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1.- DIARIO DE LA MAÑANA, Coro, 1922: Así sería la cosa, que Justiniano Bravo pagó el aviso para aclaarar que no alquilaba su carro en las noches. El escándalo y la borrachera es lo primero que uno se imagina al pretender devolver el vehículo en horas de la madrugada, salvo mejor opinión. Y el "sea quien fuere" luce como una indirecta muy directa.
Por cierto, Enrique Roetering tiene un taller mecánico que, por siempre, lo entendimos como sitio para la reparación de carros. Hasta a las armas de fuego le metía mano, y hoy - indudable - tendría una selecta clientela. Por cierto, el grafófono (
https://sites.google.com/site/enmediodelamusica/presentacion/home/grafofono), debió ser muy corriente para la época. Era costumbre en la Venezuela muy de antes que los más prestigiosos hoteles publicaran la lista diaria de sus clientes. Es de anteojito que el solo detalle dará ocasión a los chistes que no admiten mucha variación.
2.- EL CONCILIADOR, Coro, 1906: Pedro Manuel Arcaya, desde muy joven, ejercía su profesión. Estaba a la orden, en la calle Zamora.
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3.- EL PORVENIR, Caracas, 1864: Jesús María Quintana despacha un reconocimiento muy particular al Dr. Laloubie. Salvó a Juan Bautista Castro de las furibundas garras de la parca. Después de Dios, el combatidor de la epidemia.
4.- EL UNIVERSAL, Caraas, 1973: Acá, la letra no sólo es muda, sino invisible. Magnífico nombre para un hotel. Además, el cobro era semanal, de modo que no era de "a ratos". Quizá fue un establecimiento algo grande, como para tener un bar-discoteca. Calle hoy peligrosa, probablemente no lo era por entonces, en el enjambre de casas de escasos edificio de las inmediaciones que hoy tiene por epicentro un centro comercial y un hotel de vrias estrellas.
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5.- EL NACIONAL, Caracas, 1968: La vieja prensa venezolana, por lo general, gozó de una cierta profusión de avisos publicitarios. Dos notas sugiere la pieza. Por una parte, el empuje de la Orquesta Sinfónica de Venezuela, la existencia de la sociedad de "Amigos del Museo de Bellas Artes de Caracas", la enseñanza del italiano, las sucursales de "Don Disco". Obvios los contrastes con el presente. Nadie concibe una sociedad de amigos de alguna entidad artistica del Estado, porque éste se basta a sí mismo para sostenerla y, además, qué filantropía puede avenirse con una dictadura patrimonialista. Nadie imaginó, medio siglo atrás,el destino de "Don Disco" que estaba en la Plaza de Chacao, seguramente aún sin construir el centro comercial.Nos gustaría ver la reconstrucción del lugar, quizá por una maqueta u otros medios como el informático.
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La otra nota se refiere a la presencia de don Lino Rodríguez Arias-Bustamente en la Librería Nuevo Orden. Y, aunque - hoy - discrepamos de varias de sus perspectivas, resulta interesante reivindicar el esfuerzo intelectual que desarrolló desde la Universidad de Los Andes. Le dio hondura al planteamiento que las, por entonces, nuevas generaciones reclamaban. Asombra que, tempranamente, haya publicado los títulos referidos en el aviso. Alguna vez leímos su texto sobre obligaciones, pareciéndonos interesantísimo. Creemos que la prédica ideológica, varias veces reiterativa, sacrificó en mucho al jurista de aportes novedosos.
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