EL NACIONAL - Jueves 22 de Agosto de 2013 Opinión/7
¡Viva la política!
LUIS UGALDE
Hay anaqueles vacíos y colas de gentes buscando harina, leche, papel higiénico o pollo. Pero la escasez más grave en Venezuela es la falta de política.
Cuartel no es política, "ordeno y mando" no es democracia, por eso el barco naufraga y escasea la política con participación libre y responsable. Política es participación en la polis, en el espacio público, donde se juega el bien común de todos. Los católicos aprendimos que la buena política es una de las formas más elevadas de practicar la caridad, porque el bien cuanto más universal es más divino; y la mala política es más diabólica, pues castiga con inseguridad, inflación y desempleo a la mayoría de los venezolanos.
Llegamos al fin de un experimento que estuvo cargado de esperanza y hoy la gente quiere cambiar, pero no quiere saltar de una ilusión fracasada a otra. Sólo una política honesta, tenaz, decidida y abierta a una participación plural, puede recoger democráticamente ese anhelo de cambio del 80% de los venezolanos. Como siempre en las crisis, está latente la tentación de una aventura de fuerza, olvidando que quienes llegan al poder por la fuerza buscan perpetuarse con las armas y la mentira, y para ellos la política y los partidos políticos son enemigos mortales.
Cuando el general Franco llevaba veinte años de dictador nombró un ministro de Relaciones Exteriores civil y le dio el siguiente consejo: "Usted no se meta en política. Haga como yo que nunca me he metido en política y me ha ido muy bien". Estaba claro: dictadura no es política, no es polis ni ciudadanía corresponsable, sino la bota que impone. Cuando Chávez llevaba menos de dos meses en la presidencia me dijo personalmente en Miraflores: "Yo no creo en ningún partido, ni siquiera en el mío. Yo creo en los militares que es donde me formé". Así es. Por ello se impone el Ejecutivo sobre los otros poderes y se viola la Constitución. Eso por el lado militar; y por el lado marxista es una obligación imponer la "dictadura del proletariado" (en Venezuela sólo algo metafórico), indispensable para destruir y erradicar la "dictadura de la burguesía". Por eso las elecciones, la descentralización del poder, los contrapesos entre los poderes públicos, la limitación temporal de mandato presidencial, la ciudadanía como origen y control de los poderes...
son lamentables "formalismos burgueses".
La impaciencia y la indignación llevan a algunos opositores a pensar que lo militar sólo se vence con lo militar y que luego los buenos ángeles armados entregarán gustosos el poder a los ciudadanos. Para la buena política necesitamos políticos y partidos políticos. Sembrando antipolítica (llevamos al menos veinte años en eso) no cosecharemos democracia. Por eso el gobierno criminaliza la política.
Pero los primeros sembradores de antipolítica son los malos políticos, como fueron los tradicionales partidos en el año 1998, y mucho antes, con el deterioro e insensibilidad social creciente desde 1975.
La mejor escuela de formación de agrupaciones ciudadanas y de partidos es el ejemplo de los líderes, que en medio de esta tormenta reman contra corriente y sufren todo tipo de ataques, de calumnias y de amenazas. Parece suicida que, desde el deseo de cambio, se desprestigien los éxitos de los demócratas unidos y se siembre la sospecha que lleva a vacunar a la población contra la política. Por el contrario, necesitamos que cada venezolano se vuelva ciudadano, es decir político. Criminal es también la actitud de algunos figurones de la política que anteponen su propio interés y esperan triunfar con el fracaso de otros demócratas. Cuánta falta hace en Venezuela en este momento la "Cultura del encuentro" de la que habló en Brasil el papa Francisco: "Una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar y todos pueden recibir algo bueno a cambio". Luego de años de prédica del odio, de la descalificación y del enfrentamiento, la población añora el reencuentro. Jesús reprimió las ambiciones de poder de sus discípulos y les dijo: miren, los jefes de las naciones dominan y oprimen a sus pueblos y los tratan como esclavos. No sea así entre ustedes, sino que el mayor sea el que más sirve, así como el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y dar la vida.
