EL PAÍS, Madrid, 23 de marzo de 2014
OCTAVIO PAZ: UN SIGLO DE POESÍA Y PENSAMIENTO »
Octavio Paz: el intelectual total y su puesta en claro del idioma
El 31 de marzo se cumple el centenario del nacimiento del escritor y Nobel mexicano
Poeta, ensayista, traductor y pensador, es una de las figuras clave de literatura en español
Su gran instrumento fue la lengua de todos los días. Una y otra vez renovó su idioma en el acervo popular
Juan Villoro
Borges generó la ilusión de que había leído todos los libros y revisado todas las bibliotecas. Su erudición parecía tan absoluta que, en su caso, el olvido era una forma de la cercanía y la espontaneidad. Importa poco saber si sus alusiones se basaban en conocimientos reales. Su destreza literaria nos hizo sentir que así era. Lo singular es que ese intrincado universo dependía de certezas y pasiones cotidianas. En su último relato, La memoria de Shakespeare, el protagonista hereda los recuerdos del tumultuoso autor inglés y descubre, asombrosamente, que son tan comunes como los de todos los hombres. Ya Beatriz Sarlo señaló con acierto que el Borges metafísico, tan discutido, se sustenta en el Borges orillero, menos valorado.
Algo similar sucede con Octavio Paz. La riqueza de su pensamiento suscita la impresión de que sólo se ocupó de temas complejos, fundamentales, altamente sofisticados. El inventario de sus intereses incluye las luchas sociales del siglo XX, los presocráticos, el arte tántrico, Sor Juana y Siglo de Oro, Marcel Duchamp, el mito en Mesoamérica, el estructuralismo, las vanguardias, el PRI, el erotismo, las drogas, el haikú y el expresionismo abstracto. En libros como Blanco y Ladera Este su poesía adquiere elevada temperatura intelectual: versos que son ideas. En opinión de Alejandro Rossi, fue “un enamorado de la modernidad”. No rehusó la experimentación ni el diálogo con otras disciplinas.
Es fácil advertir la originalidad de Borges al abordar la literatura fantástica como una rama de la filosofía. Más complicado resulta advertir ahí el eco de sus caminatas de barrio. La imaginación es como la memoria de Shakespeare: su lejano fulgor depende de una chispa que pasa inadvertida por ser demasiado próxima y que surge de las asperezas diarias. La galaxia de intereses pazianos deriva un mismo estímulo: el lenguaje que escuchó con fervor crítico.
De niño oyó a su abuelo, el editor y político liberal Ireneo Paz, y se acercó a los rumores de la plaza de Mixcoac, donde se mezclaban los feligreses de la iglesia, los vendedores ambulantes y los pregoneros de la Revolución. En la Guerra Civil española presenció una escaramuza y descubrió una lección de otredad: incluso el enemigo tiene voz humana. No es casual que se interesara en la antropología, de los Tristes trópicos de Claude Lévi-Strauss a Las enseñanzas de don Juan, de Carlos Castaneda.
Cazador de palabras, admiró la libertad del surrealismo, pero, como Buñuel en Los olvidados, quiso devolverlo a una realidad intervenida por el inconsciente.
Su gran instrumento fue la lengua de todos los días. No es casual que algunos de sus títulos provengan de refranes o frases hechas: Las peras del olmo, Libertad bajo palabra, ¿Águila o sol? (nuestra manera de decir “¿cara o cruz?”). Su mayor logro en esta línea fue convertir un término de electricistas en una opción intelectual: Corriente alterna.
En 1943 escribió elocuentes artículos sobre el habla popular mexicana. Ahí se ocupó del vacilón, la muy mexicana manera de bromear: “El vacilón es una especie de pinchazo que desinfla globos públicos y privados. Es una advertencia contra la vanidad y la fanfarronería, contra las posturas excesivas o patéticas”. Dedicó otro texto al ninguneo, ejercicio vernáculo que convierte a los demás en sombras, y adelantó las reflexiones que en El laberinto de la soledad dedicaría a la chingada: “Los mexicanos, en lugar de convertir a su madre en ramera, la sustituyen por otra: la nada”.
