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sábado, 30 de noviembre de 2019

REVESTIRSE

Reflexión al Evangelio Dominical: Estar en vela
José Martínez de Toda, S.J.

El Domingo 1 diciembre es el 1° Domingo del Tiempo Litúrgico de Adviento, en que se proclama el Evangelio de San Mateo 24, 37-44.  El P. José Martínez de Toda nos comparte su comentario dialogado sobre este texto del Evangelio.

"Estén siempre preparados, porque a la hora que menos piensan, viene el Hijo del Hombre"

¿Cómo fue la gran inundación?

"Los vecinos de Noé comían, bebían, se casaban...", sin pensar para nada en que su fin se acercaba. Le llevaría a Noé mucho tiempo construir y aprovisionar el arca. Le verían trabajar, y le habrían preguntado sobre ello. Ciertamente, él les diría que se arrepintieran de sus pecados, para que ellos, también, fueran salvados. Sin embargo, no le hicieron caso, y pensaban que Noé era un fanático religioso.

Y cuando las aguas empezaron a subir, los vecinos se sorprendieron y comenzaron a preocuparse. Al ver que el agua se acercaba a sus casas, se pusieron más ansiosos. Al ver que el agua continuaba subiendo, empezaron a tener miedo. Al ver que el agua se llevaba todo, se pusieron histéricos. Cuando se espabilaron lo suficiente para hacer algo, era demasiado tarde. La hora de preparación ya había pasado. El diluvio arrasó con todo.

¿Qué otra comparación pone Jesús?

Describe a la gente llevando una vida 'normal' en el campo, en el molino... No hay ninguna indicación de que hoy será diferente al de ayer o al día anterior. La vida sigue. Pero de pronto uno muere y el vecino sobrevive. La venida de la muerte será rápida y sorpresiva.

Esas dos situaciones, descritas por Jesús, eran muy parecidas a las de hoy. Hay quienes avisan de esa posibilidad (de emergencia), pero pocos los toman en serio. Jesús concluye: "Así será también con la venida del Hijo del hombre". Se encontrarán sin preparar.

Jesús en este evangelio habla de su futura venida. ¿Pero no vino ya en Belén?

Jesús viene a nosotros en muchas formas:

Viene en Navidad, viene cada día cuando escuchamos su Palabra en el Evangelio, cuando lo recibimos en la comunión, cuando viene en la persona de un amigo que te ayuda, de un necesitado que me necesita...

Pero hay otras venidas imprevistas en momentos de tensión, de persecución, de enfermedad, a la hora de la muerte, al final del mundo...

Hay algo en lo que no queremos ni pensar: cómo moriremos.

La muerte nos puede venir de repente o poco a poco.

Puede ser un accidente de carro, de bus, un terremoto. No estás seguro en ningún sitio, ni en las Torres Gemelas. Sin embargo, hasta la gente que tiene trabajos peligrosos (bomberos, policías, soldados) encuentra difícil imaginarse su propia muerte.

También puede ser que muramos poco a poco de alguna enfermedad o de viejos; en este caso, tendremos la oportunidad de prepararnos espiritualmente mejor.

A la hora que menos lo pienses, vendrá el Hijo del Hombre, te encontrarás con Él.

Cada domingo, en el Credo, lo recordamos: "Y de nuevo vendrá con gloria a juzgar"...

Y hoy, en Adviento, hacemos un paréntesis para reflexionar también en esta venida del Señor en su parusía (o presencia) del último día.

¿Todo será negativo al fin del mundo?

Abundan en la Biblia imágenes positivas que expresan que todo lo bueno del mundo conocido quedará y será transformado en "el cielo nuevo y la tierra nueva donde habitará la justicia" (2 Pedro 13). Son innumerables los textos proféticos que describen el futuro con símbolos de alegría y de fiesta. (Isaías 60, 1-22; 62 1-12; Amós 9, 11-15; Miqueas 4, 1-5; Sofonías 3, 14-20; Apocalipsis 21, 1-8; 22, 1-21).

El fin del mundo fue también comparado en la Biblia a un parto. Para que un nuevo ser nazca son necesarios tiempo, amor, paciencia, esperanza, y en el momento decisivo, en las horas finales, se necesita esfuerzo y paciencia para los dolores tremendos.

Según S. Pablo, en este parto ya ha asomado el niño, ya ha nacido la cabeza del hombre nuevo, que es Jesús. La humanidad, que es el cuerpo, nacerá tras él (Efesios 1, 22; 1 Corintios 12, 12 y 27). Ése es nuestro deber: ayudar a ese nacimiento.

¿Qué debemos hacer? ¿Cómo podemos estar listos?

Una clara respuesta de Jesús se encuentra más adelante en este evangelio, en el Juicio Final. Allí, cuando Jesús dice que actividades como dar de comer a los pobres, dar de beber a los sedientos, dar la bienvenida a un desconocido, vestir a los desnudos, y visitar a los prisioneros serán, como si las hubiéramos hecho por Cristo mismo (Mt 25:31-46).

Entonces, más nos vale estar listos. Y así podemos dejar el resto en manos de Cristo.

