domingo, 5 de abril de 2015

EL DISCURSO DESCOMPUESTO

De la moral andorrizada
Luis Barragán


Realidad convertida en formidable pretexto ideológico, la cartilla de racionamiento en los inicios del socialismo históricamente conocido, después perfeccionado el hábito en la economía de guerra que los caracterizó,  dijo responder a una mejor distribución de los recursos disponibles.  El intento de repartir lo poco que había, traicionada la emergencia,  se convirtió en un pesado hábito que supo de algunos alivios con la versión desarrollada que festejaron luego los soviéticos.

Desmentido Marx, partieron de la escasez hacia la escasez. Moralmente, parecía legítimo impedir que los pocos despojaran a los muchos de los bienes necesarios, acuñando un discurso del heroísmo que, adicionalmente, lidiaba con una desproporcionada violencia externa: el  sedicente imperialismo  que los necesitaba con urgencia para saciar todas sus más deplorables y meléficas apetencias.

Imposible de sostener, el discurso tardó en descomponerse, pero lo hizo antecediendo a la debacle real. Por ello, el derrumbe silencioso y pacífico de la Europa Oriental, antes impensable, o la callada y eficaz conversión hacia la economía de mercado de extensas zonas en China, piloteando al resto del país, añadida Vietnam que también padece un régimen incongruente con el creciente modelo que le permite – simplemente – sobrevivir, todavía fresco el recuerdo de la pavorosa guerra de la que emergió.  Acotemos, un lcomplejo de naciones acunadas por la unidad semántica que le facilita el socialismo, cuyos niveles de vida, a pesar de la censura digital de exclusiva vocación política, fielmente refleja la red de redes, permitiendo que la cartilla en cuestión sea una nota de ingrata nostalgia o, a lo sumo, una severa amenaza de faltar a la disciplina social que lograron impulsar.

El infeliz socialismo llamado del siglo XXI de una única originalidad, la de su inicial ascenso democrático, mostrando paulatinamente  las huellas de las experiencias conocidas en el mundo, fracasado o postergado el negocio de los dispositivos biométricos, avanza de acuerdo a la cartilla trastocada en guión. Aparentemente resignada la población que intuye los riesgos de una despiadada incriminación por el menor gesto de protesta, dado el escarmiento oficial de los más osados que  insiste tanto en estigmatizarlos,  sufrimos de las gigantescas colas para acceder o, mejor, intentar acceder a los insumos básicos, sin promesa alguna de provisionalidad.

Venimos de la abundancia, porque el régimen venezolano monopolizó y despilfarró  centenares de miles de millones de dólares cuando el precio petrolero alcanzó cotas históricas. A la irrefutable evidencia, sumamos un irresponsable y desmedido endeudamiento, y  el  deliberado – concluimos -  quiebre de la agricultura, de la cría y de la industria, siendo absolutamente predecibles sus consecuencias, por lo que padecimos y padecemos de un insólito despojo que tiene su más didáctica expresión con el caso de la sucursal del Banco de Andorra.

Caso que autoriza a hablar de una suerte de moral andorrana, la desesperada cartilla apunta  a un penoso y estruendoso fracaso que, muy lejos de manifestar el destino universal de los bienes y servicios, mejor realizado – por ironía – en los países de libre mercado, nos castiga  de acuerdo al interesado reparto de las divisas, las calculadas importaciones y la ventajosa disposición de recursos que, por cierto, reserva para los venideros comicios semicompetitivos del parlamento. Batiendo el fantasma del imperialismo que, si fuere el caso,  está levantando China con su relacionamiento comercial y financiero con los más débiles  socios secundarios,  imputa de veleidad capitalista toda expresión de disidencia, descontento, inconformidad, como en los viejos manuales de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética.

Todavía visible, el presupuesto público para el gasto de consumo en el hogar presidencial contrasta dramáticamente con el de la más numerosa familia que debe turnarse para engrosar las colas con lo poco que pueda reportarle el bolsillo.  Comienza a cotizarse la maldición hacia el automóvil particular,  la atención médica especializada,  la vivienda desahogada, la dieta especial, la solución odontológica, la reciente telefonía celular, la lectura actualizada, la vestimenta al gusto, el espectáculo exigente, el fármaco  avanzado, los medios sanitarios garantizados, o el enjuague capilar, la maquinilla del barbero, severamente amenazada la pasta dental que cuida de las encías. Y todo  esto, mientras que a los grandes burócratas se les reconoce el derecho al confort, por decir lo menos, defendidos por la impune hazaña de gozar de un dineral en el extranjero en la prolongada era del control de cambio.

La respuesta desesperada reside en el enemigo externo, cuidando de amoblar al interno que edifica justo a la medida de la apabullante y temida impopularidad gubernamental que no tarda en canalizarse.  Por lo demás, satisfechos con su extemporaneidad,  no reparan en los islotes de prosperidad de varias décadas que ya no requieren de la explotación directa del resto de las naciones, bastándose a sí mismos, excepto por el afán de las mafias en realizar las nuevas guerras que garantizan un magnífico dividendo, al igual que la célebre teoría del valor no encuentra asidero suficiente en las economías del conocimiento estratégico. 

Involuntariamente, nos hacemos acreedores del sello andorrano, como apenas ayer del saudita.  Puede decirse, las grandes colas están encaminadas para lo que dejaron y, quien pida un poco más, no le  quita a sus iguales, sino al más igual de todos.

Fuente:
http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/22170-de-la-moral-andorrizada

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