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lunes, 26 de marzo de 2018

ENTRE EL ARDID Y LA EPOPEYA (1)

Religión política
Luis Barragán


Dirigido por Luis Alberto Buttó y José Alberto Olivar, el conjunto de trabajos recientemente publicado por la Editorial Negro Sobre Blanco, intitulado “Entre el ardid y la epopeya. Uso y abuso de la simbología en el imaginario chavista” (Caracas, 2018), constituye  un magnífico aporte a la discusión. Sobre todo, porque decididamente la actualiza, dejando atrás criterios harto convencionales.

Pablo Sergio Sánchez, abre otra ventana para una perspectiva inusual, por lo menos, para la opinión pública: “Bolívar vive, la  lucha sigue. La religión política bolivariana del movimiento chavista” [151-176].  Los referentes político-ideológicos abandonan sus antiguos parámetros, abriéndole el camino a la religión y a la religiosidad política, siendo tan esencial la devoción demostrada, a nuestro juicio, una consecuencia indeseable de la antipolítica, en lugar del compromiso que, afincado en la razón, supo de distintos desarrollos, incluyendo las disensiones, como movimiento, escuela y tradición que realizaba determinadas posturas doctrinarias, ideológicas, programáticas, organizacionales,  tácticas y estratégicas.

El marxismo-leninismo, por ejemplo, en reclamo de una militancia creída y engreída como la más auténtica, concedió una identidad cultural, individual y colectiva, teniendo por eje diferentes convicciones, como la lucha de clases, derivando en modos y medios característicos de organización y de relación entre las masas y sus líderes [156 ss., 162].  Era de suponer, respecto a aquellos que monopolizan el poder en la Venezuela del ‘XXI, sintiéndose herederos de los insurrectos armados de la década de los sesenta del siglo anterior, que  sincerarían sus posturas en el momento que más les convendría y, más aún, cuando son demasiado evidentes sus vínculos con la dictadura cubana, pero – a tono con el desprestigio de los fracasados socialismos reales – no sólo supieron esconder sus más aviesas intenciones, sino ensayaron exitosamente otras medios de proselitismo, convencimiento y lealtad que, literalmente, capturó la emoción y ayuda de los sectores ilustrados [175], luego de fracasados los golpes de 1992. E, incluso, recordamos, el único debate “serio” que se dio en la decisiva campaña electoral de 1998, confrontó al sobrio José Rodríguez Iturbe y al evasivo J. R. Núñez Tenorio que hizo de la burla y el cinismo su mejor instrumento para descalificar el encuentro mismo de ambos intelectuales de encontrados signos: muy pocos lograron advertir las señales de lo que, después, se hizo tragedia en Venezuela, desbarajustándola en términos de cultura política.

Partiendo de David Apter, Sánchez nos adentra en el fenómeno de las religiones políticas, “pseudo-religiones y no religiones”, con sus “pseudo-mitos y no mitos”, con rituales que tienden a confundir Estado, partido y sociedad, y de tono profético y vocación movilizadora que, además, tiene en el puritanismo su más poderoso y  peligroso recurso, orientándonos hacia la democracia totalitaria [153, 168]. Apelando fundamentalmente al pasado, tiene como el más consumado antecedente el nasserismo en Egipto, aunque se ofrecen otras experiencias como la de Ghana, Indonesia, Guinea y China.
De fácil relación con el caso venezolano, las religiones políticas emergen y se imponen en los países que viven sendas coyunturas de ingobernabilidad, desintegrándose el viejo sistema  en medio de una creciente irracionalidad, yendo más allá de las convenciones políticas [155 s.], algo que seguramente previó el proyecto continental amasado por el Foro de Sao Paulo.  Conquistado el poder, desconocida toda alternabilidad, éste actúa como el “clero armado” [165], acertada expresión para una iglesia parasitaria que profundiza más en los prejuicios, resentimientos y frustraciones, negando o tratando de negar – sostenemos – la propia existencia del adversario, como un acto (y auto) permanente de fe.

Abusando de todos los recursos materiales y simbólicos del Estado, imposible de olvidarlo, convierte el lenguaje gestual en un misal para la venganza, pues, a modo de ilustración, refiriéndose al golpe de Estado o invocando la violencia personal e inmediata, el choque de un puño con la palma de la otra mano, o la simulación de una pistola con los dedos, fue tributo y compromiso de lealtad con la novísima deidad de entonces. Al transcurrir los años, la verborrea ilimitada y la cámara de televisión, convirtió a Chávez Frías en esa deidad, como no ocurrió con el sucesor que lo ha explotado como objeto de culto hasta donde le ha sido posible.