Una y otra vez renovó su idioma en el acervo popular, celebrando las “fantasías y delirios verbales de los mexicanos”
Una nota policiaca llamó su atención: el suicida Juan Camacho había muerto exclamando “qué sabroso veneno”. Esto lo llevó a una reflexión sobre los placeres de la muerte, del mismo modo en que la costumbre de vestir pulgas lo llevó a considerar que sólo un país de inmensos volcanes podía admirar tanto las miniaturas.
Una y otra vez renovó su idioma en el acervo popular, celebrando las “fantasías y delirios verbales de los mexicanos”. No es casual que escribiera el prólogo a Nueva picardía mexicana, de Armando Jiménez: “Aquí sí hay lenguaje en movimiento, continua rotación de las palabras, insólitos juegos entre el sentido y el sonido, idioma en perpetua metamorfosis”.
Algunos de sus mejores textos representan un juego de rotación entre lo culto y lo popular. En el poema Las palabras, escribe: “Dales la vuelta,/ cógelas del rabo (chillen, putas),/ azótalas,/ dales azúcar en la boca a las rejegas […]házlas, poeta/ haz que se traguen todas sus palabras”.
La consigna encarna en otros textos: “Esta vez te vacío la panza, te tuerzo, te retuerzo, te volteo y voltibocabajeo, te arranco el pito, te hundo el esternón. Broncabroncabrón. Doña Campamocha se come en escamocho el miembro mocho de don Campamocho”. Afrenta, risa, desmadre: poesía de Octavio Paz.
Su vasta obra fue, entre otras cosas, una puesta en claro del idioma. La hondura y variedad de sus ideas provocaron que en ocasiones fuera percibido como un autor de gabinete, de exclusivo interés para un círculo de selectos especialistas, un especulador ajeno al flujo de la vida. Nada más falso. Sólo alguien abierto a los misterios de la sencillez podía escribir esta estampa de Miguel Hernández: “Lo conocí cantando canciones populares españolas, en 1937. Poseía voz de bajo, un poco cerril, un poco de animal inocente: sonaba a campo, a eco grave repetido los valles, a piedra cayendo en un barranco”.
Su principal gesto poético fue el de atrapar el instante como un destello cargado de otro tiempo
Paz supo oír la caída de las piedras, las voces sueltas, el oleaje de lo diario. En su discurso de aceptación del Premio Nobel se refirió a la vigencia del mundo indígena: “Nos habla en el lenguaje cifrado de los mitos, las leyendas, las formas de convivencia, las artes populares, las costumbres. Ser escritor mexicano significa oír lo que nos dice ese presente — esa presencia. Oírla, hablarla, descifrarla: decirla”.
Su principal gesto poético fue el de atrapar el instante como un destello cargado de otro tiempo. Vivimos con facilidad en el recuerdo del pasado o la anticipación del porvenir. ¿Dónde está el presente? Octavio Paz buscó ese esquivo momento. En su aniversario, el idioma cumple cien años de presente.
Octavio Paz, en diez fragmentos
La poesía y la revolución, la vida errante, las viejas marcas, la libertad ajena, el poder sin rostro... Un recorrido por la peripecia vital y literaria del escritor
José Andrés Rojo
La leyenda. Hay un momento en que Octavio Paz se convierte en leyenda, en mito. Si hubiera sido militar, le hubieran levantado una estatua ecuestre para que levantara la espada apuntando más allá del horizonte. Roberto Bolaño lo incorporó en un fragmento de Los detectives salvajes para hacerlo encontrarse con Ulises Lima, uno de los personajes centrales de la novela. Toma la palabra en el libro Clara Cabeza, que cuenta que fue secretaria de Octavio Paz, y explica: “No saben ustedes el titipuchal de cartas que recibía don Octavio y lo difícil que era clasificarlas. Como ya se imaginarán, le escribían de los cuatro puntos cardinales y gente de toda clase, desde otros premios Nobel como él hasta jóvenes poetas ingleses o italianos o franceses”. Es el retrato de una celebridad que supuestamente podría estar más allá del bien y del mal.
