EL PAÍS, Madrid, 4 de mayo de 2015
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Las reclutadoras del Estado Islámico
El proyecto estatal yihadista necesita mujeres para dotarse de estabilidad social. Un grupo de musulmanas se encarga de alistar adeptas entre las jóvenes occidentales utilizando Internet como herramienta
Loretta Napoleoni
El Estado Islámico promueve el derecho a construir una nación, el Califato, con el antiguo mensaje de “casa y hogar”, de modo que alienta a sus militantes a casarse y procrear. Pero las mujeres escasean y se impone, por tanto, la necesidad de una campaña de reclutamiento rica en ideales nacionalistas y repleta de anuncios matrimoniales. Su objetivo principal son las musulmanas occidentales. Y lo cierto es que resulta más fácil reclutar a mujeres criadas en Occidente que a las de los países árabes o en vías de desarrollo. Las primeras son más activas en las redes sociales, la palestra ideológica más frecuentada por las futuras heroínas yihadistas —y en la que se produce también buena parte de la radicalización de los hombres—, y, en consecuencia, más fáciles de rastrear y engatusar. Pero, sobre todo, las occidentales son más cultas e independientes, características que las hacen especialmente sensibles al proyecto nacionalista así como propensas a abandonar a sus padres, parientes y amigos para entrar a formar parte de la nueva nación. Entre estas se encuentra Fátima, una joven australiana de 20 años, antigua estudiante de Biología, establecida en Siria a finales de 2013, que tuitea “el nuestro es un proyecto patriótico, el nacimiento de una nación y nosotras somos las madres de la patria”.
Muchas de las artimañas que el Estado Islámico utiliza para seducir a las mujeres son similares a las técnicas de seducción empleadas en la Red por los pedófilos. Las víctimas son siempre jóvenes, preferentemente adolescentes, que pasan mucho tiempo en Internet, por lo que están muy familiarizadas con todas las redes sociales: Twitter, Instagram, Facebook, YouTube, etcétera. Quienes las reclutan, sin embargo, no son hombres sino un puñado de mujeres jóvenes, todas ellas occidentales procedentes de distintos países, que conocen a la perfección la psicología femenina musulmana porque la comparten. Su cometido es engatusar a sus coetáneas y convencerlas para que abandonen el consumismo y la cultura occidental y se embarquen en una aventura patriótica junto a un guerrero, o mejor dicho, junto a un héroe.
De adoctrinar a las inglesas se encarga Asaq Mahmood, exestudiante de Medicina de Glasgow, procedente de una familia paquistaní, radicalizada sin salir de su habitación a través de vídeos de propaganda islámica. Fue una de las primeras en abandonar a su familia y en unirse a las filas del Estado Islámico. Lo hizo todo por su cuenta, sin ayuda de ningún reclutador, y cuando llegó a Al Raqa se convirtió de inmediato en la voz femenina del Califato.
Asaq es habilísima en el uso de las redes sociales como herramienta de persuasión y seducción; dependiendo de la psicología de su presa, compone poemas nacionalistas o divulga recetas de cocina de Oriente Medio mejoradas con ingredientes occidentales, como crepes de harina de grano tierno con Nutella. Antes de su huida tenía un blog en el que iba contando día tras día su propio proceso de adoctrinamiento, un diario valiosísimo para la lucha antiterrorista. Al leerlo, no cuesta darse cuenta de que su autora no es solo una chica inteligente que se sentía incómoda en su propia piel, sino que posee también una racionalidad completamente occidental y un espíritu de independencia adquirido en los pupitres escolares de Escocia. Características que la indujeron a buscar la respuesta a sus interrogantes existenciales en la Red.
Si el Califato no es capaz de emparejar a sus guerreros, el sueño podría fracasar.
Los primeros pasos de todos los seguidores occidentales del Estado Islámico, mujeres y hombres, tienen lugar casi siempre en el universo cibernético y están motivados por la búsqueda de una nueva identidad, por la necesidad de dar un sentido significativo a sus vidas. La seducción del Estado Islámico, en el caso de Asaq, se produjo a nivel intelectual, la militancia la ha transformado en la heroína de una aventura patriótica, el Califato, la primera auténtica expresión concreta de la utopía política musulmana, un sueño idealista que lleva siglos serpenteando entre las familias musulmanas y con el que todas las generaciones acaban tropezando.
