Del obituario parlamentario
Luis Barragán
Frecuente acto parlamentario, la representación popular suele pronunciarse sobre la irreparable pérdida física de algunos venezolanos, oficializándose – digamos – como ejemplo para las nuevas generaciones. Naturalmente, la muerte es un trámite inevitable que obliga al tributo, reparando en la excepcional y trascendente significación de las personalidades que cumplen el adecuado requisito moral para la elevada declaración. Sin embargo, excesos y defectos aparte, hay observaciones necesarias que consignar respecto a lo que podríamos denominar la sección de obituarios de la Asamblea Nacional, considerados y aprobados los proyectos de acuerdo alusivos.
La irreductible pluralidad del cuerpo asambleario, ha de guardar correspondencia – bastante inexacta, por cierto - con la variedad y complejidad de dolientes del país y, por muy arbitraria que sea la selección, debe tenerse el cuidado de una motivación lo suficientemente amplia que permita valorar adecuadamente el aporte de las personas desaparecidas. Pésimo hábito de la bancada oficialista, por lo general, plantea nombres de una radical y sectaria versión histórica, política e ideológica que fuerza a la bancada opositora a afinar sus observaciones, procurando el respeto y la delicadeza que merece todo aquél que haya cumplido el señalado trámite.
Hay un evidente contraste entre los proyectos que ha planteado la unidad democrática, entendiendo como el mejor tributo una motivación que sea válida por encima de las discrepancias, pues, al fin y al cabo le hablamos a todo un país, y los que animan al PSUV y sus aliados, tercamente empeñados en remitirlos a una exclusiva militancia que no equivale ni representa a la mayoría ciudadana. Tratándose de un nada curioso auto-engaño, la fracción apenas mayoritaria del gobierno impone acuerdos de una sesgada interpretación de las personas, el mundo y las cosas, resueltamente inmodificables así la minoría repare en algunos gazapos gramaticales que los defensores del ponente evaden, como si se tratase de un documento en el que el régimen juega su supervivencia.
Recientemente, fue debatido y sancionado un acuerdo relacionado con Máximo Canales. Monopolizada por el oficialismo la Tribuna de Oradores por tiempo ilimitado, apenas dispusimos de los minutos reglamentarios para replicar la propuesta.
Dejamos constancia de nuestro profundo respeto por el diputado Fernando Soto, convencido de una prédica con la que evidentemente estamos en desacuerdo, referido ya en múltiples ocasiones al empeñarse en dar una versión épica de la insurgencia de la década de los sesenta, acaso porque pasaron de largo el inmediato y profundo debate que la derrota produjo. Luego de señalar la imprudencia de aludir a la complicada etapa que también protagonizó Paúl del Río, atendiendo el duelo de sus familiares y amigos, subrayamos su faceta artística, pues, recordamos su primigenia exposición en la galería “Viva México” (por error, dijimos “Viva Zapata”), y un reportaje de la revista “Resumen” de mediados de setenta de hermoso título (“Instrucciones para trascender”); señalamos la breve conversación que sostuvimos dos o tres años con él, al visitar y constatar las condiciones del Cuartel San Carlos, como un ciudadano más; distinguimos entre la prisión cumplida por los insurgentes en esta fortaleza colonial y la que le tocó al diputado Richard Blanco en un centro penitenciario para delincuentes comunes, por no citar La Tumba del SEBIN de los días que corren, pero – también – propiciamos simultáneamente un modesto reconocimiento a otros venezolanos fallecidos días atrás. Valga la coletilla, de la propuesta oficialista del Orden del Día nos enteramos – in situ - al inicio de la propia sesión, por lo que no hay ocasión para conocerla y estudiarla anticipadamente, como ocurría con el viejo parlamento, por una lógica organización de las labores, aunque – casualmente – un mes antes nos ocupamos, por ejemplo, de la reseña de la prensa que versó sobre el secuestro de Alfredo Di Stéfano en agosto de 1963, además, en el contexto de un continuo sabotaje de la subversión (secuestro de personalidades y obras de arte, colocación de bombas en dependencias diplomáticas, incendios en almacenes, voladuras de oleoductos).
Planteamos también un minuto de silencio en homenaje a figuras como Leonardo Montiel Ortega y Guillermo Rodríguez Blanco (o Julián Pacheco), parlamentario y experto petrolero, comediante de una enorme popularidad, respectivamente, sin el menor ánimo de entorpecer el momento para Canales o del Río, aunque hubo una expresa negativa del oficialismo para compartirlo, diluyéndose tan injustamente la propuesta. Y es que, cuando previamente no se sabe ni se ordena pluralmente la agenda de trabajo, el riesgo es el de la arbitrariedad de la mención y hasta la misma e inmerecida circunstancia de exponer al homenajeado a las más díscolas opiniones, por lo que debemos tener cuidado.
