Mostrando entradas con la etiqueta Madurismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Madurismo. Mostrar todas las entradas

domingo, 24 de mayo de 2020

... FUENTEOVEJUNA, SEÑOR

De cierta humillación social
Luis Barragán

El tiempo de pandemia, por cierto, sincera la realidad de las sociedades liberales e iliberales, aunque éstas tardan demasiado en esclarecerla por obra de la censura y de la represión.  La intriga abre sus fauces para las más disímiles versiones que los factores de poder (y contrapoder), varias veces, impotentes,  ensayan en aras de la propia supervivencia.

A los fervorosos partidarios del madurato, parece ya no convencerles que las consabidas sanciones internacionales impidan la adecuada prevención y tratamiento del coronavirus. Fugaz e inútil celebración, intuyen muy bien que la carga conocida (y desconocida) de los buques iraníes, beneficiará el bolsillo de los capitostes más encumbrados del régimen. 

Intentando una explicación de la situación socialmente desesperada que comparten con el resto de la población, los partidarios más decididos tienden a creer que el régimen sólo beneficia a la oposición. E, incluso, supimos del testimonio, hubo un “colectivo” tan fanático y arrojado como el que más, en la paciente espera de un trámite hospitalario que concluyó en una dolorosa pérdida familiar, asegurando que nada parecido le hubiese ocurrido al vecino que nunca votó por Chávez Frías, pero recibe  puntual su caja CLAP.

Por supuesto, creencia ya internalizada,  la sola adhesión o  militancia oficialista los hace acreedores de cualesquiera beneficios del Estado, aún en desmedro de las grandes mayorías. Además, todo relacionamiento es enteramente personal, por lo que no median las instituciones por muy compleja y plural sea esta u otra sociedad.

Lo peor es que prefieren  apuntar al pretendido beneficio de los opositores,  antes de hacerlo con los prohombres del régimen saqueador del erario público que nos trajo a la catástrofe humanitaria. Cuidadosos, en un rapto de arrepentimiento, socialmente zaheridos, les sale más “barato”, además, declararse chavistas (como si hubiere alguna diferenciación de fondo con el madurismo), y un poco ni-níes hasta nuevo aviso (ni maduristas ni oposicionistas), para aliviar un poco la situación.

Fotografía: Tomada de las redes.
26/05/2020:
https://www.caraotadigital.net/opinion-1/de-cierta-humillacion-social

jueves, 29 de marzo de 2018

"CABLES PELAOS"

Los hilos que sostienen el poder
Alberto Ray

El empeño del régimen de huir hacia adelante cuando la realidad lo presiona ya no sorprende a nadie. Llama poderosamente la atención, sin embargo, saber qué los impulsa a avanzar cuando el grado de devastación de la república ya toca la frontera de la africanización.

Resulta a primera vista paradójico que siendo el objetivo mantenerse en el poder, destruyan aquello que podía sustentarlos; la imagen de Chávez, la producción de PDVSA, la popularidad entre los marginados y ahora, lo que quedaba del Ejército.

Si bien, esta revolución no tiene precisamente vocación suicida, no pareciera que en el mapa de ruta que marca el avance tengan planeado correr hacia un precipicio. Es claro que con la destrucción todos se debilitan, pero el que acumula más poder incrementa sus oportunidades de reinar por un tiempo más. El gobierno es ahora víctima del efecto de la bicicleta, si para de pedalear, así no le quede energía, se cae.

Algo cierto es que el costo de la tiranización del régimen se pagó durante el 2017 con 120 días de protesta, de los cuales el país opositor terminó con más de un centenar de muertos y la aparición de una Asamblea Constituyente negada por 7.5 millones de venezolanos. En lo sucesivo, Maduro y su banda han hecho y desecho dentro y fuera del país sin importarles en lo más mínimo la corrupción, la violación de DDHH y por supuesto, el apuñalamiento repetido de los restos de democracia.

Vista la realidad, y en medio de este caos por diseño vale preguntarse ¿Qué sostiene a Maduro en el poder?
Son varios los hilos, aunque finos, aun suficientemente resistentes para no solo aguantar sino sostener de manera más o menos estable un periodo más de destrucción.

En primer lugar, está la mermada producción petrolera. Aun el régimen recibe dólares provenientes de la venta de crudo, que luego de descuentos, pago de deudas y compromisos algo queda para gastar y comprar comida que alcanza sólo para el 25% de la población. En esta dinámica participa activamente Rusia, China y Turquía como financistas de corto plazo en operaciones de intercambio de petróleo por alimentos.