Sólo saldremos de esto si todos contribuimos a fortalecer una alternativa ganadora con una política decidida para que tengan poder social, económico y político quienes hoy no lo tienen y por eso se agarraron a caudillos populistas. ¡Lo público es de todos!
Nota LB: Interesante, aunque insuficiente. Creemos que hubo una importante contribución de los partidos a la antipolítica. A vuelo de pájaro, podemos hallar serios indicios con la campaña electoral de 1973 o la boutade de Montiel Ortega a finales de los '70, o el recurrente ultraizquierdismo que condenara - incluso - Radamés Larrazábal, y hay quienes dirán del propio Ugalde y sus entregas a SIC. Sin embargo, éste olvida cosas como la desproprocionada y demoledora campaña descalificadora del extinto Congreso de la República, por no citar la propia, acrítica e incomparable promoción que hicieron los medios de Chávez Frías, quien después - paradójicamente - dió el hachazo a RCTV.
Para mayor ironía, fueron los partidos, o uno específico, el que promovió entre 1996 y 1997, un relativamente exitoso Seminario Internacional sobre la antipolítica: la Fracción Parlamentaria de COPEI. Es la antipolítica lo que impide, permite y legitima, una visita parlamentaria como nunca antes ocurrió: http://www.ultimasnoticias.com.ve/noticias/actualidad/politica/ramirez-rechazo-visita-de-diputados-opositores-a-a.aspx. Toda protesta es provocación, es el gran titular que - de paso - estigmatiza (banaliza): http://www.correodelorinoco.gob.ve/nacionales/trabajadores-pdvsa-rechazaron-provocaciones-diputada-maria-corina-amuay/
¿LLegamos gratuitamente a la necropolítica, sobre todo en un país de los angustiosos índices de criminalidad, por no citar los homicidios? ¿Frente al poder establecido que escurre el bulto? ¿Cómo recuperar el mínimo de racionalidad en el país?, la que también ha de afectar a los propios sectores de oposición que confunde a radicales muy genuinos con agentes del SEBIN, puerilizando la política. Por ejemplo, ¿Orlando Ochoa no da mejores elementos para la discusión y el combate? http://www.eluniversal.com/opinion/130822/el-origen-petrolero-monetario
Fotografía: http://www.theguardian.com/film/2009/sep/03/oliver-stone-south-of-the-border-hugo-chavez
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jueves, 22 de agosto de 2013
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Política
martes, 9 de octubre de 2012
POR CIERTO, ZONA QUE YA TRANSITAMOS
EL PAÍS, Madrid, 9 de Octubre de 2012
TRIBUNA
El desprecio de los políticos
La izquierda no recoge la inversión política del malestar social; la derecha pretende desplazar el discurso hacia consignas moralizadoras. Y el secuestro tecnocrático de la decisión colectiva fomenta la despolitización
Germán Cano
Resulta una obviedad afirmar que el desprecio de los políticos sirve de termómetro privilegiado para medir la temperatura de nuestra crisis. Aunque en los últimos sondeos del CIS, tras el paro y los problemas económicos, la clase política aparece como la tercera mayor preocupación de los españoles, el malestar por su actuación está batiendo récords históricos, sumando 17 meses consecutivos como gran problema nacional.
Probablemente, no merezca la pena insistir en las causas inmediatas y genuinamente españolas de esta desafección, pero sí, más allá del ruido mediático, analizar de dónde procede este desprecio que, partiendo de una supuesta corrupción extendida, raya en un peligroso resentimiento hacia la política en general. Permítanme una digresión. Hoy, a la vista de la sintomática entrada de Mario Conde, cual Edmundo Dantés redivivo, en el escenario político, resulta tentador comparar este tipo de discurso contra los políticos con El conde de Montecristo. Escrita solo tres años antes del Manifiesto comunista, la epopeya de la venganza escrita por Dumas nos muestra un tipo de cólera privada de horizonte colectivo: la refrenada ira individual de su protagonista. Por este motivo, aunque su actitud ha sido tildada de “mesianismo de la represalia”, no sería justo reducir la novela, como señaló Antonio Gramsci, a un modelo literario “popular” ligado a las demandas vengativas de las masas indignadas.