La academia sugiere ángulos más provechosos para interpretar la amarga experiencia que atravesamos, empeñada la dirigencia política en emplear las – frecuentemente improvisadas – herramientas de análisis que, de una u otra manera, la  hacen parte de la liturgia en boga. Sánchez debe prometernos un texto aún de mayor profundidad que, al menos, actualice la polémica parlamentaria o lo que va quedando de ella.

26/03/2018:
https://www.lapatilla.com/site/2018/03/26/luis-barragan-entre-el-ardid-y-la-epopeya-religion-politica/
https://newstral.com/es/article/es/1090717421/luis-barrag%C3%A1n-entre-el-ardid-y-la-epopeya-religi%C3%B3n-pol%C3%ADtica
https://www.scoopnest.com/es/user/la_patilla/978213603533901824-luis-barragan-entre-el-ardid-y-la-epopeya-religion-politica
http://venezuela.otpisal.com/es_ve/138637
https://venezuelaunida.com/luis-barragan-entre-el-ardid-y-la-epopeya-religion-politica/
https://apuntoenlinea.com/2018/03/26/luis-barragan-entre-el-ardid-y-la-epopeya-religion-politica/
https://www.tenemosnoticias.com/noticia/poltica-ardid-epopeya-barragn-186519/647693
http://venezuela.myasalon.com/entertainment/luis-barragan-entre-el-ardid-y-la-epopeya-religion-politica/
http://tunoticiaexpress.com/luis-barragan-entre-el-ardid-y-la-epopeya-religion-politica/

ENTRE EL ARDID Y LA EPOPEYA (2)

Teatralidad política
Luis Barragán


Circula una extraordinaria compilación de trabajos, dirigida por Luis Alberto Buttó y José Alberto Olivar: “Entre el ardid y la epopeya. Usos y abusos de la simbología en el imaginario chavista” (Negro Sobre Blanco, Caracas, 2018).  Yendo más allá de la interpretación convencional,  la reflexión va al fondo de una realidad hábilmente enmascarada, reivindicando a la academia constructiva y eficaz.

Midgalia Lezama, a quien tuvimos la suerte escuchar en unas recientes jornadas realizadas en la Universidad Católica Andrés Bello, aporta un sólido texto, “Enseñar historia en revolución. Análisis de las propuestas de transformación curricular en Educación emanadas del MPPE 2007-2017)  [81-120]. Guarda una exacta correspondencia con el muy sugestivo de Antenor Viáfara Márquez, “Las coordenadas populistas y fascistas del chavismo. Un mito simbólico de poder” [121-149].

El régimen ha intentado y también logrado reconstruir la memoria colectiva y las identidades [92, 96], realizando un propósito firme y deliberado, como es el de fomentar una apreciación histórica acrítica, maniquea, descontextualizada, instrumental, dicotómica y simplista [80, 97, 108 s.], que “legitima y sustenta a una parcialidad política que detenta el poder” [111]. Por ello, Lezama estudia el diseño curricular de Educación Media General del Ministerio del Poder Popular para la Educación, legitimando y afianzando el proceso que ocupa el siglo, procurando de la escuela comunitaria – según la prédica – un espacio de resistencia cultural, formación para el trabajo, participación política y lucha contra la exclusión social [93].

El asunto cuadra muy bien con una noción, como la de la teatralidad del juego político, fundada en la emoción y el afecto, cuasi-reigioso, cimentando una  ilusión de auto-poder (popular), fiel retrato del chavismo de intensa explotación de los símbolos patrios [123, 131 s., 139, 147]. Viáfara Márquez le concede, así, la originalidad y singularidad de un modelo de rancios rasgos populistas, de un fascismo tropicalizado, cuya jefatura política explica o dice explicar una gesta heroica, internándonos en el terreno de la política y la cultura, la anomia y los símbolos de la redención [122 ss.], permitiendo interiorizar las (actuales) relaciones de poder [141].

Relaciones que, después de fracasada la consabida reforma constitucional, violentando el resultado de la consulta referendaria, consagró  la promulgación de la Ley Orgánica de Educación, la tristemente célebre resolución 058 y el llamado Plan de la Patria 2013-2019, por ejemplo. Luce interesante la compaginación de ambos autores, ya que, entendido el chavismo como una experiencia de la antipolítica, “allí se curten los miedos, las resistencias, las afinidades que van girando hacia la oclocracia, hacia un autoritarismo revestido de democracia y de un socialismo que tuerce el pluralismo social y aplasta la conciencia de las masas” [84, 148].