Es muy probable que Asaq haya recurrido a esta narrativa nacionalista para reclutar a las tres adolescentes británicas que en el pasado mes de febrero emprendieron su propio viaje hacia Al Raqa: las dos quinceañeras Amira Abase y Shamira Begun, y Kadiza Sultana, de 16 años.
Una táctica diferente, en cambio, es la que aplica, en el caso de las musulmanas de Ceuta, Loubna Mohamed, de 21 años, a la cabeza de una red de reclutamiento española. Loubna era una maestra de jardín de infancia, que se esfumó de repente para reaparecer unas semanas más tarde en las redes sociales. Desde Al Raqa, Loubna habla a adolescentes con menor nivel educativo que Amira, Shamira y Kadiza, a muchachas con sueños más sencillos, para quienes el matrimonio es la meta más importante de sus vidas.
Sin que se den cuenta, la seducción de estas cenicientas islámicas, encarceladas por su madrastra occidental, se produce paradójicamente a través de la manipulación de las herramientas clásicas de las fábulas europeas. La mujer de carrera, que se codea con los hombres en los Consejos de Administración de las grandes empresas, es una imagen repugnante, como repugnante resulta la idea de acabar siendo una solterona. Eso se intuye claramente en los mensajes que desde Al Raqa lanza Loubna. Y el adoctrinamiento funciona. En Ceuta, con una población de 85.000 habitantes, 15 familias han denunciado la desaparición de adolescentes, un porcentaje altísimo.
Es difícil establecer con exactitud cuántas son las mujeres occidentales engatusadas y seducidas por las reclutadoras del Estado Islámico; los ingleses sostienen que son unas 550, pero estas estadísticas solo tienen en cuenta aquellos casos de desapariciones divulgados por las familias. Por ejemplo, en Reino Unido las chicas desaparecidas oficialmente son 20, pero se sospecha que las familias de otras 40 no han denunciado su desaparición.
En Alemania se estima que son 100 las mujeres que se han marchado con destino al Califato, algunas con maridos e hijos, pero la gran mayoría solas. La franja de edad más común es la que oscila entre los 16 y los 27 años, y entre ellas se cuenta Fatma, desaparecida en diciembre de 2013, con solo 17 años y milagrosamente hallada por sus padres en Siria.
La reclutadora de las mujeres musulmanas alemanas es una compatriota suya que se hace llamar Muhajira, emigrante. En su blog, titulado Una verdadera heroína, discute simultáneamente de los fundamentos del islam y de fábulas de amor con héroes yihadistas. Describe el viaje a Al Raqa como un libro ilustrado, repleto de aventuras y descubrimientos.
Las técnicas de seducción son similares a las empleadas en la Red por los pedófilos
Últimamente, la llegada de nuevos reclutas masculinos —se calcula que en los últimos 12 meses han llegado desde Europa 6.000 jóvenes— ha obligado al Estado Islámico a acelerar el programa de reclutamiento de novias. Así han nacido sitios web como ask.fm, en el que los futuros maridos publican anuncios matrimoniales, el match.com yihadista. En julio, el Estado Islámico ha abierto incluso una agencia matrimonial en Al Bab, una aldea en la provincia de Alepo, y recientemente el califa, Al Baghdadi, ofreció a las futuras parejas vivienda y 1.200 dólares de dote.
