EL UNIVERSAL, Caracas, 30 de mayo de 2014
Síndrome de Estocolmo
ARMANDO SCANNONE
El término existe desde 1973, cuando al intentar asaltar un banco, el secuestrador tomó cuatro rehenes que lo protegieron, para evitar ser atacados por la policía. Terminaron siendo cautivos del raptor y además convertidos en sus colaboradores. Posteriormente, en 1974, el término adquirió más notoriedad, al ser secuestrada Patricia Hearst, nieta del magnate William Randoph Hearst. Ya liberada se unió a sus secuestradores, ayudándolos a realizar, portando un rifle de asalto, el robo de un banco. Tomó el nombre de Tania, en homenaje a la guerrillera argentina Tamara Bunke, amiga del Che Guevara, en Bolivia. Posteriormente se enamoró de uno de sus secuestradores.
Sucede igual con el vínculo de obediencia, respeto y aprecio, que se establece en el entrenamiento militar con soldados novicios, sometidos a obedecer órdenes traumáticas e infamantes. También en las llamadas "novatadas", acostumbradas en la incorporación a fraternidades estudiantiles y otras hermandades o bandas; y con los abusos y maltratos domésticos y de niños, etc. (En las guerrillas urbanas de los sesenta, los aspirantes debían asesinar a un policía). El iniciado se convierte en dependiente de una persona o grupo, profesando obediencia o sentimientos positivos llevados hasta la plena colaboración.
Ofrezco esta larga –e incompleta- introducción-, porque pienso que al Síndrome de Estocolmo parecen estar llegando ya algunos líderes políticos tradicionales, que de paso arrastran a sufrirlo también a la población que, de una u otra manera, los sigue o confía en ellos. Me refiero no solo al visiblemente fallido diálogo, -resultado previsible antes de su inicio-, sino a muchos otros desaguisados del Gobierno, a los cuales poco o nada de atención les prestan. Lo que contribuye a que, a pesar de su importancia, estos pasen al olvido, sin que haya culpables. A veces ni los dan a conocer, lo que se convierte en la mejor lección y eficaz acicate para que hechos semejantes se repitan indefinidamente. La corrupción rampante es un ejemplo.
El caso de Cadivi es ejemplar. Gente del Gobierno ha declarado públicamente, y lo han recogido los medios, que Cadivi fue promotor o cómplice de la pérdida o distracción, -léase robo descarado- de miles de millones de dólares. Lo sufrieron el país y los venezolanos, y esos millones están hoy en los bolsillos, cuentas bancarias o propiedades, aquí o en el exterior, de directores y funcionarios, y de beneficiarios o testaferros; todos corruptos de la peor especie. Hasta allí lo que sabemos y nos lo repiten hasta el cansancio. Pero al Gobierno y a los líderes políticos tradicionales parece no importarles desenrollar la madeja y llegar a los culpables, para el castigo correspondiente y dar un ejemplo valioso para la administración pública. Algo semejante sucedió con Recadi. Los beneficiados están disfrutando lo robado, sin haber sido siquiera identificados. Lo mismo parece estar pasando con Ipostel. También con Mercal, o mejor, "Pudreval", con los hospitales y planes de salud, misiones, vías y demás obras de infraestructura. La lista podría resultar infinita, pues habría que citar todos los actos del Gobierno que involucren, de algún modo, el manejo de dinero.
En suma, planes y proyectos que parecen creados para hacer unas decenas de ricos de mala índole. Ya se comenta que algunos jóvenes detenidos han sido liberados antes de llegar a la tan parcializada Fiscalía, mediante el pago de coima, cohecho o soborno; como quiera llamársele. ¿Recuerdan el Plan Bolívar 2000?, así creo que se llamaba. Esta situación, que precedentemente ni siquiera se había acercado a la corrupción rampante instaurada por Chávez y su combo, quizás para hacerles expediente a sus cómplices, vive un crecimiento cada vez más desmesurado. Frente a ello, el resumen es: "aquí no ha pasado ni pasa nada". Me pregunto, también lo pregunto a la MUD y a los políticos tradicionales: ¿no sería mejor y más provechoso para el país, ocuparse -o perder tiempo, si se quiere-, de la corrupción rampante?, por ejemplo, que perderlo sin razonable posibilidad de algún resultado, en lo que los mantiene ocupados actualmente, en distracción política.
Ojalá algún día podamos erradicar la cantinela de siempre: "aquí no ha pasado ni pasa nada". Seamos optimistas, pero cuidémonos de sufrir el tan nocivo Síndrome de Estocolmo.
Fotografía: Escena de la película "Stockholm" de Rodrigo Sorogoyen.
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