Del pistoresco bloqueo del TSJ
Luis Barragán
Aportante de una variedad de posibles acontecimientos y escenarios, mecida
entre la utopía y la distopía, por lo menos, las viejas novelas de
política-ficción tendían a acentuar la importancia de las instituciones en el
marco y desarrollo de las crisis que ideaba. Sobre todo la literatura
relacionada con Estados Unidos, el presidente seguía siéndolo, así estuviese en
un bunker subterráneo o fuera de la Casa Blanca, surcando los cielos o
cumpliendo una ruta submarina, al igual que los senadores, representantes,
magistrados, jefes policiales o bomberiles que perdiesen las oficinas en las
que ordinariamente despachaban.
Desde los tiempos de juventud, nos llamaba la atención esa concepción
subyacente y compartida del poder constitucional que no dependía de la efectiva
ocupación de una sede física, por muy simbólico que fuese el inmueble. Y, por
supuesto, el contraste con la América Latina que convierte el control de todo
palacio de gobierno, ni siquiera de la capital, en suficiente demostración del ejercicio
efectivo del poder, aunque se resista el resto del país.
El asunto viene al caso, pues, la inicial y abusiva medida que ha tomado la
dictadura venezolana es la de bloquear literalmente la sede del Tribunal Supremo
de Justicia, afectando obviamente el
normal desenvolvimiento de sus vecinos, para evitar que los nuevos y legítimos
magistrados, designados y juramentados por la Asamblea Nacional, lo accedan.
Además, ni siquiera se decidió el reemplazo de todos los integrantes de la
máxima instancia judicial, sino el de los que fueron nombrados en abierto
fraude a la Constitución a finales de 2015.
Persecución aparte, el solo aislamiento e impedimento para que los noveles
magistrados o cualesquiera otros entren al edificio, desde antes amurallado
como nunca lo concibieron sus arquitectos, incluyendo al litigante común,
obedece a esa anacrónica concepción del poder aferrado a un determinado espacio
físico. Digamos, los médicos son tales
al atender a sus pacientes en un lugar distinto a los centros hospitalarios
que, en sí mismos, nada son por mucho que rondemos los terrenos del fetichismo.
Candidateados, examinados, calificados, nombrados y juramentados con un
estricto apego a la Constitución y a las leyes, los magistrados que sustituyen
a los que resultaron del fraude gubernamental, lo son así les impidan ocupar la
sede natural. Y es que, difundidas las gráficas con un TSJ harto custodiado, trenzado
por los llamados murciélagos de la Guardia Nacional Bolivariana, remitiéndonos
a una ridícula estampa del peor tercermundismo, en el fondo se trata de un
terrible testimonio: el de la brutal y también estrafalaria relación de fuerza
que pretende eternizarse, y el de la relación constitucional que pronto
inauguraremos.
Fotografías:
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