La importancia de la mujer, a estas alturas, va mucho más allá de la necesidad de procrear, para convertirse en un elemento fundamental de estabilidad social. Del mismo modo que la condición de solterona resulta repulsiva para las mujeres, para el guerrero el estar sin esposa ni familia es señal de fracaso, y a juzgar por los comentarios en Internet de yihadistas jóvenes en busca de una mujer para casarse, también de una condición frustrada de hombre. Quién sabe, tal vez la primera auténtica crisis social en el seno del Estado Islámico acabe produciéndose a causa de la desproporción entre hombres y mujeres en su seno. Si el califato no es capaz de emparejar a sus guerreros, el sueño nacionalista podría fracasar. Una realidad surrealista, que podría ayudarnos sin embargo a encontrar una nueva arma contra este. La política de “casa y hogar” no es novedosa, y fue también uno de los cimientos de la aventura nacionalista en Europa y América. Los nuevos Estados nacen de las familias que constituyen los pilares de su sociedad. Sin ellos, el Estado no puede existir.
(*) Loretta Napoleoni es economista.
Traducción de Carlos Gumpert.
EL PAÍS, Madid, 11 de enero de 2015
TRIBUNA
Un nuevo sistema de terror
Los yihadistas se sirven de los medios para ampliar el impacto de sus acciones armadas
Loretta Napoleoni
Lo primero que llama la atención del atentado parisino es la profesionalidad con la que se ha llevado a cabo, haciendo gala de una frialdad y organización propias de organizaciones mafiosas; en definitiva, nos hallamos a miles de kilómetros de distancia de los fallidos ataques de los terroristas diletantes de la primera década del siglo o del ejército de desharrapados talibanes. También estamos muy lejos de las bombas suicidas de la estación de Atocha en Madrid, así que es posible que la alta profesionalidad adquirida por los yihadistas de hoy les permita sobrevivir y, por tanto, repetir sus acciones. Al igual que ha cambiado mucho el modelo financiero del terrorismo islámico —hemos podido darnos cuenta de ello con el auge del Estado Islámico, la primera organización armada transmutada en Estado—, lo mismo ha ocurrido con la mecánica de los atentados en Occidente. Ambos fenómenos van de la mano.
Nos enfrentamos a un nuevo sistema de terror que ha perfeccionado algunos rasgos del pasado, como la compartimentación, tan apreciada por las Brigadas Rojas y ETA, y ha desarrollado otros nuevos, como los llamados “miniataques”, intervenciones armadas de precisión quirúrgica, a menudo cargadas de simbolismo, como la perpetrada contra la revista satírica Charlie Hebdo, que los transeúntes filman con sus teléfonos móviles y se difunden en Internet. Y ese es el vínculo que une el asalto de Ottawa y los atentados de Australia con los de Francia de diciembre y con este último, tan trágico, ocurrido en París.
El moderno terrorismo islámico ha transformado los medios de masas en una poderosa arma que le permite ampliar el impacto mediático de sus acciones armadas. Una intuición que nace de un atento análisis del 11 de septiembre, el primer ataque filmado y distribuido en tiempo real a través de los medios de comunicación. Por supuesto, aquella fue una acción espectacular desde todo punto de vista, con un mayor número de víctimas; pero hoy en día resulta imposible de reproducir por una serie de razones, entre las que destacan el elevado número de militantes involucrados, que alertaría a los servicios antiterroristas. La estrategia del terrorismo moderno apunta, en efecto, a prevenir la infiltración policial, dado que ese ha sido siempre el recurso triunfante del Estado. Todas las organizaciones armadas del pasado, incluyendo a Al Qaeda, han sido derrotadas gracias a la infiltración de las fuerzas del orden y a los testimonios de los militantes detenidos. Y ello explica por qué Al Baghdadi, el nuevo califa y líder indiscutible del Estado Islámico, incita a sus seguidores en el mundo a llevar a cabo miniataques ejecutados por minicélulas, compuestas por una o dos personas.
De modo que los cambios constatables en el sistema del terrorismo islámico son el resultado de una profunda reflexión acerca de los errores y aciertos del pasado. Hasta aquí, el proceso resulta fácil de entender. Más difícil de comprender es cómo algunas de estas minicélulas que se están activando en Occidente han podido adquirir la profesionalidad necesaria para realizar esos miniataques de tan gran impacto mediático. En el pasado, esta se ganaba a través de periodos más o menos largos de adiestramiento, como por ejemplo durante la yihad contra el Ejército soviético en Afganistán. Y, de hecho, fueron los veteranos de estas guerras los que, a su regreso a sus países de origen, alimentaron la actividad terrorista. Hoy, sin embargo, ya no es así, y la lucha antiterrorista debería cobrar conciencia de ello lo antes posible, puesto que seguir focalizando nuestros temores en el regreso de los veteranos de las guerras de Siria o Irak es una estrategia equivocada. Los futuros terroristas europeos están ya entre nosotros.
