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lunes, 22 de agosto de 2016

FE OPERANTE

Reflexión al Evangelio Dominical: Puerta estrecha
José Martínez de Toda (SJ)

"Hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos", es el mensaje central del Evangelio que se proclama en el vigésimo primer domingo del tiempo ordinario, de este año C, que corresponde al domingo 25 de agosto de 2013.  El P. José Martínez de Toda S.J. Venezuela) nos comparte su reflexión dialogada a la lectura del Evangelio de San Lucas, 13, 22-30 .

Hoy le preguntan a Jesús: ¿Serán pocos los que se salven? ¿Qué respondió Jesús?

Entre los judíos había una gran preocupación sobre quiénes se salvaban e iban al cielo y quiénes se condenaban. Ellos imaginaban que una gran muchedumbre de todo pueblo y raza se apiñaba a la puerta del cielo para entrar.

Y alguien le hizo a Jesús la pregunta equivocada: ¿Serán pocos los que se salven?

Jesús no contesta directamente a esta pregunta de simple curiosidad. Él va al grano. Como buen pedagogo, Él aprovecha estos momentos para responder a las verdaderas preguntas que le debían hacer:

¿Cómo salvarse? ¿Quiénes serán recibidos y quiénes rechazados? ¿Qué necesito para ser salvado? ¿Cómo puedo servir a Dios mejor en mi presente situación en la vida? ¿Cómo usar mejor las oportunidades que Dios me da aquí y ahora para mi salvación eterna? Éstas son las preguntas verdaderas.

¿Y qué responde Jesús?

Jesús podía decir en general que todos los hombres del mundo son llamados por Dios a entrar en su Reino, y a todos se les concede de hecho la posibilidad de entrar en él. Pero Jesús especifica además:

Jesús habla de entrar por la puerta estrecha. ¿Qué significa que la puerta sea estrecha?

La puerta estrecha de Jesús significa esfuerzo y sacrificio.

Es ayudarnos mutuamente a nacer de nuevo y acercarnos a todos con amor.

Es una vida entera puesta al servicio de la liberación humana y espiritual de todos.

La puerta tiene exigencias concretas:

Vivir alerta y estar siempre preparados.

Hacer un serio esfuerzo: sólo los que se hacen violencia entran en el Reino de los cielos. Hay que apreciar el Reino por encima de todo: hay que amarlo más que a nada, 'venderlo todo' por él, sacrificar todo lo terreno (Mateo 6, 21; 13, 44).

Ser comprometidos con los hombres: "el que no ama al hermano a quien ve, ¿cómo va a amar a Dios a quien no ve?" (I Juan 4, 20; Mateo 25).

El amor de Dios es un amor exigente.

Es una invitación a la lucha, al compromiso, a la resistencia.

Requiere una opción fundamental y, sobre todo, un esfuerzo continuado.

Pero Jesús no nos pide nada que Él no haya hecho primero. Contamos con su gracia ayudadora; Dios no nos pide nunca algo que no nos haya dado primero.

Él fue el primero en entrar por la puerta estrecha.

Pero hay una amenaza de 'puerta cerrrada'.

¿Hay algún boleto de entrada?

El criterio de selección será solamente la fe con obras.

Mateo pone como criterio o boleta de entrada, la fe (Mt 8, 11-12); Lucas, en cambio, pone como pasaporte las 'obras de justicia' (vv. 23-27).

Juntando las dos respuestas, podemos decir: el único signo seguro será 'ambos unidos': la fe que se manifiesta en las obras, el tener verdadera fe en Cristo, que lleve a practicar la justicia (cf. Mt 25), porque para Dios no hay acepción de personas.

El criterio de salvación es vivir una fe viva, 'operante por la caridad' (cfr. Gal 5, 6)

Es ser y considerarse gratuitamente 'hijos verdaderos', junto con las obras de cada uno.

Es cumplir el "Ámense los unos a los otros" y el "Sírvanse unos a otros".

Es ser pobre en el sentido bíblico, es decir: tener humildad radical y vaciarse de sí mismo ante el Todo-Otro, que es Dios. Quien no recibiere como un niño el Reino de Dios, no podrá entrar en él (Mateo 18, 1-4; 19, 14). La actitud propia del niño es la de fe, confianza, docilidad, sencillez...