Lo interesante del análisis gramsciano es que considera a Dantés como un “superhombre de folletín” cuya indignación no procede tanto de abajo como de arriba, de un romanticismo prima donna de señoritos, un tipo de resentimiento hacia el poder que deforma la posible politización popular en moralina. ¿No simboliza la irrupción de Mario Conde y su demagógico discurso contra la corrupción política ese genuino resentimiento derechista que persigue, en la narración de Dumas, coaptar la comprensible indignación social, deformándola en un noble acto vengativo? Del mismo modo que a esta novela le correspondía despolitizar la ira de los damnificados centrándola en los “malvados”, hoy parece emerger una crítica demagógica que, al mismo tiempo que blanquea las relaciones sociales y económicas que nos dominan, pinta de negro una corrupción política generalizada.
En un viaje narrativo que tal vez evoque la iluminadora experiencia en las cimas carcelarias de la desesperación del exbanquero de Banesto, el relato de Dumas termina alumbrando la convicción moral de que lo malo no surge de las estructuras económicas o sociales, sino del perverso corazón de ciertos hombres. Desde esta óptica melodramática, hoy la política se asocia con una corrupción mítica que, como el diablo, cambia continuamente de rostro.
Inquieta la condena de todo debate más amplio sobre nuestro futuro, como el impulsado por el 15-M
Ahora bien, justo porque queremos combatir esta proyección imaginaria, es preciso no eximir de crítica a los políticos. Es más, para comprender este resentimiento, a este primer desprecio de los políticos debería sumarse también el desprecio de los propios políticos… hacia la política. Si un sector importante de la población española siente, en su impotencia, alguna empatía por Dantés, es también por la situación de desorientación y obsolescencia política en la que nos ha arrojado la práctica de los partidos mayoritarios. El estado de excepción constitucional al que nos vemos condenados bajo la subordinación a los dictámenes tecnocráticos de Europa y el FMI alimenta aún más en la ciudadanía la percepción de la política como un “estado de corrupción” ineluctable, que no se crea ni se destruye; solo se transforma cada cuatro años. Si todo posible cuestionamiento o debate sobre el sentido político de la crisis y su transformación colectiva es despachado con el argumento de “metafísicamente imposible”, como sostuvo con desparpajo teológico el ministro Soria, ¿cómo no comprender la creciente reacción extraparlamentaria? En este contexto de taponamiento del horizonte político de decisión, donde la crisis deviene tsunami natural, la llamativa mutación de Rubalcaba de licántropo en bamby de la troika augura poco futuro para las ilusiones de lo que aún queda de socialdemócrata en el PSOE.
Cuando el horizonte político se encoge hasta reducirse a un mero dominio tecnocrático excluido de todo proceso de deliberación público, no tarda en abonarse el terreno, primero, al cinismo y, luego, a reacciones de demagogia antipolítica. Politizar el resentimiento de Edmundo Dantés es una tarea pedagógica crucial para la izquierda. No debe olvidarse que si el irónico efecto bumerán de toda esta política eufemística toma ahora como chivo expiatorio a la “casta política” en lugar del avaricioso intermediario judío o el “parásito social”, es porque la lógica individualista neoliberal es la ideología dominante, el marco que, incluso en las presuntas críticas al “sistema”, lo reproduce hegemónicamente. La campaña mediática de la derecha contra los funcionarios públicos o el 15-M es elocuente en este aspecto.