Los yihadistas de estos miniataques son a menudo autodidactas, en esto parece haber un acuerdo general. Se trata de individuos que con toda probabilidad han sido captados por los radicales a través de Internet, que no interactúan con una verdadera red de militantes, como ocurría en tiempos del IRA o de ETA, sino que, al contrario, mantienen a menudo oculta su ideología. Sin embargo, y este es sin duda el caso de los autores del atentado de París, tienen acceso a las armas y saben cómo utilizarlas de manera profesional. Este es un punto crucial. Es muy difícil hacerse con armas y explosivos en Europa sin alertar a los servicios secretos y a la lucha antiterrorista, a menos que no se tengan contactos con el crimen organizado. La única hipótesis posible es, por tanto, la siguiente: los yihadistas provienen de los círculos de la delincuencia organizada o los frecuentan. Ello explicaría también su profesionalidad.
En el pasado, todas las organizaciones armadas trabaron relaciones con el crimen organizado, que sin embargo mantenían a la debida distancia. Hoy en día es posible que tal distancia se haya reducido. De manera que es en este mundo en el que la lucha antiterrorista debe comenzar a moverse, porque es posible que, con maquiavélico cinismo, el yihadismo contemporáneo explote los recursos del crimen organizado como palanca para desatar el terror en Europa. A juzgar por el pragmatismo del que el Estado Islámico ha dado sobradas pruebas en la creación de un califato, uno de los lemas favoritos de Al Baghdadi es sin duda el del ilustre italiano: “El fin justifica los medios”.
Loretta Napoleoni es economista.
Traducción de Carlos Gumpert.
EL PAÍS, Madrid, 27 de agosto de 2014
TRIBUNA
La tercera guerra mundial
Los conflictos actuales derivan del empobrecimiento de la población
Loretta Napoleoni
La tercera guerra mundial es una nebulosa de conflictos que recuerdan a los de la era premoderna, engendrados no por Estados soberanos, sino por caudillos, terroristas y mercenarios, cuyo supremo objetivo es la conquista del poder para explotar poblaciones y recursos naturales. De Nigeria a Siria, del Sahel a Afganistán, la víctima de las nuevas guerras es la población civil. En Nigeria, Amnistía Internacional calcula que han muerto en los últimos 12 meses 4.000 personas, sobre todo civiles, por los ataques de Boko Haram y el ejército nigeriano.
También hallamos datos similares en Europa. Según Naciones Unidas, desde abril de este año, el conflicto entre los separatistas prorrusos y el ejército nacional ucranio ha causado la muerte de más de 2.000 personas, si bien muchos consideran que esa cifra es inferior a la realidad. Es decir, nos encontramos con unas guerras premodernas en la era tecnológica, un binomio letal que multiplica por cien los riesgos para la población civil. El ejemplo más claro es el derribo “por error” de un avión de la compañía Air Malaysia cuando sobrevolaba el este de Ucrania a 10.000 metros de altitud.
Han desaparecido las trincheras, los campos de batalla y las normas internacionales que rigen el comportamiento de los ejércitos regulares. El Convenio de Ginebra es papel mojado. Los crímenes de guerra, el genocidio, la limpieza étnica y la limpieza religiosa forman parte integrante de la nebulosa bélica. De nuevo en Nigeria, Amnistía Internacional ha rodado imágenes de soldados nigerianos y miembros de la milicia civil, la Civilian Joint Task Force, degollando a prisioneros acusados de pertenecer a Boko Haram y arrojando después los cuerpos decapitados a una fosa.
