Les dio por gobernar a los mudos
Ox Armand
A mediados de los sesenta del XX, buena parte del sector insurreccional experimentaba el desaliento de la derrota política ya en vías de una definitiva en el campo militar. Como ocurre en estos casos, las manifestaciones de inconformidad e indisciplina, incluyendo la deserción y la cooperación directa e indirecta con los órganos represivos, los pleitos y rencillas domésticos, precedieron al debate que intentó amainar y neutralizar el renovado voluntarismo de Ernesto Guevara, la intensa propaganda a favor del foquismo que encabezó Régis Debray y la cada vez más decidida intervención de Fidel Castro a tal punto que, por 1967, lo confrontó con el PCV. Derrota suficientemente anunciada con los comicios generales de 1963, a la vuelta de dos o tres años, pación también era un propios y extraños hablaban de la necesidad de pacificar al país al igual que punzaban sobre las tesis políticas e ideológicas que resultaron del III Congreso del inmediato post-perejimenismo, respecto a la única entidad que los agrupaba: el PCV. Por una parte, articulada y eficazmente implementada por Caldera I, todo estaba encaminado a la política de pacificación a pesar de las resistencias. Apenas cimentándose como un llamado, durante el gobierno de Leoni, la pacificación también era un formidable pretexto para los tercos que esperaban alguna ocasión para el rebrote de la violencia organizada (como lo comprobamos años después con el Movimiento Universitario de Renovación que logró el MIR contaminar). No importaba que la UCV fuese un magnífico refugio de armas y grupos, amparados por la autonomía, pero esa pacificación la reclamaba vehementemente el rector Bianco, iniciándose – por añadidura – un mito. Por otra parte, en el campo estrictamente ideólogico, aquella izquierda marxista que no pudo evitar la que florecía en la juventud demócrata-cristiana, fuerte competidora en universidades y liceos, comenzaba a cuestionar tesis oficiales como la de una revolución anti-imperialista y anti-feudal, cuya etapa democrática-burguesa pasaba por la inevitable incorporación de una burguesía nacionalista. Se atravesó la invasión soviética a Checoeslovaquia, atizando y sincerando las diferencias.
La pacificación significaba admitir la derrota y zanjar públicamente esas diferencias. Desde el reconocimiento de UPA para las elecciones de 1968, válvula de escape que no tiene todavía el reconocimiento de los historiadores de ambas aceras, hasta la cada vez más acelerada reincorporación a la vida civil de los más destacados líderes, hervían temas que fueron decisivos para institucionalizar una profunda discusión que tuvo, entre otras, herramientas esenciales como Tribuna Popular y Deslinde, sendos semanarios o quincenarios en los que la tinta cobraba densidad. Publicado “Checoeslovaquia, el socialismo como problema” de Teodoro Petkoff, ampliamente publicitado por el Kremlin, gracias a su condena, adquirió mejor calibre la polémica que versó en torno a la derrota guerrillera y la propuesta socialista, actualizando a todos los actores. Fue de una riqueza extraordinaria, con todos sus matices. Unos, optaron por las viejas tesis, mientras que otros – sin dudas, más radicales - fomentaron una propuesta decididamente anti-capitalista, sin otro trámite que la propia democracia que habría de facilitarla. Y Petkoff fue uno de los más resueltos polemistas hasta contribuir, uniendo fuerzas con Pompeyo Márquez, a la división del PCV y el nacimiento del innovador MAS. Cuenta en su haber con una larga bibliografía que así lo confirma. Sin embargo, ejemplificando la densidad del debate, recuperamos una entrevista aparecida en Deslinde (Caracas, nr. 8 del 15/07/1969), en la que enfatizaba que las contradicciones sociales ya eran propias del país urbanizado que dejó mucho tiempo atrás el campo, co un desarrollo del capitalismo dependiente, inscrito en el neocolonialismo. “Mi opinión – decía – es que el concepto burguesía nacional es mucho más ideológico y político que puramente económico. Y si existe un sector que económicamente responde al concepto burguesía nacional, ideológica y políticamente es casi inexistente”. No encuentra una carga revolucionaria en la contradicción burguesía nacional e imperialismo, como si en una alianza de obreros, campesinos, pobrecía urbana, pequeña-burguesía, estudiantado. Respecto al partido, señalaba la sacralización de los principios de organización, defendiendo el derecho a la información en una democracia interna que, para enfrentar el fraccionalismo, requiere del libre juego de tendencias. Asentaba frente al ultraizquierdismo que tiene una apreciación irreal de la situación del país, alimentando quimeras, confrontaciones prematuras y “actúa muchas veces como agente provocador inconsciente creyendo en la teoría del ‘detonante’”. Más que de una izquierda o derecha en el PCV, hay un pensamiento atrasado que evidentemente contrasta con otro avanzado. Finalmente: “En estos momentos lo que sólo muy generosamente podemos llamar lucha armada – porque creer que esas acciones esporádicas, pueden ser una lucha armada, sería formar parte de la masturbación ‘revolucionaria’ a que son dados algunos representantes de la ultraizquierda”.
