimismada?), en la que una quincena de destacados analistas estadounidenses de distintas tendencias examinan la política exterior del Gobierno del presidente Obama. Las coincidencias saltaban a la vista. No porque en Estados Unidos haya hecho irrupción el populismo nacionalista y fascistón que podría acabar con Europa, sino porque, con métodos muy distintos, el país que hasta ahora había asumido el liderazgo del Occidente democrático y liberal, discretamente iba eximiéndose de semejante responsabilidad para confinarse, sin traumas ni nostalgia, en políticas internas cada vez más desconectadas del mundo exterior y aceptando, en este globalizado planeta de nuestros días, su condición de país destronado y menor.
Sobre las razones de esta “decadencia” los críticos discrepan, pero todos están de acuerdo que esta última se refleja en una política exterior en la que Obama, con el apoyo inequívoco de una mayoría de la opinión pública, se desembaraza de manera sistemática de asumir responsabilidades internacionales: su retiro de Irak, primero, y, ahora, de Afganistán, tras dos fracasos evidentes, pues en ambos países el islamismo más destructor y fanático sigue haciendo de las suyas y llenando las calles de cadáveres. De otro lado, el Gobierno de Estados Unidos se dejó derrotar pacíficamente por Rusia y China cuando amenazó con intervenir en Siria para poner fin al bombardeo con gases venenosos a la población civil por parte del Gobierno de El Asad y no sólo no lo hizo sino toleró sin protestar que aquellas dos potencias siguieran suministrando armamento letal a la corrupta dictadura. Incluso Israel se dio el lujo de humillar al Gobierno norteamericano cuando éste, a través de los empeños del secretario de Estado Kerry, intentó una vez más resucitar las negociaciones con los palestinos, saboteándolas abiertamente.
Nuevas formas de autoritarismo, como las de Rusia y China, han sustituido a las antiguas
Según la encuesta de The American Interest nada de esto es casual, ni se puede atribuir exclusivamente al Gobierno de Obama. Se trata, más bien, de una tendencia que viene de muy atrás y que, aunque soterrada y discreta por buen tiempo, encontró a raíz de la crisis financiera que golpeó con tanta fuerza al pueblo estadounidense ocasión de crecer y manifestarse a través de un Gobierno que se ha atrevido a materializarla. Aunque la idea de que Estados Unidos se enrosque en solucionar sus propios problemas y, a fin de acelerar su desarrollo económico y devolver a su sociedad los altos niveles de vida que alcanzó en el pasado, renuncie al liderazgo de Occidente y a intervenir en asuntos que no le conciernan directamente ni representen una amenaza inmediata a su seguridad, sea objeto de críticas entre la élite y la oposición republicana, ella tiene un apoyo popular muy grande, la de los hombres y mujeres comunes y corrientes, convencidos de que Estados Unidos debe dejar de sacrificarse por los “otros”, enfrascándose en costosísimas guerras donde dilapida sus recursos y sacrifica a sus jóvenes, en tanto que escasea el trabajo y la vida se vuelve cada vez más dura para el ciudadano común. Uno de los ensayos de la encuesta muestra cómo cada uno de los importantes recortes en gastos militares que ha hecho Obama han merecido el respaldo aplastante de la ciudadanía.
¿Qué conclusiones sacar de todo esto? La primera es que el mundo ha cambiado ya mucho más de lo que creíamos y que la decadencia de Occidente, tantas veces pronosticada en la historia por intelectuales sibilinos y amantes de las catástrofes, ha pasado por fin a ser una realidad de nuestros días. ¿Decadencia en qué sentido? Ante todo, en el papel director, de avanzada, que tuvieron Europa y Estados Unidos en el pasado mediato e inmediato, para muchas cosas buenas y algunas malas. La dinámica de la historia ya no sólo nace allí sino, también, en otras regiones y países que, poco a poco, van imponiendo sus modelos, usos, métodos, al resto del mundo. Esta descentralización de la hegemonía política no estaría mal si, como creía Francis Fukuyama luego de la caída del muro de Berlín, la democracia liberal se expandiera por todo el planeta erradicando la tradición autoritaria para siempre. Por desgracia no ha sido así sino, más bién, al revés. Nuevas formas de autoritarismo, como los representados por la Rusia y China de nuestros días, han sustituido a las antiguas, y es más bien la democracia la que empieza a retroceder y a encogerse por doquier, debilitada por los caballos de Troya que han comenzado a infiltrarse en las que creíamos ciudadelas de la libertad.
Ilustración: Fernando Vicente.

sábado, 6 de julio de 2013

HACEDORAS DE HISTORIA

EL NACIONAL - Jueves 04 de Julio de 2013     Opinión/9
Historia a dos velocidades   
COLETTE CAPRILES