Del ininteligible socialismo del siglo XXI, una “ilusión fantasmal” [148],  surge un líder weberiano, mesiánico y referente de toda lealtad revolucionaria [133], en medio del oscurecimiento de la sociedad polarizada, portador de  una “nostalgia enfermiza por el pasado” [127].  Sus carencias, deficiencias e insolvencias políticas, interpretamos, las suple (n)  o dicen suplirlas, las cualidades de los héroes del pasado a los que, obviamente, forzados, resultan intemporales y descontextualizados [87], notándose la ausencia interesada  del período hispánico, del mestizaje, del siglo XIX y de la propia historia universal, en la enseñanza de los jóvenes relegados a una suerte de “tribunales del tiempo” (88), afortunada expresión que ilustra la naturaleza del proceso al que son sometidos.

Más cercanos a la explicación mágico-religiosa que a una necesaria experiencia de racionalidad, de Bolívar, Zamora, el Negro Felipe o José Gregorio Hernández, aterrizamos con facilidad a una concepción del poder, como “gracia” [145], dinamizador de los anhelos, deseos y favores cumplidos que, por supuesto, debemos agradecer. Dato que nos remite a una permanente tensión y lucha contra los agentes internos y foráneos que “atentan contra el proceso de transformación social” [99];  concebida la sociedad en perenne peligro,  24 contenidos (curriculares) están relacionados con la Fuerza Armada, la soberanía y la defensa nacional, relegados únicamente a dos los referidos a la familia y su importancia [100, 106 ss.]; por consiguiente,  la “historia secuestrada desde el poder” [120], “no busca comprender, sino juzgar (…) se desenvuelve entre el elogio y la condena, animando rivalidades ancestrales que sirvan de pretexto, excusa o legitimación”  [107].

Nos explica una misma, intacta y tozuda polarización social, política e ideológica, para una teatralidad que, sólo por la violencia, se mantiene en pie. Deducción ésta, que urge de una investigación sociológica a fondo, ahora esbozada por Viáfara Márquez desde la perspectiva de la sociología reflexiva inspirada por Pierre Bourdieu y Loic Wacquant, pues hay elementos objetivos y concretos que sirven de sostén a la propuesta totalitaria de la centuria en curso.

El autor distingue entre la sociedad civil (clase media, empresarios, medios de comunicación), y sectores populares (de escasa identidad de clase, con sentimientos y creencias comunes) [121 ss., 129 ss., 143], en el marco de un capitalismo de Estado de carácter asistencial, por cierto, con “sospechosos nexos” con el capitalismo asiático (131 ss.), en el que ha de realizarse el (anti) valor del sentido de  la venganza heredada por Guacaipuro o Zamora. El socialismo tiene por única palanca, las masas disponibles, desclasadas, alienadas, de profesión indefinida, bajo nivel educativo, socialmente desarraigadas, refractarias a posiciones ideológicas, prejuiciosas [138], las cuales gozan del debido financiamiento del Petro-Estado que, además de ponderar su lealtad y fanatismo, las reconoce plena y agradecidamente por su específica contribución como fuerza de choque (círculos bolivarianos y colectivos), y de control (consejos comunales, UBCH, milicias y diferentes comités) [128]. Y, añadimos, por ello la importancia de lo poco o mucho que accedan al mundo escolar para inocularles un sentido de pertenencia e identidad, sometiéndolas a una mínima, formal e informal socialización de acuerdo  a los intereses del régimen, aunque la creciente deserción estudiantil habla más de la negligente irresponsabilidad de los altos funcionarios que sólo se apresuran a beneficiarse de las posiciones alcanzadas, presentido el  final del juego.

Tamaño tinglado apunta a las condiciones que dieron origen al actual régimen, lo reproducen y lo reproducirán de un modo u otro, aun creyendo en su cercana superación.  Cierto, el chavismo fue una “contingencia de la crisis del sistema democrático representativo, de sus vacilaciones y vulnerabilidad institucional” [148], como – es nuestra convicción – pudo haber sido otra, incluyendo el hipotético triunfo de Salas Römer en 1998, más acá o más allá de la crisis interna de los partidos [84]. 