La segunda fuente de financiamiento es el nuevo modelo de Estado Criminal que opera en el país. La explotación indiscriminada de recursos de la minería en combinación con el masivo tráfico de cocaína proveniente de Colombia, ambos negocios operados por grupos irregulares binacionales y bandas criminales, en un proyecto de gran escala gerenciado desde Cuba, produce dinero para mantener una estructura de poder en la FAN y en cuadros políticos afiliados al régimen.

Luego está el binomio FAN – Cuba. Una relación simbiótica de amor odio que se sostiene a fuerza de espionaje y contrainteligencia. Maduro por un lado aun necesita a la Fuerza Armada para administrar (malamente) el gobierno y controlar el poder de fuego que lo puede derrocar, por el otro, los cubanos entendieron que era mejor ideologizarlas antes que hacer una milicia paralela, y a pesar de la desconfianza, les sirven muy bien en la logística operativa de la droga, la explotación minera y la extracción de petróleo. Los rusos también contribuyen en esta dimensión con equipos de inteligencia destinados a interceptar comunicaciones de militares y civiles tanto en el gobierno como en la oposición.

Más atrás, pero con mucha fuerza y ganando posiciones está el vicepresidente El Aissami y su grupo con conexiones en Siria y el Medio Oriente, con una agenda de largo plazo para la desestabilización regional y la facilitación de actividades terroristas en el continente.

En quinto lugar, se encuentra el poderoso grupo económico político de enchufados que sin escrúpulo alguno succionan lo poco que le queda el país y al mismo tiempo sirven de barniz legitimador para los juegos electorales del régimen. El dinero que acumulan les ha servido para pagar lobby internacional, comprar medios, industrias y algún liderazgo que se dice opositor, pero que no resisten el más mínimo examen de sus vínculos con el gobierno.

En una sexta posición y no por ello despreciable está la MUD. Sus líderes enarbolando buenas intenciones se han convertido en el desfibrilador de Maduro. Ante cada ataque terminal, aparecen a salvarle la vida con iniciativas de diálogo y negociación que logran extender por un tiempo más la agonía dramática que vive Venezuela.

Aun falta por mencionar la pieza de mayor efectividad en este ajedrez, se trata del maquiavélico aparato diseñado para el sometimiento de la población a través del hambre, el miedo y la represión. El régimen ha sabido capitalizar el caos de la misma manera que un secuestrador se vale de su posición de poder sobre su víctima. Es una suerte de Síndrome de Estocolmo en el cual los más desposeídos protegen al que les da de comer, a pesar de los maltratos que reciba. Es la explotación de la supervivencia del más débil en un mecanismo primario de control. Queda por mencionar la acción represiva que los cuerpos de seguridad ejercen sobre la población que alza su voz de protesta contra las atrocidades del régimen. A esta represión debe sumarse el trabajo que hace el hampa en la toma de los espacios, replegando y encerrando al ciudadano en las paredes de sus hogares.

Como se aprecia, los hilos que sostienen a Maduro son múltiples y están interconectados en un entramado complejo. Es una red que se ha tejido al mismo ritmo que lleva la destrucción institucional. Más allá de las apariencias, esta malla se encuentra en su punto histórico de mayor debilidad. El mundo entero ha despertado frente al horror venezolano y está avanzando para forzar al régimen a aceptar una salida. Aunque lo disimulan muy bien, aún quedan dentro de la Fuerza Armada venezolanos dispuestos a acompañar una solución de cambio, siempre que se le plantee al país un proyecto de restitución democrática acompañado de medidas urgentes para al menos, detener la gravísima crisis humanitaria.

El ciudadano venezolano, más allá de la dolorosa diáspora y el sometimiento que lo presiona día a día, reserva energías para la lucha. Lo demuestra constantemente en su irreverencia frente al poder, en la denuncia de la injusticia y en la solidaridad con aquellos más desfavorecidos. Sólo es necesario que se abra una mínima rendija creíble con la luz del cambio, para que veamos materializarse una unidad verdadera galvanizada para terminar de derrumbar algo que por sí solo se debió haber caído hace tiempo atrás.