La persona que vive en constante compañía con Jesús no será amenazada por su repentina aparición de Jesús. En cambio, la venida de Jesús será una ocasión para alegrarse, muy parecida a lo que sentimos cuando vemos a un ser querido después de mucho tiempo sin verle – o como la alegría que siente una persona perdida al ver que alguien viene a rescatarle.

¿Cómo debemos esperar al Señor?

Es lo que se llama 'empatía'.

S. Pablo nos aconseja: "Revístanse del Señor Jesús", es decir, pongámonos en su lugar: ¿Qué haría Jesús en esta ocasión? Así mejoraremos nuestro estilo de vida de una forma determinada y concreta. Y no puedo acertar si no tengo una relación de confianza y de amor con Él.

Revestirse del Señor Jesús es soñar con el profeta Isaías en una vida en la cima de la montaña donde el Reino de Dios es luz, paz y justicia.

Revestirse del traje de Jesús es tener el deseo y el sueño de vivir para la justicia y el amor y que ese sueño nos posea y nos impulse a luchar contra toda injusticia y todo odio.

El vestido de Jesús viene en una sola talla para todos. Y no tiene precio, es un regalo de Dios. Pero hay que llevarlo con dignidad. Hay que llevarlo en la lucha por la justicia.

Hay que vigilar para no perderlo. Hay que amarlo hasta dar la vida por él.

Fuente:
https://radioevangelizacion.org/noticia/reflexion-al-evangelio-dominical-estar-vela
Ilustración: Alexander Ivanov.

domingo, 25 de diciembre de 2016

EMMANUEL

No había lugar para ellos
Baltazar Porras  

El adviento y la navidad rememoran los primeros años del Niño Dios, y son a la vez, un retrato al carbón de la vida de la humanidad.

En breves pinceladas el evangelista Lucas retrata la realidad del poder y las angustias de los pobres. El emperador Augusto queriendo conocer el origen y número de las personas de su vasto imperio ordenó que todos los habitantes debían trasladarse a sus lugares de origen para empadronarse. Cada quien debía hacerlo por su cuenta y riesgo, sin que se decretara ninguna ayuda a quienes lo necesitaran. José y María embarazada se encontraban en Nazaret y debían ir hasta Belén, lugar de sus mayores. Llegaron como pudieron y se le aceleraron los dolores de parto a la Virgen. Pobres como eran no encontraron lugar en la posada pues no tenían dinero para pagar lo estipulado. Tuvieron que refugiarse en una cueva, y allí, nació Jesús.

Esta escena se repite a lo largo de los siglos de múltiples formas. Los que detentan el poder hacen decretos y crean obligaciones sin tomar en cuenta a los más débiles de la sociedad, a quienes les toca pasar penurias y estrecheces sin que sean tomados en cuenta. La Venezuela actual es escenario de situaciones muy parecidas, porque nunca habíamos tenido un momento tan difícil, de tanta crisis, social, económica y política como ahora. El haber puesto la confianza en un hombre y una ideología materialista, origen de todos los males que estamos sufriendo, nos pone en una coyuntura de precariedad que clama al cielo, pues este sistema nos tiene sumidos en la carencia de lo más elemental para vivir, con un quiebre de la calidad de vida que tiene a miles de personas en riesgo de sobrevivencia. El profeta Jeremías nos advirtió: “maldito el hombre que confía en un hombre” (17,5).

La mayor parte de la población no tiene acceso a los alimentos y medicamentos que necesita. La restricción de las libertades mantiene en zozobra a quienes se atreven a disentir pues la represión y el abuso del poder generan miedos porque las sanciones, cárceles y hasta la muerte acechan por doquier. La corrupción y la impunidad se enseñorean, la falta de empleo y de producción convierte a muchos en dependientes de una dádiva que llega como migajas y obligan a colas interminables para obtener cualquier producto. El dinero no alcanza por la inflación y en estos días navideños una absurda medida, sin aviso y sin protesto, obliga a deshacer en pocos días de los billetes de cien. El dolor, la incertidumbre y la desesperación se apoderan de los que no tienen más capital que los billeticos que tenían guardados para las fiestas decembrinas, convertidos ahora en papel inservible. Se repite la escena de María y José rumbo a Belén.

Pero no estamos solos. Los creyentes tenemos unas claves para entender la vida y el mundo. No estamos solos. Nuestro Dios no es un ídolo de barro, sino un Dios que tiene ojos para ver, oídos para escuchar, labios para hablar y corazón para amar. La debilidad y el vacío que experimentamos a diario nos muestra la fuerza que viene de Dios. El Emmanuel, el Dios con nosotros, asume nuestra debilidad, para convertirla en motor de la transformación de nuestro mundo. No es la violencia, ni el odio, no es el poderío de las armas y el dominio de los poderes públicos al servicio de una ideología los que nos harán perder la paciencia y la creatividad para cambiar este sistema injusto. No podemos vivir sin esperanza, pero la esperanza está amenazada, destruida por las muchas formas de sufrimiento, angustia, violencia y muerte que nos imponen los que gobiernan.