La más notable diferencia entre el mundo con Internet y sin ella (o ello), es que antes los mitos tardaban más en consolidarse.
Curiosamente, la velocidad de destrucción de mitos no es tan grande como la de su formación; se podría decir que Internet los multiplica, porque es ella (o ello) misma el Mito por excelencia, la super-meta-narrativa de nuestro tiempo, el relato que convierte todo en uniformemente consumible. Y sobre todo, es un relato que sólo se refiere a sí mismo. Por ejemplo, las llamadas primaveras árabes quedan inscritas en la cultura popular como pacíficas insurrecciones civiles que lograron liberar a sus países de longevas tiranías. El "poder viral" habría sido el protagonista de esos cambios de régimen: un poder no político, autoproducido, que emerge de la pura interacción de las "redes", las cuales buscan infaliblemente la libertad, la democracia y los derechos humanos. Bella fábula que reverbera en el imaginario de los insomnes usuarios de Twitter, que a su vez tuitean incansablemente sobre la leyenda misma, propagándola.
No es que las comunicaciones instantáneas y reticulares no hayan tenido nada que ver con los cambios políticos ocurridos en el mundo árabe y en otros mundos; es precisamente eso lo que queda por investigar. Pero el efecto mitológico es poderoso en cuanto a la suspensión de la historia, por así decirlo: será que el atributo de simultaneidad de las redes sociales, y la subordinación perezosa de los medios tradicionales a éstas, parece abolir la lógica de la historia y hacer lineal lo que en realidad fue complejo, contradictorio, y en definitiva, tan humano como es la política desde siempre.
Las primaveras árabes ­una etiqueta mediática­ no fueron fenómenos homogéneos, no se dejan describir con un único modelo.
Sin embargo contribuyeron, por el modo en que fueron construidos y diseminados, a la idea de que es posible la política sin políticos, sin organización, sin ideología. Se pierden de vista el papel de las fuerzas armadas, de los partidos políticos, de las variables económicas, y, primordialmente, el de la dinámica interna de los regímenes autoritarios y dictatoriales, que suele ser decisiva para producir transiciones hacia la democracia. Por ejemplo, parte del ejército egipcio sacó a Mubarak, apoyado por otra facción militar, en 18 días, y está hoy mismo amenazando a Morsi, democráticamente elegido, amparándose de nuevo en la muchedumbre de Tahrir. Mubarak pretendía hacer prolongar su mandato de 30 años en la persona de su hijo menor, quién sabe si inspirándose en los gobiernos dinásticos de Corea del Norte y Cuba; esta pretensión produjo una fisura en el interior de su régimen que ocasionó su defenestración. Esto sin entrar en la compleja historia y estructura de los Hermanos Musulmanes.
El papel del ciudadano-en-red no fue realmente categórico en todo el proceso, en el sentido de que no explica nada por sí solo.
Las fisuras dentro de un régimen autoritario no son sólo horizontales, entre los grupos que forman la élite gobernante, sino también verticales, entre la élite y el pueblo, por así decirlo; esto último parece asegurado cuando se exhiben manifestaciones de masas e indignación popular, pero lo primero, en cambio, queda a la sombra y sólo se expresa indirectamente, a la hora de los desenlaces. La historia política reciente ha sido narrada muchas veces como una fast history, una invención a gusto del consumidor que prefiere cuentos de final feliz y fácil digestión. A veces inducidos involuntariamente desde los espacios académicos, por cierto, llevados por la tentación de construir modelos con alguna capacidad de predicción a partir de casos cuyos "parecidos de familia" ocultan muchas veces las diferencias. Pero siempre, detrás de los espontaneísmos exitosos, hay una fórmula política: unas condiciones de posibilidad del cambio político que tienen que ver con el grado de organización y madurez de los actores que pueden ser la alternativa, una vez fisurado el bloque de poder. Es un proceso de dos (o más) velocidades, una lenta y acumulativa; otra catalítica y efervescente. Y las dos hacen la historia.
Ilustración:  Albert Gleizes.

lunes, 3 de septiembre de 2012

DE UNO A OTRO CASO

Dos veces Amuay: autoritarismo y tragedia
Luis Barragán


Casualmente, Amuay ejemplifica las vicisitudes del autoritarismo en Venezuela, pues, a la tragedia recientemente acaecida, sumamos otra que data de 1950.  Ambas ocasiones tienen por común denominador, aunque de signos contrapuestos y en el marco de distintas realidades geopolíticas, un régimen autoritario de transición.