Por todo ello, en el marco de una cultura cada vez más regida por la creencia en lo inmediato, lo expresivo, así como reacia a todo mapa comprensivo del malestar, las condiciones de posibilidad para dinámicas carismáticas están maduras. “Necesitamos líderes fuertes y no maricomplejines”, se dice insistentemente desde la caverna mediática.
Si el problema de la izquierda se cifra en su incapacidad de recoger la inversión política del malestar social, el de la derecha gobernante radica en que, en un contexto de acelerada deslegitimación, solo puede conservar su hegemonía desplazando el discurso político hacia consignas moralizadoras (“esfuerzo”, “sacrificio”, “responsabilidad individual”). De ahí que esta precise de un fuerte liderazgo carismático que, desviando toda atención de la politización de la economía, personifique estos valores. Para un partido como el Partido Popular cuyo principal atractivo competitivo en ciertos sectores es su capacidad de blanquear el discurso político bajo tonalidades morales, la debilidad carismática de su líder es mala noticia. El drama de parte del electorado popular es que quisiera seguir al Conde de Montecristo y tiene que mirarse en el espejo de “Mariano”.
Urge denunciar las maniobras destinadas a generar miedo en la sociedad civil
Esta interpelación carismática derechista puede tener éxito entre otras clases sociales porque, en la atonía de la izquierda, impera una gramática despolitizada para expresar el malestar. Aquí, la posibilidad de realizar conexiones más complejas entre la frustración individual y sus explicaciones estructurales ha sido neutralizada por, entre otros factores, la atomización del tejido social laboral y la realpolitik de partidos. En un contexto de hegemonía neoliberal, sin embargo, no basta, si no resulta ingenuo, apelar, de forma abstracta e histérica, frente a la “amenaza fantasma” populista, a las buenas maneras de la reflexión distanciada. Como ya advirtiera Ernst Bloch, ante la irrupción nacionalsocialista en Weimar, lo urgente no es gritar vade retro al demonio populista, sino “quitarle —no sin un arduo esfuerzo— sus armas mentirosas y sus artificios”.
Frente al peligroso giro del “todos los políticos son iguales” no necesitamos, pues, petulantes exorcistas del mal, sino análisis modestos de la situación. Esto es, solo comprendiendo estos contenidos populares, interviniendo en estas retaguardias ninguneadas y politizándolas con humildad “desde abajo” cabe encontrar salidas a este creciente resentimiento. Si la izquierda señorita prefiere construir sus cartografías desde distancias prefijadas en lugar de atender a las novedades del presente, corre el riesgo de trabajar para su enemigo.
Es el “secuestro” tecnocrático de nuestra capacidad colectiva de decisión el que, fomentando una masiva despolitización, despierta el espíritu antipolítico de los Montecristos. Por ello, en la medida en que están quedando excluidas de discusión pública las cuestiones realmente importantes, inquieta la condena de todo debate más amplio, como el impulsado por el 15-M, sobre el sentido de nuestro futuro, así como urge denunciar las maniobras destinadas a generar miedo en la sociedad civil: figuras como la delegada Cristina Cifuentes están peligrosamente jugando con fuego al identificar el ejercicio público y responsable de la desobediencia civil con un golpe de Estado. Solo quien se contente con una democracia espectral sin demócratas de carne y hueso puede criminalizar estas iniciativas.
(*) Germán Cano es profesor de filosofía de la Universidad de Alcalá de Henares.
Fotografía: LB, otrora sede de Radio Caracas Televisión (Caracas, 05/10/12).
TRIBUNA
El desprecio de los políticos
La izquierda no recoge la inversión política del malestar social; la derecha pretende desplazar el discurso hacia consignas moralizadoras. Y el secuestro tecnocrático de la decisión colectiva fomenta la despolitización
Germán Cano
Resulta una obviedad afirmar que el desprecio de los políticos sirve de termómetro privilegiado para medir la temperatura de nuestra crisis. Aunque en los últimos sondeos del CIS, tras el paro y los problemas económicos, la clase política aparece como la tercera mayor preocupación de los españoles, el malestar por su actuación está batiendo récords históricos, sumando 17 meses consecutivos como gran problema nacional.
