La que mentaron una invasión
Ox Armand
Finalizando el siglo XIX, los andinos llegaron a Caracas para hacerse del poder por 46 años. Asombra la relativa facilidad con la que protagonizaron esa hazaña de la fortuna, como las dificultades de la larga transición del desalojo, aunque no puede imputársele a Marcos Pérez Jiménez tamaña representación, porque propiamente éste inéditamente gobernó en nombre de las Fuerzas Armadas como la definitiva institución del Estado Nacional en la que se convirtió. De modo tal que el dato de casi medio siglo, no puede pasar inadvertido y, con el ánimo de una versión equilibrada, acudimos a dos autores que, por su prolija producción bibliográfica, añadida una constante actividad académica, influyeron en la versión que los venezolanos cultivamos respecto al curioso fenómeno. Puede decirse, una influencia más consistente y propicia para los deberes del estudiantado, pues las serísimas versiones de Ramón J. Velásquez y (es necesario incluirlas por sus notas de masificación) de la televisión local, recordando al Juan Vicente Gómez interpretado por Rafael Briceño, con José Ignacio Cabrujas o no como libretista, remontaron la cuesta de un popular anecdotario. Es distinto el caso de Domingo Alberto Rangel y Allan Brewer-Carías y el soporte respectivamente marxista y liberal que concidían para estudiantes y curiosos. Ambos abogados, suelen repetirse en la vastedad de los títulos publicados. Ambos, reclamando la independencia política, de una manera u otra reconocidos en el escenario de la discusión pública.
El 23 de mayo de 1899, encabezando a apenas sesenta mozalbetes, bachilleres desocupados que no cabían en el rincón andino, partiendo Cipriano Castro de la Cúcuta que atestiguó los intensos preparativos y sueños grancolombianos, logró cubrir la larguísima distancia hasta Caracas. Rangel, abanicando la economía política e intentando el análisis de clases de la región que milagrosamente sobrevivió, apartada, a las crónicas guerras y escaramuzas de caudillos, superando la soledad de las aldeas que moldeó y caracterizó al nuevo liderazgo, advierte la suerte que acompañó a los “invasores”. En “Los andinos en el poder” (Mérida, 1965), reseña que, ante la imposibilidad de tomar San Cristóbal, ciudad ocupada por superiores fuerzas militares partidarias del gobierno nacional, prosigue sorpresivamente camino hacia Trujillo. El general Antonio Fernández lo deja interesado más en el apaciguamiento de la entidad habida cuenta de la insólita incertidumbre que emana del crítico poder central, no otro que el caraqueño con un Ignacio Andrade desfigurado políticamente. De la putrefacción del régimen, sentencia Rangel, que permite apostar porque Castro no pasará más allá de las murallas levantadas por los otros caudillos del camino. Sin embargo, El Cabito siempre tan grandilocuente, hallará un razonamiento parecido en su itinerario, dispensado por el enemigo que hace el cálculo de la supervivencia en el caso de la definitiva quiebra del sistema. La expedición armada más de estudiantes y contabilistas, arriba a Valencia, donde los Tello Mendoza se esmeran en la lisonja y la alcahuetería. Y, por Caño Amarillo, entablillada la pierna, entra Cipriano para inaugurar un prolongado período histórico que (lo sostenemos) no sospechaba. Representa a la otra Venezuela que se hizo productiva, a la sombra del café y de las grandes operaciones comerciales en la frontera, ese otro tercer país del que habló Arturo Uslar Pietri. Cambiará la naturaleza del caudillaje y la “embrutecedora soledad de una aldea” parirá un prototipo diferente al elenco derrotado conclusivamente en Ciudad Bolívar por 1903: nada dicen ya Amábilis Solognie, Nicolás Rolando, Zoilo Vidal, Juan Baustista Araujo, Domingo Monagas, Nicolás Patiño, Luciano Mendoza, entre otros adalidades resultantes de la Guerra Federal que esperan por estudios históricos y politológicos más profundos, así no pasasen de los teatros regionales que los contentaron o aprisionaron a pesar de sus esfuerzos.
Más parco, Brewer-Carías identifica la llegada de los andinos como el tercer ciclo de nuestra evolución político-institucional, girando completamente todo el panorama institucioal y político del país. No se adentra en las vicisitudes históricas, sino ensaya una interpretación propia del constitucionalista que no ha dejado de ser. La primera constatación es la del final de las guerras civiles con el arribo de los andinos a Caracas el 28 de octubre de 1899. En su estudio preliminar a “Las Constituciones de Venezuela” (Caracas, 2008), la gesta consagra el fin del federalismo, por cierto, pretexto de sus luchas. Desaparecen los partidos Liberal y Conservador, adoptando decisiones que, voluntariamente o no, le añadimos, provoca el nacimiento del Estado contemporáneo en Venezuela. El autor resalta todas las obras de ingeniería constitucional que permitirán elevar otros puentes hacia la otra Venezuela que, a nuestro parecer, es la de la dictadura del petróleo.
Ahora bien, básicamente, la infelizmente llamada invasión andina tiene tres causas ineludibles: el desarrollo económico y la movilidad social de la región, la quiebra de un régimen político y el azar. Éste departamento es decisivo, porque la suerte acompañó al subestimado Cipriano y, sin que muchos de los caudillos que proliferaron en Venezuela lo adivinasen, acertó con su llegada a la ciudad capital que estaba libre para la intrepidez. Y esto se cuenta y no se cree.
Las venas abiertas …
Eduardo Galeano ha confesado recientemente que no contaba con la adecuada formación en materia económica y política a la hora de escribir y publicar el exitazo editorial del continente: “Las venas abiertas de América Latina”, cuarenta y tantos años atrás; y, además, reniega de la pesada prosa tradicional de la izquierda (http://www.perfil.com/politica/Eduardo-Galeano-No-volveria-a-leer-Las-venas-abiertas-de-Latinoamerica--20140501-0022.html). Acotemos tres cosas: La una, que el gobierno venezolano la edita e incansablemente, cita. La otra, que el gobierno venezolano ha radicalizado nuestro carácter monoexportador e importa gasolina. Y, por último, la gran atracción de Galeano fue esa prosa extraordinaria que lo colocó a la altura de José Ortega y Gasset, Luis José Lebret, Fernando Savater, Amando de Miguel: limpiamente construida, labrada en maravillosas y oportunas metáforas, y – además – incendiarias cuando así lo quisieron.
Fotografía: La fotografía pertenece a la colección de Nicomedes Febres Luces, quien recientemente la publicó con la siguiente nota: "La foto del día son los esbirros de Cipriano Castro que usaban para reprimir a los estudiantes en 1905. Fueron despedidos por el general Gómez y desincorporados de filas. Los llamaban la Guardia Negra de Castro".
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