Fuente:
https://www.lapatilla.com/site/2018/03/24/los-hilos-que-sostienen-el-poder-por-alberto-ray/

domingo, 7 de mayo de 2017

UN LARGO RECORRIDO



De una privilegiada observación

Luis Barragán

Cada vez desmayan más las movilizaciones de calle del gobierno, entendiéndolas como la oportunidad para alcanzar algún recurso de supervivencia, el testimonio de preservación de un empleo que nunca podrá garantizar y el gesto capaz de simular una adhesión que, a la postre, demuele moralmente a sus asistentes. Los aventajados promotores, arbitrando las inversiones, las desean como una escalada de escarmiento definitivo frente a toda disidencia, cual tsunami que espontánea y estrepitosamente la arrope, reduzca y asfixie evitándole el costo insoslayable de una masiva operación de comando con la que sueña toda propuesta totalitaria al sublimar la solución final.

Valga el ejemplo, las infructuosas tareas de provocación que regularmente adelantan en las adyacencias de la sede legislativa de Caracas, cierta vez se pensaron como la devoción ilimitada de una muchedumbre enardecida capaz de acabar con los parlamentarios de la oposición, espontánea y gratuitamente. No ha ocurrido así, infiero, porque el grueso de los convocados exhibe una militancia nominal en el partido de gobierno, padece la calamitosa situación que aqueja al resto de los venezolanos con la implícita o explícita objeción de consciencia, no está dispuesta a dar una respuesta desconocida que únicamente favorecería el interés de sus animadores, no desea arriesgarse entre los desconocidos de un reclutamiento azaroso que tiene en las dependencias oficiales su fuente principal, desembocando en una apuesta temeraria, por decir lo menos.

El fracasado cerco del Capitolio Federal, más allá de la constancia expuesta por los piquetes tarifados en algunas de sus esquinas, permite colegir sobre la falsa o insuficiente bolsa de comida, la promesa incumplida de una cantidad de dinero, la precariedad de un empleo que no se sostiene por una volandera certificación de asistencia y quizá toda la precaución tomada en relación al chivo expiatorio que se intuye necesario para la ya probada gesta de victimización del régimen. Por ello, el  ensayo general del asalto a la Asamblea Nacional, teatralizándolo fallidamente como una reacción popular mientras dejó ver las costuras de una acción planificada y ejecutada por los más decididos miembros de la logia oficialista local.

Los actos gubernamentales de masas que suelen confundir con una política de masas, según el manual, algo distante a lo que los politólogos cubanos llaman democracia participativa de masas, están demasiado teñidos de un revanchismo que la realidad apenas logra contener. No los hay, porque nunca los hubo, ni siquiera por motivos electorales, como una jornada pedagógica de civismo, pues, militarizado el compromiso político, siempre se trató de una demoledora demostración de fuerzas susceptibles de una rápida actuación con el único chasquido de los dedos de quien funge como el líder o el retratista-hablante del enemigo a destruir, sitiando caseríos, pueblos y ciudades, como lo ilustra el fallido y enfermizo empeño de acabar con los parlamentarios adversos, más allá del ridículo perifoneo y de los cohetones que llegan al patio de palacio, quemando las divisas.

El pasado 19 de abril tuve la involuntaria ocasión de transitar entre los contingentes del oficialismo que descongestionaban la avenida Bolívar de Caracas, luego del mitín-sarao de Nicolás Maduro. Encomendado a Dios, los atravesé sorteando una circunstancia personal que cito – nada vanidosamente – para contextualizar la rara y larga faena que me tocó en suerte.

Horas antes, había pisado la autopista a la altura de Altamira y, entre los iniciales disparos lacrimógenos y de los otros que sólo después se saben, me resentí de la lesión en la rodilla izquierda que produjo uno de los eventos escenificados en la avenida Libertador, días antes, donde – por cierto – recibí el auxilio inmediato de  Henry Alviárez, logrando levantarme del pavimento en medio de un obsceno y letal gaseo;  y más tarde, perdidos los lentes y despegada la suela del zapato deportivo derecho, cual aguja en un inmenso pajar, hallé casualmente a Nancy Rivas, quien me orientó y ayudó a salir del lugar para un duro recorrido a pie de varias horas. De vuelta a la escena anterior, muy adolorido, José Gregorio Contreras y Clemente Bolìvar lograron sacarme del radio altamirano, presumo a la altura de Chacaíto; y, en El Recreo tenebroso de pimienta, mostaza o lo que fuese, José Gregorio intentó devolverse al teatro de los acontecimientos y Clemente, insistió en llevarme a su casa para atenuar la dolencia.