Acotemos, finalmente, principalmente la sociedad civil organizada fue la que estuvo vigilante y, en la medida de sus posibilidades, luchó por impedir la consagración de las reformas curriculares referidas por Lezama, ausentes los partidos que, es necesario decirlo, tuvieron y aún tienen una importante presencia en el magisterio venezolano. Salvo las muy aisladas excepciones, poco o nada hicieron en un terreno que lo aceptamos como riesgoso, sugiriendo una futura evaluación histórica del gremio que, de un modo u otro, hubiese, por lo menos, dificultado algo más que el cambio curricular, por lo que hemos visto en torno a la teatralidad política y las variables que la facilitaron casi holgadamente.

Ilustraciones: Detalle de la tela sobre José Félix Rivas de Martín Tovar y Tovar; y portada de la obra.
25/03/2018:
http://guayoyoenletras.net/2018/03/25/ardid-la-epopeya-teatralidad-politica/

ENTRE EL ARDID Y LA EPOPEYA (3)

Militaridad
Luis Barragán


La reciente detención del general Víctor Cruz Wefer, ícono del llamado Plan Bolívar 2000 que, en su momento, prolongó el aplauso de propios y extraños, o el tardío debate parlamentario que esbozó la actual y consabida situación de la Fuerza Armada Nacional, obliga a ensayar una perspectiva distinta a la mera y, huelga comentar, censurada circunstancia noticiosa. Oportuna y pertinente, es la que ofrece José Alberto Olivar: “La militaridad: Prospecto ideológico del Estado Cuartel en Venezuela”, parte de una valiosa compilación que dirige, junto a Luis Alberto Buttó,  ya en circulación, bajo el título “Entre el ardid y la epopeya: Uso y abuso de la simbología en el imaginario chavista” [Negro Sobre Blanco, Caracas, 2018: 251-276].

Convengamos, solemos distraernos en la superficie de un problema, por lo demás, grave, asidos a los ya superados criterios que impiden apreciar la misma naturaleza del régimen que sufrimos. E, incluso, el creador de toda una escuela académica, como Domingo Irwin, en el campo de las relaciones civiles y militares, tuvo que realizar un enorme esfuerzo editorial para superar el miedo de varias casas para imprimirlo, en la presente década [258, nota 15].

El proceso de modernización y profesionalización militar, implementado desde los setenta del ‘XX, sentida la cada vez más creciente y decisiva influencia del llamado Nuevo Profesionalismo Militar de Seguridad Interna y Desarrollo Nacional, cuyo principal inspirador fue Alfred C. Stepan, fallecido a finales de 2017, derivó en la supuesta autoctonía  de otro que, hoy, muestra algo más que distorsiones, sembrado por antiguos instructores de la Academia Militar de Venezuela [27, 254 s., 258]. Inicialmente pretoriano,  devino militarista realzando el “destino manifiesto” ante los políticos civiles de prácticas inmorales y antipatrióticas, encarnado en el Nuevo Pensamiento Militar Venezolano: la defensa integral de la nación, sólo se entiende con la incursión y participación de la Fuerza Armada en los ámbitos político, económico y social  [253, 259, 267].

Incursión y participación que ha significado, en la presente centuria, la colonización de la administración pública, como la consagración del liderazgo carismático y ampliamente discrecional de Chávez Frías, con el soporte político de la Fuerza Armada, ideológica y clientelarmente alineada [260 s., 268]. Acucioso y perspicaz, Olivar trae a colación dos textos aparecidos a mediados de los setenta, en el curso de la renovación de los estudios militares, como el del otrora coronel José Enrique Berthe (“Las Fuerzas Armadas como instrumento contribuyente al desarrollo nacional”), y el del entonces teniente-coronel César Augusto Gamboa R. (“El proceso cultural de las FF. AA. NN.”). Empero, el de mayor revelación e ilustración es, sin dudas, el del ahora general de brigada Rafael José Aguana Núñez,  autor de un relevante constructo teórico recogido en la tesis doctoral que defendiera en la Universidad de Santiago de Cuba (“Dinámica curricular de la militaridad para la Academia Militar de Venezuela”) [256 s., 265].

Aguana Núñez, teorizante orgánico, con “La militaridad en el Estado democrático y social de derecho y de justicia” (2012), traducido a otros idiomas, “forma parte de la ofensiva ideológica interesada en consolidar un modelo de formación militar que justifique la preeminencia de lo militar sobre lo civil” [264, 267].  Salvando las distancias, Olivar acierta al expresar que “estamos ante una estrafalaria versión de las viejas ‘luces del gomecismo’ interesado en ofrecerle asidero intelectual y academicista al proyecto hegemónico en marcha” [266], lo que sugiere la superioridad de lo que fue la escuela positivista y la que se le opuso, a partir de los años treinta, ahora, sin equivalentes.