En una palabra: es cumplir la voluntad del Padre, especialmente el gran mandamiento del amor.

¿Es exigente la búsqueda del Reino de Dios?

El amor a Dios y el amor a los hermanos es el único pasaporte válido para entrar en el Reino de Dios.

A todos los que presentan otro pasaporte, les dirá: "No sé quiénes son ustedes".

Y el festín del Reino se llenará con los que aquí sirvieron y amaron.

Despedida

Les invitamos a la Misa, a la Eucaristía, sacramento del amor. El Reino de Dios ya está presente entre nosotros. Pero mientras llega en plenitud hay que ir construyéndolo día a día, en nosotros y en los demás. Nada será tan eficaz para ello como celebrar la Eucaristía, donde se come y se bebe 'el Pan y el Vino del Reino', que nos dará energía para cumplir sus exigencias y para extender nuestra misión a toda la creación, mientras llega el Señor. La Eucaristía es la garantía, las arras dadas por Cristo de que un día nos sentaremos con él en su Reino.

Fuente:
http://radioevangelizacion.org/noticia/reflexion-al-evangelio-dominical-puerta-estrecha
Cfr.
Isabel Vidal de Tenreiro: http://www.elimpulso.com/opinion/buena-nueva-esforzarse-cielo

Ilustración: Folke Hammarsten.

LA SOLA ADSCRIPCIÓN NO ES GARANTÍA

NOTITARDE, Valencia, 21 de agosto de 2016
“Caminando con Cristo”
La Puerta estrecha (Lc.13, 22-30)
Joel de Jesús Núñez Flautes (@padrejoel95)

En tiempos de Jesús como en nuestros días surge la pregunta de ¿cuántos se salvarán al final de los tiempos? Los Testigos de Jehová que tanto tocan a nuestras puertas tienen como bandera esta pregunta e incluso, afirman que sólo 144.000 irán al cielo y los otros quedarán en la tierra. Esto sólo es un ejemplo y, por supuesto errado, de lo tanto que preocupa al ser humano el tema de la vida futura. Por eso, Jesús nos aclara y nos dice en donde debe estar nuestra preocupación. Con la metáfora de la puerta estrecha nos da a entender lo que debe significar para un verdadero cristiano su vida y el paso por este mundo. Jesús no responde directamente a la inquietud de su interlocutor anónimo, sino que comienza su intervención invitando a esforzarse por entrar por “la puerta estrecha”. De esta forma, Jesús deja muy en claro que la sola pertenencia a un grupo religioso, en nuestro caso el ser cristianos católicos, no me garantiza que ya estoy salvado. No se trata de algo mágico o sociológico como lo pensaban los judíos de entonces y como lo creen algunos grupos religiosos que se han separado de la Iglesia Católica y van predicando fanáticamente que algunos se salvarán y otros se condenarán si pertenecen o no a su secta religiosa. Cristo desestima estos cálculos y deja muy en claro que la conquista de la salvación eterna depende de la ascesis, del esfuerzo, de la lucha por el bien, por la santidad, por ser mejores cada día, por vivir de acuerdo a su mensaje, siendo coherentes; es esto lo que nos señalará que estamos encaminados hacia la patria futura; porque al final, la certeza de nuestra salvación la tiene Dios y no nosotros.

Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de Cristo que vino al mundo para mostrarnos el camino que conduce hacia el cielo. Todo el que busca sinceramente a Cristo en este mundo y lo sigue con fidelidad se salvará. 

IDA Y RETORNO: No perdamos la esperanza. Oración y acción.

Fuente: http://www.notitarde.com/La-Puerta-estrecha-Lc13-22-30/Columnistas-del-Dia/2016/08/20/1018117/
Cfr.
Alvaro Lacasta: http://lbarragan.blogspot.com/2010/08/dela-fe-y-su-ejercicio.html
Mons.  Antonio José López Castillo:http://www.elimpulso.com/opinion/arquidiocesana/arquidiocesana-21-08-16
Ilustración: Stefan Kuhn.