De acuerdo con Mary Kaldor, profesora en la London School of Economics y autora de Las nuevas guerras. Violencia organizada en la era global (Tusquets, 2001), la globalización ha hecho que algunas regiones hayan retrocedido a unas condiciones no muy distintas de las que describía Hobbes cuando decía que la vida en estado natural era brutal y breve debido a la anarquía en que se veía obligado a vivir el hombre. De hecho, la globalización ha socavado la estabilidad de los regímenes autoritarios, por ejemplo, en Siria y Libia. La caída de Gadafi en 2011 produjo un vacío político que las milicias tribales, desde los grupos liberales hasta los islámicos, han ocupado con la violencia. El objetivo de todos es la conquista del poder político y económico para sacar provecho, no la creación de un Estado democrático ni mucho menos de una nación nueva.
El Estado Islámico es una amenaza para los regímenes de Oriente Próximo y para la idea fundamental de Estado moderno.
El proceso de degeneración del Estado es, por consiguiente, la causa principal de que los conflictos actuales sean de carácter premoderno, siempre ligados a motivos económicos, es decir, al empobrecimiento de la población, que es un rasgo que desmoderniza la sociedad. Durante el decenio de sanciones económicas contra Irak, el país pasó de tener la escolaridad más elevada del mundo árabe a ser un Estado en el que las mujeres no tenían derecho a trabajar. El proceso de islamización ha avanzado en paralelo al de empobrecimiento.
La globalización ha contribuido al bienestar en algunos lugares, como China o Brasil, y a la pobreza en muchos otros, como Oriente Próximo y África. La crisis alimentaria en ciertas regiones africanas, vinculada en parte al cambio climático y en parte a la carrera de los países ricos para apoderarse de los recursos alimentarios del continente, ha extendido la inseguridad y ha fomentado los conflictos armados de tipo religioso y étnico. En Mali, los tuaregs separatistas y varias facciones islámicas luchan entre sí y contra el Gobierno; en la República Centroafricana, las milicias cristianas y musulmanas están envueltas en una guerra sanguinaria que corre peligro de convertirse en genocidio; en el Magreb, Al Qaeda está en activo en casi todos los países.
Lo que da homogeneidad a la nebulosa es la violencia, tan brutal como la de la era premoderna. El último ejemplo es el asesinato del periodista estadounidense James Foley a manos del Estado Islámico (EI o ISIS en sus siglas en inglés), un vídeo que ha recorrido el mundo. Sin embargo, es un error pensar que la guerra de conquista para crear el califato islámico pertenece a la categoría de los conflictos premodernos descritos. El EI constituye una mutación nueva y peligrosa porque, a diferencia de los demás grupos, su objetivo es apoderarse de recursos estratégicos, como los pozos de petróleo y las presas, para construir una nueva nación que sea la versión contemporánea del califato antiguo. Es decir, su propósito es muchísimo más ambicioso.
Su sofisticada propaganda pretende fomentar la imagen de un Estado legitimado por los musulmanes, no solo los que habitan dentro de sus fronteras, sino también los de fuera; Abubaker al Bagdadi no se presenta como un caudillo, sino como el nuevo califa, el descendiente del profeta Mahoma. El Estado Islámico difunde las imágenes de un ejército regular, muy distinto de los grupos armados de Al Qaeda y Boko Haram, que lucha en el campo de batalla con armas modernas, en su mayoría de origen estadounidense y ruso, robadas respectivamente al ejército iraquí y al sirio. Aunque uno de sus empeños es la limpieza sectaria y religiosa, es ecuménico, y ofrece a cualquiera la posibilidad de convertirse al salafismo suní y convertirse así en súbdito del califato.
El Estado Islámico es una amenaza no solo para los regímenes de Oriente Próximo, sino para la idea fundamental de Estado moderno, que no se basa en la sumisión, como hacía el premoderno, sino en el consenso de quienes forman parte de él. Su victoria sería devastadora para el mundo entero.
(*) Loretta Napoleoni es economista.
Traducción de M. Luisa Rodríguez Tapia.
Ilustración: Eva Vázquez. Fotografías: Tomadas de la red.
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