La militaridad, con pretensión de corpus ideológico para darle un “ropaje erudito a la cruda realidad militarista que se cierne sobre Venezuela”, bajo la evidente influencia cubana, aunque de aristas pinochetistas, aspira a proyectarse en el resto de la sociedad, convirtiendo a la Fuerza Armada en un “auténtico partido que a la larga actúe en solitario y sea dirigido por una élite de militares y civiles militarizados”, antinomia de la ciudadanía y, así, de la República [264, 268, 272 s., 276]. Equiparándose con los postulados constitucionales que, por supuesto, adultera o falsifica, todo un ardid, la “militaridad no es más que un modelo de dominación que se vale de elementos simbólicos – culto a la personalidad, patriotismo místico, retórica populista y vínculos matricentrales – para estimular una conducta de sumisión colectiva imprescindible para sus fines de dominación y explotación”: el socialismo militarista,  el “lodazal de la fraseología” y la “semántica historicista”  [254, 257,  266, 270, 274,].

Destaquemos otros aspectos que, seguramente, enuncian un futuro trabajo de Olivar. Por una parte, la existencia de grupos de opinión y el empuje de la tecnocracia militar [251, 255] que, a nuestro juicio, con señales de autodestrucción, en sintonía  con el sector terciario de la economía, compitió y ganó a la tecnocracia petrolera, asociada al sector industrial, en los cruciales comicios de 1998, según la hipótesis que nos anima en torno a la confrontación de fondo entre Chávez Frías y Salas Römer.

Por otra, ciertamente, el principio constitucional de la corresponsabilidad entre la sociedad civil y el Estado en materia de seguridad y defensa, ha sido útil a la militaridad  apenas pretextada por el empleo de la reserva [253, 263 s., 275], pues, confirmando la tesis de Olivar, se limita al reclutamiento, adiestramiento y movilización para el combate, dejando muy atrás experiencias como la del IADEN en el que también concursaban los civiles para la definición de las políticas públicas del sector:  las leyes del llamado Poder Popular o la Ley Orgánica del Trabajo, por ejemplo, únicamente ventilan y requieren de los combatientes, limitando conscientemente la materia. Y, finalmente,  toma nota de la antipolítica que dio origen y sostenimiento al régimen, ya que los golpistas de 1992, con sus tácticas electoralistas,  fueron las “serpeteantes estrellas del reality show venezolano de finales de la década de los noventa”, edificando una literal concentración del poder, desde las bases aparentemente espontáneas que echó [259 s., 252, 268].

Posiblemente, se dirá, incurrimos en una suerte de “spoiler” al avisar de los principales aspectos del ensayo en cuestión. No obstante, aceptemos, por muy conocido que sea el desenlace de los clásicos del cine, son tales porque, viéndolos de nuevo, siempre descubrimos otras miradas que confirman su persistente novedad.

Ilustraciones: Detalle de la tela sobre José Félix Rivas de Martín Tovar y Tovar; y portada de la obra.
26/03/2018:
http://www.noticierodigital.com/2018/03/luis-barragan-ardid-la-epopeya-militaridad/
http://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=96645
http://venezuela.shafaqna.com/ES/VE/1309674
http://ve.press-report.net/clanek-135088829-luis-barragan-entre-el-ardid-y-la-epopeya-militaridad
http://cronicasvenezuela.com/luis-barragan-entre-el-ardid-y-la-epopeya-militaridad
https://www.tenemosnoticias.com/noticia/barragn-luis-epopeya-militaridad-186484/647649
https://noticiasvenezuela.org/2018/03/26/luis-barragan-entre-el-ardid-y-la-epopeya-militaridad/

ENTRE EL ARDID Y LA EPOPEYA (4)

De una insuperable y dramática contradicción
Luis Barragán


Incluido en la extraordinaria compilación que dirige, junto a José Alberto Olivar (“Entre el ardid y la epopeya. Uso y abuso de la simbología en el imaginario chavista”, Negro Sobre Blanco, Caracas, 2018), Luis Alberto Buttó aporta un texto de muy oportuna e indispensable lectura, dada las cruciales circunstancias hoy vividas: “La antinomia democracia-socialismo del siglo XXI” [19-80]. Desde una decidida perspectiva liberal, defiende  las libertades hoy conculcadas por el socialismo que, faltando poco, ha hambreado a la Venezuela petrolera para una insólita quiebra, en más de un sentido.