Desde el nacimiento de Jesús en Belén, estamos vinculados con lo pequeño, lo marginal, el desecho, que nos exige hacer presencia en las periferias existenciales y geográficas, metidos en Dios y con olor a oveja. No nos dejemos robar la alegría, no nos dejemos robar la esperanza, no nos dejemos robar la fuerza transformadora del evangelio para seguir luchando con tenacidad y coraje, en paz interior y sin odios, para recobrar lo que nos han robado: la paz, la fraternidad, el trabajo y la honradez. Navidad es la clave para armarnos de constancia en la seguridad de que la verdad y el bien pueden más que el secuestro de la libertad y el gozo de vivir en paz. Dejemos la cara de velorio y de cementerio y revistámonos de la coraza que nos haga trabajar por el bien común, animados por el Jesús del pesebre. El imaginario navideño con sus costumbres populares, solidarias, entrañables, con sus tradiciones religiosas nos llevan a trabajar para “vivir bien en la tierra sin males”. Feliz navidad

Fuente:
http://opinionynoticias.com/opinionnacional/28539-baltazar-porras
Ilustración:  Sandro Botticelli.

lunes, 30 de noviembre de 2015

UNA (A) VENIDA PARA LA OTRA (A) VENIDA

Evangelio Dominical: Anuncio de Jesús
José Martínez de Toda, S.J.

Comentario dialogado al Evangelio que se proclama en el primer Domingo de Adviento, Ciclo C, correspondiente al domingo 29 de noviembre 2015.  La lectura es tomada del Evangelio según San Lucas 21, 25-28. 34-36
"Se acerca tu liberación"
¿Hoy comienza en la Iglesia la preparación para la Navidad?
Los comercios ya se han adelantado, pues así piensan vender más.
Pero en la liturgia de la Iglesia hoy es el Primer Domingo de Adviento y el comienzo del Año Litúrgico. 'Adviento' significa 'Venida', porque nos preparamos a la Venida de Jesús en Belén.
Nos alegramos por ello. Jesús es nuestro mejor amigo. Y nos alegra con su venida, porque lo que Él trae es amor, satisfacción, alegría... Isaías llama a Jerusalén "Alegría" (Is 65, 18). Y Jeremías la llama "Señor –nuestra- justicia". Eso también se aplica a la 'nueva' Jerusalén: la Iglesia. Lo nuestro es ser justos y estar alegres.
¿Ocurre lo mismo en otras religiones?
Lo que realmente hace novedosa nuestra fe, con respecto a otras religiones, es que nuestro Dios se encarnó, se hizo hombre, compartió nuestra condición humana, menos en el pecado, asumiendo todas las consecuencias de la Encarnación. No nos dejó abandonados, sino que vino a rescatarnos de nuestras miserias personales y sociales, y murió por nosotros.
Y, sobre todo, Jesús es nuestro amigo.
Un amigo es aquel que se queda, cuando todo el mundo se ha ido. Los verdaderos amigos no calculan costos, ni están midiendo gota a gota su propia entrega. Un verdadero amigo no sabe de ahorros, ni de moderaciones en la generosidad.
Así es Jesús, nuestro mejor amigo: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15, 31), decía Jesús antes de su propia entrega hasta la muerte, y muerte de cruz.
Pero Él no sólo vino en Belén, cuando nació de la Virgen.
¿Tiene entonces otro tipo de venida?
El evangelio de hoy habla de que Jesús puede venir en cualquier momento, inclusive después de una gran catástrofe, como si fuera el Fin del mundo.
Pero Jesús nos anima y nos invita a no sentir miedo: "Cuando comiencen a suceder estas cosas, anímense y levanten la cabeza, porque muy pronto serán liberados".
Jesús viene en el acontecer diario, en la gente, en los lugares y sitios en que menos esperamos encontrarlo. Viene en el pobre. Viene en una frase de la Biblia que te llamó la atención.
Los cristianos hemos de vivir despiertos y vigilantes para descubrir al Hijo del Hombre que viene continuamente a nuestros rincones, y construye su Reino con los gestos, las palabras y los silencios de los hombres y mujeres de todos los tiempos, también de los nuestros. Viene en las actividades de nuestra iglesia: en la liturgia, en los Ejercicios Espirituales en la Vida Corriente, en la Lectura Orante de la Biblia, en la "Corona del Adviento", en el Apostolado de la Oración...
Jesús nos trae un mundo restaurado, un comienzo de amor, paz y justicia, un nuevo mundo, donde la maldad terminará – donde la creación será restaurada según el diseño de Dios.
Por eso Jesús nos enseñó a rezar: "Venga a nosotros tu reino" (11:2).
Jesús es mucho más que un recuerdo de hace dos mil años. Jesús es presencia viva hoy.
Hoy viene a mi encuentro en el misterio de la comunidad aquí reunida, en el empujón de la Palabra de Dios compartida, en el misterio grande del pan y del vino, en el amor de los hermanos. Hoy, Jesús está aquí con nosotros, en esta fiesta, en esta asamblea eucarística.
¿Qué nos recomienda Jesús para los tiempos difíciles?
Jesús nos habla con claridad y nos previene de tres cosas, que nos pueden alejar de Él: "No caigan en la trampa de los vicios, de la borrachera y de las preocupaciones de la vida" (v. 34). Eso sería vivir de espaldas al Padre del Cielo y a sus hijos que sufren en la tierra. Ese estilo tramposo de vida les hará cada vez menos humanos. Vamos por partes:
– En los vicios hay satisfacción de placeres extravagantes, inmoderados y libertinos. Es lo opuesto a servir. El vicioso desperdicia tiempo, dinero, relaciones y vidas.
– En la embriaguez se usa o se pierde mucha energía sin el cumplimiento de trabajo útil. La embriaguez generalmente va asociada con el alcohol, pero se aplica también a los efectos intoxicantes de las drogas. La embriaguez aplana nuestras inhibiciones y nuestro juicio, y reduce nuestra capacidad mental y física. ¿Cómo podemos estar alerta si estamos embriagados?
– Las preocupaciones de esta vida consumen nuestra energía sin cumplir nada, y encima nos dejan tensión alta y stress.
Pero hay además otras trampas.
¿Cuáles?
El mayor pecado no es el sexo, ni las drogas... Quizá el mayor pecado de los cristianos es "dejar para más tarde" el encuentro sincero con el Señor, porque, hoy por hoy, estoy atado con trampas y afecciones desordenadas. Decimos: "Sólo vale lo que me gusta".
Vivimos como si la telenovela de nuestra vida no fuera a tener final.
Pero, imagínese que mañana tiene una cita con su médico y al final de la visita le dice: "Tiene cáncer y le quedan unos meses de vida".
La Palabra de Dios en este primer domingo de Adviento es nuestra cita con el médico Jesucristo. Esta cita no es sólo personal, sino también comunitaria.
Todos nosotros somos hombres y mujeres que estamos en la lista de espera. Adviento es tiempo de espera y de purificación, de vigilancia y de alerta.
Jesús nos pide que estemos alerta, como en la Parábola del novio y las damas de honor que lo esperaban con la novia. El novio puede llegar en cualquier momento, y nosotros debemos esperarlo con las lámparas encendidas.
Las dos primeras Lecturas de hoy hablan de justicia y derecho (Jer 33, 15) y de amor (1 Tes 3, 12 --- 4,2). Es la misión del "Hijo de Dios", cuya primera venida al mundo celebramos en Navidad.
Y es la misión de la comunidad cristiana en la construcción del 'derecho y la justicia', y en forjar una sociedad distinta donde sea posible la justicia, la fraternidad y la paz, en las que se expresa históricamente el Reino de Dios. Para que todos los pobres puedan llamar a este país 'justicia' y 'alegría'.