La poesía y la revolución. El escritor mexicano que ganó en 1990 el Premio Nobel fue devorado por algunas pasiones que irían marcando los derroteros de su vida. “La política no era nuestra única pasión”, recordaba de su época juvenil en Itinerario. “Tanto o más nos atraían la literatura, las artes y la filosofía. Para mí y para unos pocos entre mis amigos, la poesía se convirtió, ya que no en una religión pública, en un culto esotérico oscilante entre las catacumbas y el sótano de los conspiradores.Yo no encontraba oposición entre la poesía y la revolución: las dos eran facetas del mismo movimiento, dos alas de la misma pasión”.
Yo no encontraba oposición entre la poesía y la revolución: las dos eran facetas del mismo movimiento, dos alas de la misma pasión”
España. “Madrid, 1937, / en la Plaza del Ángel las mujeres / cosían y cantaban con sus hijos, / después sonó la alarma y hubo gritos, / casas arrodilladas en el polvo, / torres hendidas, frentes escupidas / y el huracán de los motores, fijo: (…)”. Octavio Paz se fue de casa y abandonó los estudios universitarios en 1936. Trabajó en una escuela de educación secundaria para hijos de trabajadores hasta que lo contrataron para que trabajara, también como profesor, en Yucatán (Mérida). Un año después lo invitaron al Congreso Internacional de Escritores Antifascistas en Valencia, durante la Guerra Civil. Quiso alistarse en el ejército como comisario político para defender la República, pero lo rechazaron: no tenía el aval de ningún partido político..
Los datos. Nació en la Ciudad de México el 31 de marzo de 1914. Su madre era española; su familia paterna, en cambio, liberal e indigenista. Su abuelo escribió novelas históricas, su padre participó activamente en la revolución mexicana. De niño vivió una temporada en Estados Unidos, donde volvería muchas veces a lo largo de su vida, y tuvo una educación sofisticada. Estudió Derecho y Filosofía y Letras, y empezó trabajando en las misiones educativas del general (y presidente) Lázaro Cárdenas. Entre 1943 y 1945 vivió en Nueva York y San Francisco, luego se instaló en París como diplomático, en 1952 viajó por India y Japón. Vuelta a México en 1953. Entre 1962 y 1968 fue embajador de México en la India. Dio clases en universidades estadounidenses, fundó revistas de la relevancia de Plural y Vuelta, se casó dos veces, con Elena Garro en 1937, con la que tuvo su única hija, y en 1969 con la escultora francesa Marie-Jó Trianin. Escribió y escribió, ensayos y poesía. Obtuvo el premio Cervantes en 1981 y el Nobel de Literatura en 1990. De Ladera Este, uno de sus grandes poemas, son estos versos: “Yo escribo a la luz de una lámpara / Los absolutos las eternidades / Y sus aledaños / No son mi tema / Tengo hambre de vida y también de morir / Sé lo que creo y lo escribo”.
Vida errante. En una carta de 1982, Octavio Paz le contaba a Pere Gimferrer de su vida desordenada en Nueva York y San Francisco entre 1943 y 1945: “Viví durante meses en el vestiaire de un club de unas señoras viejas en el sótano de un hotel de San Francisco. Más tarde, en Nueva York, tuve empleos pintorescos, como el doblaje de películas, y quise alistarme en la marina mercante. Por fortuna me rechazaron y así me salve de un torpedo alemán y de un naufragio. Sin embargo, fui terriblemente feliz. La libertad recién conquistada fue una suerte de embriaguez”.