Necesario “ejercicio de deconstrucción del marxismo”  [77],  ejemplifica muy bien, más que los yerros, las improvisaciones de los que, no sin arrogancia, se dicen adalides en la construcción de un modelo que se jura de la presente centuria, con la hábil, paciente y cruel administración de la violencia que lo explica. “Falacia descomunal”,  suelen equiparar el socialismo y la democracia, reelaborado febrilmente un lenguaje de tergiversación y falsificación de las realidades, sumergido en una verborrea que constituye toda una técnica de comunicación política [19 ss., 77],

Los adalides en cuestión, suelen piratear o plagiar a Marx, Lenin, Stalin o Mao, convertidas las citas en un recurso mecánico de autoridad ante los propios, siendo preciso y recurrente el contraste de Buttó con las fuentes originales. Por cierto, toda una curiosidad, amplios sectores de la oposición nunca cuestionaron la invocación oficialista del marxismo, su naturaleza y alcances, porque – es nuestra la convicción – tampoco lo conocen y, por ello, de un modo u otro, facilitaron su entronización.

Vaga acotar, una invocación delatora, pues, muy escasos son los que, en ejercicio del poder, conocen de una corriente o movimiento susceptible de adaptaciones o transformaciones en otras latitudes, a veces, sinceras y, otras, abiertamente deshonestas, cuyas mutaciones son meramente tácticas. Acá, los más avisados, acostumbran a dispensar algún asesoramiento y, recordamos, al hábito de la remisión formal de sendos proyectos a la Asamblea Nacional, en años anteriores, se sumaba alguna cita descontextualizada de Castoriadis o Foucault que no dejaba de sorprendernos, para la veleidad del firmante que jamás los encontró   en la guía telefónica.

El capitalismo sirve de pretexto para el desarrollo de la propuesta totalitaria en curso, como si fuese – precisamente – el manchesteriano, con el que cerramos la anterior centuria. Hay más de argumentación falaz, efectista y maniquea al caracterizarlo, lo cual permite evadir las características del socialismo del siglo XXI que nunca Chávez Frías, su más excelso promotor, aceptó discutir amplia o restringidamente, con actores políticos internos o foráneos. Por ello, compartimos  la observación en torno al “anacronismo evidenciado en el descubrimiento retardado de lecturas desfasadas (…) Lecturas incompletas; lecturas apresuradas; lecturas de breviarios; lecturas de títulos de capítulos, introducciones y/o conclusiones” [35].


Por lo demás, Buttó señala o, mejor, denuncia que la propiedad colectiva (estatal) de los medios de producción, equivale a un gigantesco e hipertrofiado capitalismo de Estado, generador de una consecuente estructura y relaciones de clase, ilustrada por una trilogía perversa, inherente a la nomenklatura que hace y deshace: la del funcionariado, la del sistema de privilegios y prebendas que lo explican, como de los grupos de testaferros que logran accederlo, convirtiendo la propuesta socialista en toda una estafa teórica o “descomunal añagaza ideológica”  [49 ss., 53,  61, 77]. Las cifras de pobreza y desnutrición esbozadas, dibujan – apenas – las consecuencias del socialismo, un “sistema económico rabiosamente excluyente” [58 ss.].

El chavismo, denominación coloquial y mediática [21, 57], pendiente otra que lo inscriba como un fenómeno político más amplio de la crisis estructural que nos aqueja por décadas, ahora, asombrosamente agudizada, ha pretendido banal y vanamente equiparar democracia y socialismo, harto comprobada la incompatibilidad de los términos.  Agreguemos, persistente el dato pretoriano en el “bosque relicto” del socialismo real [29], por mucho que Jorge Giordani, otrora estelar figura del régimen, hubiese hecho del MAS objeto de viejos trabajos académicos, el chavismo de estricto origen militar olímpicamente ignora el debate que los sectores marxistas dieron en Venezuela en torno a tamaña equiparación, en el que tampoco estuvo interesada la ultraizquierda reacia aceptar la derrota de la consabida lucha armada.

Buttó toma una posición definida y definitiva al aseverar que “sólo existe una democracia verdadera y efectiva: la liberal-representativa”, deslindándose de sus más interesadas adjetivaciones [22, 24 s., 65]. Y considera “fundamental y obligatorio propiciar que el hombre se enriquezca, en el estricto sentido material del término, lo cual sólo puede ocurrir cuando es propietario de medios de producción y dicha propiedad no depende del favor o benevolencia del Estado y/o del carácter más o menos permisivo de sus gobernantes” [71].

