EL NACIONAL, Caracas, 10 de abril de 2015
La geopolítica de Obama
Demetrio Boersner
Contrariamente a algunos observadores internacionales, estamos convencidos de que la doble presidencia de Barack Obama quedará registrada en la historia de Estados Unidos y del mundo como episodio estelar, comparable en importancia con las presidencias de Franklin D. Roosevelt y de John F. Kennedy. En medio de una severa crisis económica y al cabo de una época de creciente desigualdad y plutocracia, Obama abre al pueblo norteamericano renovadas esperanzas de democracia social. Al mundo exterior, incluida América Latina, le ofrece iniciativas tangibles de reducción del contenido imperial de la primacía estadounidense (que seguirá existiendo por razones objetivas), para darle un carácter más cooperador y democrático a través de la acción multilateral. Consideramos particularmente admirable el hecho de que Obama vaya logrando su cometido con tranquila tenacidad, sin perder la compostura ante opositores indecentes que no han superado el racismo y no retroceden ante canalladas calumniosas.
Interpretando correctamente el hastío de los norteamericanos con el intervencionismo unilateral de mandatarios anteriores, Obama dejó en claro su anhelo de dar prioridad a los problemas internos de su país y reducir sus compromisos externos unilaterales, procurando descargar responsabilidades en los hombros de aliados confiables. Ha puesto en práctica estas intenciones, al lanzar la iniciativa transpacífica que procura dar un marco multilateral a la previsible gran rivalidad global entre Estados Unidos y China. Por otra parte, dio a entender a sus aliados europeos –tanto en el marco de la OTAN como de la UE– que de ahora en adelante deberán asumir mayores responsabilidades globales y admitir que muchas veces Estados Unidos los “dirija desde atrás” y no desde las primeras filas. Hizo un loable esfuerzo para corregir errores occidentales pasados frente a Rusia e invitar a esta a formar parte del directorio mundial, pero ello fracasó por la excesiva desconfianza del presidente Putin. En la actual crisis ruso-occidental en torno a Ucrania, Obama resiste a las presiones peligrosas de “neoconservadores” empeñados en renovar la Guerra Fría, y alienta a los líderes europeos (primordialmente Merkel y Hollande) a negociar discretamente con Moscú para reducir las tensiones.
El mundo musulmán (Medio Oriente, Noráfrica y Asia Central), que es, al mismo tiempo, el “heartland” geoestratégico y energético del mundo, ha requerido un exceso de atención por parte de Obama y le ha quitado tiempo para ocuparse de algunas otras áreas (por ejemplo, América Latina y el Caribe). Pero ha logrado, en esa álgida región, el mayor de los éxitos: sin involucrar a tropas norteamericanas en ningún frente, ha alentado la formación de una alianza de gobiernos musulmanes responsables, encabezados por Arabia Saudita, para enfrentar militarmente al fascismo yihadista, tanto sunita como chiita. Ello ha tendido a facilitarles a Obama y a John Kerry otro logro importante que es el preacuerdo con Irán para poner coto al armamentismo nuclear de ese país y normalizar sus relaciones con el Occidente. Un efecto indirecto podría ser el de alentar un mayor avance de fuerzas moderadas o liberales dentro de Irán.
Por fin, Obama ha podido comenzar a reanudar la presencia estadounidense en las Américas. Ya era tiempo. La gran decisión de normalizar las relaciones con Cuba, y así alentar a esta a acelerar su inevitable proceso de liberalización económica y política, parece racional e inobjetable. Igual lo es su decisión de dejar muy en claro ante el mundo que por ello la administración demócrata estadounidense no deja de luchar contra la violación de derechos humanos, la corrupción, el narcotráfico, el lavado de dinero y otros delitos cometidos por funcionarios de regímenes represivos y antidemocráticos en la región.
Contrariamente a algunos observadores internacionales, estamos convencidos de que la doble presidencia de Barack Obama quedará registrada en la historia de Estados Unidos y del mundo como episodio estelar, comparable en importancia con las presidencias de Franklin D. Roosevelt y de John F. Kennedy. En medio de una severa crisis económica y al cabo de una época de creciente desigualdad y plutocracia, Obama abre al pueblo norteamericano renovadas esperanzas de democracia social. Al mundo exterior, incluida América Latina, le ofrece iniciativas tangibles de reducción del contenido imperial de la primacía estadounidense (que seguirá existiendo por razones objetivas), para darle un carácter más cooperador y democrático a través de la acción multilateral. Consideramos particularmente admirable el hecho de que Obama vaya logrando su cometido con tranquila tenacidad, sin perder la compostura ante opositores indecentes que no han superado el racismo y no retroceden ante canalladas calumniosas.
Interpretando correctamente el hastío de los norteamericanos con el intervencionismo unilateral de mandatarios anteriores, Obama dejó en claro su anhelo de dar prioridad a los problemas internos de su país y reducir sus compromisos externos unilaterales, procurando descargar responsabilidades en los hombros de aliados confiables. Ha puesto en práctica estas intenciones, al lanzar la iniciativa transpacífica que procura dar un marco multilateral a la previsible gran rivalidad global entre Estados Unidos y China. Por otra parte, dio a entender a sus aliados europeos –tanto en el marco de la OTAN como de la UE– que de ahora en adelante deberán asumir mayores responsabilidades globales y admitir que muchas veces Estados Unidos los “dirija desde atrás” y no desde las primeras filas. Hizo un loable esfuerzo para corregir errores occidentales pasados frente a Rusia e invitar a esta a formar parte del directorio mundial, pero ello fracasó por la excesiva desconfianza del presidente Putin. En la actual crisis ruso-occidental en torno a Ucrania, Obama resiste a las presiones peligrosas de “neoconservadores” empeñados en renovar la Guerra Fría, y alienta a los líderes europeos (primordialmente Merkel y Hollande) a negociar discretamente con Moscú para reducir las tensiones.