Probablemente, no merezca la pena insistir en las causas inmediatas y genuinamente españolas de esta desafección, pero sí, más allá del ruido mediático, analizar de dónde procede este desprecio que, partiendo de una supuesta corrupción extendida, raya en un peligroso resentimiento hacia la política en general. Permítanme una digresión. Hoy, a la vista de la sintomática entrada de Mario Conde, cual Edmundo Dantés redivivo, en el escenario político, resulta tentador comparar este tipo de discurso contra los políticos con El conde de Montecristo. Escrita solo tres años antes del Manifiesto comunista, la epopeya de la venganza escrita por Dumas nos muestra un tipo de cólera privada de horizonte colectivo: la refrenada ira individual de su protagonista. Por este motivo, aunque su actitud ha sido tildada de “mesianismo de la represalia”, no sería justo reducir la novela, como señaló Antonio Gramsci, a un modelo literario “popular” ligado a las demandas vengativas de las masas indignadas.
Lo interesante del análisis gramsciano es que considera a Dantés como un “superhombre de folletín” cuya indignación no procede tanto de abajo como de arriba, de un romanticismo prima donna de señoritos, un tipo de resentimiento hacia el poder que deforma la posible politización popular en moralina. ¿No simboliza la irrupción de Mario Conde y su demagógico discurso contra la corrupción política ese genuino resentimiento derechista que persigue, en la narración de Dumas, coaptar la comprensible indignación social, deformándola en un noble acto vengativo? Del mismo modo que a esta novela le correspondía despolitizar la ira de los damnificados centrándola en los “malvados”, hoy parece emerger una crítica demagógica que, al mismo tiempo que blanquea las relaciones sociales y económicas que nos dominan, pinta de negro una corrupción política generalizada.
En un viaje narrativo que tal vez evoque la iluminadora experiencia en las cimas carcelarias de la desesperación del exbanquero de Banesto, el relato de Dumas termina alumbrando la convicción moral de que lo malo no surge de las estructuras económicas o sociales, sino del perverso corazón de ciertos hombres. Desde esta óptica melodramática, hoy la política se asocia con una corrupción mítica que, como el diablo, cambia continuamente de rostro.
Inquieta la condena de todo debate más amplio sobre nuestro futuro, como el impulsado por el 15-M
Ahora bien, justo porque queremos combatir esta proyección imaginaria, es preciso no eximir de crítica a los políticos. Es más, para comprender este resentimiento, a este primer desprecio de los políticos debería sumarse también el desprecio de los propios políticos… hacia la política. Si un sector importante de la población española siente, en su impotencia, alguna empatía por Dantés, es también por la situación de desorientación y obsolescencia política en la que nos ha arrojado la práctica de los partidos mayoritarios. El estado de excepción constitucional al que nos vemos condenados bajo la subordinación a los dictámenes tecnocráticos de Europa y el FMI alimenta aún más en la ciudadanía la percepción de la política como un “estado de corrupción” ineluctable, que no se crea ni se destruye; solo se transforma cada cuatro años. Si todo posible cuestionamiento o debate sobre el sentido político de la crisis y su transformación colectiva es despachado con el argumento de “metafísicamente imposible”, como sostuvo con desparpajo teológico el ministro Soria, ¿cómo no comprender la creciente reacción extraparlamentaria? En este contexto de taponamiento del horizonte político de decisión, donde la crisis deviene tsunami natural, la llamativa mutación de Rubalcaba de licántropo en bamby de la troika augura poco futuro para las ilusiones de lo que aún queda de socialdemócrata en el PSOE.