Pasé dos o tres horas en la casa de Clemente, cuyo automóvil estaba  dañado y, de todos modos, nada se haría ya que la ciudad estaba deliberada y completamente incomunicada, excepto para los transportistas del acto gubernamental.  Me preocupaba mucho el regreso a la casa de mi hermana, ya que telefónicamente reportaba una situación difícil en El Paraíso, al otro lado de la ciudad.

Bajo la protesta de mi anfitrión, decidí  irme antes de que avanzara la tarde con la esperanza de encontrar a un mototaxista dispuesto, como tuvo en suerte José Gregorio ya rebotado de la autopista, mordido por la represión. Caminé poco a poco, cojeante a la espera del motociclista que nunca llegó, tomando y descartando opciones de calles y callejuelas, desprendiéndome de cualquier insignia partidista, confiado en la oración.   

Tapiadas otras alternativas, por la amable información que me dio una agente de la PNB, me metí por la de mayor flujo de personas que nos pondría de Plaza Venezuela hacia la misma avenida Bolìvar y de ésta hacia la avenida Universidad, con la prudencia necesaria ante quienes seguramente se extrañaban del solitario caminante, algo más o menos preparado para esquivar un posible asalto. Al bordear el parque de Los Caobos, me supuse víctima del hampa, pero únicamente el sujeto quería la colilla del cigarrillo que me quedaba, alejándose agradecido.

Observador privilegiado, imposibilitado de sacar el móvil celular para las fotografías deseadas, procurando ahorrar la batería para reportarme regularmente con mi hermana y con Clemente en el difícil tránsito, lo más llamativo fue el despliegue de autobuses, uno que otro del interior, mejor organizado el recibimiento de los mitineados por los dispuestos desde los ministerios y otros despachos, como el del SENIAT. Quizá porque se marcharon antes los otros, dejando una estela interminable de viandas desechadas de anime en cada cuneta,  lo que estaban estacionados acomodando confortablemente a sus pasajeros de un reluciente material POP, contrastaban con los otros mitineados de a pie de la más variada estampa: los había caminando lentamente con un niño tomado de la mano, con desteñidas franelas de viejas campañas, animados alrededor de una bandera nacional, más apagados que exaltados tras el agotador evento, lidiadores del sol y de la amenaza de lluvia, también hurgadores de las viandas abandonadas, animados con Chávez y resignados con Maduro, sin que nadie velase por su seguridad tal como lo vimos en dos o tres buses, con escaso disimulo del radiotransmisor y del arma de fuego.

Pasando al lado de un portentoso bus vino-tinto, esquineado en la Torre Polar, el abordaje fue demasiado apagado, despojándose los pasajeros de sus novísimas y relucientes franelas y gorras, prestos a tomar una pequeña vianda que parecía autorizarlos para sentarse. Por un momento miré hacia atrás, distinguiendo a dos o tres motorizados que aparentemente recibían lo suyo a las puertas de la unidad.

Avancé hacia la Bolivar cruzada constantemente por motorizados que, por lo menos, iban en pareja, perdida toda posibilidad de un taxista. Cierto, ya había transcurrido dos o tres horas de finalizado el mitín, pero – teniendo a la vista el fondo con la tarima -  nada indicaba un lleno, por lo menos, como lo supimos tantas veces en mítines celebrados entre las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado que siempre dejaban huellas prolongadas en el sitio. El tramo concentraba la más vistosa propaganda, grandes equipos de sonido a desinstalar, y grupos de personas daban paso a las pocas camionetas de lujo que rebotaban sus imágenes de los muy oscurecidos vidrios, en el ambiente anodino de una obligación laboral cumplida, pues, siempre fue mi impresión al paisajearlos.

Ya era tiempo de torcer el itinerario y tomar hacia la avenida Universidad, preventivamente, pues, no soy una figura pública reconocible inmediatamente, cuyo bajo perfil concuerda con el temperamento,  pero – en las vecindades de la sede legislativa – algún obcecado podría enterarse y, por supuesto, el peligro pisaría mis talones. Caminé en zig-zag, entre una acera y la otra, hasta que un joven -  enfundado en una chaqueta roja - se acercó y, con voz moderada, me preguntó: “Diputado, ¿qué coño hace por aquí?”; y me dije silenciosamente, “listo, me jodí”.