Fuente:
http://radioevangelizacion.org/noticia/evangelio-dominical-anuncio-jesus
Cfr.
José Antonio Pagola: http://www.feadulta.com/anterior/Ev-lc-21-25-36-Pag-C.htm
Mons. Antonio López Castillo: http://www.elimpulso.com/opinion/arquidiocesana/arquidiocesana-29-11-2015
Pieza: Josep Enric Balaguer.

CARAS DE UNA MISMA MONEDA

Lc 21, 25-28 y 34-36
Dios es la salvación y ya está en mí
Marcos Rodríguez

Introducción
Con el primer Domingo de Adviento, comenzamos el nuevo año litúrgico. El año litúrgico es una puesta en escena de los acontecimientos que dieron lugar a nuestra religión cristiana. De la misma manera que en la vida normal, se inventó el teatro para escenificar las relaciones sociales y así poder comprenderlas mejor y evitar los obstáculos que podemos encontrar en la convivencia, así en el ámbito religioso, escenificamos las experiencias religiosas de nuestros antepasados.
Para nosotros la figura clave es Jesús, por eso el año litúrgico se desarrolla en torno a su vida y su mensaje. No tiene mayor importancia que Jesús haya nacido el 25 de diciembre o en cualquier otro día del año. Como tampoco la tiene que haya nacido en el año 1 ó en el año 5 antes de Cristo. Lo verdaderamente importante es que descubramos y vivamos que lo esencial de nuestra religión tuvo su origen en la experiencia de un ser humano en todo semejante a nosotros.
Empezamos con los cuatro domingos de Adviento, como preparación para celebrar el momento más importante de ese proceso que terminó en la religión cristiana. No nos debe extrañar la increíble riqueza de los textos litúrgicos de este tiempo de Adviento. Ello se debe a que el pueblo de Israel vivió toda su historia como tiempo de adviento, es decir, como una continua espera. Pero también el pueblo cristiano, vive las expectativas de la llegada definitiva del Reino de Dios.
Por eso, tanto el AT, como el NT, están plagados de textos bellísimos sobre este tema fundamental en toda la Escritura. Nosotros encontramos una dificultad a la hora de entender estos textos, porque están escritos desde unas expectativas completamente diferentes y en un lenguaje extraño. Sin embargo el mensaje es simple: Pase lo que pase, debemos tener total confianza en Dios que salva siempre.
Explicación
En las tres lecturas de este primer domingo se nos habla de un tiempo apremiante de preparación para un acontecimiento que va a llegar. Este es precisamente el significado de la palabra adviento. Las tres lecturas nos dicen que Dios salva, pero a continuación se nos exige una actitud adecuada para que esa salvación llegue a nosotros. Esto es muy cierto y es la clave para entender el mensaje es este domingo.
Tal vez nos produzca una cierta confusión el hecho de que la liturgia apunta en una doble dirección. Por una parte, nos invita a estar en vela para la venida futura y definitiva de Cristo. Por otra, nos invita a prepararnos a celebrar dignamente la primera venida, es decir, su nacimiento como ser humano.
Ambas perspectivas son hoy problemáticas. Celebrar el nacimiento de Jesús como acontecimiento histórico, no servirá de nada si no nos sentimos implicados en lo que significó su propia vida. Entender literalmente la segunda venida, será echar balones fuera por el otro extremo.
Esos dos extremos serán referencias importantes, sólo si nos llevan a afrontar adecuadamente el presente. No tiene sentido hablar hoy del fin del mundo ni de catástrofes futuras. Ni siquiera de la “futura venida de Cristo”. Lo importante no es que vino, ni que vendrá, sino que viene en este instante.
Hablar hoy del futuro en cualquiera de sus aspectos es ponerse fuera de juego y no aceptar el verdadero mensaje de las lecturas. Quedarse en la celebración de un hecho histórico, no cambiará nada en nuestra vida.
Debe hacernos pensar el hecho de que los Judíos esperaron durante XVIII siglos la liberación. Y cuando llegó Jesús con su oferta de salvación, la rechazaron porque no era lo que ellos esperaban. La venida del Mesías no fue suficiente para los judíos, porque no esperaban esa salvación, pero tampoco fue suficiente para los primeros cristianos, también judíos, que siguieron esperando la "segunda venida" en la que sí se realizará la verdadera salvación, porque entonces vendrá “con gran poder y gloria”.
Aún hoy, seguimos esperando una salvación a nuestra medida, no la que realmente trajo Jesús, que es la que Dios quiere para nosotros. Si comprendiéramos que Dios ya nos ha dado todo lo que puede darnos, dejaríamos de esperar que Dios venga a “hacer” algo para salvarnos.
A todos nos resulta muy complicado abandonar una manera de ver a Dios que nos da seguridades, que es lo único que nos importa de verdad. Preferimos seguir pensando en el Dios todopoderoso que actúa a capricho, donde quiere, cuando quiere, y desde fuera. Solo requiere de nosotros que cumplamos, también externamente, sus mandamientos.