Ya para la década de los setenta, esa izquierda atravesaba un profundo debate de actualización. Significaba el re-conocimiento (SIC) del país y del propio marxismo que la inspiraba. A favor o en contra de determinadas tesis, todos estuvieron incorporados a la discusión. En defensa de la Unión Soviética que la juraron mancillada por Petkoff, Pedro Ortega Díaz, Antonio García Ponce y R.J. Cortés, publicaron – a modo de ilustración – “Las ideas antisocialistas de Teodoro Petkoff” (Ediciones Cantaclaro, Caracas, 1970), apoyado por el CC del PCV sin carácter resolutivo: “Para cualquier marxista-leninista comprender el papel de las ciencias sociales en las condiciones del capitalismo monopolista es una cuestión básica. Lamentablemente Petkoff al deslizarse por la pendiente del antisovietismo beligerante se apoya en las formulaciones propias de la sociología norteamericana financiada por los monopolios norteamericanos y difundida hábilmente entre la juventud por los neotrotskistas y agentes de la CIA para distorsionar el movimiento revolucionario, sembrar la desconfianza hacia el movimiento comunista mundial”. El propio García Ponce, regresando de los mitos, coloca un ingrediente decisivo en sus reflexiones al referirse a las Fuerzas Armadas y a las consecuencias de su tutela, amarga y dulce a la vez, con ocasión de la necesidad de restaurar la institucionalidad violada “sea por Betancourt, sea por el PCV”. Y de cara a la actualidad, pregunta: “… ¿No habrá llegado la hora de que nuestros hombres de armas estén dedicados en exclusividad a la faena militar…?” (“Sangre, locura y fantasía. La guerrilla de los 60”, Libros Marcados, Caracas, 2010). Pero, en fin, ¿a qué viene todo esto?
Los actuales elencos del poder en Venezuela, olvidan lo que ocurrió realmente en los años sesenta y mucho más el debate que generó la derrota de la insurrección armada. Pasaron de largo ese debate, aferrados al foquismo insensato que languideció y tomó por atajo la figura de un militar golpista. Por eso, en nada sorprende las opiniones, gestos y desplantes del grueso de los parlamentarios del PSUV a los que hacen coro los del PCV. Ni el predominio de la generación ultraizquierdista de los ochenta que, por algo, tienen a los hijos de Jorge Rodríguez en posiciones de una enorme influencia. Este es un régimen de la ultraizquierda que apagó, asimilándolos cómodamente, ese ultraizquierdismo penitente y heredero de los que se resistieron a la pacificación y muy tardíamente se incorporaron a la vida civil resignados a los papeles secundarios que también jugaron durante la subversión. Son como una mezcla de las películas de Román Chalbaud, los volantes contra el artículo 5to. (el de la famosa nacionalización), cuyo único esfuerzo intelectual ha sido el de repetir las letras de las canciones de Alí Primera. No son marxistas, sino leninistas al modo tropical de Fidel Castro. Explicación de todos los errores, terquedades, desaciertos y prepotencias de quince largos años de un mismo gobierno que se fundamenta en el culto a la personalidad de Chávez Frías y la devoción militarista. Puede perdonarse de los protagonistas de hoy que no vivieron la etapa de la insurrección armada o desempeñaron roles de escasa importancia política, mas no de los informados, de los que militaron desde siempre en la izquierda y debieron aprender las lecciones. Entonces, ¿para que se fue Eleazar Díaz Rangel del PCV? Al hacer la crónica del terremoto que vivió el partido, escribe: “El caso es que esta tarde, cuando la división es un hecho irreversible, había tomado una decisión. Tomé plena conciencia de ello después que Alonso Ojeda me dejó en los bloques de San Martín…” (“Cómo se dividió el P.C.V.”, Domingo Fuentes, Caracas, 1971). El peor caso es el de Jorge Giordani que hizo del MAS una tesis doctoral. Todo el libro “La propuesta del MAS” (UCV, Caracas, 1992), niega lo que hizo y dijo a lo largo de dieciséis años, con una soberbia digna de una mejor causa que la de arrastrarse a Chávez Frías Muerto éste, ¿se acabo la rabia? Porque – apenas – señaló el caso de los veintitantos mil millones de dólares de empresas de maletín en las postrimerías del ejercicio del poder que lo tuvo como el ministro planificador (SIC) del desastre que vivimos. ¿Qué no ha callado?
Esta larga nota es de tristeza. Les tocó gobernar a quienes jamás discutieron. Mudos, entretenidos, como aquél Paúl del diente roto de Pedro Emilio Coll.
Fuente:
http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/22467-les-dio-por-gobernar-a-los-mudos
Reproducciones:
- El Nacional, Caracas, 06/12/1965.
- Eleazar Díaz Rangel, Carlos Augusto León y Arturo Pardo, en la sede delPCV por aquellos días de su división. Fotografía de Villalobos/Molina para un reportaje de Fredy (SIC) Balzán: “Las confesiones de Pompeyo”. Momento, Caracas, nr. 756 del 10/01/1971. Igualmente se encuentra en el citado lbro de Díaz Rangel. Ya sabemos de la autoría de la gráfica, aunque el reportaje no hizo la distinción entre Villalobos y Molina.
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