Checoeslovaquizados
Ox Armand
Irrumpió 1968 con una cosa llamada la Primavera de
Praga. Alexander Dubček encabeza cierta liberalización de los países por
entonces integrados bajo el régimen comunista. Lucía lógico el proceso que se
tomó en serio la desestalinización. La red de redes está llena de datos, pues,
por fortuna, comenzando con la Wikipedia, al mismo tiempo amada y odiada, la
sistematización ha impedido que la memoria sufra una baja más, como también
ocurre en la era digital. Por supuesto, he acá la noticia, por agosto los
tanques soviéticos se pasaron por Checoeslovaquia, simpemente invadiéndola y
cortándole la yugular al experimento. No estaban dadas las condiciones
objetivas para la reforma que pudo adelantar varios años después Mijaíl
Gorbachov, asomado en alguna terraza del Kremlin luego de atisbar el fin
definitivo de la Guerra Fría. El movimiento comunista internacional
(precisamente, en nombre del internacionalismo proletario), inmediatamente se
solidarizó con Moscú. Saliera sapo o rana, en Venezuela, apenas saliendo de la
derrota también definitiva de las guerrillas, como no lo deseaban, salvo
honrosas excepciones, los comunistas quedaron resueltamente
checoeslovaquizados: ciegamente apoyaron al hermano partido soviético que no
dudó en aplastar la novedad y ofrecer una versión idílica del socialismo, por
lo demás, desarrollado y superior al estadounidense. El resto de la historia es
conocido, pero las nuevas generaciones todavía saben muy poco. Recuerdo que,
por entonces, en los pasillos de la universidad circulaba un librito argentino
de un tal Fernando Nadra que convertía la contrarrevolución checa en lo peor de
este mundo, dispensándole todos los sapos y culebras qe les fueron posibles
bajo el formato y el lenguaje de un decidido progresismo.
Nadra nos incomodaba. Parecía
imposible que todo fuese verdad. Ya escuchábamos hablar de la tesis de Teodoro
Petkoff, un dirigente en nada subestimado del PCV, hablar del asunto. No sé si
exactamente ocurrió que leímos en Tribuna Popular o en Deslinde una larga
entrevista que removió aquellas convicciones personales que nos ligaban al
sueño de una sociedad diferente, pero lo cierto es que anunció un libro que
luego sería un escandalazo para la ortodoxia. “Checoeslovaquia, el socialismo
como problema” lo editó Domingo Fuentes en 1969 (y, a pesar del autor, lo
reeditó Monte ävila hacia 1990). Un estudio muy concienzudo del ensayo socialista
que ganó la pública y pivoteante maldición de Leonid Brézhnev, acaso, tiene
pocos equivalentes en nuestra literatura política. También la historia es
conocida (división del PCV, etc., etc.). El caso está, por una parte, en que
Petkoff (para bien y para mal) ha sido un luchador todavía la vida por unas
ideas que (faltando poco) ha tenido la capacidad de cultivar, estudiar,
discutir. Exresa esa combinación hoy inaudita del líder político de un coraje
personal harto comprobado y de una sovencia intelectual harto reconocida, como
no lo tiene chavista alguno (perdonen el oxímoron). Recientemente premiado con
el Ortega y Gasset, tampoco pudo viajar a recibir su merecido galardón porque
cobardemente se le ha prohibido viajar al extranjero, forzado al itinerario
semanal que ha de cumplir en un tribunal penal. Presentarse en éste es un
insulto propinado por quien y quienes se dicen revolucionarios. Y, por el otro
lado, persiste el fenómeno de la checoeslovaquización. Poco importa el fracaso
del modelo en la Cuba que apuesta ahora
a su puerto de aguas profundas de Mariel, anhelando una zona especial que
enganche al resto del mísero país, o que en Venezuela saltemos de una larga
bonanza petrolera al charco inconcebible del desabastecimiento, la inflación,
la censura, la inseguridad personal, la corrupción. Insisten en tapar el sol con un dedo y a
punta de pólvora se sostienen en el poder. Le buscan la vuelta a todo. Y nos
versionan como un paraíso que envidia todo el planeta.
Reproducción: Ugo. El Nacional, Caracas, 04/10/1997.
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