Desde esta perspectiva nos sentimos forzados a hacer lo que nos parece que le agrada y de otra, a esperar con miedo a que en el momento último nos coja confesados. De esa manera no hay forma de hacer presente el Reino de Dios que está dentro de nosotros. Y además, nos quedamos tan frescos, echando la culpa de que no estemos salvados, a Dios que es demasiado cicatero a la hora de concedernos lo que tanto deseamos.
Dios está viniendo siempre. Si el encuentro no se produce es porque estamos dormidos o, lo que es peor, con la atención puesta en otra parte. La falta de salvación se debe a que nuestras expectativas van en una dirección equivocada. Esperamos actuaciones espectaculares por parte de Dios. Esperamos una salvación que se me conceda como un salvoconducto, y eso no puede funcionar.
Da lo mismo que la esperemos aquí o para el más allá. Lo que depende de mí no lo puede hacer Dios ni lo puede hacer otro hombre. Esta es la causa de nuestro fracaso. Esperamos que otro haga lo que solamente yo puedo hacer.
Dios es la salvación y ya está en mí. Lo que de Dios hay en mí es mi verdadero ser. No tengo que conseguir nada ni cambiar nada en mí. Simplemente tengo que despertar y descubrirlo. Tengo que salir del engaño de creer que soy lo que no soy. Esta vivencia me descentra de mí mismo y me proyecta hacia los demás, hacia el infinito; me identifica con todo y con todos. Mi falso ser, mi ego, mi individualidad se disuelve.
Esa experiencia de salvación tendrá consecuencias irreversibles en mi comportamiento con los demás y con las cosas, que ahora, hecho el descubrimiento, forman parte de mí mismo. Dios no me salva como recompensa a mis actos. Mis obras serán la consecuencia de mi salvación.
En las primeras comunidades cristianas se acuñó una frase, repetida hasta la saciedad en la liturgia: “Marañada” = ¡Ven Señor Jesús! Vivieron en la contradicción de una escatología realizada y una escatología futura.
“Ya, pero todavía no”. Hay que tener mucho cuidado a la hora de entender estas expresiones. “Ya”, por parte de Dios, que nos ha dado ya todo lo que necesitamos para esa salvación. Si no fuera así, se convertiría en un tirano. “Todavía no”, por nuestra parte, porque seguimos esperando una salvación a nuestra medida y no hemos descubierto el alcance de la verdadera salvación, que ya poseemos.
Aquí radica el sentido del Adviento. Porque “todavía no” estamos salvados, tenemos que tratar de adelantar el “ya”. Eso nunca lo conseguiremos si nos dormimos en los laureles.
Jesús apunta hacia una salvación muy distinta. "He venido para que tengan vida y la tengan abundante." ¿Cuál es la tierra prometida que nosotros esperamos hoy? Como los judíos, ¿esperamos una tierra que mane leche y miel, es decir mayor bienestar material, más riquezas, más seguridades de todo tipo, poder consumir más? Seguimos apegados a lo caduco, a lo transitorio, a lo terreno. Seguimos convencidos de que la felicidad está en el consumo. La liturgia nos propone cuatro domingos para prepararnos. Los comercios adelantan cada año la oferta de productos navideños...
La confianza, la esperanza, la paz, la ilusión la tengo que mantener aquí y ahora, a pesar de todas las apariencias. No debemos esperar que el mundo cambie para alcanzar la verdadera salvación. Confiar, creer es ya cambiar el mundo. Si no es así, estoy confiando en el ídolo.
Siempre tendemos a ver la presencia de Dios en los acontecimientos favorables, y pensar que Dios está alejado de nosotros cuando las cosas no van bien. Esa es la interpretación de la historia que hizo el pueblo judío. Jesús dejó muy claro que Dios está siempre ahí, pero se manifiesta con más rotundidad en la cruz, aunque sea difícil descubrirlo.
El Adviento no me invita a mirar hacia fuera: pasado y futuro, sino  a mirar hacia dentro. Si consigo que nada de lo que tengo me ate y me desligo de lo que creo ser, aparecerá mondo y lirondo mi verdadero SER. Solo ahí puedo encontrar la auténtica felicidad.
¿Qué nos está pasando? Celebramos con inmensa alegría el nacimiento de una nueva vida, pero seguimos despidiendo a nuestros muertos con un “funeral”. Debemos atrevernos a no ver el fin de una vida como un fracaso. Al final del camino, nada de lo que eres en tu esencia, se ha truncado. Eso es lo que se desprende del evangelio. Eso es lo que Jesús predicó y vivió. ¿No celebramos su muerte cada día?
Nacimiento y muerte son las dos caras de una moneda que es la vida. No puede haber moneda sin dos caras.
Meditación-contemplación
Dios viene, pero no de fuera.
Jesús vuelve, pero no se ha ido.
Hay que superar los conceptos de pasado y de futuro.
Sólo así entrarás en la dinámica de una auténtica revelación.
…………….
Dios es siempre el mismo, no puede cambiar.
Está en la historia, y a la vez, más allá de la historia.
Descúbrelo en lo hondo de tu ser y aparecerá a través de ti.
No tienes nada que esperar de fuera.
…………….
No tiene nadie que venir a salvarte.
Tienes que descubrir que estás salvado desde siempre y para siempre.
Lo que te llegue de fuera ni aumenta ni disminuye esa salvación.
Pero puede ayudarte, o impedir que la descubras y la vivas.