Cuando el horizonte político se encoge hasta reducirse a un mero dominio tecnocrático excluido de todo proceso de deliberación público, no tarda en abonarse el terreno, primero, al cinismo y, luego, a reacciones de demagogia antipolítica. Politizar el resentimiento de Edmundo Dantés es una tarea pedagógica crucial para la izquierda. No debe olvidarse que si el irónico efecto bumerán de toda esta política eufemística toma ahora como chivo expiatorio a la “casta política” en lugar del avaricioso intermediario judío o el “parásito social”, es porque la lógica individualista neoliberal es la ideología dominante, el marco que, incluso en las presuntas críticas al “sistema”, lo reproduce hegemónicamente. La campaña mediática de la derecha contra los funcionarios públicos o el 15-M es elocuente en este aspecto.
Por todo ello, en el marco de una cultura cada vez más regida por la creencia en lo inmediato, lo expresivo, así como reacia a todo mapa comprensivo del malestar, las condiciones de posibilidad para dinámicas carismáticas están maduras. “Necesitamos líderes fuertes y no maricomplejines”, se dice insistentemente desde la caverna mediática.
Si el problema de la izquierda se cifra en su incapacidad de recoger la inversión política del malestar social, el de la derecha gobernante radica en que, en un contexto de acelerada deslegitimación, solo puede conservar su hegemonía desplazando el discurso político hacia consignas moralizadoras (“esfuerzo”, “sacrificio”, “responsabilidad individual”). De ahí que esta precise de un fuerte liderazgo carismático que, desviando toda atención de la politización de la economía, personifique estos valores. Para un partido como el Partido Popular cuyo principal atractivo competitivo en ciertos sectores es su capacidad de blanquear el discurso político bajo tonalidades morales, la debilidad carismática de su líder es mala noticia. El drama de parte del electorado popular es que quisiera seguir al Conde de Montecristo y tiene que mirarse en el espejo de “Mariano”.
Urge denunciar las maniobras destinadas a generar miedo en la sociedad civil
Esta interpelación carismática derechista puede tener éxito entre otras clases sociales porque, en la atonía de la izquierda, impera una gramática despolitizada para expresar el malestar. Aquí, la posibilidad de realizar conexiones más complejas entre la frustración individual y sus explicaciones estructurales ha sido neutralizada por, entre otros factores, la atomización del tejido social laboral y la realpolitik de partidos. En un contexto de hegemonía neoliberal, sin embargo, no basta, si no resulta ingenuo, apelar, de forma abstracta e histérica, frente a la “amenaza fantasma” populista, a las buenas maneras de la reflexión distanciada. Como ya advirtiera Ernst Bloch, ante la irrupción nacionalsocialista en Weimar, lo urgente no es gritar vade retro al demonio populista, sino “quitarle —no sin un arduo esfuerzo— sus armas mentirosas y sus artificios”.
Frente al peligroso giro del “todos los políticos son iguales” no necesitamos, pues, petulantes exorcistas del mal, sino análisis modestos de la situación. Esto es, solo comprendiendo estos contenidos populares, interviniendo en estas retaguardias ninguneadas y politizándolas con humildad “desde abajo” cabe encontrar salidas a este creciente resentimiento. Si la izquierda señorita prefiere construir sus cartografías desde distancias prefijadas en lugar de atender a las novedades del presente, corre el riesgo de trabajar para su enemigo.
Es el “secuestro” tecnocrático de nuestra capacidad colectiva de decisión el que, fomentando una masiva despolitización, despierta el espíritu antipolítico de los Montecristos. Por ello, en la medida en que están quedando excluidas de discusión pública las cuestiones realmente importantes, inquieta la condena de todo debate más amplio, como el impulsado por el 15-M, sobre el sentido de nuestro futuro, así como urge denunciar las maniobras destinadas a generar miedo en la sociedad civil: figuras como la delegada Cristina Cifuentes están peligrosamente jugando con fuego al identificar el ejercicio público y responsable de la desobediencia civil con un golpe de Estado. Solo quien se contente con una democracia espectral sin demócratas de carne y hueso puede criminalizar estas iniciativas.