INTERROGANTES

Preguntas y sugerencias sobre la salvación
Marcos Rodríguez

El texto nos recuerda una vez más que Jesús va de camino hacia Jerusalén, que será su meta. Sigue Lucas con la acumulación de dichos sin mucha conexión entre sí, pero que tienen como objetivo ir instruyendo a los discípulos sobre el seguimiento de Jesús.
Jesús no responde a la pregunta, porque está mal planteada. La salvación no es una línea que hay que cruzar, es un proceso de descentralización del yo, que hay que tratar de llevar lo más lejos posible. Fijándonos solo en la pregunta, trataremos de adivinar por qué no responde Jesús.
No es nada fácil concretar en que consiste esa salvación de la que se habla en todas las páginas del evangelio.
El concepto mundano parece ser que es la liberación de un peligro o de una situación desesperada. El médico está todos los días curando en el hospital, pero se dice que ha salvado a uno, cuando estando en peligro de muerte ha evitado ese final. Este concepto aplicado a la vida espiritual puede despistarnos un poco.
El mayor peligro para una trayectoria espiritual es dejar de progresar, no que encuentre obstáculos en el camino. La salvación no sería librarme de algo sino desplegar un máximo de plenitud humana.
Vamos a examinar algunas preguntas que nunca nos deberíamos hacer, porque la alternativa que se propone simplemente no es real. Trataremos de dar respuesta a lo que no tiene respuesta.

1.- ¿Te salvas tú, o te salva Dios?
En realidad no se puede dar tal alternativa porque la acción de Dios y la del hombre no son de la misma naturaleza, por lo tanto no se contrapone la una a la otra. Dios no obra como causa segunda, sino directamente en la esencia del ser. En Él el obrar y el ser es lo mismo.
Dios me está salvando ahora, pero ese “me” no se refiere al ego. Si pretendo salvar mi ego, es que no he descubierto la acción de Dios, y tampoco la he hecho mía. “El que quiera salvar su vida, la perderá”.

2.- ¿Salvación para el más allá o para el más acá?
Esta pregunta es de la mayor importancia. ¿Por qué nos empeñamos en separar el más allá del más acá, lo terreno de lo espiritual, lo transitorio de lo eterno, etc.?
No resolveremos el problema, mientras no lleguemos a una síntesis. El ser humano es una unidad. Su salvación tiene que ser también una. No puede haber salvación del más allá sin salvación en el más acá. Aquí y ahora se realiza la salvación que durará siempre. En el momento presente está toda la eternidad.

3.- ¿Cómo nos salva Cristo?
Para cualquier cristiano, no hay duda de que es Jesús quien nos salva. Por eso el interrogante no es sobre "el si” nos salva,  sino sobre "el cómo”. Fijaros que no ponemos en duda el aserto, sólo queremos concretar su significado, porque en la inmensa mayoría de los casos, se entiende mal.
No podemos repetir hoy los argumentos de S. Anselmo: “Cristo con una acción de valor infinito, pagó a Dios la ofensa infinita del ser humano…”.
Ese Dios que exige la muerte de su propio Hijo para poder perdonar, además de ser un mito ancestral, no es el Dios del evangelio. Jesús nos salva, salvándose él como hombre. Nos ha mostrado el camino y nos ha demostrado que es posible, también para nosotros si asimilamos lo que él vivió, y hacemos nuestro lo que a él le salvó.

4.- ¿Salvan las religiones?
Gandhi decía que las religiones eran distintos caminos que conducían todos al mismo punto. Estoy de acuerdo, pero son instrumentos que no siempre sabemos utilizar y con demasiada frecuencia los utilizamos mal o los confundimos con la misma meta.
Todas las religiones son consecuencia de que una persona, en un momento determinado de la historia, se ha sentido salvada. Al encontrar la salvación para sí, intenta llevarla también a los demás. Pero la salvación no es transferible, entonces ofrece normas, ritos y doctrinas que pueden ayudar. Cuando todo esto se organiza se crea una religión.
La realidad es que todas las religiones atan más que liberan; oprimen más que salvan. También la nuestra, a pesar de la osadía de la frase: “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Mal entendidas, todas las religiones son falsas y ninguna salva.