Fuente:
http://www.feadulta.com/anterior/Ev-lc-21-25-36-MR-C.htm
Cfr. Toda la serie C: http://www.feadulta.com/anterior/ev-0-indice-3_lucas.htm

domingo, 30 de noviembre de 2014

TRAYECTORIA

El Dios que hay en ti
sigue esperando que despiertes
Fray Marcos (Rodríguez)

INTRODUCCIÓN
Estamos en el día de Año Nuevo de la liturgia. Comenzamos con el Adviento, que no es solamente un tiempo litúrgico, sino toda una filosofía de vida. Se trata de una actitud vital que tiene que atravesar toda nuestra existencia. No habremos entendido el mensaje de Jesús, si no nos obliga a vivir en constante Adviento.
Lo importante no es recordar la primera venida de Jesús; eso no es más que el pretexto para descubrir que ya está aquí. Mucho menos prepararnos para la muerte (segunda venida), que sólo es una gran metáfora. Lo verdaderamente importante es descubrir que está viniendo en este instante.
Todo el AT está atravesado por la promesa y por la espera. Durante dieciocho siglos, desde Abrahám hasta Jesús, el pueblo judío ha vivido esperando que Dios cumpliera sus promesas.
Pero fijaos bien en una cosa: Dios les va prometiendo lo que ellos, en un momento determinado, más ansían. A Abrahán, descendencia; a los esclavos en Egipto, libertad; a los hambrientos en el desierto, una tierra que mana leche y miel; cuando han conquistado las ciudades de Canaán, una nación fuerte y poderosa; cuando están en el Exilio, volver a su tierra; cuando destruyen el templo, reconstruirlo; etc., etc..
Curiosamente, Dios nunca promete ni da nada, antes que el hombre lo desee. En el AT siempre les promete cosas terrenas, caducas, transitorias, porque es lo único que ellos esperan.
Jesús apunta hacia una salvación muy distinta. "He venido para que tengan vida y la tengan abundante."
La trayectoria del pueblo judío debía hacernos reflexionar profundamente. ¿Se trata de un Dios que durante dieciocho siglos les puso la zanahoria delante de las narices o el palo en el trasero, para hacerles caminar según su voluntad? Sería ridículo. Dios nunca hace promesas para el futuro, por la sencilla razón de que ni tiene nada que dar ni tiene futuro.
Las promesas de  Dios, son hechas por los profetas, como una estratagema para ayudar al pueblo a soportar momentos de adversidad, que ellos interpretaban como castigo por sus pecados.
En contra de lo que se nos ha dicho siempre, nada de lo que anunciaron los profetas, se cumplió en Jesús. Gracias a Dios, porque todos los textos están encaminados hacia una salvación material. Lo único que esperaban de Dios eran seguridades.
Claro que podemos y debemos entender todas aquellas imágenes como metáforas. ¿Las entendieron así los profetas? Iría en contra de la manera de sentir a Dios en aquel tiempo. Los verdaderos valores del espíritu y el verdadero valor de la persona humana es una absoluta novedad de Jesús, para la que no estaban preparados ni los mejores rabinos y especialistas de la Ley. Si algún profeta intuyó esos valores, fue un grito que se perdió en el desierto.
CONTEXTO EVANGÉLICO
Comenzamos el ciclo B, pero no hay ruptura con el final del ciclo A. El domingo pasado leíamos la última parábola del evangelio de Mateo. Hoy leemos lo último del evangelio de Marcos. Los dos tiene como trasfondo la última venida de Cristo, que aquellas comunidades creían cercana, y que utilizan para invitar a vivir con coherencia.
EXPLICACIÓN
La clave del relato está en la actitud de los criados. Para provocar esa actitud nos habla de lo inesperado de la llegada del dueño de la casa. Lo que nos quiere decir es que Dios está siempre viniendo. Él es “el que viene”.
La humanidad vive un constante adviento, pero no por culpa de un Dios cicatero que se complace en hacer rabiar a la gente obligándole a infinitas esperas antes de darle lo que tanto ansían. Estamos todavía en Adviento, porque estamos dormidos o soñando con logros superficiales, y no hemos afrontado con la debida seriedad la existencia. Todo lo que espero de fuera, lo tengo ya dentro.
“Mirad, Vigilad”. Para  ver no sólo se necesita tener los ojos abiertos, se necesita también luz. No se trata de contrarrestar el repentino y nefasto ataque de un ladrón. Se trata de estar despierto para afrontar la vida con una conciencia lúcida. Se trata de vivir a tope una vida que puede trascurrir sin pena ni gloria.
Si consumes tu vida dormido, no pasa nada. Esto es lo que tenía que aterrarte; que pueda trascurrir tu existencia sin desplegar las posibilidades de plenitud que te han dado. La alternativa no es salvación o condenación. Nadie te va a condenar. La alternativa es o plenitud humana o simple animalidad.
“Pues no sabéis cuándo es el ‘momento’”. En griego hay dos palabras que traducimos al castellano por “tiempo”: “kairos” y “chronos”.
Chronos significa el tiempo astronómico, relacionado con el movimiento de los cuerpos celestes. “La medida del movimiento, según un antes y un después”, como diría Aristóteles.
Kairos sería el tiempo sicológico. Significa el momento oportuno para tomar una decisión por parte del hombre.