Insistimos, el promedio  ágrafo de la dirigencia política de ambas aceras, facilitó el ascenso y la entronización del socialismo que no ha aportado novedad alguna, replicando las recetas amargamente conocidas en otras latitudes, añadiendo la dramáticamente más cercana: la de la dictadura cubana. El texto de Buttó, como los otros que integran la valiosa antología de ensayos, puede decir, constituye un exitoso ataque a la extemporaneidad que ahora embarga al país.

Ilustraciones: José Félix Rivas, según Martín Tovar y Tovar; y portada de la obra.
26/03/2018:
http://www.opinionynoticias.com/opinioncultura/32239-barragan
https://www.noticiasdevenezuela.org/2018/03/26/de-una-insuperable-y-dramatica-contradiccion-entre-el-ardid-y-la-epopeya/
http://www.entornointeligente.com/articulo/4061850/VENEZUELA-De-una-insuperable-y-dramatica-contradiccion-entre-el-ardid-y-la-epopeya-26032018

ENTRE EL ARDID Y LA EPOPEYA (5)

Mesianismo y corporación
Luis Barragán


La pretendida escuela y tradición ideológica, devino religión política explicando el siglo XXI venezolano. Compilación dirigida por Luis Alberto Buttó y José Alberto Olivar, bajo el título “Entre el ardid y la epopeya: Uso y abuso de la simbología en el imaginario chavista”, bajo el sello de  la  Editorial Negro Sobre Blanco (Caracas, 2018), también destacan, complementándose extraordinariamente, Thays Adrián Segovia y  “De la redención al sacrificio: retórica de Hugo Chávez a propósito de su enfermedad” [177-204];  Luis Fernando Castillo Herrera, “Amor y persuasión: el chavismo y la aplicación de elementos icónicos en la consecución del poder” [205-239]; y María Elena Ludeña Parján, “La música como elemento movilizador de las lealtades políticas en el gobierno de Nicolás Maduro” [231-249].

El ascenso del llamado chavismo al poder, respondió a la inmensa catástrofe política, social y económica que logró exitosamente versionar, apelando a la imaginería histórica y religiosa para alcanzar el terreno consumado de la liturgia, facilitada también por el empleo de la música, cual herramienta de manipulación emocional, modelador de conductas [177,180, 190, 234 s., 239].  La nuestra es, quizá, una experiencia pocas veces vista en la edificación de un mesianismo pretoriano, según la categoría contribuida por Castillo Herrera, que no es otra distinta a la del control militar de la política [210], aunque materialmente no hubiese sido posible sin las bonanzas petroleras de la centuria.

Indispensable, se alzó un poderoso mito que, como todo que se respete, reelaboró cuanto hecho precedente hubiese, por lo menos, en el equipaje cultural de sus oficiantes, convertidos en restauradores del pasado [189], siéndole una tarea fundamental la de recuperar y sacralizar fechas conocidas [191], por supuesto, aportando lo caprichosamente propio a un almanaque de conmemoraciones inauditas. Copioso calendario que ha impuesto el hábito de quemar las divisas escasas, mediante los fuegos artificiales obviamente importados que, de vez en cuando, notifican la existencia de la dictadura, aunque nunca competirán con el radical sincretismo del “mesías (que) había descendido con su túnica verde camuflaje (y su) mensaje de la nueva era”, importando poco la orfandad de iniciativas económicas y sociales concretas [212]. Y bastará con invocar textos, como la denominada Agenda Alternativa Bolivariana o el Cuaderno Azul, piezas de un evangelio tan inútil, anacrónico o convencional: propios de un pensamiento mágico-religioso, versamos sobre textos que delatan un asombroso retroceso en el terreno mismo de la cultura política de compararla con la centuria precedente.

De tamaña flaqueza, el mesianismo engranó con el pretorianismo subyacente, por una simbiosis o fusión, procurada por el líder [210, 213, 216], que, igualmente, nos lleva a confundir el sustantivo con sus adjetivaciones.  A nuestro juicio, los intereses corporativos suelen mantenerse en pie, aunque – digamos – antropológicamente apelen al mesianismo, o económicamente al mercantilismo, pudiendo tomar otras opciones que no alteran una definición de fondo en el mismo tránsito irwiniano del pretorianismo al militarismo.

Luego, la suma de uno y otro elemento, el militar y el mesiánico, inevitablemente nos lleva al uso de la violencia para la entronización del poder hoy establecido que tiene, por un excepcional y presunto cauce pacífico, por ejemplo, el de la multiplicación de los que se ha conocido como “puntos rojos”,  actividad proselitista, frecuentemente estridente, que permite o pretexta la recolección de firmas para la derogación del célebre decreto de Obama [234, 248]. Canalizando y abaratando el ineludible activismo proselitista del régimen, no sustituye ni sustituirá a las bayonetas que le sirven de soporte real, al apuntalar la abusiva influencia del sector militar en la sociedad, según la ya clásica aproximación de Domingo Irwin [210].