Quizá nuestra primera intervención en una sesión plenaria, hacia 2011 coincidimos en la ofrenda parlamentaria para Cesar Rengifo apuntando al nombre de Simón Díaz, o hacia 2014 nos valimos de la intervención suscitada por una solicitud de crédito adicional para señalar a Oswaldo Vigas, logrando que la mayoría enmendara y rindiera el tributo. E, incluso, una rara vez, a pesar de las divergencias manifiestas del diputado Earle Herrera, votó junto a sus compañeros de bancada, como señal de respeto hacia el “otro país”, un acuerdo favorable al periodista Oscar Yánes hacia finales de 2013.
Se dirá, con mucha razón, que polemizar sobre el obituario parlamentario es una necedad al cotejarlo con la consabida crisis que padecemos los venezolanos, pero – desde la perspectiva de las señales éticas que la instancia genera – el asunto no luce tan secundario. En la Venezuela que viene cabemos todos, incluso los que ya físicamente no están entre nosotros.
Fuente: http://www.diariocontraste.com/del-obituario-parlamentario-por-luis-barragan-luisbarraganj/
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domingo, 12 de abril de 2015
miércoles, 8 de abril de 2015
OBITUARIO (S) PARLAMENTARIO (S)
De un máximo canal
Luis Barragán
En su sesión de ayer, la Asamblea Nacional consideró y aprobó un acuerdo en homenaje a Paúl del Río o Máximo Canales, protagonista de dos hechos francamente espectaculares, el secuestro de un famoso futbolista y de una embarcación, durante los difíciles años sesenta. Por supuesto, el proyecto dio una versión que, juzgamos, siendo tan excesivamente interesada y sectaria, no refleja al país pural y complejo que somos.
Respetamos – lo dimos – los planteamientos del diputado ponente y creímos innecesario y contraproducente, insistir sobre la significación y las consecuencias de la consabida insurrección armada de décadas atrás. Preferimos comentar sobre el artista que descubrimos, paradójicamente, a través de la revista “Resumen”, cuyo reportaje llevó un hermoso título (“Instrucciones para trascender”, siendo muchachos, o las veces que vimos su obra en galerías (quizá la “Viva Zapata”); y, por supuesto, el Cuartel San Carlos.
Dos o tres años atrás, visitamos la histórica prisión colonial y nos sorprendió la literal ruidad en la que se encontraba, afecta por una remodelación parcial, mas no una debida restauración, imputable a la era de Farruco Sesto. Tuvimos ocasión de hablar con él brevemente, y la escasez de recursos con los que contaba la fundación presidida por Canales.
Obviamente, nos vino a la mente la muy distinta circunstancia que vivió el diputado Richard Blanco, preso en un centro penitenciario ara delincuentes comunes que convierte al San Carlos en casi un rissort. Sin embargo, cuidamos de no empañar el tributo.
Seguídamente, recordamos – cual sección parlamentaria de obituarios – desapariciones físicas recientes como la de Leonardo Montiel Ortega y Julián Pacheco, referentes también ineludibles de la Venezuela contemporánea. No fue posible que la Asamblea Nacional les dispensara un minuto de silencio a ambos, así de simple: sólo hay un máximo canal, el del gobierno que dice sus precursores.
Fuente: http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/22188-de-un-maximo-canal
Luis Barragán
En su sesión de ayer, la Asamblea Nacional consideró y aprobó un acuerdo en homenaje a Paúl del Río o Máximo Canales, protagonista de dos hechos francamente espectaculares, el secuestro de un famoso futbolista y de una embarcación, durante los difíciles años sesenta. Por supuesto, el proyecto dio una versión que, juzgamos, siendo tan excesivamente interesada y sectaria, no refleja al país pural y complejo que somos.
Respetamos – lo dimos – los planteamientos del diputado ponente y creímos innecesario y contraproducente, insistir sobre la significación y las consecuencias de la consabida insurrección armada de décadas atrás. Preferimos comentar sobre el artista que descubrimos, paradójicamente, a través de la revista “Resumen”, cuyo reportaje llevó un hermoso título (“Instrucciones para trascender”, siendo muchachos, o las veces que vimos su obra en galerías (quizá la “Viva Zapata”); y, por supuesto, el Cuartel San Carlos.
Dos o tres años atrás, visitamos la histórica prisión colonial y nos sorprendió la literal ruidad en la que se encontraba, afecta por una remodelación parcial, mas no una debida restauración, imputable a la era de Farruco Sesto. Tuvimos ocasión de hablar con él brevemente, y la escasez de recursos con los que contaba la fundación presidida por Canales.