El joven no se identificó ni esperó respuesta y quizá observándome cojitranco, me recomendó  que tomara la cuadra de la casa natal de Bolìvar lo más rápido posible, “porque esto está lleno de camaradas”. Le hice caso, volteé por un instante y él se confundió con otra gente, oyendo – esta vez – consignas más aireadas al acercarme a la esquina de El Conde para doblar a la de Capitolio, con su enjambre deshilachado de personas   deseosas de transportarse.

Por suerte, detrás de la única camioneta que ofertaba el viaje por la autopista hasta La India, la cual se llenó violentamente, entre adultos y niños, estaba el motorizado que no me llevaría a otro lugar diferente, porque “El Paraíso tá’candela maestro”. Y así ocurrió, desplazándonos de nuevo entre los grandes cordones de la GNB y de la PNB que nunca dejamos de ver, arribamos al sitio ya ajado por las lacrimógenas, al pie de La Vega.

La rodilla cada vez más inflamada supo de una avenida Páez interseccionada por barricadas, cacerolazos, botellazos, gritos de condena al gobierno y, a la vez, respondida por ballenas y tanquetas de fulgurantes chorros,  lacrimógenas y disparos de quién sabe qué, tejiéndola al acercarse la obscuridad que parecía ensancharla.  Conocí de nuevos resquicios, cumpliendo un periplo largo y penoso, evitando que me diera alcance algún objeto lanzado con rabia, avisando de la supuesta cercanía a casa.

Circulaban motorizados que no cuidaban de esconder el cañón de sus pistolas, aunque una de las dos personas asaltadas que vi, entregó sus cosas aterrorizada en menos de un minuto, corriendo como podía para ocultarse tras un delgado árbol mientras volaba el victimario confundiéndose cómodamente entre los uniformados, aferrado el parrillero al módico botín quizá de un teléfono, un reloj pulsera, una cartera. Muchachos inconformes y resueltos,  trapeados en la cabeza, lo más lejos que llegaban era con un peñonazo y un grito de rechazo, detrás de las bolsas despedazadas de basura,  recibiendo el múltiple cañonazo lacrimogenador que muy probablemente escondía los otros disparos de quién sabe cuál proyectil.

Tragando tanto gas como en el distribuidor de Altamira, esperé en un recodo mirando la lejana disposición de los blindados de agua y gas que cubrían a los efectivos de la GNB, emponzoñados frente a un edificio que los caceroleaba con más fuerza. De repente, tronó ese rincón de la avenida versionando el mitín-sarao de Maduro, haciendo la política de masas de sus encantos, facturando desmedidamente la protesta que concernía  a esa clase media sobreviviente de los muchos edificios y las pocas casas de la vieja urbanización,  también nutrida por los jóvenes que se veían bajar desde la Cota 905 para dejar constancia del rechazo vehemente de los sectores más populares encarcelados por el hampa organizada.

Esperé y llegué a la casa de mi hermana al día siguiente, resguardándome en la  cercana de otro hermano, porque no logré superar las dos o tres cuadras que faltaban. La noche se hizo larga, entre detonación y detonación, y el toque de queda impuesto en la práctica.

Me distraje un poco, atendiendo la inflamación de la rodilla, pensando en el ambiente tan triste que percibí al concluir el acto de Maduro en la Bolívar, extendido en las calles cercanas. Excepto la aventura indeseada de recorrerlo, oficialismo adentro, la escena nada nuevo aportaba a lo que ya no eran meras presunciones. 

Días después, lidiando con el insomnio,  indagué en la red sobre aquellos mítines que celebraron la primera y segunda declaración de La Habana, escaseando las fotografías y edulcorados los pocos videos. Populismo de movilización, se dirá, pero – bajo la muerte y los carcelazos de sus opositores – los Castro fueron experimentados dirigentes políticos capaces de concitar y escenificar tan impresionantes actos que apelaron a la democracia directa, pues, sorprendente, la asamblea dijo votar la propuesta por unanimidad: la engañifa luego acostumbrada.

En contraste, hoy el régimen venezolano celebra sus actos de masas cuando reprime a la ciudadanía salvajemente, en el este y oeste de Caracas,  y los simula a través del reality-show que no tiene más atractivo que la morisqueta agraciada sólo por los más cercanos colaboradores de Nicolás, afincándose en la procacidad como su único mensaje. Además, no por casualidad, entendido el casco histórico de la ciudad como una trinchera, genera un inmenso tedio entre los suyos, cada vez menos numerosos, los mismos a los que condena a las prolongadísimas colas por un tal Carnet de la Patria concedido como un favor de algún quizá beneficio personal.

