EL MUNDO, Barcelona, 25 de agosto de 2017
FUERA DE LÍNEA
Ni el Cid ni Chamberlain
Raúl Conde
Desconsuela que Occidente siga comportándose ante las amenazas a las que se enfrenta con ese punto naíf de aquel París burgués y hedonista que Chaves Nogales relató en La agonía de Francia. Tanto como las fútiles apelaciones a detener la Guerra al Infiel con bravuconadas y generalizaciones de 140 caracteres.
No hay soluciones simples para problemas complejos. Pero la sensación de vulnerabilidad ante la ofensiva del Estado Islámico (IS) en suelo europeo tal vez explica algunos de los disparates que hemos escuchado después de los atentados de Barcelona y Cambrils. Pretender aplastar al IS agitando la islamofobia resulta tan inicuo como soslayar la responsabilidad de Arabia Saudí en el cultivo del salafismo. Los regímenes del Golfo Pérsico promueven el sentimiento antioccidental en el mundo árabe y patrocinan la corriente supremacista y mesiánica del islam, algo que nunca fue un impedimento para que la comunidad internacional, en aras de la política real, los validara como interlocutores centrales en el tablero geopolítico. No conviene disparar la demagogia, pero tampoco nuestros principios.
Oriana Fallaci pronosticó con acierto que el fin del terrorismo yihadista no llegaría con la derrota de los taliban. Sin embargo, lanzó una furibunda invectiva contra los musulmanes, fermento de la repulsa europea a raíz de las matanzas perpetradas después del 11-S. Los discípulos de la reportera italiana piden más contundencia en Oriente Próximo -en pleno debilitamiento de la Autoridad Palestina y con Netanyahu, reforzado por Trump, manteniendo el asedio en la Franja de Gaza- y acusan a las potencias occidentales de buenistas. En cambio, no parece que el intervencionismo militar haya dado resultados: invasión de Irak, muyahidines, derrocamiento de sátrapas como Sadam o Gadafi, guerra de Siria. Una sangría inútil. O peor aún: contraproducente.
Los especialistas han dejado claro que se puede combatir la Yihad sin necesidad de atizar el uso político de una masacre ni deslizarse por estériles debates semánticos sobre si estamos o no ante una guerra. Para empezar, habría que preguntarse por el reto de la integración. Por qué hay musulmanes europeos que entran en un colmado a comprar tabaco y después se entregan al terror en plena adolescencia: no basta, como escribe Cercas, con decir que los terroristas son aberrantes. Y, más que azuzar absurdas polémicas sobre los bolardos o el catalán, sería útil potenciar los mecanismos de Inteligencia en la UE -los Estados siguen sin compartir toda la información-; y mejorar la cooperación: el aviso de Bélgica sobre el imam de Ripoll y la descoordinación entre cuerpos revelan serias deficiencias en la lucha antiterrorista. A ello se suma el trabajo pendiente en materia policial. El éxito de la gestión informativa del atentado no tapa los fallos de los Mossos a la hora de detectar la existencia de una célula en la casa de Alcanar. Máxime teniendo en cuenta que un tercio de las mezquitas de Cataluña (cerca de 80) están controladas por salafistas mientras "Barcelona aglutina la mayor bolsa de radicalización yihadista de España" (Fernando Reinares).
La filósofa Agnes Heller, superviviente del Holocausto y disidente de la Hungría comunista, sostiene en El País Semanal que el islamismo radical "es peor que una dictadura, es un totalitarismo, su versión más extrema". Ante un enemigo así no cabe el apaciguamiento de Chamberlain ante Hitler, pero tampoco la espada del Cid. No se trata de tener miedo para tomar conciencia, sino de movilizar todos los recursos que amparan la democracia evitando al mismo tiempo la indolencia y el odio entre religiones.
Fuente:
http://www.elmundo.es/opinion/2017/08/25/599efee9268e3eac148b4662.html
Fotografía: Susana Vera
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