El mundo musulmán (Medio Oriente, Noráfrica y Asia Central), que es, al mismo tiempo, el “heartland” geoestratégico y energético del mundo, ha requerido un exceso de atención por parte de Obama y le ha quitado tiempo para ocuparse de algunas otras áreas (por ejemplo, América Latina y el Caribe). Pero ha logrado, en esa álgida región, el mayor de los éxitos: sin involucrar a tropas norteamericanas en ningún frente, ha alentado la formación de una alianza de gobiernos musulmanes responsables, encabezados por Arabia Saudita, para enfrentar militarmente al fascismo yihadista, tanto sunita como chiita. Ello ha tendido a facilitarles a Obama y a John Kerry otro logro importante que es el preacuerdo con Irán para poner coto al armamentismo nuclear de ese país y normalizar sus relaciones con el Occidente. Un efecto indirecto podría ser el de alentar un mayor avance de fuerzas moderadas o liberales dentro de Irán.
Por fin, Obama ha podido comenzar a reanudar la presencia estadounidense en las Américas. Ya era tiempo. La gran decisión de normalizar las relaciones con Cuba, y así alentar a esta a acelerar su inevitable proceso de liberalización económica y política, parece racional e inobjetable. Igual lo es su decisión de dejar muy en claro ante el mundo que por ello la administración demócrata estadounidense no deja de luchar contra la violación de derechos humanos, la corrupción, el narcotráfico, el lavado de dinero y otros delitos cometidos por funcionarios de regímenes represivos y antidemocráticos en la región.
Contrariamente a algunos observadores internacionales, estamos convencidos de que la doble presidencia de Barack Obama quedará registrada en la historia de Estados Unidos y del mundo como episodio estelar, comparable en importancia con las presidencias de Franklin D. Roosevelt y de John F. Kennedy. En medio de una severa crisis económica y al cabo de una época de creciente desigualdad y plutocracia, Obama abre al pueblo norteamericano renovadas esperanzas de democracia social. Al mundo exterior, incluida América Latina, le ofrece iniciativas tangibles de reducción del contenido imperial de la primacía estadounidense (que seguirá existiendo por razones objetivas), para darle un carácter más cooperador y democrático a través de la acción multilateral. Consideramos particularmente admirable el hecho de que Obama vaya logrando su cometido con tranquila tenacidad, sin perder la compostura ante opositores indecentes que no han superado el racismo y no retroceden ante canalladas calumniosas.
Interpretando correctamente el hastío de los norteamericanos con el intervencionismo unilateral de mandatarios anteriores, Obama dejó en claro su anhelo de dar prioridad a los problemas internos de su país y reducir sus compromisos externos unilaterales, procurando descargar responsabilidades en los hombros de aliados confiables. Ha puesto en práctica estas intenciones, al lanzar la iniciativa transpacífica que procura dar un marco multilateral a la previsible gran rivalidad global entre Estados Unidos y China. Por otra parte, dio a entender a sus aliados europeos –tanto en el marco de la OTAN como de la UE– que de ahora en adelante deberán asumir mayores responsabilidades globales y admitir que muchas veces Estados Unidos los “dirija desde atrás” y no desde las primeras filas. Hizo un loable esfuerzo para corregir errores occidentales pasados frente a Rusia e invitar a esta a formar parte del directorio mundial, pero ello fracasó por la excesiva desconfianza del presidente Putin. En la actual crisis ruso-occidental en torno a Ucrania, Obama resiste a las presiones peligrosas de “neoconservadores” empeñados en renovar la Guerra Fría, y alienta a los líderes europeos (primordialmente Merkel y Hollande) a negociar discretamente con Moscú para reducir las tensiones.
El mundo musulmán (Medio Oriente, Noráfrica y Asia Central), que es, al mismo tiempo, el “heartland” geoestratégico y energético del mundo, ha requerido un exceso de atención por parte de Obama y le ha quitado tiempo para ocuparse de algunas otras áreas (por ejemplo, América Latina y el Caribe). Pero ha logrado, en esa álgida región, el mayor de los éxitos: sin involucrar a tropas norteamericanas en ningún frente, ha alentado la formación de una alianza de gobiernos musulmanes responsables, encabezados por Arabia Saudita, para enfrentar militarmente al fascismo yihadista, tanto sunita como chiita. Ello ha tendido a facilitarles a Obama y a John Kerry otro logro importante que es el preacuerdo con Irán para poner coto al armamentismo nuclear de ese país y normalizar sus relaciones con el Occidente. Un efecto indirecto podría ser el de alentar un mayor avance de fuerzas moderadas o liberales dentro de Irán.
Por fin, Obama ha podido comenzar a reanudar la presencia estadounidense en las Américas. Ya era tiempo. La gran decisión de normalizar las relaciones con Cuba, y así alentar a esta a acelerar su inevitable proceso de liberalización económica y política, parece racional e inobjetable. Igual lo es su decisión de dejar muy en claro ante el mundo que por ello la administración demócrata estadounidense no deja de luchar contra la violación de derechos humanos, la corrupción, el narcotráfico, el lavado de dinero y otros delitos cometidos por funcionarios de regímenes represivos y antidemocráticos en la región.
(http://www.el-nacional.com/demetrio_boersner/geopolitica-Obama_0_607139374.html)
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