domingo, 9 de marzo de 2014

AFILIACIÓN

Del sano escepticismo
Luis Barragán


Además de Rafael Barrios, Carlos Cruz Diez nos ha llamado poderosamente la atención en los últimos años. Hay un gusto por la virtualidad que, en ambos casos, cuenta con una rica bibliografía y una profusa hemerografía que facilitan todo intento de explicación.

Prolongando el placer estético, casi inadvertidamente buscamos alguna orientación en la materia y, en lugar de un test hasta psicológico, acaso permisible, creemos atisbar una historia de la sensibilidad que nos define colectiva y periódicamente.  Inexpertos, siendo otro el oficio que nos ocupa, constatamos que las urgencias de la más contemporáneas de las Venezuela que se agolpan en toda crisis, damos  con nociones, ideas y propuestas que igualmente ayudan a definirla, aunque creamos postergarlas.

El arte no contrasta ni moviliza con la intensidad que refleja la vieja prensa, hoy convertido en una militancia secundaria. Quizá se deba a la desaparición de un fenómeno antaño consistente y comprometedor que ahora no tiene equivalente y, así, por ejemplo, refiere Simón Noriega: “La crítica del arte de los años sesenta estuvo marcada por ruidosos enfrentamientos entre los críticos del arte, debido a la defensa de sus gustos artísticos, supeditados a veces, abierta o sutilmente, a sus posiciones ideológicas y a su visión histórica de la humanidad” (“La crítica de arte en Venezuela”, ULA, Mérida,  2011: 203).

Consabido, la llamada postmodernidad impactó y desorganizó toda escuela, descalabrando las fronteras políticas para ocultar el propio descalabro cultural.  Paradójicamente, en nuestro país, la catástrofe ha permitido que, en nombre de un pretendido nuevo modelo socialista, el viejo se imponga con una vocación que no es otra que la estafa, a pesar que – más por la confusión y pereza – no aterrice en aquél realismo estalinista que tuvo una brutal versión cubana.

El nuestro, es un salto hacia la premodernidad y, por ello, el reclamo estelar es por la libertad más que otras escolaridades estéticas.  Si de historia lineal se trata,  volvemos a una etapa que creímos superada, incluyendo las posiciones políticas actuales y las supuestas neutralidades que suscita, por muy aseadas, equilibradas y hábiles que se quieran: a guisa de ilustración, condenamos la violencia venga de donde vengan, pero esto no nos releva de establece las caras responsabilidades del gobierno en las más recientes faenas de represión que claramente lo comprometen.

En la edición de El País de Madrid del 24 de febrero del presente año, con una magnífica fotografía de Uly Martin, Miguel Ángel Vega logró entrevista a Cruz Diez, quien hizo algunos interesantes planteamiento que deseamos brevemente comentar. A sus 90 años, exhibe un entusiasmo ejemplificador que también nos llena de orgullo.

Orgullo, sobre todo, por una intensa trayectoria de búsqueda que hemos tenido ocasión de admirar en la prensa de los años ’40, ’50 y ’60 del siglo pasado, comprobando que sus hallazgos jamás fueron el fruto de una literal apuesta.  Incansable, ha hecho de la imaginación un vibrante desempeño profesional, concluyendo que “el  arte puede ser cualquier cosa que la inteligencia y la sensibilidad del hombre puedan convertir en arte”.

Agregó: “Me costó años de dudas, fracasos y lecturas. El color no contaba nada para los filósofos, era una anécdota banal. Lo importante en la pintura era el tema, la perspectiva y el dibujo. Descubrí que no era así. Felizmente, nunca nada está agotado. Se lo digo a los jóvenes. Estamos en un momento maravilloso de reinventarlo todo. Nos hallamos al final de un ciclo que comenzó en el siglo XVII. Hemos cumplido todos los discursos económicos, políticos y filosóficos. Hay una nueva ciencia, que ya no son las nociones del espacio tiempo de Einstein, es la teoría de cuerdas [11 dimensiones y universos paralelos]. Una fuente nueva de invención para los artistas”.