(*) Germán Cano es profesor de filosofía de la Universidad de Alcalá de Henares.
Fotografía: LB, otrora sede de Radio Caracas Televisión (Caracas, 05/10/12).
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viernes, 5 de octubre de 2012
VIEJA ORFANDAD

Luis Barragán (*)
Sábado, 21 de mayo de 2005
Al otro lado del mundo, la antipolítica como expresión de un hacer no convencional de la política misma. De este lado, la infrapolítica como penosa e inadvertida construcción maniatada, banal y autoritaria de un consenso que, por ello, no deja de serlo.
Extraña revolución que no partió de un claro y coherente proyecto, apropiándose de un imaginario cuya esencial ventaja fue la de deslegitimar cualquier interpelación ideológica. La visión humbolditiana del país, inmensamente rico, nos instala en el pasado remoto como clave de salvación, teñida de una perspectiva conspiratorial de la historia para el desarrollo de la política por otros medios, desnaturalizada y hemipléjica: el presidente Chávez, partido orgánico en sí, ayudado por las emisoras televisivas y radiales del Estado, incluido un futuro satélite en órbita, frente a otro partido orgánico, rediseñado desde el poder como adversario estelar, conformado por el sector privado de la comunicación social.
El liderazgo civil y civilista anda por las calles de la anormalidad democrática, reacio a la reivindicación de la política como un fenómeno trascendente y que exige responsabilidad histórica. De la diaria indigestión de temas lanzados por una abierta manipulación de las libertades negadas a los sectores responsables de la oposición, ésta apenas sobrevive al latigazo de las consignas y los estereotipos que sintetiza varias de las épicas del nuevo autoritarismo: una fortísima anomia, la informalidad económica que puebla radicalmente todo ámbito concebido como espectáculo político, la desorganización de las fuerzas sociales hasta concluir en el impredecible y peligroso populacho, la militarización del lenguaje y los hechos públicos, el infructuoso intento de reedificar al Estado desde un partido acólito a sabiendas de las mejores, pero insuficientes, condiciones exhibidas por la Fuerza Armada Nacional como ceresoliano pilar de una apuesta.
Nuevamente, en el gabinete móvil de Cumaná realizado el 19 de los corrientes, el mandatario nacional insistió en el socialismo y lo improvisó como condición para materializar los diversos créditos a conceder. Evadió una oportunidad concreta para el debate, creyéndolo sólo posible por terceros y dada la generosa soltura de lo que es la polémica ambiental, efectista y desechable de la infrapolítica, mediante la cual es posible corromper fórmulas como la cogestión y autogestión.
En el fondo, se trata de mantener el poder sin importar el precio. Esta diferente experiencia autoritaria, sustentada en los mercados internacionales del petróleo, difiere la necesidad de otro modelo de desarrollo, al retomar y agudizar el capitalismo de Estado, salvo que los riesgos, peligros y amenazas, fuercen a sincerar el paradigma cubano con las inevitables áreas especiales, como acontece en China.
Urge insistir en la polémica ideológica, siendo necesario alcanzar una democracia plena y construir una sociedad de derechos humanos y calidad de vida en libertad, a sabiendas que no habrá prosperidad económica sin equidad social, y viceversa. Por ello, enarbolamos como preámbulo una economía social y ecológica de mercado, sin temor a la modernización, apertura y competitividad, en el contexto de la globalización que ha de consumar la interdependencia de los pueblos, ni a la aceptación de la propiedad en el marco del destino universal de los bienes.
Difícil planteamiento en los espacios públicos anegados de trivialidad, ante el socialismo petrolero o saudita. Empero, para ir más allá de lo existente, debemos afrontar el desafío recuperada la política como costumbre militante del hacer y del pensar.
(*) Subsecretario General Nacional de COPEI
Fuente: http://www.analitica.com/va/politica/opinion/5336898.asp
Ilustración: Rayma (El Universal, Caracas, 2012)
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