A tal efecto, concebimos el autoritarismo producto de un marcado poder de la individualidad que, aún formalmente reconocidas, se impone frente a las restantes manifestaciones institucionales dentro o fuera del Estado, incluyendo las dependencias especializadas, los medios de comunicación social autónomos, o la sociedad civil organizada.  Colegimos con Georges Burdeau y Norberto Bobbio, la tendencia es la de una superior concentración del poder que está en tránsito de hacerse definitiva, restándole valor a todo el elenco institucional a favor de quien ejerce una superior jerarquía (consagrada la desigualdad); los problemas colectivos ameritan de una suprema e irrebatible versión, cuya resolución obliga a la simplificación de los procedimientos; procurando disminuir todo costo político, la propensión es a una campaña defensiva frente a los críticos; y, valga acotar,  la atención dispensada a las ceremonias más solemnes.

Hallamos, superado únicamente por el de Lagunillas, por entonces invocado, el incendio de grandes proporciones que reportó el diario El Nacional de Caracas (25 y 26/02/50), en la referinería de la Creole, ubicada en la bahía de Amuay, partiendo del almacén de un costoso e innovador edificio que,  siendo insuficientes los bomberos de la empresa, forzó la participación de los de la localidad, voluntarios e integrantes de las Fuerzas Armadas de Cooperación. El saldo fue de varias personas carbornizadas, un número importantes de heridos, pérdidas calculadas en seis millones de dólares, movilizadas  las mujeres en demanda de información a las puertas de la compañía.

Hubo incidentes, como el intento del jefe de Relaciones Industriales de la transnacional por impedir la labor del fotógrafo Botaro, amenazado con cárcel, así como la conformación de una suerte de comisión compuesta por representantes de la Creole, el secretario de gobierno del estado Falcón (Briceño Reyes), el del ministerio de Fomento y Relaciones Interiores (Vitelio Reyes), orientados por las actuaciones de un juez de municipio. Un grupo de trabajadores fueron conminados a declarar ante la Seguridad y la Guardia nacionales, sin que la prensa de entonces pudiera aportar las otras revelaciones de una tragedia que llamó la atención de los sectores públicos y clandestinos de la oposición.

Recordemos, después del consabido magnicidio, la Junta de Gobierno estaba encabezada por Germán Suárez Flamerich, Luis Felipe LLovera Páez (también ministro de Relaciones Interiores), y Marcos Pérez Jiménez (ministro de de la Defensa),  todavía distante de la asamblea constituyente que procuró una salida a la provisionalidad, consagrando al último de los citados. Una rápida revisión de las ediciones de entonces, expone con nitidez la (auto) censura de prensa, aunque fuese obvio el reporte inevitable de los hechos que generaban gran conmoción, sigilosamente ventiladas las opiniones que pudiesen suscitar. No obstante, paradójicamente, el visitante José Rafael Pocaterra, nuestro embajador en Estados Unidos, se mostró sorprendido porque se dijese de la existencia de la censura (ibídem, 28/02/50).

El trágico accidente, no impidió el normal desarrollo de las actividades gubernamentales cada vez más estelarizadas por los altos oficiales militares, sin que se hiciese sentir una pública discusión en torno a las responsabilidades de la Creole, la dotación y eficacia de los servicios de defensa civil, la inquietud de los familiares de las víctimas u otras organizaciones del mundo civil, ausente el foro parlamentario. Transitando la aún incierta provisionalidad concebida, definida e implementada fundamentalmente por el otrora cuidadoso Pérez Jiménez, esas otras actividades adquirieron una extraordinaria relevancia, configuradas como irrebatibles actos de Estado, despachando como un mero caso burocrático las consecuencias del incendio.

Ciertamente inexacto el parecido, respondiendo a contrastantes circunstancias históricas,  los novísimos y harto conocidos sucesos de Amuay, nos colocan en otra experiencia autoritaria.  Y, al respecto, expropiados por el poder establecido, enunciemos las dificultades para una libre investigación de los medios de comunicación social que pueden afrontar severos riesgos al publicar sus revelaciones, asediados por los medios gubernamentales empeñados en una versión como la del sabotaje, por siempre presumido;  la obstaculización y neutralización de todo esfuerzo parlamentario de indagación, en beneficio del comité establecido por el Miraflores que, a lo sumo, pudiera incorpora a las juntas comunales y contralorías sociales conformadas por la militancia del PSUV, carente de toda capacidad técnica; la notable carencia de una inmediata y acreditada vocería principal de los funcionarios bomberiles o de defensa civil, subordinados en sus distintos niveles a los lineamientos esenciales de la rápida campaña propagandística y publicitaria del gobierno nacional; suele ocurrir, la exaltación fue la del heroísmo de las víctimas a redimir por los resultados electorales, amén de las pensiones vitalicias para los familiares, resumidas las diligencias del jefe de Estado en un ceremonial militar.