Convicciones que ha llevado a la calle, materializándose en lugares que las convenciones artísticas supusieron ajenos: “Entonces, ¿por qué no ir a la calle? Es donde más tiempo pasamos. La calle no nos proporciona nada, llegamos a casa totalmente vacíos. La calle solo genera agresión”. Y esto nos permite recordar, en los años de nuestra militancia política juvenil, cuando tratábamos de traducir las opiniones de una Bélgica Rodríguez sobre las generaciones y las novedades estéticas, procurándolas en un campo tan sólo visiblemente extraño.

La angustia es porque, al desconfiar de toda escuela construida y en construcción, como igualmente lo ameritan los nuevos tiempos, el discurso político está rezagado y se contenta con la recreación de lo heredado bajo el reino terrible del eufemismo.  Peor aún, levanta rudas sospechas toda abstracción necesitada de concretarse, aunque los valores y principios, como el de la libertad y de las libertades, pugnan por hacerse de una posición en la polémica pública.

Interpelado por la situación venezolana, Cruz Diez nos remite a su grave angustia e incertidumbre, pues siendo “una situación que se esperaba” y esperando que la “inteligencia gane la partida”, subraya que  “en  mi país los problemas nunca han sido económicos sino culturales (…) al venezolano no se le ha enseñado a pensar” y “actúa por las tripas”.

La contundente aseveración que pudiera irritar la estima de sus lectores, ofrece un diagnóstico que, pudiéndose compartir o no, en relación a su exactitud, tiene el coraje de una denuncia que la entendemos como consecuencia de la mentalidad rentista que todavía pesa y se ha convertido en piedra angular de un régimen que la agudizado, sirviéndole para toda suerte de manipulaciones. El artista nos remite al arte como una reflexión más trascendente que la política: “Porque lo político es circunstancial y la reflexión del arte no lo es. Es la reflexión del hombre y la humanidad, que es permanente”.

Añade: “… No soy político. Nunca he querido hacer política. Aunque nos concierne a todos. Cuando salí de la Escuela de Artes me planteé qué debe ser un artista. ¿Es un reportero que cuenta lo que ven sus ojos? Y empecé a hacer pintura de denuncia. Creía que diciendo que la gente era pobre esa situación podría cambiar. Con el tiempo vi que no tenía ningún efecto. Supe que era más generoso hacerle partícipe del placer que sentía en la pintura que decirle: ‘Tú eres pobre’. Porque no iba a ser capaz de cambiar su situación”. Sin embargo, no hay denuesto sobre la política, sino que la endereza hacia su referente fundamental.

No percibimos la neutralidad que frecuentemente suelen asear, traicionándola, artistas de otros ámbitos que, por admirados que sean, en la práctica toman partido, aprovechándose de las circunstancias.  La ya célebre misiva de Gabriela Montero a Gustavo Dudamel, nos ahorra el comentario.

Cruz Diez acude al escepticismo político que no supone la engañosa imparcialidad, proveniente de la poderosa convicción que lo anima:  “Tengo una gran desconfianza en las ideas y en las religiones. Ambas están sustentadas por millones de cadáveres (…) Un artista nunca tiene que matar al otro ni atropellarlo para hacerse oír”. En consecuencia, el temor es naturalmente hacia las escolaridades represivas que ha conocido o están por conocerse, pero – al invocar la nueva ciencia – subyace la necesidad de la invención política que jamás se bastará por sí misma.

Resulta diferente inscribir al artista como parte de una parcialidad, logia o capilla política e ideológica, como el congresista de los sesenta preguntaba del equipo en que jugaba de acuerdo a la traviesa ilustración de Pedro León Zapata, supuestamente desavisado (El Nacional, Caracas, 20/10/1966). Podemos afiliarlo a la Venezuela que pugna por emerger en el presente siglo, en demanda de otros destinos.

Fuente:
http://opinionynoticias.com/opinionnacional/18504-del-sano-escepticismo

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