Del perpetuo enjuiciamiento
Luis Barragán
Los ya remotos acontecimientos de los sesenta del XX, sirven de imposible
excusa moral para el revanchismo actual.
Supimos del debido procesamiento militar de quienes, sencillamente, se
habían alzado en armas y, a modo de ilustración, Américo Martín fue sentenciado
a treinta años de cárcel para salir en libertad a la vuelta de poco tiempo,
gracias a la política de pacificación
emprendida con firmeza al finalizar la década.
Nunca antes, como hoy, se había visto el caso de un enjuiciamiento masivo e
indiscriminado de civiles por los tribunales castrenses, nada más en el estado
Carabobo, como tampoco fueron apresados en
una sola faena de cacería, más de cuarenta estudiantes, por el sólo hecho de
protestar, para remitirlos prontamente al emporio del paludismo que tiene por nombre El Dorado. Puede decirse que los
muchachos de la UPEL de Maracay, postrados en el lejano centro para
delincuentes comunes que también tienen derecho a una humana reclusión, son
herederos del talante de los estudiantes que Juan Vicente Gómez creyó reducir
al enviarlos a prisión, incluyendo el trabajo forzoso..
Despropósito demasiado evidente, la
tal constituyente – entendemos – dijo corregir tamaño entuerto, ordenando la
comparecencia de los civiles ante sus jueces naturales. Que sepamos, todavía no
se ha materializado la decisión, pasando por alto el fracaso de todos los
recursos ordinarios antes empleados y las responsabilidades que acarrea tan
sorprendente desviación y abuso de poder.
Nada extrañaría la tardanza de la medida o, de aplicarse, la impune
militarización de un problema eminentemente civil, como ya no es una curiosidad
que haya sendas boletas de excarcelación y continúen los presos políticos bajo
un sucio espesor de las sombras. No hay
siquiera un periodista que pueda preguntar a los más altos comisarios del
régimen al respecto, habituados a las consignas de 140 caracteres que le evita
la más modesta interpelación.
Son muchos los días en los que
familiares y relacionados preguntan por el paradero del general Baduel, por
ejemplo, sin que exista la menor respuesta, llevándonos a las más descabelladas
conjeturas. Todavía alguien puede revisar la antigua prensa y constatar que,
por muy alzados que estuvieron, tranquilamente el general Castro León era
fotografiado en el cuartel San Carlos o Moisés Moleiro pillado con su pie
enyesado, en sus serenos trasladados a la Corte Marcial.
Inevitable recordar a “Gringo viejo” de Carlos Fuentes, cuyo protagonista
fue fusilado dos veces para que no quedase duda alguna del público escarmiento.
No se entiende el socialismo del siglo XXI, sin el perpetuo enjuiciamiento de
propios y extraños, de los disidentes y de los partidarios que, tarde o
temprano, caen en desgracia.
Peor que un Consejo de Guerra, pues, a pesar de sus rigores, presumimos el cumplimiento de las mínimas
garantías procesales, se alzará la tal comisión de la verdad de la
constituyente para procesar a los que la policía política no ha podido echarles
mano, y de reprocesar a los que lograron
evadir algunas de sus arbitrariedades. Simplistas, de la cosa juzgada no saben
las dictaduras.
28/08/2017:
Composición gráfica: Julio Pacheco Rivas.
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