5.- ¿Salvan los sacramentos?
La mala comprensión de la salvación de Cristo, hace que entendamos mal todos los sacramentos. Se piensa que la actuación de Dios en ellos es externa e instrumental, “ex opere operato”.
La consideración de los sacramentos como quitamanchas o pulidores automáticos, nos ha metido a todos por un callejón sin salida. Baste recordar con qué preocupación se buscaba al sacerdote, a la hora de la muerte, para que pudiera despachar al difunto bien arreglado.
Esa visión mecanicista y extrínseca de la salvación ha empobrecido nuestra religiosidad hasta límites increíbles. Debemos descubrir toda la magia que se esconde en esa visión, y cómo podemos hoy salir de ese atolladero y seguir buscando la verdadera salvación en las actitudes de cada persona en su vida real.

6.- ¿Es la salvación siempre la misma para todos?
El hombre del Cro-magnon, nosotros y el hombre de dentro de veinte mil años, ¿tendrían todos las mismas posibilidades de salvación?
Sería más razonable pensar que a medida que el ser humano avanza en su evolución, crecen también las posibilida­des de plenitud, y por lo tanto crecen sus posibilidades de salvación. No es una idea fácil de asimilar, pero si aceptásemos que el ser humano está en evolución, quizá desaparecieran muchos fundamen­talismos absolutistas.
Creer que podemos determinar lo que el hombre futuro puede llegar a ser, es ignorar nuestra limitación y además es ignorar la historia de la vida, siempre en evolución.
Desde los primeros organismos vivos hasta el hombre, se han ido abriendo siempre nuevas perspectivas de más ser, y por lo tanto, de mayor perfección. La ameba no podía imaginar que un día un descendiente suyo iba a correr como el gamo, a volar como el águila o a ver como el lince. Tampoco el ser humano tiene en sus manos el futuro. Tenemos que estar abiertos a nuevas e insólitas posibilidades.

7.- ¿Se puede conocer la salvación antes de conseguirla?
Se trata de averiguar si podemos hablar con propiedad de la salvación, de modo que se pueda trasmitir un conocimiento de lo que alcanzaríamos si consiguiéramos salvarnos. Nadie sabrá en qué consiste la verdadera salvación, hasta que no la haga realidad.
Entre todos tendremos que ir tanteando un poco a ciegas y, a base de infinitas equivocaciones, ir abriendo camino. Lo que llamamos "pecado", sería la manifestación de esas equivocaciones, en busca de la meta.

8.- ¿Es la salvación una cuestión puramente personal?
En el AT casi siempre se habla de salvación o perdición del pueblo. El evangelio insiste en que la salvación es personal, pero también afirma, que nadie se puede salvar desentendiéndose de los demás.
Como nadie puede comer y medrar por otro, tampoco puede llegar a su plenitud por otro; y sin embargo, en la medida que una persona se salva, está ayudando a salvarse a los demás. De hecho, a los que han sido ejemplos de salvación a través de la historia, les tenemos por salvadores.
Para nosotros el gran ejemplo de salvación fue Jesús. En otras culturas, tienen otros modelos de salvación, que pueden ser también válidos. Toda figura salvífica, está condicionada a unas circunstancias a las que respondió con su modo de vivir. Nuestra salvación la tenemos que demostrar, respondiendo a los retos que la vida nos lanza en el momento presente.

9.- ¿De qué tenemos que ser salvados?
La primera acepción del verbo salvar (librar de un peligro) nos despista. Insistir en el “hombre caído”  no tiene hoy mucho sentido, como punto de partida.
La salvación no puede consistir en quitarme ni en añadir algo. No se da en el orden del tener sino en el del ser. No puede consistir en librarnos de nuestras limitaciones y fallos. Las religiones tienden a dar pábulo a este mito.
Nuestra religión ha insistido en la liberación del pecado. Pensamos que la creación le salió mal a Dios la primera vez; y tiene que corregir el error en una segunda creación.
Debemos tener clara la falsedad de este planteamiento. En el fondo es negar nuestra condición de criaturas. Somos criaturas y por lo tanto, contingentes, limitadas, falibles y que de hecho fallamos.
Dios no tiene otra manera de crear algo distinto de Él mismo. Esas limitaciones no son fallos de la creación, sino que pertenecen a nuestra condición esencial. No debemos achacar esas carencias a Dios ni al diablo.
Por lo tanto la salvación no puede consistir en hacernos infalibles, impasibles, impecables, inmortales. La salvación tiene que producirse desplegando las posibilidades que tenemos como seres humanos, no cambiando lo humano por otra manera de existencia.
No estamos aquí para salvarnos sino para perdernos en beneficio de todos.
El domingo pasado decía Jesús: “He venido a traer fuego a la tierra, ¿qué más puedo pedir si ya está ardiendo?”
Todo lo creado tiene que transformarse en luz, y la única manera de conseguirlo es ardiendo. Somos como la vela que está hecha para iluminar consumiéndose. Mientras esté apagada y mantenga su identidad de vela será un trasto inútil. En el momento que le prendo fuego y empieza a consumirse comienza a dar luz, da sentido a su existencia.
Cuando nos pasamos la vida adornando y engalanando nuestra vela; cuando incluso le pedimos a Dios que, ya que es tan bonita, la guarde junto a Él para toda la eternidad, estamos renunciando al verdadero sentido de una vida humana, que es arder, consumirse para iluminar a los demás.