Probablemente, no bastando los voluntarios que han acampado a las puertas de Miraflores, suponiéndolos para las horas difíciles,  el acto de masas por excelencia que concibe es el de un enorme escudo humano que lo proteja. Y faltando los adherentes, el dispositivo militar del que nunca dudan en activar,  sin previo aviso. 

08/06/2017:
http://www.scoopnest.com/es/user/PrensaMCM/861586922493181954 

domingo, 9 de febrero de 2014

DESENCAPUCHADURA

Del madurato  (y 14-F)
Luis Barragán


Hubo chavismo, manifestación de un movimiento político y social, y, luego, chavezato, poder constituido. Ahora tenemos  el madurato, sin que avistemos el madurismo.

Sustentada en la necropolítica, transitamos otra etapa en la que afloran y prevalecen las características personales de Nicolás, quien parece más un agente cubano que mandatario venezolano, o el tal presidente-obrero de los felicitadores de ocasión, negado el respaldo de los trabajadores que lo sienten ajeno.  Hay un nuevo poder establecido que, con alguna lentitud acelerada, valga el oxímoron, está desplazando los ya viejos intereses que nuclearon a las camarillas, definidos y acuerpados en larga década y media, marcando las otras distancias con los hechos originarios.

Nicolás vive  una experiencia personal de poder, enfatizando que a Capriles “lo tengo trabajando”, metido por ahora en el carril.  Una rara concepción del Estado que pierde sus complejidades en la versión de una jefatura que depende de repentinos e inspirados caprichos verbales, ya que el libreto se impone: el muchacho de mandado, manda.

El radical informalismo  no entiende ni acepta nociones tan elementales como la división de los órganos del Poder Público, subastada la opinión forzosamente favorable entre los opinantes del régimen. Muy escasos son los mecanismos institucionales que emplea, como la liturgia castrense que la sabe indispensable para convencernos de la suprema posición, o la Gaceta Oficial que recoge sus decisiones, pues,  vocea las consignas e increpa al disidente, creyéndose desobligado a cumplir con el mínimo respeto hacia las altas responsabilidades que desempeña y, mucho menos, a dar explicaciones más o menos sensatas y que superen los caracteres de un Tweed vespertino: jamás deseamos descalificar a nadie en términos personales, pero un mal orador y un mal lector de las parrafadas que lo han ocupado en la Asamblea Nacional, a pesar de una diputación privilegiada de años, simplemente ordena y ofende cuando no sabe ni le importa argumentar.

Por más que las emisoras y periódicos gubernamentales expriman la imagen de Chávez Frías, lo incontrovertiblemente cierto es que ya no está, y – en lugar de insistir con él – la atención debemos dispensarla hacia Nicolás Maduro. Ya el chavezato no existe y, fantasmal, el chavismo es – a lo sumo – una nostalgia del pasado absurdamente prorrogado, porque – querámoslo o no – es Nicolás Maduro el que gobierna, se le impone a Diosdado Cabello, a Rafael Ramírez y a todo el alto mando militar.

La inconformidad estudiantil, en las cercanías del bicentenario de la Batalla de La Victoria, es el resultado – mas, no la causa – de una crisis igual e inescrupulosamente reprimida, a pesar de los altísimos costos sociales y económicos que acarrea.  Parto de los laboratorios oficiales, anudándose a un eufemismo del que esperan ciertos rendimientos en el ámbito psico-social,  anuncian para el 14 de febrero un Plan de Pacificación que significativamente “coincide con el Día del Amor, de la Amistad”;  aplicable en todo el territorio nacional, advertidas las bandas criminales respecto al tiempo que se les ha terminado; prometidas normas “muy estrictas”  contra el amarillismo de los medios, curador de los antivalores del capitalismo y el culto a las armas, la violencia y las drogas: "El Plan de Pacificación, una de sus áreas de trabajo muy priorizada es el desarme de todas las bandas (...) No acepto retos contra el Estado, ni contra las instituciones ni contra la sociedad. Que tengan claro quién soy yo: soy un revolucionario, un hombre del pueblo", apuntó Nicolás hace poco, admitiendo que sus colaboradores le pidieron un poco más de tiempo para diseñar la oferta.

