De las inútiles cadenas radiotelevisivas de la dictadura
Luis Barragán
Teniendo por costumbre la de publicar nuestros modestos textos al comenzar
la semana, esta vez nos adelantamos. Naturalmente, las consabidas jornadas del
domingo 16 ocuparán toda nuestra atención.
Por lo pronto, el régimen ha abusado de las cadenas radiotelevisivas no
sólo para promover la tal constituyente, sino a los candidatos de lo que será –
en el supuesto negado de realizarse – un congreso del PSUV con invitados, coleados
y asomados de otras organizaciones subsidiarias, interesadas y afectas. Procuran forzar la atención para una iniciativa delictiva
que, al violentar la propia Constitución que se dio, muy bien caracteriza a una
dictadura que jamás aprendió del pasado histórico.
Deseando un mensaje atractivo, fracasan al apelar a las colectillas de uso
y, así, la oligarquía, los apátridas, los invisibilizadores o los guarimberos,
destellan pálidamente intentando un contenido imposible. Asistimos al sepelio
de uno de los modos de concebir y de realizar la antipolítica que, antes,
comportó un magnífico dividendo, pues, sinceradas las realidades, el hambre y
la miseria, la censura y la represión, las enfermedades y la corrupción
descarada, la diáspora desesperada y las muertes callejeras, reivindican el ejercicio de la razón en cada
hogar venezolano.
Casi dos décadas de un mismo gobierno que demolió los más altos ingresos
petroleros obtenidos en toda nuestra historia, concentrando como nunca antes
todo el poder, se resume en la mesa de un lujoso restaurant neoyorquino que
satisfizo el antojo gastronómico de Rafael Ramírez. El flamante embajador en la
ONU, quien fuese ministro y, a la vez, presidente de PDVSA, por varios años,
diciéndose ofendido por venezolanos que lo sorprendieron y reclamaron con justicia, como por el informe
parlamentario que lo responsabilizó por quebrar la industria, reaccionó con la
misma altanería que acostumbran otros de sus pares, familiares, testaferros y
relacionados, en el preventivo, dorado y extravagante exilio de sus sueños de
impunidad absoluta.
Las inútiles cadenas radiotelevisivas de la dictadura, las que nadie ve y,
menos, entusiasman, reafirman el empleo oficial de las redes digitales que no
cancelará mientras pueda, siempre a la defensiva, perseverar en la
contaminación de la mensajería opositora.
Algo que, por cierto, no ha conseguido a pesar de dedicarle todo el
recurso humano especializado del que dispone y un inmenso dineral que marca el
obituario de una propuesta totalitaria que, acá, como no ocurrió en la Cuba de
los sesenta del XX, ha encontrado una comprobada y extraordinaria resistencia.
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