Obviamente, nos vino a la mente la muy distinta circunstancia que vivió el diputado Richard Blanco, preso en un centro penitenciario ara delincuentes comunes que convierte al San Carlos en casi un rissort. Sin embargo, cuidamos de no empañar el tributo.
Seguídamente, recordamos – cual sección parlamentaria de obituarios – desapariciones físicas recientes como la de Leonardo Montiel Ortega y Julián Pacheco, referentes también ineludibles de la Venezuela contemporánea. No fue posible que la Asamblea Nacional les dispensara un minuto de silencio a ambos, así de simple: sólo hay un máximo canal, el del gobierno que dice sus precursores.
Fuente: http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/22188-de-un-maximo-canal
domingo, 4 de agosto de 2013
BREVE DOSSIER DE UN PROLIJO MES DE MEDIO SIGLO ATRÁS


Luis Barragán
Medio siglo atrás, la situación venezolana era difícil. Hemos insistido, los actuales gobernantes jamás soportarían algunos instantes parecidos, y – como en 2002 – no tardarían en desatar una inmediata y feroz represión que, muy luego, edulcoran evadiendo responsabilidades, complacidos con una versión amable e interesada de los acontecimientos convertidos en una épica.
Por 1963, el propósito del gobierno de Betancourt fue el de realizar los comicios generales: coincidiendo los extremos, sectores de la derecha trabajaban por un golpe de Estado, deseado desde la izquierda para simplificar la estrategia adelantada con el descarado apoyo de Fidel Castro. Fue tal la acumulación de los sucesos que, ejemplificado con el mes de agosto del citado año, además de los ya acostumbrados actos terroristas, regresó Marcos
En orden inverso, la policía política no sólo logra la detención de Carlos Savelli Maldonado, acusado de distintos hechos conspirativos, sino – entre otras personas – una muy particular: la de Alirio Ugarte Pelayo, notable dirigente de URD, partido que suscribió el Pacto de Punto Fijo. Posteriormente liberado, después de denunciada su incomunicación en la dirección de Estupefacientes de la Digepol, el Juez Primero de Instrucción, Augusto Matheus Pinto, dio una explicación sobre el propósito de las investigaciones, como no las dan ni se atreven hoy ningunos de los jueces permanentemente visteados por el poder establecido, excepto éste ordene lo conducente.
Serie futbolística en Caracas, entre el Real Madrid y Oporto, pero comandado por Paul del Río (a) Máximo Canales (de quien supimos, por cierto, la primera vez gracias a un reportaje de la revista Resumen, a mediados de los setenta), un grupo insurgente secuestra a Alfredo Di Stéfano, quien –
Requerido por la justicia venezolana, es extraditado Marcos Pérez Jiménez, condenado por corrupción y, a la vuelta de cinco años, puesto en libertad. Estuvo en una celda especial de la Cárcel Modelo, lo que actualmente no ocurriría porque ella no existe, y tampoco la más mínima consideración con el oponente, por lo general, destinado a compartir con la delincuencia común, si fuere el caso.
Por aquellos días, Teodoro Petkoff se escapa del Hospital Militar, Monseñor José Rincón Bonilla media entre el gobierno y los partidos PCV y MIR, Wolfgang Larrazábal suelta y repite una frase terrible contra el Presidente Betancourt. Sin embargo, más allá del mes que nos ocupa, recordemos que la coalición gubernamental perdió – desde el año anterior – el control de la Cámara de Diputados, y – a pesar de los pesares, compensado con el apoyo del Senado – finalizó el período constitucional con el Congreso intacto, salvo los tardíos y contados allanamientos parlamentarios, añadido el apresamiento inmediato de quienes – a la postre – reconocieron su compromiso con la lucha armada, por el nada divertido atentado contra el tren de El Encanto.
a las horas – es liberado luego de ser bien atendido por sus victimarios. Tratamos de una espectacular acción propagandística que tuvo una inmediata proyección mundial, y no quisiéramos imaginarnos que el gobierno actual pasara por algo semejante, pues, añadiéndole todo lo que puedan, daría e impondría una versión demencial de la agresión propinada en su contra y, en lugar de purgar la pena, como ocurrió con Canales, en el Cuartel San Carlos, los ejecutores – de sobrevivir – estarían aún peor que Simonovis y compañía por desacreditar la Patria Sagrada.
Pérez Jiménez al país, fue secuestrado el futbolista Alfredo Di Stefano y detenido Alirio Urgarte Pelayo.
http://opinionynoticias.com/opinionnacional/16196-de-algunos-contrastes
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