Lógicamente, el solo anuncio genera malestar e indignación, pues, porque tácitamente reconoce el monumental fracaso de algo que presentaron como  Patria Segura, concediéndoles mayor tiempo a los homicidas que están sueltos en el extenso territorio, mientras corren los técnicos a remendar el capote.  Las capuchas de la remota militancia, ya no sirven para gobernar. Empero, según la transmisión de Venezolana de Televisión, la Primera Combatienta (SIC) del Táchira pronunció un curioso discurso ante la escasa audiencia que la emisora apenas disimuló, exigiéndole responsabilidades al alcade de la ciudad que ella habita desde hace un año, proclamando que no se entiende con encapuchado, sino con gente que muestre sus nombres y numeración de las cédulas de identidad.

14- F

Además, si olvidan que el ultraizquierdismo nutrió y se valió de la antipolítica para ascender al poder década y media atrás, ni remota idea deben tener de los eventos que experimentó   Caracas casi 78 años atrás. Quizá el Sagrado Fuego de la Patria no tenga todavía  la retórica, el ánimo y la floritura para explicarlos según código de Jacinto Pérez Arcay.

Fallicido Juan Vicente Gómez, 1936 tiene por acento inaugural las exigencias de una apertura política que parecía explicarla el retorno de los exiliados, pero resultaba insuficiente. El reclamo esencial era el de las libertades políticas y alcanzó tal calibre que el gobierno suspendió las garantías constitucionales, censurada la prensa.

La mañana del 14 de Febrero de 1936, fue reprimida ferozmente la protesta popular encabezada por el estudiantado con un saldo de muertos y heridos. La ciudad capital fue el novedoso escenario de la manifestación que, por si fuese poco, enderezó el camino hacia Miraflores y, valga acotar, no rogó el diálogo: Eleazar López Contreras recibió a una delegación, escuchando atentamente al vocero, Jóvito Villalba, que – al parecer – hasta golpeó con su pajilla el escritorio presidencial.

Los dialoguistas del momento actual, aquellos que lo piden y aceptan incondicionalmente reducidos a meros espectadores de un monólogo, no tienen por qué saber minuciosamente todos y cada uno de los eventos que explican nuestro historial republicano, pero sí deben saber o intuir que existen precedentes en las luchas cívicas y populares que piden un mínimo de consecuencia. Por cosas del azar, Nicolás Maduro anuncia un magistral e infalible Plan de Pacificación para el 14 de febrero de 2013, decidido a censurar directa o indirectamente a los medios independientes de comunicación social, ignorando la significación histórica de una fecha que, por cierto, tan anticapitalista él, únicamente la recuerda como el Día del Amor, de los Enamorados o de la Amistad, tan cara a las actividades comerciales.

López Contreras fue un sucesor presto a la transición y, a pesar de hallarse en los supuestos ideológicos del gomecismo, apostó por una cierta apertura que combinó la tolerancia y la represión en desiguales dosis. Luis Ricardo Dávila  (“El Estado y las instituciones en Venezuela [1936-1945]”, Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1988: 80-94),  caracteriza al régimen como propulsor de una democracia evolutiva, afianzada en la gradualidad del ejercicio de los  derechos políticos democráticos, intentando un equilibrio entre el orden y las  libertades; esgrimiendo el legalismo, como “principal norma política del gobierno”, con orden y disciplina; mejoramiento condiciones materiales de los sectores populares, previo reconocimiento de una situación catastrófica; y abogando por un  bolivarianismo político y electoral, imbuido de positivismo.

Luego, el madurato tiene por empeño el retroceso político en relación a los derechos y garantías conquistados por los venezolanos con sobrados sacrificios, violentando la normativa jurídica vigente, generando una pobreza que no se compadece con los ingresos petroleros, y ridiculizando ya a un Bolívar extenuado. ¿La mayor paradoja? Reprimiendo al estudiantado que protesta, en la fecha bicentenaria de la Batalla de La Victoria, y anunciando una extraña pacificación el 14-F, con jóvenes presos y reprimidos, después de casi 80 años de la gesta popular que conmovió a Caracas.

http://opinionynoticias.com/opinionpolitica/18196-del-madurato-y-14-f
Pieza: Esther Stocker, .
Fotografías: Juanito Martínez Pozueta para el artículo de Analuisa LLovera sobre los sucesos del 14 de Febrero de 1936. Momento, Caracas, nr. 396 del 16/02/64.