El mexicano se sitúa ante su realidad como todos los hombres modernos: a solas”
Viejas marcas. México fue seguramente una de sus preocupaciones centrales: su política, su historia, su cultura. En 1950 publicó El laberinto de la soledad. “En un sentido estricto, el mundo moderno no tiene ya ideas”, escribió allí. “Por tal razón, el mexicano se sitúa ante su realidad como todos los hombres modernos: a solas”. Quiso pensar en los avatares de la revolución mexicana y en las raíces plurales de su país. Luego contó en una entrevista de 1975 que un poeta le había dicho que “había escrito una elegante mentada de madre contra los mexicanos”.
Nada es más difícil que reconocer la libertad de los otros, sobre todo la de una persona que se ama y se desea”
El poder sin rostro. La gran obsesión de Paz fue pensar las grandes derivas autoritarias del pasado siglo, los totalitarismos, y el papel que juegan las burocracias a la hora de ejercer un poder técnico que termina desvirtuando los desafíos propiamente políticos. “El Estado –no el proletariado ni la burguesía– ha sido y es el personaje de nuestro siglo. Su realidad es enorme. Lo es tanto que parece irreal: está en todas partes y no tiene rostro. No sabemos qué es ni quién es”, apuntó a la hora de explicar el propósito de unos de sus libros más célebres: El ogro filantrópico.
La libertad ajena. Paz escribió ensayos de literatura, antropología, historia, política, arte, ciencia. Podía ocuparse de Fernando Pessoa y de Sor Ángela de la Cruz, a quien dedicó uno de sus ensayos más largos y elaborados. Se sumergió en la cultura de la India y en la de los indios americanos. Fue un gran erudito, pero supo también provocar y criticar cualquier fórmula consagrada. Escribió en los periódicos pegado a la actualidad y hurgó en las viejas contradicciones que siguen tocando a hombres y mujeres. Podía escribir de Cernuda, en Cuadrivio, pero estaba hablando del amor: “El amor es la revelación de la libertad ajena y nada es más difícil que reconocer la libertad de los otros, sobre todo la de una persona que se ama y se desea. Y en esto radica la contradicción del amor: el deseo aspira a consumarse mediante la destrucción del objeto deseado; el amor descubre que ese objeto es indestructible…”.
El gesto. “En la rebelión juvenil me exalta, más que la generosa pero nebulosa política, la reaparición de la pasión como una realidad magnética”, escribió Octavio Paz en Conjunciones y disyunciones, a propósito del estallido del mayo francés de 1968, y de sus distintas proyecciones en México o Estados Unidos. “La tradición de estos jóvenes es más poética y religiosa que filosófica y política; como el romanticismo, con el que tiene más de una analogía, su rebelión no es tanto una disidencia intelectual, una heterodoxia, como una herejía pasional, vital, libertaria”. Cuando el Gobierno de Díaz Ordaz autorizó la brutal represión que se tradujo en la matanza de la plaza de las Tres Culturas en el Distrito Federal, Octavio Paz renunció a su puesto de embajador en la India.
Contra el futuro. Paz fue un poeta que se formó en el corazón de las turbulencias de las vanguardias y que luego reflexionó con frecuencia en la tradición de la ruptura. Decir no a lo que se ha heredado para proyectarse a un futuro nuevo y esplendoroso. “La concepción de la historia como un proceso lineal progresivo se ha revelado inconsistente”, escribió en Los hijos del limo. Y también: “la negación ha dejado de ser creadora. No digo que vivimos el fin de arte: vivimos el fin de la idea de arte moderno”. En Posdata apuntaba: “”El valor supremo no es el futuro sino el presente; el futuro es un tiempo falaz que siempre nos dice ‘todavía no es la hora’ y que así nos niega. El futuro no es el tiempo del amor: lo que el hombre quiere de verdad, lo quiere ahora. Aquel que construye la casa de la felicidad futura edifica la cárcel del presente”.
Fotografías: Gorka Lejarcegi y Ricardo Salazar.
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