Una sola versión es la que puede gozar de legitimidad, añadida la pronta descalificación personal de todo crítico capaz de empinarse por encima de su indignación, subestimado todo cauce institucional en función de una rápida respuesta que abarate el precio político que la campaña electoral supone. El Comandante-Presidente ha sentado precedentes, formalizada convenientemente la democracia participativa de la que incansablemente habla: por ejemplo, el presidencial y revelador regaño que recibió una vez el señor Néstor Mora (http://www.youtube.com/watch?v=NMMA5j4IOE8&feature=related)

Fuente:
http://www.noticierodigital.com/2012/09/dos-veces-amuay-autoritarismo-y-tragedia/
http://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=898876
Fotografías: El Nacional, Caracas, 25 y 26/02/50.

viernes, 22 de junio de 2012

INCURSIÓN

El Nacional - Jueves 23 de Marzo de 2006     A/8
Autoritarismo del siglo XXI
Julio Pacheco Rivas

El ajetreado curso de nuestra historia patria debería habernos acostumbrado ya —hasta el hartazgo— a los drásticos cambios de elenco, libreto y escenografía del poder. “Nuevos Hombres, Nuevos Ideales Nuevos Procedimientos”, rezaba la consigna inaugural de Cipriano Castro; y habría podido resumir en sus escasas palabras, el verdadero “asunto”, el auténtico “nudo” de nuestro recurrente sainete republicano.
Cuántas constituciones confeccionadas a la medida del actor estelar de turno; cuánto manoseo de los símbolos patrios; cuántas rebuscadas fórmulas innovadoras para nombrarnos como país; cuánta retórica, cuánta sangre ha sido necesario derramar en el enfermizo afán de partir de cero para siempre llegar a cero, construyendo la “gran obra” que nuevos actores vendrán inevitablemente a demoler.
Tal vez el generoso período de 40 años que Venezuela acordó a la alternancia adecocopeyana nos hizo creer que el pasado era un animal manso y que la historia podía pasearse por allí, despreocupada y a sus anchas.
Aquellos gobernantes, confortados en un sistema de reparto de cuotas de poder ya no necesitaban mirar atrás o lo hacían sin temor.
Hoy el nuevo guión, la voracidad estelarizante de los nuevos actores, reclama la imposición de la vieja rutina de la tabla rasa, la abolición del pasado y su conveniente reescritura.
Las instituciones culturales solían escapar a la vorágine. La valoración meramente ornamental que el poder les concedía las amparaba, por puro desinterés, permitiéndoles una continuidad de ejercicio envidiable en un país re-fundacional como el nuestro. Ya no es así, y el ministro Farruco Sexto se ha esmerado en probar que la manipulación política no debe dejar cabos sueltos: el control (su control directo y personal) debe ser absoluto.
Debe abarcar no solo el presente sino también la memoria, hasta en el detalle de los logotipos mediante los cuales nos habíamos habituado a identificar las instituciones culturales, a fin de borrar cualquier rastro que las vincule a logros del execrable pasado. Y uno se pregunta el origen de tanta inseguridad agazapada a duras penas tras el parapeto de una gestión autoritaria, para la cual la política y administración cultural ya no es el asunto de un ministerio y sus instituciones sino la obra exclusiva y excluyente de un ministro que no admite el concurso de otros talentos, ni siquiera su preexistencia.
Llevándolo al plano del arte, con perdón del posible ultraje comparativo, nos recuerda a Chaplin, quien producía, dirigía, estelarizaba, diseñaba el vestuario y componía la música de sus películas. Farruco Sexto pareciera querer imprimir a su gestión ministerial el mismo celo apasionado, subyugando personalmente todas y cada una de las instancias y mínimas facetas. Pero Charles Chaplin, claro está, era un artista genial.
Lamentablemente, Sexto no es el primero en estas lides de desdibujar y borrar símbolos con la finalidad de apropiarse y negar logros precedentes. Más temprano, en la acera política de enfrente, Leopoldo López decide por cuenta propia eliminar la imagen independiente y la discreta autonomía de funciones de la Fundación Cultural Chacao, anexándola o disolviéndola en la Dirección de Cultura de la Alcaldía. El actual logotipo porta el uniforme anaranjado que es insignia de su gestión personal.
He allí nuestra desgracia. Carecemos de referentes políticos actuales que nos permitan avizorar un futuro mejor para nuestro país y hemos recaído gravemente en nuestro antiguo mal del caudillismo. Como es arriba es abajo, reza la espantosa simetría de nuestra desesperanza.
La voracidad estelarizante de los nuevos actores, reclama la imposición de la vieja rutina de la tabla rasa, la abolición del pasado y su conveniente re-escritura.


Fotografías: Tomadas del perfil de JPR (Facebook)

Nota LB:

Incursión del arte, incursionándolo. Un par de fotografías de San Blas. Y nuestro derecho al optimismo, a pesar de las saturaciones reales y ficticias de la maquinaria gubernamental.