Meditación-contemplación
He venido a prender fuego a la tierra.
El fuego que Jesús trae, me tiene que consumir a mí.
Mi falso yo, sustentado en lo material,
tiene que consumirse para que surja el verdadero ser.
…………………
Todo lo que trabajemos para potenciar la individualidad,
será ir en dirección contraria a la verdadera meta.
Mientras más adornos y capisayos le coloque,
más lejos estaré de mi verdadera salvación
……………………..
Para que surja el oro de mi verdadera naturaleza,
tiene que arder la escoria de mi ego.
La luz que ya existe en el fondo de mi ser,
sólo se manifestará cuando arda mi materialidad.

Fuente:
http://www.feadulta.com/anterior/Ev-lc-13-22-30_MR-C.htm
Cfr.
Enrique Martínez Lozano: http://www.feadulta.com/anterior/Ev-EML_74-lc-13-22-30.htm
Escultura: David Mach.

lunes, 26 de agosto de 2013

APARENTE EXCLUSIÓN, APARENTE INCLUSIÓN

Lc 13, 22-30
Confianza, sí. Frivolidad, no ¿Rigorismo o radicalidad? No todo da igual
José Antonio Pagola

CONFIANZA, SÍ.FRIVOLIDAD, NO

La sociedad moderna va imponiendo cada vez con más fuerza un estilo de vida marcado por el pragmatismo de lo inmediato. Apenas interesan las grandes cuestiones de la existencia. Ya no tenemos certezas firmes ni convicciones profundas. Poco a poco, nos vamos convirtiendo en seres   triviales, cargados de tópicos, sin consistencia interior ni ideales que alienten nuestro vivir diario, más allá del bienestar y la seguridad del momento.
Es muy significativo observar la actitud generalizada de no pocos cristianos ante la cuestión de la “salvación eterna” que tanto preocupaba solo hace pocos años: bastantes la han borrado sin más de su conciencia; algunos, no se sabe bien por qué, se sienten con derecho a un “final feliz”; otros no quieren recordar experiencias religiosas que les han hecho mucho daño.
Según el relato de Lucas, un desconocido hace a Jesús una pregunta frecuente en aquella sociedad religiosa: “¿Serán pocos los que se salven?” Jesús no responde directamente a su pregunta. No le interesa especular sobre ese tipo de cuestiones estériles, tan queridas por algunos maestros de la época. Va directamente a lo esencial y decisivo: ¿cómo hemos de actuar para no quedar excluidos de la salvación que Dios ofrece a todos?
“Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. Estas son sus primeras palabras. Dios nos abre a todos la puerta de la vida eterna, pero hemos de esforzarnos y trabajar para entrar por ella. Esta es la actitud sana. Confianza en Dios, sí; frivolidad, despreocupación y falsas seguridades, no.
Jesús insiste, sobre todo, en no engañarnos con falsas seguridades. No basta pertenecer al pueblo de Israel; no es suficiente haber conocido personalmente a Jesús por los caminos de Galilea. Lo decisivo es entrar desde ahora en el reino Dios y su justicia. De hecho, los que quedan fuera del banquete final son, literalmente, “los que practican la injusticia”.
Jesús invita a la confianza y la responsabilidad. En el banquete final del reino de Dios no se sentarán solo los patriarcas y profetas de Israel. Estarán también paganos venidos de todos los rincones del mundo. Estar dentro o estar fuera depende de cómo responde cada uno a la salvación que Dios ofrece a todos. Jesús termina con un proverbio que resume su mensaje. En relación al reino de Dios, “hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos”. Su advertencia es clara. Algunos que se sienten seguros de ser admitidos pueden quedar fuera.
Otros que parecen excluidos de antemano pueden quedar dentro.