Por no tener en cuenta esta sencilla distinción, se han hecho interpretaciones descabelladas de la Escritura. En el evangelio que acabamos de leer, se habla de kairos, es decir del tiempo oportuno. Naturalmente que el hombre, como creatura material, se encuentra siempre en el chronos, pero lo verdaderamente importante para él es descubrir el kairos.
APLICACIÓN
El punto clave de nuestra reflexión debe ser: ¿Esperamos nosotros esa misma salvación que esperaban los judíos? Si es así, también nosotros vamos de culo y cuesta arriba; Jesús no puede ser nuestro salvador.
La mejor prueba de que los primeros cristianos, verdaderos judíos, no estaban en la auténtica dinámica para entender a Jesús, es que no respondió a sus expectativas y creyeron necesaria una nueva venida. Esta vez sí, nos salvaría de verdad, porque vendría con “poder y gloria”. ¿No os parece un poco ridículo? Precisamente, la médula de su mensaje está en que la salvación que Dios nos ofrece, está en la entrega y el don total, no en la gloria y el poder por encima de los demás.
En las primeras comunidades se acuñó una frase, repetida hasta la saciedad en la liturgia: “Maranatha” (ven, Señor Jesús). Vivieron la contradicción de una escatología realizada y otra futura.
“Ya, pero todavía no”. “Ya”, por parte de Dios, que nos ha dado ya todo lo que necesitamos para esa salvación. Si no fuera así, se convertiría en un tirano. “Todavía no”, por nuestra parte, porque seguimos esperando una salvación a nuestra medida y no hemos descubierto el alcance de la verdadera salvación, que ya poseemos.
Aquí radica el sentido del Adviento. Porque “todavía no” ha llegado la verdadera salvación, tenemos que tratar de adelantar el “ya”. Eso, nunca lo conseguiremos, si permanecemos dormimos.
¿Cómo podemos seguir luchando con todas nuestras fuerzas por un mayor consumismo y a la vez convencernos de que la felicidad está en otra parte? Creo que es una tarea imposible. Descubrir esa trampa, sería estar despiertos.
El ser humano sigue esperando una salvación que le venga de fuera, sea material, sea espiritual. Pero resulta que la verdadera salvación está dentro de cada uno. En realidad Jesús nos dijo que no teníamos nada que esperar, que el Reino de Dios estaba ya dentro de nosotros. En este mismo instante está viniendo. Si estamos dormidos, seguiremos esperando.
La falta de encuentro se debe a que nuestras expectativas van en una dirección equivocada. Esperamos que Dios llegue desde fuera. Esperamos actuaciones espectaculares por parte de Dios. Esperamos una salvación que se me conceda como un salvoconducto, y eso no funciona.
Da lo mismo que la espere aquí o para el más allá. Lo que depende de mí no lo puede hacer Dios ni lo puede hacer otro ser humano. Esta es la causa de nuestro fracaso. Seguimos esperando que otro haga lo que solamente yo puedo hacer.
También la religión me ofrece salvación, pero sólo puede salvarme de las ataduras que ella misma me ha colocado. Ninguna institución puede darme lo que ella no tiene. Dios es la salvación y ya está en mí.
Lo que de Dios hay en mí es mi verdadero ser. No tengo que conseguir nada ni cambiar nada en mí auténtico ser, simplemente tengo que despertar y dejar de potenciar mi falso yo. Tengo que salir del engaño de creer que soy lo que no soy.
Esta vivencia me descentrará de mí mismo y me proyectará hacia los demás. Me identificaré con todo y con todos. Mi falso ser, mi individualidad se desvanecerá. Esa experiencia de salvación transformaría radicalmente mi comportamiento con los demás y con las cosas.
El verdadero problema está en la división que encontramos en nuestro ser. En cada uno de nosotros hay dos fieras luchando a muerte: Una es mi verdadero ser que es amor, armonía y paz; otra es mi falso yo que es egoísmo, soberbia, odio y venganza. ¿Cual de las dos vencerá? Muy sencillo y lógico. Vencerá aquella a quien tú mismo alimentes.
Como los judíos, seguimos esperando una tierra que mane leche y miel; es decir mayor bienestar material, más riquezas, más seguridades de todo tipo, poder consumir más... Seguimos pegados a lo caduco, a lo transitorio, a lo terreno. No necesitamos para nada, la verdadera salvación o, a lo máximo, para un más allá.
Sin necesidad no puede haber verdadero deseo, y sin deseo no hay esperanza. Hoy ni los creyentes ni los ateos esperamos nada más allá de los bienes materiales. Dios sigue esperando.
Meditación-contemplación
“Despierta tú que duermes, y Cristo será tu luz”.
Para ver se necesita tener lo ojos bien abiertos,
pero también se necesita una buena luz.
De estas dos realidades tienes que preocuparte.
………………
No se trata de los ojos del cuerpo, sino los del “alma”.
Curiosamente, no se puede ver desde dentro
si no tienes los ojos del cuerpo cerrados
y la razón despegada de los asuntos terrenos.
………………
La luz que puede ayudarte sí puede venir de fuera de ti.
La experiencia interior de los demás
puede ser la mejor luz que ilumine tu vida.
Para nosotros, la experiencia de Jesús, será la mejor guía.
Esa vivencia está más allá de todo lo que se puede decir sobre él.