De claro trasfondo religioso, proveniente de las filas armadas, Chávez Frías hizo su auto-presentación como el hombre providencial [182], suscitando una categoría: la del mesías pretoriano. Versamos sobre un “concepto que engloba la esencia populista y subjetiva de un proyecto de Estado totalitario, sustentado en la idea de la desigualdad social como resultado de un modelo corrupto representado por los partidos de vieja data, donde la figura de Simón Bolívar se ubica como estandarte visual, moral e ideológico de un grupo que se atribuye un carácter providencial” [206 s.].

Mesías excluyente y selectivo, divisor de las masas, bajo vigilancia pretoriana [209, 238]. No obstante, con el cabal desarrollo de la mitología y el filo de las bayonetas, caracterizada la sucesión, no otra que la de madurato, por el discurso absolutamente irracional y la represión, tenemos algo más que un vigilante corporativo.

En condiciones y niveles superiores de calidad de vida, principiando la centuria, pudimos ofrecer una mejor resistencia, pero – hoy – al deterioro material generalizado, unimos el de carácter espiritual, ético y moral que va galopando. La tarea publicitaria y propagandística del régimen, lo emplea a fondo en la religiosidad política y, a pesar de la ineficacia de los sumos sacerdotes, sobreviviendo al percance trágico y decisivo de su enfermedad y muerte, se levanta fantasmal Chávez Frías, cual póliza cultural de seguro.

Hizo de la enfermedad una batalla ejemplar [194], despertando la devoción de propios y, por lo menos, el escepticismo de los extraños, dando por realizada una obra que hizo útil su sacrificio [188]. E, independientemente de los métodos chavistas para asegurar el apoyo electoral [207], bien señala Adrián Segovia el significativo tránsito de mesías a mártir, contribuyendo al bienestar colectivo [200 ss.], protagonizando el altar, pues, quizá por la ya muy remota la década, los mártires de los sesenta no sólo quedan muy atrás, sino que, en nada, ayudan a la necesidad de supervivencia del régimen que goza de su propio e intransferible relato al partir del 4-F.

Algo muy distinto es emplear a fondo, la imagen y el audio de Alí Primera, caso ubicado con exactitud por Ludeña Pariján [235 ss., 244 ss.], a quien no exceden de su papel complementario en el canto litúrgico, por lo demás, de un lado, saturador de las emisoras oficiales y del mismo metro de Caracas, poblándolo de resignado hastío ante la precariedad de sus servicios; y, por el otro, muestra evidente que la tal revolución ya no puede replicar el fenómeno cubano de la Nueva Trova.

Lo más importante es que, como todo mito, la promesa es la del eterno retorno, el renacimiento, el regreso, la resurrección [196 s.], apostando por la supervivencia del enemigo interno y del rol de los aparatos de inteligencia para recrearlo [209 ss.], pero el régimen está culturalmente desindustrializado y esa movilización y sensibilización que concede, por citar un caso, la música de protesta, queda reducida a la nostalgia de sus tiempos de expansión, atribuidos a la renovación universitaria y al Congreso de Cabimas [246].  Queda en pie, el vigilante corporativo frente al paisaje de un chavismo políticamente desahuciado y al que apelan sus sucesores desesperadamente por  lo que fue una poderosa simbología.

Ya no hay promesa valedera y las fáciles consignas, por mucho abolengo bolivariano que expongan, como el de la “mayor suma de felicidad posible”  [183], únicamente quedan para la denominación de ministerios o viceministerios. Luce insólito que la propia verborrea se convierta o trate de convertirse, sustituyéndolo, en un programa político, gravitando en un vacío teológico.

Los tres autores en cuestión, mueven el alfil sabiamente para suscitar un debate en los casilleros todavía enmudecidos, pues, de un modo u otro, la prédica oficialista asoló a quienes – supuestamente -  la adversaban. Quedamos ubicados frente a la corporación armada, cuyo turno de vigilancia ha pasado.

Ilustraciones: José Félix Rivas, según Martín Tovar y Tovar; y portada de la obra.

26/03/2018:
http://www.diariocontraste.com/2018/03/entre-el-ardid-y-la-epopeya-mesianismo-y-corporacion-por-luis-barragan-luisbarraganj/