Jesús va caminando hacia Jerusalén. Su marcha no es la de un peregrino que sube al templo para cumplir sus deberes religiosos. Según Lucas, Jesús recorre ciudades y aldeas «enseñando». Hay algo que necesita comunicar a aquellas gentes: Dios es un Padre bueno que ofrece a todos su salvación. Todos están invitados a acoger su perdón.
Los pecadores se llenan de alegría al oírle hablar de la bondad insondable de Dios: también ellos pueden esperar la salvación. En los sectores fariseos, sin embargo, critican su mensaje y también su acogida a recaudadores, prostitutas y pecadores: ¿no está Jesús abriendo el camino hacia una relajación religiosa y moral inaceptable?
NO TODO DA IGUAL
Según Lucas, un desconocido interrumpe su marcha y le pregunta por el número de los que se salvarán: ¿serán pocos?, ¿serán muchos?, ¿se salvarán todos?, ¿solo los justos? Jesús no responde directamente a su pregunta. Lo importante no es saber cuántos se salvarán. Lo decisivo es vivir con actitud lúcida y responsable para acoger la salvación de ese Dios bueno. Jesús se lo recuerda a todos: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha».
De esta manera corta de raíz la reacción de quienes entienden su mensaje como una invitación al laxismo. Sería burlarse del Padre. La salvación no es algo que se recibe de manera irresponsable de un Dios permisivo. No es tampoco el privilegio de algunos elegidos. No basta ser hijos de Abrahán. No es suficiente haber conocido al Mesías.
Para acoger la salvación de Dios es necesario esforzarnos, luchar, imitar al Padre, confiar en su perdón. Jesús no rebaja sus exigencias: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo»; «No juzguéis y no seréis juzgados»; «Perdonad setenta veces siete», como vuestro Padre; «Buscad el reino de Dios y su justicia».
Para entender correctamente su invitación a «entrar por la puerta estrecha» hemos de recordar las palabras de Jesús que podemos leer en el evangelio de Juan: «Yo soy la puerta; si uno entra por mí será salvo» (Juan 10,9). Entrar por la puerta estrecha es «seguir a Jesús»; aprender a vivir como él; tomar su cruz y confiar en el Padre, que lo ha resucitado.
En este seguimiento de Jesús no todo vale, no todo da igual: hemos de responder al amor de Padre con fidelidad. Lo que Jesús pide no es rigorismo legalista, sino amor radical a Dios y al hermano.
Por eso su llamada es fuente de exigencia, pero no de angustia. Jesús es una puerta siempre abierta. Nadie la puede cerrar. Solo nosotros si nos cerramos a su perdón.
¿RIGORISMO O RADICALIDAD?
Hay dichos de Jesús que, si no sabemos leerlos en su verdadera perspectiva, pueden conducir a una grave deformación de todo el Evangelio. Así sucede con estas palabras tan conocidas: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha», pues pueden llevarnos a un rigorismo estrecho, rígido y antievangélico en lugar de orientarnos hacia la verdadera radicalidad exigida por Jesús.
El pensamiento genuino de Jesús, tal como lo recoge la tradición de Lucas, es suficientemente claro. A aquellos judíos que le preguntan por la salvación, Jesús les advierte de que esta no es algo que se produce automáticamente. No basta ser hijo de Abrahán. Es necesario acoger el mensaje de Jesús y sus profundas exigencias.

http://www.musicaliturgica.com/0000009a2106d5d04.php
Cfr.
http://homiletica.org/PDF054/aahomiletica006941.pdf
http://elimpulso.com/articulo/buena-nueva-cuantos-se-salvaran#.UhtK738TkhM

El Padre Antonio Gracia (Pasionista), se pregunta: "¿Cómo es la fe que ilumina tu vida? ¿Qué dificultades encuentras para seguir el camino de Cristo? ¿Tu vida tiende lazos de unión o levantas muros de división?" (Hoja dominical, año XLVII, Domingo XXI del Tiempo Ordinario)

Ilustración: Carlos Cruz Diez.