Fuente: http://www.feadulta.com/anterior/Ev-mc-13-33-37-MR.htm
Ilustración: Warren Keating.

sábado, 18 de diciembre de 2010

en camino


EL UNIVERSAL, Caracas, 18 de Diciembre de 2010
Adviento 2010
MONS. BALTAZAR PORRAS

Vivimos en un mundo acelerado, en el que todo cambia vertiginosamente y perdemos la perspectiva transformadora de la espera. Es tal la desilusión que no esperamos nada. Vivimos intensamente el momento presente, como si fuera el último instante que hay que vivir a plenitud.

El adviento, tiempo en el que somos llamados a preparar el nacimiento del Dios con nosotros, es una convocatoria a crecer en la esperanza, a vivir la experiencia de la cercanía de Dios en el rostro de la vida cotidiana, escenario en el que Dios nos llama a vivir un tiempo nuevo.

Pero, ¿qué celebramos? Lo primero, liberarnos, romper las ataduras forzadas. Estamos atados a tantas cosas que no podemos pensar en la liberación. De allí la fuerza del profeta Isaías: brotará un renuevo del tronco de Jesé que no juzgará por apariencias y defenderá con justicia y equidad al pobre y desamparado. Los signos son los frutos de la paz: habitará el lobo con el cordero y el niño jugará con la víbora.

Es el llamado apremiante que anuncia el amor de Dios que nos pide cambiar el corazón, dejarnos guiar por la bondad de Dios, viviendo con los débiles el rechazo de la opresión. El adviento es tiempo subversivo, porque nos pide dejar de lado lo que dificulta que florezca la justicia. Es necesaria la paciencia y la constancia para acoger a Cristo Jesús, hecho niño y debilidad, ternura y amor.

Celebramos, en fin, la esperanza. La capacidad de soñar despiertos, de estar vigilantes, de hacer florecer la belleza y convertir lo imposible en posible. Vivimos en medio de un mundo lleno de conflictos, de abusos de poder, de desprecio a la vida. Es el paso del desierto para aprender a reconocer a Dios en medio de nosotros y comportarnos como hermanos. El adviento nos capacita para decir con toda fuerza: ¡Feliz Navidad!